Resta Comida, Suma Salud


“La alimentación es vida, y la vida no debe separarse de la naturaleza”.

Masanobu Fukuoka

“Nadie está condenado genéticamente a sufrir una enfermedad cardiovascular si apuesta por hábitos saludables de vida”.

Valentín Fuster


Luigi di Cornaro fue un noble veneciano, que cuando tenía unos 40 años y al verse al borde de la muerte, modificó sus hábitos alimenticios y empezó a adherirse a una dieta de restricción calórica. Su decisión rompió con los hábitos dietéticos nocivos predominantes en el siglo XVI y se dice que vivió 102 años. Como legado nos dejó un tratado sobre los beneficios de su restringida alimentación “Discorsi della vita sobria”, en el que pone en evidencia los problemas que ocasionan las dietas hipercalóricas, desordenadas y los malos hábitos de salud.

Si todo se hubiera quedado ahí, estaríamos ante un problema del siglo XVI, pero es evidente que el problema continua, cuando cinco siglos después, Francisco Mora, prestigioso neurobiólogo español,  alerta también sobre las ventajas de comer algo menos de lo necesario, para llegar a mayores de forma más saludable y con una buena calidad de vida.


Comer menos nos cuesta, porque la comida se ha convertido en icono de la opulencia del mundo occidental. Quizás el recuerdo del hambre de épocas pasadas no nos permita ver con claridad que comer tanto no es saludable: en mi recuerdo están las Navidades, las comilonas de empresa, las reuniones con amigos…Nos reunimos para comer e incluso muchas de las grandes decisiones están ligadas al acto de beber y comer. Realmente, parece que la vida ha cambiado mucho de cinco siglos para acá, que hemos evolucionado, pero somos los mismos con problemas de salud parecidos a los de entonces, aunque nuestra esperanza de vida sea mayor.

El mismo Francisco de Mora afirma que si nos levantamos de la mesa totalmente saciados, aumentamos innecesariamente el estrés oxidativo de nuestro organismo, lo que a largo plazo, nos perjudica y afecta muy negativamente al funcionamiento cerebral. Y es que nos movemos poco y nos perdemos entre las muchas sugerencias alimenticias que ofrece el mercado. Casi todo el mundo afirma disfrutar mucho de la comida, de los sabores, de los olores, de los dulces..., pero eso nos induce a ingerir más calorías de las necesarias.

Uno de cada tres niños en nuestro país pesa más de lo que debería y el 14% de ellos son obesos. La sociedad española para el estudio de la obesidad afirma con rotundidad que el sobrepeso es un auténtico problema de salud, ya que en tan solo 20 años se ha duplicado el número de afectados desde la infancia.


Las causas se encuentran en la ingestión demasiado temprana de leches para lactantes, con la consiguiente pérdida de la lactancia materna, el descontrol en las comidas y las meriendas de los niños en los colegios, el exceso de golosinas y el abuso de alimentos procesados, comida rápida y refrescos.

A esto se suma la falta de ejercicio y las horas ante el televisor y el ordenador. Los especialistas en nutrición afirman además, que el 80% de los niños gorditos, continúan siéndolo, cuando llegan a la edad adulta.

Como vemos los malos hábitos en la alimentación y los excesos acompañan al ser humano desde tiempos inmemoriales, a pesar de que siempre se ha conocido la vinculación entre la alimentación y la salud. ¿Por qué mantenemos o empeoramos estos hábitos nocivos? La pregunta se responde fácilmente, pero nuestras creencias y una conceptualización excesiva e innecesaria de la nutrición nos mantienen confundidos.

La respuesta es tan simple, que con tan sólo una reducción de calorías muy pequeña, 100 calorías diarias, el 90% de los adultos podrían prevenir sus índices de obesidad, según ha mostrado el estudio “Energy balance and obesity”, realizado por la Universidad de Colorado (Estados Unidos) y publicado en la revista Circulation.


La reducción calórica es una respuesta adaptativa a la escasez de alimentos, algo frecuente en la naturaleza, y que lleva a los organismos a ralentizar todas sus funciones, una especie de entrada en letargo, modo ahorro o hibernación, a la espera de tiempos más benévolos en los que la comida sea abundante.

Los ciclos estacionales también proponen el ayuno y la restricción calórica. Hay épocas en el año en que la naturaleza está preparando su gran eclosión y ofrece poca comida. El ayuno de cuaresma puede estar relacionado con uno de estos períodos en los que la naturaleza está latente y nos vemos obligados a hacer esta restricción calórica, pero esta práctica es ya poco común entre nosotros. Nos asusta el reparador ayuno y comemos de todo a lo largo de todo el año. No hay temporadas. No hay épocas y solemos comer hasta atracarnos.

Cuando los médicos aconsejaron a Luigi di Cornaro dejar su vida desenfrenada, dejar de beber, dejar la comida rica, comer tan poco como fuera posible y no abusar de su cuerpo para estar mejor, él aceptó impulsado por el miedo a la enfermedad y la muerte, pero a los  pocos días encontraba su régimen forzado casi intolerable, y, como él mismo cuenta en sus escritos, de vez en cuando recaía en su compulsión consumista por comer y beber lo que se le antojaba. Sin embargo, estas recaídas hacían que volviera a sus viejos sufrimientos y, para salvar la vida, decidió practicar el ayuno y comer lo menos posible. Así, en un año de dieta restrictiva, Luigi di Cornaro se encontró totalmente liberado de todos sus múltiples malestares y enfermedades.


Él afirma en su tratado:

“…no puede ser que la glotonería mate cada año a más habitantes de los que podría matar la más cruel plaga o las armas en muchas batallas. Esas fiestas verdaderamente vergonzosas ahora tan de moda, intolerablemente profusas donde no hay mesas lo suficientemente grandes como para contener el número infinito de platos (…) Cómo es posible vivir entre esa multitud de alimentos y enfermedades sin poner fin a este abuso que nos infringimos a nosotros mismos…”

Estas palabras parecen apropiadas para nuestro siglo XXI, pero fueron dichas en el siglo XVI. Igualmente, según él, la clave para la salud y la felicidad está indisolublemente vinculada a la cantidad de alimentos que consumimos diariamente.

“Cada bocado que consumimos más allá de lo estrictamente necesario para mantener la vida, desperdicia energía física y mental a una velocidad terrible. Si un sólo factor se considerara como el más importante para la salud y la felicidad, éste sería el mismo. Los comedores compulsivos y los glotones deberían reflexionar profundamente sobre esta cuestión”.

Luigi di Cornaro explica que hay que tener conciencia y saber cuánta es la cantidad de comida necesaria para sostener la vida de una persona, porque para él, el ser humano que no es capaz de dominar la ansiedad por consumir alimentos y bebidas sin límite, es más propenso a tener otros tipos de excesos como la melancolía, el odio y otras pasiones violentas. También asegura que es posible aprender de nuestras debilidades para mejorar nuestra salud moral y corporal.


Este “nutricionista avanzado” diariamente consumía 350 gramos de alimentos que pesaba con exactitud: comía una yema de huevo; una sopa de verduras con un poco de tomate y un ínfimo trozo de pan duro y seco que utilizaba para remojar en la sopa; bebía 414 ml de zumo de uva fermentada y nada de carne ni pescado. Con esta alimentación, para nosotros muy escasa, vivió 102 años y se despidió de la vida tranquilamente mientras dormía.

El control en la limitación de calorías aumenta la expectativa de vida y evita o retrasa la aparición de enfermedades relacionadas con el envejecimiento, tales como el cáncer, la  diabetes, la aterosclerosis, el daño hepático y renal, la diabetes tipo 2, enfermedades cardiovasculares, infecciones virales, etc. En el ser humano, la restricción calórica se consigue consumiendo cantidades de alimento, que aporten lo necesario para mantenerse activo y con energía, sin llegar a ese punto de: “he comido demasiado”.

Por otro lado, la investigación biomédica, que trata de dilucidar el mecanismo molecular responsable del beneficio sobre la salud y la longevidad de la restricción calórica, aporta nuevos datos interesantes cada día, pero también generando disputas y desencuentros entre la comunidad científica que no se desconecta de los intereses de las farmacéuticas.


El interés comercial es evidente. Llevamos siglos buscando el secreto de la eterna juventud, fármacos que a golpe de varita mágica nos conduzcan al aspecto luminoso de  los años jóvenes. Para todos sería genial encontrar y desarrollar vías y métodos que condujesen hacia el beneficio de la restricción calórica, sin dejar de comer hamburguesas y pizza, pero eso va contra natura, aunque nos empeñemos en seguir investigando.

Curiosamente hay muchas teorías y muchas historias que explican posibles vías para la manipulación del cuerpo hacia la eterna juventud. Algunos investigadores apoyan la implicación de la ruta de la insulina en este efecto, otros hablan del estrés oxidativo generado por el exceso de calorías, muchos se decantan por el papel protagonista de la familia de las sirtuinas,…

Steven Austad, en la UTHSC de San Antonio, Texas, EEUU, decidió hace unos años estudiar este fenómeno de la restricción calórica en los ratones más próximos a los que podemos encontrar en la naturaleza. Sus conclusiones fueron sorprendentes, porque no observó la misma respuesta en estos ratones que en los ratones de laboratorio, ambos no prolongaban su vida de la misma manera. Eso sí, ambos mostraban una mayor protección frente al desarrollo de cáncer. Ante estos resultados, la conclusión es obvia: la restricción calórica afecta positivamente a nuestra salud.


Existen otros experimentos que confirman estos hallazgos. Valter Longo, investigador de la USC de California, EEUU, propone que un ayuno total, pero no prolongado en el tiempo, podría resultar beneficioso para contrarrestar el efecto negativo de la quimioterapia, sobre las células sanas de los pacientes de cáncer. Lo que este investigador plantea es que de algún modo, el ayuno agudo induce una respuesta de protección celular que es diferencial entre las células sanas y las tumorales. Al final, el resultado es que las células sanas se protegen eficientemente frente a los efectos perjudiciales de la quimioterapia gracias a la respuesta inducida por el ayuno, mientras que las células tumorales son más sensibles porque impiden esa respuesta de protección disparada por la restricción calórica.

El ayuno o la restricción calórica realmente no curan, es el cuerpo el que se cura mientras ayunamos. El poder de curación es algo inherente al organismo vivo y ningún medicamento o médico puede llevarse los laureles de la curación. Esto significa que no hay pócimas milagrosas. La sanación es una cualidad de todo ser vivo, que mantiene en sí mismo una parte de la capacidad curativa de la naturaleza. Cuando el cuerpo no está dedicado a tareas de asimilación, limpia, depura y se sana a sí mismo y si comemos menos cantidad, permitimos que estas labores se lleven a cabo gradualmente y con poco esfuerzo.

Solemos pensar que tanto las enfermedades como las soluciones nos vienen de fuera, pero todo está dentro. Incluso contenemos la famosa pócima de la eterna juventud. Podemos investigar, buscar, fabricar y soñar, pero nunca encontraremos en lo externo la riqueza de nuestro interior.

“La idea de que cada alimento, como energía particular, nos afecta a un determinado nivel emocional, mental y espiritual es una idea nueva para mucha gente en nuestra civilización Industrial”.

“Cuando volvemos a nuestros modos de vida naturales y comemos alimentos ecológicos y veganos, entonces curamos y mejoramos los cinco sentidos de la informática biológica de la mente y así somos capaces de trascenderla”.

Gabriel Cousens



FUENTES:

Fat Land: How Americans Became the Fattest People in the World. Greg Critser. Paperback, 2004.

Eternity Soup: Inside the Quest to End Aging, Greg Critser. Hardcover, 2010.

Discourses on the sober life (discorsi della vita sobria). New York. Thomas y. Crowell Company Publishers, 1916. (Digitized by the Internet Archive in 2007 with funding from Microsoft Corporation).



Lucía Madrigal