“La emoción es la
principal fuente de los procesos conscientes. No puede haber transformación de
la oscuridad en luz ni de la apatía en movimiento sin emoción”.
Carl
Jung
Cada persona tiene una percepción diferente de lo que le
rodea. Ante circunstancias similares nuestras respuestas son múltiples y
variadas, las penalidades o la armonía,
el estrés y la relajación, la felicidad y la tristeza, la excitación y el
aburrimiento son reflejo de las creencias
de la persona que las experimenta. Nuestras creencias nos conducen a sentir que siempre tenemos razón y
buscamos personas a nuestro alrededor que nos reafirmen en nuestra convicción.
Muchas de estas creencias toman la forma de juicios
y son precisamente esos juicios los
que otorgan a la creencia su valor emocional. Así que si yo creo que
mi experiencia es para estar triste, me pongo triste, si creo que tengo que
odiar, odio…igualmente si es momento, porque así lo creo, de estar alegre, lo
estoy. Por ejemplo en Navidades,
sean cuales sean nuestras circunstancias, nos cambia la percepción y nos
ponemos eufóricos. También hay quien dice que no le gustan esas fechas
porque se pone triste y se pone muy triste…
Los juicios son también
proyecciones. La proyección es un mecanismo psicológico de
todos, mediante el cual el individuo atribuye a otras personas sentimientos,
pensamientos o impulsos propios que niega o le resultan inaceptables. Vemos
en los otros lo que tenemos dentro, de forma que nuestras cualidades, deseos o
sentimientos son proyectados sobre otras personas.
A menudo pensamos que “conocemos”
a los otros, cuando en verdad lo que estamos haciendo es proyectar sobre ellos nuestra propia realidad. Lo que atribuimos a
otros es, en verdad, una afirmación
sobre nosotros mismos; son aspectos de nosotros que no nos gustan y de los que
no deseamos hacernos responsables.
El mundo interno tiende
a colorear el mundo externo con sus propias características. Si en lugar de proyectar, nos venos
en lo que creemos de otras personas, nos podemos encontrar, pero preferimos
dejar fuera lo que sólo a nosotros nos pertenece. Al final, este mecanismo nos conduce
al sufrimiento, porque el juicio que emitimos es un juicio propio que nos convierte en víctimas o verdugos, nos hace sentir desconfianza
en la vida y crea enfermedad, porque nuestro cuerpo refleja todas nuestras
mareas internas.
Igualmente, ante grandes problemas o estresores cotidianos tendemos a sentir agobio,
ansiedad y tristeza. Nuestro cuerpo reacciona y se produce una “respuesta de estrés” que a la larga
puede causar alteraciones como herpes,
problemas intestinales, cefaleas, resfriados, etc. y tendencia a adquirir malos
hábitos como fumar, beber, comer mal,
etc., que también perjudican nuestra salud.
No obstante, las investigaciones revelan que no son los acontecimientos estresantes en sí, los
problemas o las relaciones con otros los que alteran nuestra salud, sino la valoración que hacemos
de ellos y cómo los afrontamos. Las enfermedades muchas veces proceden de emociones no procesadas, no expresadas,
reprimidas. El miedo, que es la
ausencia de amor, es la gran
enfermedad que afecta a nuestra cultura.
La mente tiene una incidencia importante en la aparición de
la enfermedad, creamos lo que creemos y eso es lo que “nos pone malos”. Por ejemplo, las enfermedades autoinmunes son
enfermedades de auto reconocimiento que se dan no sólo en el plano físico, sino
que frecuentemente se relacionan con patrones de auto rechazo en el campo
emocional, por eso hay una enorme relación entre la enfermedad autoinmune y los
trastornos emocionales.
Igualmente, la enfermedad está muy relacionada con la
fricción que se produce cuando la personalidad se resiste a los mensajes internos, cuando no hay coherencia entre lo que pensamos, sentimos y cómo actuamos. Cuando
vamos en la dirección opuesta al alma.
El 60% de
las enfermedades crónicas, al menos,
tienen su origen en nuestro campo de
conciencia emocional, perturbaciones emocionales, emociones negativas y
emociones reprimidas. De un 5 a
un 10% pueden tener su origen en una manera errónea de pensar, es decir, se
generan en nuestro campo de conciencia mental, y el resto son de origen físico.
Según un artículo publicado por “The Atlantic”, las emociones tienden a
sentirse en el cuerpo de forma muy parecida en todas las personas,
independientemente de la edad, el género o la nacionalidad.
Los resultados del
experimento que probaba tales resultados revelan percepciones subjetivas sobre
el impacto que tiene nuestro estado mental en el cuerpo, una combinación de
reacciones musculares y viscerales, así como respuestas del sistema nervioso.
Cuando el estrés se
vuelve crónico, nuestro sistema
inmunológico se hace cada vez más insensible al cortisol y dado que en parte la inflamación es regulada por esta
hormona, aumenta la respuesta inflamatoria, lo que permite que la inflamación
se vaya a todas partes.
El siguiente texto nos permite igualmente comprobar que somos
seres emocionales, que cuerpo y mente están absolutamente vinculados y que todo
lo que se convierte en una herida emocional, camina con nosotros oculto, hasta
que por fidelidad a las fechas o a cualquier tipo de percepción vuelve a
nosotros, muchas veces en forma de dolor repetitivo.
“Cuando las emociones
nos desbordan, cuando el mar se agita y crece a merced del viento de la vida y
el furor ensordecedor de la tormenta nos aturde, a menudo el cuerpo toma el
timón, recoge velas si es preciso, abre una tregua y guarda en silencio el
dolor, la rabia, la pena, el desconcierto, el miedo inmenso de perder lo que
amamos, de sabernos un mero juguete de las olas.
Sí, el cuerpo atesora y esconde lo que somos incapaces de sentir, sin retener,
en un determinado momento… pero no olvida. No, al contrario, suele grabar
a fuego en cada célula las fechas, los días señalados, los
recuerdos.
Y así, cuando se
acercan los aniversarios de las tragedias, aunque hayan pasado años, la
inquietud y la tensión aumentan, el dolor despierta y, muy probablemente enfermamos
o caemos simplemente al suelo, al tropezar de la forma más tonta o, quizá, nos
cortamos sin querer mientras preparamos la cena.
Da igual, el cuerpo
siempre encuentra la manera de hacernos saber que hay un montón de emociones pendientes,
de historias inconclusas que piden a gritos salir, ver la luz, sentirse en paz,
perdonadas, queridas, mimadas y arropadas.
La vida se expande,
adquiere nuevas perspectivas, se eleva cuando nos permitimos completar con amor
los círculos.
Tal vez, incluso,
algunos de estos círculos lleven sin cerrar milenios porque de la misma forma
que heredamos las tierras, el dinero o el tono de piel, pasan de generación en
generación los conflictos no resueltos.
Probablemente nacemos
ya con corazas de emociones, que pesan tanto o más que las de hierro y vamos
arrastrando a lo largo de la vida sin saberlo.
Pues bien, ahora que
todo está cambiando, que las estructuras del mundo de antes se tambalean y ya
no nos sostienen es el momento ideal para hacer limpieza a fondo y, con cariño,
barrer antiguas creencias que nos impiden sentirnos merecedores de lo mejor de
la vida: el amor, la prosperidad, la alegría…
Al resquebrajarse las
corazas que aprisionan al alma y al cuerpo, quizá nos resistamos y duela un
poco. Es normal, ¡es tan profundo el hábito del sufrimiento!
Pero aunque nos de
miedo, hay que dar el paso como se atreven a darlo los gusanos, si no
difícilmente volaremos como las mariposas”.
Mercé
Castro Puig "Volver a Vivir"
La mente que no deja de parlotear,
de emitir juicios hacia el jefe, el
vecino, los políticos, la Seguridad Social, el mundo; que no deja de recordarte
lo estúpido que eres, lo poco que vales, lo egoísta que es tu pareja,…no puede
mantener la conexión intuitiva con
el alma sino con el ego. Desde el ego la
paz es imposible, ya que éste siempre está manifestando carencia de algo y
siempre está en lucha. El único modo de encontrar una comprensión pacífica es abandonar los papeles de víctima y verdugo, experimentar la vida
con sus circunstancias y lidiar con cada
emoción dolorosa, verla de cerca, sentirla para sanarla, sin juicio hacia
nosotros, hacia otros o hacia la propia vida para que el círculo se cierre.
“El dolor es
inevitable, pero el sufrimiento es opcional”
Buda