Desde que el Dr. Alfred Pischinger señaló y demostró en los años 70, que para la vida de cualquier
organismo era básico el estado del líquido
extracelular (la sopa acuosa
que rodea las células, interconecta los tejidos, y une los ocho sistemas
anatómicos), otros muchos investigadores han llegado a estas mismas
conclusiones y relacionan el estado de toxicidad de este medio y la acidosis metabólica, con perturbaciones
que originan los procesos degenerativos, facilitan la aparición de síntomas
agudos y promueven una bajada en el estado de salud de todo el organismo.
Lo que recibió el nombre de “Sistema Básico de Pischinger” consta de las células y su entorno, la red capilar de ida y vuelta y las
terminaciones nerviosas de todo el cuerpo. El líquido
extracelular abarca todo el organismo, excepto la piel y las mucosas y
permanece en contacto constante con todas las células, ninguna es capaz de sobrevivir fuera de él. Así que
cualquier proceso funcional está sujeto a la capacidad de éste de transmitir
información y transportar sustancias, lo que depende de su grado de limpieza y
equilibrio electrolítico. Idóneamente
este medio debe ser rico en
muco-polisacáridos, pobre en proteínas
y con un PH de 7,35.
Aunque, nunca se ha
dicho que las terminaciones nerviosas pudieran acabar en la célula, sin
embargo, la regulación de este líquido
extracelular está en manos del sistema nervioso. Todas las necesidades que la célula plantea, se encuentran en la información que éste lee desde
el caldo en el que, como en una piscina, nadan todas nuestras células. Por este medio se concreta la
llegada de todos los sistemas,
endocrino, nervioso, circulatorio e
inmune, a cada célula en sí, y
es él quien decide cómo actuar en un proceso de intoxicación y por donde se
liberan las toxinas.
Según el esquema de Pischinger, el pulmón es el órgano responsable de
enviar oxígeno al sistema arterial
para que este lo distribuya por todo el organismo y llegue al sistema celular. El tubo digestivo, por su parte, absorbe
los alimentos, los envía a la sangre, a través de ella llegan al hígado para
que éste los procese y los distribuya de nuevo a través de la sangre y lleguen
otra vez al medio celular. De esta
forma las células reciben oxígeno y el alimento que necesitan,
pero a su vez, generan productos de desecho. Al recibir oxígeno, las
células producen anhídrido carbónico,
que en forma de ácido carbónico pasa
al plasma intersticial, luego al sistema vascular venoso y de éste al pulmón que se encarga de eliminarlo del
organismo.
La célula, por tanto come, por supuesto, los restos no nutritivos se excretan en
forma de heces fecales, pero se
nutre de alimentos de diferente tipo. Si recibe grasas de los alimentos, genera
residuos metabólicos en forma de ácidos grasos que pasan al plasma intersticial. De ahí son
transportados al sistema vascular venoso,
que los lleva hasta el hígado para
ser excretados en forma de sal o bilis. Cuando
recibe proteínas, el residuo es ácido úrico, que pasa al plasma intersticial y de ahí al riñón.
Así funciona nuestro sistema de limpieza, de una manera eficiente y perfecta, pero si se satura por falta de higiene o
malos hábitos, el espacio acuoso se ensucia y las células no pueden vivir adecuadamente rodeadas de sus propias
toxinas, ya que el entorno está impregnado de ácidos grasos, ácido úrico y
de gas carbónico. Esto tiene como consecuencia que las células se queden sin nutrientes
ni oxígeno, produciéndose una acidosis metabólica.
A partir de aquí
pueden pasar dos cosas:
La primera es que las células se mueran, lo que hace que se acumulen dando
lugar a fibromas o quistes. Estos fibromas o quistes, en principio, se
van a localizar en tejidos u órganos menos vitales como las mamas, los ovarios o la próstata, pero
si la intoxicación se produce en tejidos centrales, aparecerán fibrosis o quistes en los pulmones, el hígado o el riñón. Si la intoxicación se produce a nivel del sistema nervioso central, se morirán neuronas.
Si las que mueren están en la base del
cerebro, esto dará lugar al Parkinson
y si son las del sistema nervioso central, surgirá el alzheimer. Si se mueren las de los axones, la mielina y las dendritas, esto dará lugar a enfermedades
degenerativas como por ejemplo, la ELA.
En segundo lugar, si las células sobreviven, estas pueden retener líquidos y
formar un película acuosa a su alrededor como un globo de agua, que les permite estar en contacto con el capilar arterial pero no con el medio
acuoso tóxico. Así reciben oxígeno y
nutrientes, pero los ácidos de las secreciones siguen impregnando el medio extracelular, lo que provoca que
los tejidos se hinchen y la persona empiece a engordar por acumulación de
toxinas. Además, estas personas siguen engordando y hagan lo que hagan, no
consiguen adelgazar.
Otra cosa que puede ocurrir es que los ácidos se neutralicen
mediante su conversión en sales, es decir, la célula trata de sobrevivir en un medio hostil, ácido
tratando de convertirlo en básico
y utilizando para ello sales reguladoras que toma de otras partes del
cuerpo, en química esto se llama tamponar.
Para neutralizar el ácido úrico el
organismo genera urato sódico, que
da lugar a problemas como la artritis.
Para neutralizar el ácido carbónico,
generan carbonato cálcico, tomando sales alcalinas, por ejemplo, de los huesos y generando osteoporosis. Además, cuando estas sales se precipitan en los tejidos blandos pueden generar calcificaciones.
Otra cosa que puede ocurrir es que los ácidos se drenen
a través de la piel o las mucosas, lo que puede dar lugar a problemas como el acné, o la psoriasis…
También y por último, pueden mutar, autorreplicándose rápidamente, lo que dará lugar
al cáncer. Éste sólo es cultivado en
un medio ácido, ya que las células saludables son alcalinas y mueren fuera de su medio alcalino. Además, un ambiente ácido está menos oxigenado. El Dr. Otto
H. Warburg afirmó en su obra, “El
Metabolismo de los Tumores” que todas las formas de cáncer se caracterizan por dos
condiciones básicas: La acidosis y
la hipoxia (falta de oxígeno).
Como vemos el estado
de nuestro líquido intersticial es vital para la salud y la vida.
Para el Dr. Gottfried Cornelissen, estos son los factores
estresantes que hacen que nuestro organismo acumule un exceso de
toxinas:
La acidificación del organismo, debida a una mala alimentación (ingesta de grasas saturadas, proteínas e
hidratos de carbono refinados).
La intoxicación por metales pesados: mercurio, cadmio,
plomo…
La iatrogenia o daño producido por los fármacos.
La contaminación medioambiental, química
y electromagnética, cuando produce una neurotoxicidad
generalizada con estrés del sistema nervioso central, asociado a
insuficiencias endocrinas, especialmente por funcionamiento deficiente de hipófisis e hipotálamo.
Enfermamos cuando nuestro estilo de vida y nuestra
alimentación son antifisiológicos. ¿Qué podemos hacer, entonces, para mantenernos
saludables?
En primer lugar depurar el ecosistema de la célula, principalmente con agua alcalina o agua de mar, en segundo lugar, ayunar. Cuidar nuestra higiene interna
que tanto hemos olvidado, limpiar nuestros intestinos y nuestros órganos de eliminación, desparasitar,
pasarse a una dieta alcalinizante con
base en frutas y verduras crudas, hacer
ejercicio, descansar y estar en paz. Amarnos y cuidarnos para
avanzar en la vida fluyendo con ella y que toda nuestra carga tóxica se libere.
El “Sistema Básico de Pischinger” está presente en todos los órganos del cuerpo y hace que éste
funcione como un todo. Cuando hay una agresión, todo el Sistema de Pischinger junto con el sistema nervioso reaccionan
posibilitando, así, la supervivencia. Las
variaciones que generen modificaciones imposibles de resolver para el cuerpo,
producen alteraciones, que son locales en el organismo al principio y que se hacen generales después. La
persistencia y agravamiento de estas alteraciones se van a manifestar en el
lugar más propenso a la enfermedad.
Así que, si queremos un cuerpo saludable,
el primer paso es ser conscientes de
nuestros hábitos equivocados para poder modificarlos y depurar.
FUENTES:
Dr. Alberto Martí Boch. Conferencias y entrevistas.
La terapia Gerson. Charlotte Gerson y Morton Walker. Ediciones
Obelisco, 2011.
La Milagrosa Dieta del PH. Robert O, Young y Shelley
Redford Young. Ediciones Obelisco, 2012.
Los secretos Eternos de la Salud. Andreas Moritz. Ediciones
Obelisco, 2008.
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