Alimentos que Debemos Evitar


Muchos de los alimentos que hemos asumido como saludables e imprescindibles en nuestra dieta, son alimentos que no sólo no se digieren bien y roban nuestra energía, sino que además, nos conducen a problemas serios de salud. En cualquier lugar al que acudamos a comprar o comer, encontraremos alimentos que no son fisiológicos. Nos ensucian, nos roban vitalidad, generan excesos y carencias nutricionales, generan también adicciones y además contribuyen a la toxemia corporal, relacionada directamente con la enfermedad.


¿Qué Alimentos  Perjudican Nuestra Salud?

Los Refinados y Azúcares Industriales: Azúcar blanca, jarabe de maíz de alta fructosa, harina blanca, arroz blanco, aceites refinados, sal refinada (sal de mesa) y los alimentos que los contienen (alimentos industrializados, bebidas carbonatadas, golosinas, panificados, copos de cereales, productos dietéticos…)


Las Margarinas (Aceites vegetales hidrogenados) y los múltiples productos que los contienen: helados, lácteos, golosinas, patatas fritas, panificados…

Los Almidones de Alimentos no Fisiológicos: Cereales y tubérculos. A evitar por la estimulación sobre hongos y parásitos, por su aporte a la toxemia corporal, por su influencia en problemas con el índice glucémico (resistencia a la insulina), porque en muchos casos son transgénicos y porque generan una fuerte adicción.

La Soja en forma de granos, harinas, texturizados, aceites refinados, proteína aislada o leche. No hay mucha evidencia de los problemas que su consumo regular podría ocasionar.

Alimentos Cocinados por Encima de los 100º C (punto de ebullición del agua), porque generan compuestos artificiales (cancerígenos y mutagénicos) y la reacción defensiva que realiza el cuerpo cuando los consumimos (leucocitosis postprandial).
Edulcorantes, Colorantes y Aditivos Sintéticos, y los alimentos que los contienen, dado que engañan al cuerpo, lo que da lugar a hipoglucemia y obesidad,  inhiben la química corporal e intoxican.

Todos los Alimentos que Contienen Cafeína (café, té y todas las bebidas energizantes y bebidas de cola), porque en exceso es muy adictiva y acidifica nuestro organismo.


Productos Animales de Cría Industrial, incluidos lácteos y derivados.

También es importante evitar el tabaco y el alcohol y los fármacos asumidos como necesarios e  inofensivos: antiácidos, antibióticos, antiinflamatorios, analgésicos...

No olvidemos que para afrontar cualquier problema de salud, es mejor quitar, que añadir un producto “curativo”. Antes de tomar un remedio cualquiera, puedes observar lo que comes y cómo comes.

Prescindiendo de todos estos alimentos no sabemos qué comer ni lo que hacer, sin embargo si eliminas de tu dieta cualquiera de ellos, notarás la diferencia. El cuerpo agradece que colabores con él proporcionándole alimentos fisiológicos. Para que recuerdes lo que es un alimento fisiológico te diré que es aquel que nutre pero no ensucia, da energía, vitaliza y depura. En definitiva, aquel que puede ser correctamente procesado por las enzimas digestivas, las mucinas y la flora intestinal.


Por Probar no Pierdes Nada.



Lucía Madrigal                 



Depuración y Salud


Cada ser humano está compuesto por 50 billones de células. Cuanto mejor comprendemos la célula y todo su  entorno, es más fácil entender la comunidad celular que compone el cuerpo humano. Las células individuales se regulan en función de su percepción del entorno, son tan inteligentes que pueden sobrevivir sin ayuda, como ha sido demostrado en diferentes experimentos, y analizan miles de estímulos procedentes del microambiente en el que habitan. Las señales ambientales impulsan la vida celular y nuestra propia vida.


Somos como las células. Las señales ambientales nos estimulan y nos proporcionan, supuestamente, lo que necesitamos para vivir, y… vivir vivimos, pero en un medio cada vez más tóxico, que sin escrúpulos continúa envenenando el planeta y a nosotros. En realidad, somos nosotros los que nos envenenamos aceptando las cosas sin cuestionarlas. Tenemos tanto miedo a la muerte y tan poca confianza en la vida y en nosotros mismos, que no caemos en que podemos crear algo mejor, pero desde dentro y empezando por limpiar lo de dentro. Empezando a depurar.

Nuestra conciencia se despliega hacia fuera exactamente igual que hacia dentro, y así, como todo se envenena nosotros nos envenenamos. El cuerpo busca las mejores soluciones y  nuestras células viven hasta que llegan a un punto de toxicidad tal, que tienen que buscar el mejor recurso para sobrevivir, o morir en el intento. No caemos en que podemos limpiar lo que hemos ensuciado, para permitir que el cuerpo despliegue su capacidad sanadora, porque mientras exista la toxicidad dentro de nosotros, de nuestro ser físico y consecuentemente de nuestra mente y emociones, el planeta no se salvará, ni nosotros tampoco. Somos el mundo en que habitamos.


Hasta hace unos años se creía que la inteligencia de la célula se encontraba en el núcleo (así nos lo enseñaron en el colegio), además, con el descubrimiento del genoma, creímos que estábamos supeditados al poder de nuestros genes, sin embargo, hoy se sabe que nuestros genes no marcan el ritmo de la vida y que el núcleo no es el centro inteligente en una célula. Como afirma Bruce Lipton, biólogo molecular, la clave de todas las funciones de la vida celular está en la membrana y en el líquido extracelular.

Para mostrar un comportamiento inteligente, las células precisan que la membrana funcione, y que sus proteínas, tanto las receptoras como las afectoras estén intactas. En tan sólo un momento se producen cientos de miles de cambios en la membrana celular, de modo que el comportamiento de la célula solo puede entenderse cuando se consideran todos esos cambios en su conjunto. Pero las células nadan en el líquido extracelular y  a través de él, les llega lo que necesitan: nutrientes, energía, oxígeno y alcalinidad.

El líquido extracelular es el responsable de asegurar su supervivencia. A través de él se transmite información y se transportan sustancias, tanto nutrientes como productos de desecho. Esto significa que si este líquido está sucio, la comunicación entre las células es inadecuada, a ellas no les llegan los nutrientes que necesitan, no reciben oxígeno y el PH corporal se altera. Cuando el medio está intoxicado, es decir, cuando se liberan más tóxicos de los que el cuerpo es capaz de gestionar, la célula funcionará inadecuadamente y su replicación será deficiente. Esto es un síntoma del primer desorden interno, pero si el proceso se va agravando, porque la intoxicación continúa, se pone en riesgo la vida de la célula y no de una sola, sino de todas las células del cuerpo, puesto que todas están en comunicación a través del líquido extracelular.


¿Por qué explicamos todo esto? Porque para empezar a depurar, es clave entender que cuando estamos en contacto con la basura, nos ensuciamos y que al igual que nos bañamos, necesitamos limpiarnos por dentro. Lo más inmediato, cuando nuestro cuerpo se queja, es restablecer el orden corporal usando la limpieza y una dieta que no genere tóxicos. Como dice Néstor Palmetti “Limpiar y no ensuciar”. “Nuestro único deber es ser higiénicos y ordenados”. Lo demás lo hace el propio cuerpo con su infinita sabiduría, en la que no cabe la mente.

Nada se crea por casualidad, todo lo generamos desde nuestro interior, incluso nuestros asuntos de salud son simples intentos de supervivencia que hace el cuerpo, que ni se suicida ni nos traiciona, simplemente busca su equilibrio. Así que, somos responsables de lo que nos pasa. Y no nos confundamos, no existe la enfermedad tal como la entendemos, existe la toxicidad imposible de gestionar por nuestro organismo. 


En nuestro deseo de estar bien, no pensamos nunca en liberar toda nuestra carga o en cambiar de hábitos, sino que buscamos la pastilla milagrosa o permitimos que se nos sugiera hasta la posibilidad de experimentar con nosotros y nuestros cuerpos, pero en un organismo tóxico no existe otra alternativa que la de limpiar, de otro modo, el problema se sitúa en otro lugar de nuestro interior y continuamos sintiendo el cuerpo como un cuerpo enfermo. Y es que el cuerpo no trabaja por pedazos, todo está unido, todo tiene que ver con todo, y sólo hay dos estados posibles, el orden y el desorden.


Somos seres saludables, cuidar nuestro cuerpo es un asunto de amor. Sólo el cuerpo cura, podemos entretenernos con medicaciones eternas, asumir que nos morimos, que envejecemos y enfermamos. Sin embargo, básicamente estamos sucios, acumulamos nuestra toxicidad año tras año de nuestra vida. Como decía Carlos Kozel, médico alemán, “curar es limpiar” y sólo nosotros somos responsables de limpiar lo que hemos ensuciado.

La salud es un bien muy preciado que sólo valoramos cuando lo perdemos y curiosamente, somos nosotros quienes la deterioramos, sin conciencia de que estamos rodeados de tóxicos ambientales dentro y fuera de nuestros hogares y sobro todo, comiendo alimentos muy procesados y dañinos y  buscando soluciones rápidas.


Cuando limpiamos, nuestra mente se aclara y somos más capaces de gestionar nuestras emociones. Hemos crecido en un mundo lleno de falacias que la ciencia y en  este caso la medicina se han encargado de apoyar. Para el dinero no existe el ser humano sino las ganancias y el poder. Desde nuestro lado, sólo podemos abordar nuestros problemas utilizando todos los recursos en nuestras manos para depurar.

Para abordar un trabajo depurativo, primero, hemos de ser conscientes de que lo que nos pasa, lo creamos nosotros con nuestros hábitos de vida antifisiológicos y dañinos. El funcionamiento del cuerpo es perfecto. No necesita ayudantes sino colaboradores que le amen y respeten. Tenemos este cuerpo perfecto y a través de él se expresa lo que somos, está sucio, bloqueado, pero esto tiene una solución fácil e inmediata: “Limpiar y no ensuciar”.



FUENTES:

Depuración corporal. Néstor Palmetti. Kier, 2013.

Cuerpo Saludable, Néstor Palmetti. Argentina, 2010.

Los Secretos Eternos de la Salud. Andreas Moritz. Ediciones Obelisco, 2010.

El Libro de la desintoxicación y la salud. Ruediger Dahlke y Doris Ehrenberger. Ediciones Robinbook, 1999.



Lucía Madrigal                



Los Fermentos Lácteos: Yogur y Kéfir


Todos conocemos las leches fermentadas, técnicamente, son productos lácteos procedentes de cultivos lácteos, que se obtienen por fermentación de la leche, con o sin modificaciones en su composición, por medio de microorganismos adecuados que promueven la reducción del PH, con o sin coagulación.


Yogur:

Es una fermentación de la leche que se produce mediante la coagulación y acidificación y que se lleva a cabo por cultivos simbióticos de Streptococcus thermophilus y Lactobacillus, del brueckii subesp. Bulgaricus, hongos microscópicos que son conocidos como el fermento búlgaro o Maya. Hay también yogures en base a cultivos alternativos como el Streptococcus thermophilus y toda la especie Lactobacillus como el Lactobacillus acidophilus.

La ventaja del yogur es que nos provee de fermentos y bacterias bióticas que regeneran la flora bacteriana intestinal y nos ayudan a evitar putrefacciones intestinales. Además contiene ácido láctico que tiene un papel probiótico, incrementando el número de lactobacilos.


En Bulgaria, la cuna del yogur, donde forma parte de la dieta desde hace siglos y donde está considerado como muy beneficioso,  toman el yogur con precaución y en pequeñas cantidades. En cambio, el consumo de yogur y sucedáneos en occidente es excesivo y aunque hay personas que preparan su yogur casero, en general, se compra y consume yogur industrial, un alimento denso y fuerte que tomado desmesuradamente puede perjudicar la salud en vez de beneficiarla.

Normalmente los yogures se hacen con leche parcialmente descremada, a la que se añaden sólidos lácteos complementarios bajo forma de  leche en polvo seca, sin grasa  o leche desnatada condensada. Con esto se proporciona un sabor más intenso, una textura espesa y se añaden, además, proteínas y calcio complementario. La leche así fortalecida es a continuación pasteurizada enfriada e inoculada con un cultivo de yogur.

Después de ser inoculados, los cultivos se dejan desarrollar hasta que se consigue un grado de acidez adecuado, entonces se congelan para darles consistencia y para poder manejarlos sin que se disgreguen. A esta mezcla algunas empresas le ponen aditivos para conseguir la textura adecuada, por ejemplo, dextrosa un tipo de azúcar para endulzarlo; o bien, almidón de maíz, gelatina o carragenato, un producto sometido a una estricta investigación por la FDA, ya que está relacionado con algunas patologías, como la colitis ulcerosa.

A los yogures de sabores se les añaden otros aditivos más, algunos de los cuales son poco fiables e incluso considerados peligrosos para la salud. El resultado de todo esto es un fermentado que ha aumentado su cantidad de proteínas, grasas y minerales, que es de difícil digestión y que nos produce exceso de saciedad por su densidad y concentración.


Aunque la leche que se utiliza para el yogur está parcialmente descremada, el consumo de grasa no se resuelve optando por productos descremados, que en muchos casos apenas disminuyen un 25% su contenido graso. Los términos “bajo en grasa” o “0% de grasa” pertenecen al  lenguaje del marketing. Cuando leemos que un producto tiene un 2% de grasa esto indica que por cada 100 gr de leche hay 2 de materia grasa y un 2% de materia grasa ya es mucha cantidad. Además en los productos 0% grasa, como no se detecta ninguna materia grasa en la boca, no se produce la activación del flujo biliar necesario para la digestión de grasas y proteínas, por lo que digerimos peor las proteínas y se genera putrefacción intestinal.

A esto hay que añadir que si prefieres tomar yogures desnatados, casi todas las marcas te obligan a consumir edulcorantes, puesto que no sólo quitan la grasa sino también el azúcar de la leche y como contrapartida se le añaden aditivos para saborizar y edulcorar.

Por ejemplo en algunos yogures comerciales “línea 0”, es decir “0% grasa” podemos encontrar:

Estabilizante E-1422, esto es almidón modificado de tapioca o de maíz.

Emulsificante E441, es decir, gelatina de procedencia animal.

Espesantes E407 (carragenanos) y E-415 (goma xantana).

Edulcorante E-955(sucralosa).

Espesante E-440 (pectina).

Conservante E-202 (sorbato potásico) que a veces produce reacciones alérgicas.

Colorantes E-163 (antocianinas) y E120 (carmín). Este colorante se consigue machacando insectos de la familia “coccus cactis” (cochinillas). Su consumo puede producir alergias, asma e hiperactividad.

Tantos aditivos ¿para qué? ¿Realmente es esto un yogur? ¿Los cultivos consiguen vivir en ese medio? Por poco tiempo, claro. El yogur comercial debe tener fecha de caducidad y consumirse pronto. Aunque puede durar en el frigorífico, sus cualidades bacterianas son de más corta duración que las del yogur casero. Aproximadamente a la semana, el yogur se transforma, según la American Medical association, en “CARA leche agria”. Algunos tipos de “yogur” son tratados térmicamente después de la fermentación, lo que inactiva el cultivo, pero lo seguimos llamando yogur.


Y realmente ¿Qué es lo que se vende como yogur? ¿Por qué no es tan saludable como se dice? En primer lugar, las proteínas lácteas del yogur industrial son similares a las de la leche aunque hayan sufrido una ligera transformación, es decir, se siguen digiriendo mal. En segundo lugar, el ácido láctico del yogur se encuentra en un 50%  en forma de levógiro (gira hacia la izquierda), y el otro 50% en dextrógiro (gira a la derecha). El ácido láctico levógiro no encaja en nuestro sistema enzimático y no es asimilable, por lo que es eliminado por nuestro organismo principalmente por vía renal, esto explicaría la incidencia de casos de niños con insuficiencia renal, que consumían 4 yogures al día. La industria alimentaria ha conseguido elaborar algunos yogures con bífidus más activos en los que todo el ácido láctico es dextrógiro, aunque al no consumirse a las 24 horas, el fermento pierde toda su actividad. Muchos problemas para tratarse de un alimento tan saludable.

Todas estas conclusiones están relacionadas con investigaciones de la Universidad alemana de Giessen y otras Universidades europeas y americanas.


Es importante decir que cuando el yogur es artesano o casero y ecológico, la proporción de lactobacillus es mayor, y por tanto la cantidad de ácido láctico dextrógiro, también lo es. Si, además, utilizamos para su elaboración leche de calidad, o mejor aún leche de cabra u oveja, el resultado es más saludable.

La leche de cabra es más digestiva que la de vaca, es un buen reconstituyente de la flora intestinal, ya que tiene una fracción de azúcares y polisacáridos similar a la de la leche humana, neutraliza la acidez estomacal, tiene menos colesterol y más Omega 6, contiene menos lactosa y una  buena concentración de vitaminas y minerales. Como además los yogures de cabra suelen ser artesanales y ecológicos, su calidad, en general, mejora mucho con respecto a los comerciales, el yogur de leche de cabra es, por tanto, mejor. Pero para muchos el mejor yogur es el de leche de oveja ya que tiene un  porcentaje más alto de extracto seco, retiene más proporción de agua después de la coagulación y su grasa tiene mayor contenido de ácido oleico, lo que mejora la consistencia del producto. También estos yogures suelen ser artesanales y ecológicos y por tanto, su calidad mejora con respecto a los comerciales.


Kéfir:

Es un cultivo preparado a partir de gránulos de kéfir, Lactobacillus kefiri, especies del género Leuconostoc, Streptococcus, Lactococcus y Acetobacter que crecen en una estrecha relación específica. Es rico en aminoácidos, vitaminas,  minerales y enzimas y contiene bacterias probióticas y levaduras.  El Kéfir se elabora con leche de vaca, cabra u oveja y procede del Cáucaso. El fermento se hace con bolas grandes de Kéfir y el resultado es una leche fermentada menos densa que el yogur, cuya acidez no neutraliza la acidez del estómago y que consigue coagular la caseína, además de transformar la lactosa en ácido láctico y alcohol. Sus proteínas lácticas no generan tantos antígenos como la leche.

El Kéfir contiene, además, sustancias propias que le dan su característico sabor refrescante, como un 5% de gas carbónico, de 0,6 a 0,9 de ácido láctico y de un 1 a un 2% de alcohol etílico. Los granos de Kéfir de leche se asemejan a las flores de coliflor. El kéfir de leche debe ser consumido en pequeñas cantidades si esto se hace diariamente, ya que puede producir diarreas, hinchazón, gases y dolor abdominal, estreñimiento, erupción cutánea o incluso acné, estas limitaciones no existen con el Kéfir de agua, del que se pueden consumir hasta 3 litros diarios. Por supuesto, el cultivo de Kéfir casero es de mayor calidad y sus propiedades beneficiosas superan al comercial, que no es tan común como el yogur.


Yogur y Kéfir tienen mejor fama que la leche, una de las razones es que ambos, también llamados leches agrias, no generan ningún problema con la lactosa, porque esta se ha transformado en ácido láctico durante la fermentación, (aunque personas alérgicas deben evitar su consumo) y otra es que son más digeribles. Pero, hoy en día es imposible encontrar leche fresca, que también tiene sus inconvenientes, y los procesos de conservación son inevitables, al igual que los tóxicos de las leches comerciales. La leche no es un alimento para consumir tan desmesuradamente como lo hacemos, es versátil y se ha convertido en un alimento de primera necesidad, sin serlo, pero su consumo está relacionado con muchos problemas de salud, varios de los cuales puedes encontrar explicados en este blog.

Hay muchas alternativas. ¿De verdad crees que el consumo de leche en todas sus versiones es tan necesario?



FUENTES:

Lácteos y trigo. Néstor Palmetti. Argentina 2013.

Alimentos saludables. Néstor Palmetti. Argentina, 2013.

Los lácteos y las cien enfermedades que producen. Dr. Jorge Esteves.



Lucía Madrigal              



El Alimento es Energía Sutil


En 1930, el científico ruso Lakhovsky afirmaba que la vida era, ante todo, un legado de la energía. Llegó a decir que las células poseían circuitos oscilantes y quiso ver la fuente de esa energía oscilante en condriomas y cromosomas, que para él eran como tubos de materia aislante entre un líquido semejante al agua de mar. No se equivocó al afirmar que las células emiten energía, aunque su teoría quedara en el olvido. La podemos medir y todo el organismo realiza sus funciones gracias a potenciales eléctricos que las células son capaces de provocar.

Determinadas propiedades de los organismos vivos se transmiten electrónicamente. Así es como los órganos y las células se comunican, por receptores y emisores situados en el ADN y a través del líquido extracelular, muy buen conductor, por cierto.


Cada célula tiene en su interior una pequeña “pila”, la mitocondria que debe estar a pleno rendimiento para que nosotros nos mantengamos saludables. Es por eso que decimos que el alimento cumple una función energética y que no es lo mismo tomar alimentos de baja vibración que aquellos cuya vibración es más alta. La función del alimento es, por tanto, vitalizar y garantizar el metabolismo energético, basado en fenómenos de transmutación biológica, sintonización y resonancia entre órganos y alimentos. Cuando un alimento es de alta vibración, el organismo lo metaboliza sin ningún esfuerzo, la energía del alimento es transferida fácilmente a él, que además,se beneficia de este aporte energético elevado. Pero si la vibración del alimento es baja, el organismo tiene que bajar la suya propia para metabolizarlo, lo que supone para él un esfuerzo muy grande. Si este esfuerzo lo hace muy a menudo, el cuerpo se agota, baja su frecuencia, se desvitaliza y enferma. De ahí la importancia de mantener el patrón original de lo que comemos y de alimentarnos con  alimentos superiores como frutas, hortalizas y semillas que resuenen por encima de los 8.000 angstroms.


Todos los seres vivos partimos de unos campos energéticos de organización sutil o CEOS. El concepto de CEOS está asentado sobre, ambos, conocimiento científico e intuitivo y enraizado con todas las culturas ancestrales. La existencia de CEOS está basada en la idea de que todos los sistemas vivientes están rodeados e impregnados por un patrón energético, una especie de plantilla energética, que determina el funcionamiento de ese sistema en cada nivel. Son campos, a modo de los campos morfogenéticos de Rupert Sheldrake, que están presentes antes de que se materialice la forma física. Es la energía, la fuerza vital sin la cual la materialización de la vida sería imposible.  Los CEOS existen antes de los niveles físicos de nuestra existencia  y están reflejados en los niveles sutiles de nuestros seres físicos, mentales y espirituales.

Si atendemos al alimento, encontramos que según la teoría mecanicista, su utilidad es medida sobre la base de la cantidad de proteínas, carbohidratos o grasa que contiene y su valor calórico. Pero esta teoría está incompleta, ya que no tiene en cuenta que el ser humano es un organismo de múltiples niveles que operan en planos mentales-corporales y espirituales y que abarcamos  una variedad de energías sutiles que sostienen la función vital. No nos alimentamos sólo de materia  sino también de energía.


Todos los seres vivos tienen CEOS. Cuando comemos se produce una interacción dinámica entre los CEOS del alimento y los nuestros. Lo que comemos es una de las formas específicas, en las que la energía de la naturaleza nos es transferida. El alimento fresco, crudo, vivo y sin procesar es el que más realza nuestros CEOS y por consiguiente es el más saludable para nosotros. La transferencia de estos CEOS, se explica también desde la idea de que no comemos sólo materia, sino que nos hacemos uno con todo lo que entra a nuestro interior. Al cocinar los alimentos los CEOS o la fuerza vital desaparecen. La plantilla se apaga y desaparece la función energética.

El profesor Israel Brekhman de la Far East Scientific Centre Academy of Sciences en Vladivostock desarrolló una medición denominada Unidades Significativas de Acción (USA), que aplicó a la cantidad de trabajo que podía hacer un animal, tras la ingestión de un alimento determinado. Él descubrió que los alimentos vivos tienen más de estas unidades Usa, que aquellos que han sido cocinados y que los animales podían trabajar por más tiempo, cuando comían alimentos sin procesar. El experimento desafía la teoría tradicional de que los alimentos portan la misma energía crudos que cocinados, porque este nuevo paradigma y comprensión de la nutrición sugiere que hay niveles energéticos adicionales, asociados al alimento y que comer crudo mejora los niveles de energía y la calidad de la salud del individuo, ya que esta se ve realzada por los CEOS.


Este fenómeno se puede comprender con las enzimas. Los alimentos vivos vienen con sus propias enzimas, que ayudan a la digestión cuando las ingerimos. La cocción inactiva las enzimas. Para compensar, el cuerpo consume sus enzimas de reserva, lo que da como  resultado una merma acelerada de sus propias enzimas. Teóricamente en el nivel de los CEOS  también ocurre esta disminución de los niveles de energía. Si aportamos energía a partir del alimento, energizamos a nuestros CEOS lo que nos permite revertir, en cierto grado, los procesos de envejecimiento. Esto se produce cuando el cuerpo transforma su desorden en orden, es decir,  se vuelve más organizado en su funcionamiento. El envejecimiento no es más que un aumento en la entropía o nivel de desorganización.

Todo esto no es un misterio, son leyes naturales, ya descritas en los sistemas curativos más antiguos cuya  efectividad ha sido probada en múltiples ocasiones. Con esta teoría de los CEOS podemos comprender mejor los procesos de salud, enfermedad  y envejecimiento. Somos energía y todos los procesos mentales, corporales o emocionales que no están regidos por las leyes naturales nos desordenan y nos hacen proclives a múltiples disfunciones.


La enfermedad no es más que un estado de desorden, provocado por la poca atención que nos prestamos, por nuestros malos hábitos de vida y por nuestra mala alimentación. Es verdad, que a estas alturas, parece que todo está permitido, que lo aguantamos todo, que nuestro organismo es una máquina que necesita sólo pastillas milagrosas (inexistentes, por cierto), y que, normalmente, nos cuestionamos muy poco las cosas. Pero sería de gran valor para la vida y para el mundo empezar a sentir la necesidad de amar y respetar a nuestro cuerpo. Eliminar el caos interno, promover la depuración y la limpieza, porque nunca veremos fuera lo que no tenemos dentro. Lo que nos rodea es un reflejo de nosotros mismos, podemos criticarlo, juzgarlo y tirar balones fuera. Sin embargo, con esa actitud no hacemos otra cosa que arremeter contra nosotros.



FUENTES:

Nutrición Consciente. Olivia González Alonso. Ediciones i, 2011.
Alimentación Consciente. Gabriel Cousens. Epidauro, 2011.
Nutrición vitalizante. Néstor Palmetti. Argentina, 2012.



Lucía Madrigal                  



¿Sabemos lo que nos Pasa?


Vivimos en un momento de ignorancia y reduccionismo. Creemos que lo sabemos todo y el conocimiento que tenemos de las cosas está tan fragmentado que no sabemos de nada. Nos hemos especializado tanto que, tras las mesas de nuestros despachos, nos hemos olvidado de la maravilla funcional que es el cuerpo, lo que conduce a que cada vez sepamos menos de él y de nosotros. Somos ajenos a nuestro cuerpo y su funcionamiento.


Sirva como ejemplo, el hecho de que en 2005, se otorgara el Premio Nobel por el descubrimiento de la Helicobacter Pylori, como causa de la úlcera estomacal y la misma ciencia descubriera después, que esta bacteria había estado con nosotros desde hacía 60.000 años. Es tan grande nuestra ignorancia que el Instituto Nacional de Salud de EEUU aprobó en 2007 un plan de cinco años para investigar el microbioma humano, porque no se conoce, porque no se entiende y porque lo que antes era un dogma, ya no sirve, puesto que el cuerpo es una entidad única y particular conocida por cada individuo, mejor que por nadie.

Tampoco se conoce bien cómo funciona el sistema hormonal o para qué exactamente sirven el apéndice o las anginas… o si el colesterol es una causa o una consecuencia... Con esta visión fragmentada y errónea no entendemos los esfuerzos que hace el organismo para recuperar el equilibrio, para mantener estable la vida a través de la homeostasis, reprimimos la fiebre, el sudor, las diarreas, las gripes, los eccemas… extirpamos órganos, todo ello, sin llegar nunca a las causas que generan los problemas.

Miramos al cuerpo como algo que se estropea, porque es lo normal y nos ponemos en manos de superespecialistas que, como están tan especializados, no entienden el funcionamiento del cuerpo y por tanto, tampoco entienden el órgano en el que están especializados y seguimos dando palos de ciego. Mientras tanto, nuestro supermedicado organismo está cada vez más sucio y menos capacitado para promover su sanación. Lo ensuciamos y nos convertimos en enfermos crónicos o, peor aún,  enfermos y medicados acabamos perdiendo la ilusión por la vida.


En 1971, el Departamento de Agricultura de EEUU publicó un estudio, para evaluar la relación entre las enfermedades y las dietas.

Según este estudio:

La mayoría de los problemas de salud están relacionados con la dieta.

El potencial real de una mejora en nuestra dieta es la prevención de enfermedades.

Las recomendaciones deberían llegar a todos, especialmente a las poblaciones con menos ingresos.

Los mayores beneficios son a mediano y largo plazo. Los cambios tempranos en las dietas pueden evitar el desarrollo de efectos nocivos a largo plazo.

Todas las copias de este estudio se confiscaron, hasta que en 1993, la asociación “Citizens for Health” recibió una, de forma misteriosa, e hizo públicos los datos arriba expuestos.


También en los años 70, Jean Seignalet, médico francés, investigador en química y bilogía, inmunólogo y catedrático de la Universidad de Montpellier, comenzó a investigar la relación entre las enfermedades y la alimentación. Trató durante 30 años a un montón de pacientes a través de pautas nutricionales. Antes de su muerte, concluyó que la acumulación de residuos alimenticios, bacterianos y metabólicos conforma una situación que él llamó “ensuciamiento” y que basta para explicar y curar la gran mayoría de las enfermedades modernas.

Este médico afirmó que la alimentación moderna es la causa principal de las enfermedades contemporáneas. No tenemos un aparato digestivo o una mucosa intestinal adaptada a los alimentos modernos. Esto hace que la digestión de la comida sea insuficiente, la flora se desequilibre, se genere putrefacción, enlentecimiento del bolo alimenticio y sobre todo, permeabilidad de la mucosa intestinal. Esta mayor permeabilidad hace que se facilite la entrada a un montón de macromoléculas en el flujo sanguíneo, lo que trae consigo muchos otros problemas y parásitos.

La mayoría de las personas cree que los parásitos son cosa de  animales, por eso desparasitamos al perro o al gato, pero eso no es así. Con la permeabilidad de la mucosa intestinal se deja la puerta abierta a bacterias, huevos, larvas, quistes y organismos que parasitan la estructura corporal y añaden más suciedad al sistema. Escuchamos esto y pensamos que no es posible que sea así, puesto que identificamos al parásito con su significado literal, pero el problema real es que todos estos bichitos comen y defecan sustancias, como la histamina, que tienen innumerables efectos negativos sobre el organismo. Como la intrusión suele ser muy grande, nuestro sistema inmune se ve desbordado e incluso, en muchos casos elude la acción al localizarse la parasitosis en sitios en los que las defensas corporales están inhibidas, como el cerebro. El tema aún se conoce poco porque aún hay poca investigación al respecto, pero lo que sí se sabe es que tenemos parásitos, aunque los médicos no aborden el problema, y que son un factor de ensuciamiento importantísimo.

Seignalet concluyó:

“Es el equilibrio entre aportes y salidas de desechos lo que determina la evolución de la enfermedad:

Cuando los aportes superan las salidas, más o menos tarde podemos esperar una enfermedad.

Cuando las salidas superan los aportes, el retorno a la normalidad es factible.

La eliminación parcial de los desechos se traduce en una mejora parcial.

La eliminación total de los desechos se traduce en una remisión completa”.


Abordar la enfermedad desde las dietas y la depuración es algo demasiado fácil y la industria farmacéutica y alimentaria dos negocios muy rentables. Además, esto pone la solución en nuestras manos. Todas las enfermedades crónicas o degenerativas desaparecerían, si quisiéramos optar por un cambio de hábitos y dejáramos de buscar la pastilla milagrosa. Sin embargo, en nuestra sociedad, es difícil aceptar que somos los únicos responsables de nuestras vidas y de lo que nos ocurre. Hemos aprendido a comer con nuestros padres y estamos muy limitados por las creencias y los condicionamientos así que,  creemos que lo que nos pasa o es genético, o son los virus o es por estrés. Nada más lejos de la realidad.


Si realmente existiera una causa genética, las generaciones pasadas deberían haber manifestado las mismas patologías que hoy nos invaden. Hay quien cree que existían las mismas cosas, pero como la medicina no había evolucionado, nada se sabía y quien se moría, lo hacía de lo mismo. Sin embargo, es fácil aceptar que nunca ha habido un nivel de contaminación tan alto en el planeta y por tanto, en nuestros cuerpos y que los genes no se expresan si nosotros no creamos el medio adecuado para que eso ocurra. Los genes se programan con hábitos nocivos, los programamos con nuestro estilo de vida.

En cuanto a los virus, ellos nunca son una causa sino una consecuencia. Sólo pueden alimentarse y hacerse fuertes en un hotel que les asegure un entorno favorable o, sobre todo, que no los desaloje con un sistema inmunológico eficiente.

Lo paradójico es que vivimos gracias a los microbios, que tenemos billones en los intestinos, en los conductos nasales, en el pelo, nadando en la superficie de los ojos… Sin los microbios, las funciones corporales no serían posibles. Son ellos quienes digieren nuestros alimentos, quienes nos defienden de gérmenes más peligrosos, quienes reaccionan a los cambios del entorno y nos protegen. George Weinstock, investigador de la Universidad de Washington, en St. Louis (EEUU), afirma que “son partes de nuestros cuerpos de las que no sabemos nada”. Nuestros microbios amigos son muy sensibles y se ven afectados por nuestro modo de vida, por ejemplo, cuando tomamos antibióticos, estimulamos el crecimiento de la cándida. Los virus también dependen de un contexto favorable para poderse expresar.

El estrés es otra de nuestras justificaciones, pero el estrés es otra consecuencia de nuestro desorden interno, de nuestra intoxicación, no es la causa de nada y también depende de un medio adecuado. Si estamos limpios no hay estrés.


¿A qué conclusión podemos llegar tras esto? Los descubrimientos no abordan la dieta porque siempre hemos comido, no es nuevo. Tampoco abordan la depuración porque nos duchamos y nuestro aspecto es limpio. Sin embargo, el aumento de los índices de enfermedad, la baja calidad de vida a medida que envejecemos denotan que el paradigma en el que vivimos es erróneo. No tiene lógica dejar en manos de otros lo que sólo a nosotros nos pertenece. Nos hemos olvidado del cuerpo, no lo sentimos y permitimos que otro, dirigido por los protocolos o las farmacéuticas nos recete la pastilla mágica, que nos calma momentáneamente, pero que nos ensucia cada día más. No se puede conocer el funcionamiento del cuerpo desde la mesa de un despacho, ni recetar sin cuestionar nada. El médico se compromete a no dañar cuando hace su Juramento Hipocrático y obviamente, en su papel está cuestionar lo que nos daña.

Mientras tanto, nosotros podemos empezar a cambiar nuestros hábitos de vida, limpiar y no ensuciar. Promover la sanación desde esa maravilla funcional que es nuestro cuerpo. Empezar un trabajo intenso de depuración y derivar nuestra dieta hacia el alimento fisiológico. Poco a poco, sin prisa, permitiendo al cuerpo que marque su ritmo.

No cuesta nada probar lo que es tan fácil. ¿Te animas a empezar?



FUENTES:

Depuración corporal. Néstor Palmetti. Kier, 2013.

Cuerpo Saludable, Néstor Palmetti. Argentina, 2010.

Los Secretos Eternos de la Salud. Andreas Moritz. Ediciones Obelisco, 2010.

El Libro de la desintoxicación y la salud. Ruediger Dahlke y Doris Ehrenberger. Ediciones Robinbook, 1999.



Lucía Madrigal               



El Azúcar


Nos gusta el sabor dulce. Durante millares de años el ser humano disfrutó de este sabor alimentándose de frutas y miel y aprovechando, a la vez, las vitaminas, minerales, enzimas, ácidos orgánicos, proteínas, agua… contenidos en ambos. Tomábamos azúcar en forma natural, tal como lo ofrecía la naturaleza. A la vez, consumíamos y degustábamos otros sabores y aprovechábamos la multitud de ofertas de las que disponíamos. Nos nutríamos mejor.


Ahora seguimos con una amplia oferta, pero nos hemos desvinculado del alimento natural y optamos por los procesados que, desde luego, no están en armonía con lo que somos, ya que, nuestro organismo no los reconoce. Son alimentos antifisiológicos.


El azúcar es sacarosa, hoy la sacarosa de la fruta y de la miel cruda ha sido, en gran medida, desplazada por la contenida en el jugo de la caña de azúcar, refinada y cristalizada, y es utilizada en cantidades enormes, en infinidad de procesos industriales. Tomamos azúcar en todo, hasta en los procesados salados para resaltar su sabor. Pero… ¿Cuál es el problema, si se trata de un cultivo originario de la India, cuyo consumo fue extendido por los españoles, en la época colonial? Era natural.

La respuesta es que la sustancia que hoy conocemos como azúcar, no se parece en nada a la que antes se obtenía de la planta original. Se trata de un refinado “purísimo”, desprovisto de fibra (a nuestro cerebro no le gustan los azúcares sin fibra)  y carente de nutrientes, que genera gran cantidad de problemas al organismo. Una sustancia química artificial, que una vez ingerida, se transforma inmediatamente en energía explosiva, sin dejar ninguna traza de proteínas, grasas, almidones, vitaminas o minerales, que excita al organismo, lo enerva y lo debilita, haciendo trabajar en vacío a todo el metabolismo, para lo cual debe emplear reservas orgánicas de vitaminas, aminoácidos y minerales, es decir, roba nutrientes para ser metabolizado, además de crear adicción. 


Hay estudios detallados que demuestran que cuando ingerimos azúcar agotamos nuestras reservas orgánicas de aminoácidos (triptófano y metionina), vitamina B (sobre todo, B5, B6 y B12), vitamina PP y minerales (sobre todo calcio y cromo), para metabolizarla. Los carbohidratos se incorporan al organismo cuando van acompañados de vitaminas y minerales, los azúcares refinados no tienen nada y por tanto, nuestro cuerpo no los aprovecha para nutrirse. En el mundo occidental hay personas que llegan a consumir del orden de 30 cucharaditas de azúcar con su dieta. Se desmineralizan, pero no se alimentan.

El azúcar refinado es el que podemos encontrar en los estantes de los supermercados, como hemos dicho no tiene valor nutricional y está relacionado con múltiples problemas de salud. Puede ocasionar enfermedades de corazón, úlceras, diabetes, caries, obesidad, hipertensión, a parte de la desmineralización, de la que ya hemos hablado. Fatiga las vísceras, es mal retenida por el hígado y produce afecciones de la piel. Se recomienda no tomar leche con azúcar, porque además de ser incompatible, se fermenta en el estómago. El azúcar refinado excita las mucosas y es una de las causas de gastritis. Su consumo fomenta la hipoglucemia, las jaquecas y las migrañas y los desórdenes emocionales.


No existe gran diferencia entre el consumo de azúcar blanco o moreno. El Dr. Jaime Scolnik en su libro: “La Mesa del Vegetariano” nos dice que el azúcar moreno no merece el nombre de integral o natural, ya que sigue siendo el resultado de un proceso muy largo y tampoco contiene vitaminas o minerales. Paradójicamente, no sólo no es un producto integral sino que se trata de un producto residual de la fabricación del azúcar blanco, cargado de impurezas y residuos industriales que contiene sulfito de calcio, sales resultantes de la combinación de cal y azufre, hidrosulfito de sodio, ácido fosfórico, carbonato de sodio… ningún nutriente, por lo visto.  Además, también puede generar desequilibrios metabólicosEl azúcar es un veneno, un producto altamente acidificante, que consumimos muchísimo y que contribuye, como vemos, a la pérdida de nuestra salud.


La insulina fue la primera hormona sintetizada por los organismos vivos y es la que permitió la supervivencia en las épocas en las que la alternancia entre carencia y abundancia era constante, por su capacidad de convertir en reserva los excedentes nutricionales, entre ellos el azúcar. Cuando consumimos azúcar o hidratos de carbono simples, nuestro nivel de insulina sube muy deprisa. Una pequeña parte de este azúcar se convierte en glicógeno y la mayoría en grasa saturada. Como comemos mucho azúcar, la cantidad de insulina que circula por la sangre es muy alta y las células registran esta concentración como algo tóxico generando una respuesta defensiva e impermeabilizando la membrana celular. En ese momento aparece la resistencia  a la insulina, que es uno de los grandes problemas de comer tanto azúcar.

La resistencia a la insulina surge, en primer lugar, en el hígado, por lo que es un factor clave para el colapso hepático, pero además, genera otros múltiples problemas: hiperglucemia, hipoglucemia, baja el nivel de magnesio, hay vasoconstricción, es decir, hipertensión, retención de líquidos, se disparan los niveles de triglicéridos y colesterol, aumenta la formación de placa arterial y la coagulación sanguínea, se estimula la proliferación celular (tumores), hay desorden tiroideo, se descontrola el metabolismo hormonal, se altera el metabolismo del calcio, y como colofón, envejecemos prematuramente. Otro problema importante es que la resistencia a la insulina se transfiere al feto, naciendo muchos niños condicionados por este desorden (especialmente las niñas), lo que explica el crecimiento de los índices de diabetes infantil.


Cuando hace unos años, me interesé por el tema de la alimentación, relacionada con la enfermedad, leí  el libro del Dr. David servan-schreiber, “anticáncer”. En él se afirma que los tumores se alimentan de azúcar. Me impactó mucho esta idea y como dice Odile Fernández en su libro “mis recetas anticáncer”, la grabé en mi mente.

Las células cancerosas requieren combustible para crecer y este combustible es el azúcar, como descubriera el Premio Nobel Otto Warburg, hace unos setenta años. Hasta los oncólogos saben que el cáncer se alimenta de azúcar, aunque no presten la debida atención a este dato. La prueba que hacen para detectar células cancerosas, llamada PET, consiste en introducir, vía intravenosa, glucosa marcada con flúor radioactivo, dejan a los enfermos reposar durante un rato y a continuación los introducen en la máquina llamada TAC, que busca las zonas en las que hay hiperglucemia. Donde hay acumulación de azúcar, allí hay metástasis. Cuanto más azúcar hay concentrado en una zona, más agresivo será el tumor.

Cuando el páncreas, para contrarrestar el exceso de azúcar, produce insulina, secreta IGF-1, la cual estimula el crecimiento y la proliferación celular. Ambos IGF-1 e insulina fomentan la inflamación y ayudan al cáncer a invadir los tejidos vecinos. Además de estimular la producción de insulina, el azúcar aumenta la producción de una proteína, llamada B-catenina que promueve la proliferación celular (tumoral) en células del intestino delgado, mama, ovario, páncreas, colon… 


El consumo de azúcar acidifica el organismo, lo que implica, también, pérdida de salud. Investigadores australianos han descubierto que una dieta acidificante, en especial con mucho azúcar puede dañar nuestro ADN. Incluso una única dosis de azúcar puede afectar a las células durante dos semanas o más, modificando la respuesta metabólica del organismo ante el alimento, desconectando mecanismos de control genéticos diseñados, para proteger al cuerpo contra los ácidos de la dieta y los metabolitos y dejando la puerta abierta a enfermedades graves como la diabetes, las enfermedades cardiacas y el cáncer. La situación empeora cuando la ingestión de azúcar es continuada.

Todo esto, que ya es muy serio, se agrava con los consejos dictados por los nutricionistas y médicos de la vieja escuela que sugieren comer carbohidratos, entre los que se encuentra el azúcar y los refinadosLa pirámide nutricional ortodoxa, a la que se alude constantemente,  pone a los carbohidratos en su base, con la publicidad engañosa y constante, que alaba los beneficios de comerlos, llegando, incluso, a decir que el cerebro necesita azúcar para su funcionamiento  y, también, con la sugerencia de utilizar edulcorantes, que disparan, aún más, el nivel de insulina en sangre


Y ahora…después de conocer algo más sobre los azúcares ¿Crees que realmente los necesitamos en nuestra dieta?, en principio, casi todo el mundo diría que sí, pero…tenemos otras opiniones:

Según afirma Néstor Palmetti en su libro “Nutrición Vitalizante”, la falta de azúcar nunca supuso un problema para el cuerpo, y esto lo confirma el hecho de que tenemos una única hormona para su control: la insulina. En contrapartida tenemos cantidad de hormonas para elevar  el nivel de azúcar, en caso de necesidad: cortisona, hormona de crecimiento, epinefrina y glucagón.

El Dr. Robert O. Young dice, con rotundidad, que el cuerpo no necesita azúcar, precisa la energía procedente de los alimentos y bebidas alcalinos.

El Dr. Rosedale señala que nuestro cuerpo es más eficiente generando azúcar a partir de proteínas y lípidos, que desde carbohidratos, lo que mostraría la dificultad que tiene el organismo para gestionar la excesiva cantidad de azúcar que le proporcionamos, especialmente la que procede de alimentos refinados.

Creemos que necesitamos azúcares porque así lo hemos aprendido, esa es una razón de fuerza para añadirlos a la dieta de manera exagerada y porque cuando nos dicen que algo es bueno, lo comemos, lo comemos y lo comemos. No cuestionamos nada. No investigamos. Esgrimimos razones basadas en la creencia y en la adicción.

Otra razón por la que tomamos tanto azúcar es la necesidad de generar opiáceos cerebrales internos (endorfinas). Si estamos tristes no nos comemos un tomate, sino un bollo, una barra de chocolate o un helado.


Si ya te lo planteas y quieres evitar el azúcar, empieza por prescindir de los refrescos, galletas, dulces y helados. El alto contenido de grasa y azúcar de estos alimentos dan vía libre a la dopamina del cerebro, como lo hacen las drogas y el alcohol.

El azúcar es un ingrediente común en miles de alimentos procesados, algunos de los cuales ni son dulces, por lo que hay que fijarse en las etiquetas. Muchas salsas para espagueti y ensalada, el kétchup, la mantequilla de cacahuete y los crackers tienen azúcar y mucho más. Si en las etiquetas de estos productos, pudiéramos leer “azúcar”, sería fácil  eliminarlo de nuestra dieta, pero los componentes nunca están claros.

Los nombres que se suelen utilizar en su lugar son:

Azúcar, Azúcar invertido, Lactosa, Maltodextrina, Miel, Maltosa, Glucosa, Sirope de Malta, Galactosa, Melaza, Zumo concentrado de frutas, Sorbitol, Zumo de frutas, Azúcar turbinado, Fructosa, Ágave, Dextrosa, Zumo deshidratado de caña, Sirope de maíz o Sirope de maíz con fructosa, Cristales de zumo de caña, Azúcar de caña, Sucanat (azúcar de caña natural) y malta de cebada.

Si empiezas a fijarte en las etiquetas te  darás cuenta de la cantidad de alimentos que, aunque no lo parezca, llevan azúcarEn ocasiones, hasta ¡catorce veces, catorce tipos!

Como ejemplo pongamos la lista de ingredientes de una sola BARRITA DIETÉTICA:

GRANOLA
  • Copos de avena integrales
  • Azúcar (¡AZÚCAR!)
  • Harina de arroz
  • Copos de trigo integral
  • Harina de trigo integral
  • Melaza (¡AZÚCAR!)
  • Bicarbonato sódico
  • Lecitina de soja
  • Soja parcialmente hidrogenada
  • Color de Carmelo (¡AZÚCAR!)
  • Malta de Cebada (¡AZÚCAR!)
  • Sal
  • Leche en polvo sin grasa
  • Aceites de semillas de algodón con TBQH (Butilhidroquino terciario)
  • Aceite cítrico ácido de girasol con tocoferol (Grasa trans) natural
  • SIROPE DE MAÍZ (¡AZÚCAR!)
  • ARROZ CRUJIENTE
  • Copos de cereales integrales
  • Arroz
  • Azúcar (¡AZÚCAR!)
  • Sal
  • Malta de cebada (¡AZÚCAR!)
  • AZÚCAR (¡AZÚCAR!)
  • SÓLIDOS DE SIROPE DE MAÍZ (¡AZÚCAR!)
  • GLICERINA
  • SIROPE DE MAÍZ ALTO EN FRUCTOSA
  • CACAHUETES
  • SOJA PARCIALMENTE HIDROGENADA Y /O ACEITE DE SEMILLAS DE ALGODÓN
  • SORBITOL (¡AZÚCAR!)
  • CARBONATO CÁLCICO
  • FRUCTOSA (¡AZÚCAR!)
  • MIEL (¡AZÚCAR!)
  • SABORES NATURALES Y ARTIFICIALES
  • SAL
  • MELAZA (¡AZÚCAR!)
  • LECITINA DE SOJA
  • AGUA
  • BHT (Butilhidroxitolueno)
  • ÁCIDO CÍTRICO

¡No parece tan dietética esta barrita! Pero los datos se dan en el libro, “Cambia tu Cerebro, Cambia tu Cuerpo” del Dr. Daniel G. Amen. Se trata de una barrita que él pretendía comprar en un supermercado. Si no hubiera leído la etiqueta, habría comprado justo lo que no quería.

Así que es una buena costumbre leer detenidamente y si te parece bien, descartar los productos con etiquetas interminables y con nombres innombrables.

Está en juego tu salud.



FUENTES:

La milagrosa dieta del PH. Robert O. Young. Ediciones Obelisco, 2012.

Mis recetas anticáncer. Ed. Urano. 2013.

Frutoterapia. Nutrición y salud. Albert Ronald Morales. Edaf, 2002.

Nutrición vitalizante. Néstor Palmetti. Argentina, 2012.

Comer y no morir en el intento. Adepogol. 2009.

Cambia tu cerebro, cambia tu cuerpo. Dr. Daniel G. Amen. Sirio, 2012.



Lucía Madrigal