Cerebro Abdominal


La conexión entre el intestino y el cerebro es reconocida como un principio básico de la fisiología y la medicina, aunque a menudo haya pasado desapercibida. También hay una gran cantidad de pruebas que demuestran la afectación gastrointestinal en una variedad de enfermedades neurológicas. Esto es prueba inequívoca de que tenemos dos cerebros, uno dentro del cráneo y el otro dentro del intestino, ambos en contacto, cada uno de los cuales necesita su propio alimento vital.

Para las culturas orientales, esto no es algo nuevo, ya que el vientre era y es el centro de la energía vital del organismo, el lugar donde se integran mente y cuerpo. Del mismo modo, hace 4000 años, los egipcios estaban convencidos de que los sentimientos estaban localizados en el sistema digestivo, la sabiduría intuitiva de estas culturas no deja lugar a dudas. Ellos lo sabían.


En 1907 Elias Metchnikoff sacó a la luz su trabajo “The Prolongation of Life”, en el que ponía en evidencia los beneficios de algunos tipos de bacterias intestinales y ese mismo año, Frederick Byron Robinson planteaba la existencia de un cerebro abdominal en los mamíferos. Según sus palabras: 

“…En el cerebro craneal reside la conciencia del bien y del mal, y este es el asiento de todo progreso mental y moral. Sin embargo en el abdomen existe un cerebro de maravilloso poder que se ocupa del mantenimiento de forma constante, que vigila de forma silente las vísceras. Este cerebro del abdomen preside la vida orgánica, y domina la función rítmica de las vísceras. El cerebro abdominal es un receptor, un reorganizador, un emisor de fuerzas nerviosas. Tiene el poder de un auténtico cerebro y es un centro nervioso clave en la salud y en la enfermedad…” “…El cerebro abdominal puede vivir sin el cerebro del cráneo, lo que se demuestra de manera inequívoca en los niños que nacen sin eje cerebroespinal, por el contrario, el cerebro craneal no puede vivir sin el cerebro abdominal”.

Por si fuera poco, a la vez que Robinson estaba descubriendo el cerebro abdominal, Johannes Langley, fisiólogo de la Universidad de Cambridge, lo etiquetaba  para la ciencia como “sistema nervioso entérico” y admitía que era capaz de llevar a cabo funciones de integración independientes del sistema nervioso central.

El aparato digestivo está tapizado por una red de neuronas (células nerviosas) de tan amplio alcance que algunos investigadores, por fin, la han denominado “SEGUNDO CEREBRO”. 90 años tardó esta idea en cuajar en el mundo científico y lo hizo de la mano de Michael Gherson en su libro “The Second Brain”. Ese cerebro, según estudios científicos recientes, influye en nuestro estado de ánimo, nuestro carácter y hasta en los ritmos de sueño.


“El sistema nervioso entérico”, nuestro “SEGUNDO CEREBRO” está  formado por unas 100 millones de neuronas, y es responsable de que sintamos ciertas emociones en la tripa y de que el organismo pueda hacer la digestión sin contar con el cerebro principal. Además de las tareas digestivas influye en las emociones. Su estructura neuronal posee la capacidad de producir y liberar los mismos neurotransmisores, hormonas y moléculas químicas que produce el cerebro superior.

Ambos cerebros están en realidad creados por el mismo tipo de tejido. Durante el desarrollo fetal, una parte se convierte en el sistema nervioso central mientras que el otro se convierte en el sistema nervioso entérico. Estos dos sistemas están conectados a través del nervio vago o neumogástrico, nervio craneal décimo, que va desde el tronco cerebral hasta el abdomen. Esta conexión explica las mariposas en el estómago, cuando estamos nerviosos, por ejemplo, o el uso de la expresión “tengo el estómago en un puño” en una situación estresante. De hecho, la estimulación del nervio vago puede ayudar a aliviar la depresión, y es usada para tratar la epilepsia.

Nuestro intestino y nuestro cerebro funcionan en conjunto, se influyen recíprocamente. “El sistema nervioso entérico le habla al cerebro y este le responde”. Esta es la razón por la cual la salud intestinal podría tener una influencia tan profunda en la salud mental, y viceversa.

El pequeño cerebro que tenemos en las entrañas, en parte determina nuestro estado mental y tiene un papel decisivo en algunas enfermedades que afectan otras partes del organismo. Por ejemplo, el estreñimiento en la tercera edad es un problema del segundo cerebro. Incluso, un estreñimiento crónico puede suponer una falta de serotonina, presente también en el cerebro abdominal, que nos convierte en personas pesimistas y nos hace bajar la libido. Como resultado de ello, debería ser obvio admitir que nuestra dieta está estrechamente relacionada con nuestra salud mental


Además de las neuronas, en el aparato digestivo están presentes todos los tipos de neurotransmisores que existen en el cerebro. De hecho, el 95 % de la serotonina antes mencionada, uno de los neurotransmisores más importantes del cuerpo, también denominado “la hormona de la felicidad”, se encuentra en el intestino. En este sentido, Gershon afirma que el bienestar emocional cotidiano quizá también dependa de mensajes que el cerebro intestinal envía al cerebro craneano.

La función de la serotonina es esencial: regula el apetito, equilibra el deseo sexual, controla la temperatura corporal, la actividad motora y las funciones perceptivas y cognitivas. También es absolutamente necesaria para la elaboración de melatonina, que se encarga de de la regulación del sueño, coordina la temperatura corporal, la hormona del estrés y los ciclos de sueño. De igual forma, interactúa con otros neurotransmisores relacionados con la angustia, la ansiedad, el miedo, la agresividad y los problemas alimenticios. Es la misma serotonina que en un 10% se crea en nuestro cerebro superior y de la que depende nuestro bienestar.

Ahora sabemos que esta famosa “hormona de la felicidad” la tenemos en el estómago, por eso debemos escuchar más al sistema digestivo. De hecho, el síndrome de colon irritable en parte deriva de un exceso de serotonina en el intestino, y quizá podría ser considerado una “enfermedad mental” del “segundo cerebro”. Según el científico Michael Gershon ahora se sabe también, que en el intestino hay células madre adultas que pueden reemplazar a las neuronas que mueren o son destruidas.

También están presentes en nuestro intestino, la dopamina, relacionada con las funciones motrices y los sentimientos de placer,  junto con diferentes opiáceos que modulan el dolor, al tiempo que se sintetizan sustancias químicas como las benzodiacepinas, con las que suelen fabricarse psicotrópicos con efectos sedantes, hipnóticos, ansiolíticos, anticonvulsivos, amnésicos y miorrelajantes. Si mimamos y relajamos el abdomen nuestras neuronas estomacales  producen estas sustancias en las cantidades adecuadas y vivimos más relajados. Hay muchas sustancias químicas que el ser humano produce, que si no somos capaces de liberar, esto se manifiesta en depresión, ansiedad o cansancio crónico.


Para liberarlas podemos comenzar con pequeños cambios:
  • Comer saludablemente  y tranquilos.
  • Ir al baño sin prisa, unos 15 minutos. Nuestro intestino se mueve un centímetro al minuto, es una ola de movimiento muscular lenta, tranquila y equilibrada, que hay que respetar.
  • Es muy beneficioso hacer un automasaje en la tripa, con movimientos muy suaves desde el lado derecho y avanzar en el sentido de las agujas del reloj, eso relaja el sistema digestivo.
  • Hacer diariamente diez minutos de estiramientos.
  • A media tarde, cuando aparece el cansancio, respirar con la barriga durante diez minutos.
  • Un vaso de agua caliente en ayunas con unas gotitas de limón o menta activa la función muscular del estómago, vesícula e intestino.
  • Hacer ejercicio regular.
  • Hacer un día de descanso digestivo.
  • Usar la lavativa para limpiar nuestro colon y depurar.
  • Hacer una hidroterapia de colon una vez al año.

Del sistema digestivo también depende nuestra piel. Nuestro sistema digestivo representa el 70% de las defensas. Si uno come mal, es estreñido, tiene gastroenteritis, infecciones, o toma muchos antibióticos, se trastorna la función de filtrar, defender, eliminar y absorber. Cuando este sistema depurativo, el más grande del cuerpo, funciona mal, otro órgano, como la piel, coge su función. Las consecuencias son problemas como dermatitis, psoriasis, acné, piel atópica, manchas… síntomas cuyo origen en un 80% indican intoxicación interna.

Hay una conexión directa entre el envejecimiento precoz y procesos degenerativos tanto de piel como articulaciones, con la salud del estómago. Esto ya lo estudió Elias Metchnikov, premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1908,la fermentación pútrida en el intestino es la razón principal del envejecimiento precoz”. El estreñimiento y la putrefacción proteica están vinculados al desarrollo del cáncer y a los procesos degenerativos sistémicos prematuros. Si la célula está bien nutrida e hidratada y mantiene adecuadamente el proceso de eliminación y desactivación de las toxinas y de los radicales libres, se puede mantener joven y activa durante mucho tiempo.


Nuestra vida sedentaria, estresada, nuestra alimentación desequilibrada, nuestros hábitos insanos, en general, hacen que  no eliminemos todo lo que nos entra y que por tanto acumulemos toxinas, suframos putrefacción, inflamación, intoxicación y bajada de defensas. Nuestro SEGUNDO CEREBRO no piensa, pero siente.

Actualmente, existen abundantes pruebas científicas de que en el eje intestino-sistema central- cerebro, en el que la comunicación es bidireccional, los microbios que forman la microflora intestinal ejercen un protagonismo decisivo. A mediados de 2011, un equipo investigador de la Universidad Mac-master de Canadá consiguió recopilar evidencias de que las bacterias intestinales influyen directamente en la química del cerebro y la conducta, asociándose con la ansiedad, la depresión o el autismo de inicio tardío.

Otra investigación posterior, llevada a cabo por el Instituto Karolinska de Estocolmo, en colaboración con el Instituto del genoma de Singapur, puso de manifiesto que la colonización microbiana del intestino en la primera infancia resulta decisiva para el saludable desarrollo del cerebro y fundamental en las áreas de la memoria, el aprendizaje y el control motor.

El sentir que procede de nuestras entrañas es un aviso que viene desde muy dentro y aparece en situaciones intensas y extremas. La diarrea, los espasmos o las nauseas, son gritos de nuestro intestino. “El miedo se nota en el estómago”.


Todo parece indicar que nuestros dos cerebros evolucionaron casi a la par, aumentando ambos en volumen y diversificando las sustancias químicas y los neurotransmisores. Así hasta nuestros días, en que lo que era un cerebro elemental y primitivo, es capaz de realizar complejísimas funciones sin ayuda del cerebro craneano. Este sistema se extiende desde el esófago al ano y es sensible a las hormonas. Está encargado de la coordinación de reflejos y movimientos del tubo digestivo y los uréteres, la regulación de las secreciones, biliar y pancreática o las contracciones, tanto las que se traducen en vómitos y diarreas como las peristálticas.

No se puede vivir sin el sistema nervioso entérico, parece ser que nuestros ancestros ya disponían de este sistema, que les habría permitido sobrevivir, adaptarse y evolucionar, cuando daban los primeros pasos en el proceso de desarrollo de un cerebro craneal. Este cerebro primigenio y primitivo se ocupaba de todas las funciones viscerales vitales de manera independiente, precisa y bien ordenada, de manera que esos seres podían permitirse el lujo de dedicarse a actividades más lúdicas que la supervivencia, e ir acumulando experiencias.

En este tiempo la actividad del cerebro craneal era bastante elemental y estaba guiada por el instinto y las intuiciones. Nuestros ancestros escuchaban bastante a su cerebro entérico y actuaban según los mensajes de éste, sin embargo, nosotros hemos silenciado nuestras entrañas ahogándolas con la voz de la mente y la conciencia.

Recuperar esta escucha es recuperar una parte de nuestra actividad intuitiva e instintiva y de nuestra sabiduría. Si liberamos nuestro intestino de tóxicos, promovemos una depuración profunda y adoptamos hábitos saludables comenzamos a oír esa voz profunda y primigenia que nos mantuvo con vida en épocas en las que la supervivencia era muy costosa.

Ahora que cada vez estamos más enfermos esa sería una experiencia maravillosa. ¿Te animas a ello?




Lucía Madrigal                  



Carencias Nutricionales. Verdades a Medias


Todos los alimentos tienen un diseño exclusivo, mediante el cual los nutrientes se presentan formando una unidad, que contribuye a que todo lo que es nuestro cuerpo se nutra y alimente. Aunque estemos acostumbrados a hablar de carencias específicas, la acción de los minerales en el interior del organismo, siempre va unida a la presencia de otros elementos nutritivos. Quedarnos por tanto, en el diagnóstico de ciertas condiciones de salud relacionadas con alguna carencia específica y suplementar, es ahondar en un pozo sin fondo y sin solución posible. Mucho más fácil es proporcionarse alimentos saludables, mediante los cuales el organismo lleva a cabo las acciones necesarias para  su correcto funcionamiento.


Los minerales forman parte del proceso nutritivo y tienen múltiples funciones conocidas y ocultas. Un mineral es un elemento orgánico, de origen natural, que forma parte de la corteza terrestre y que es sustancia orgánica para que el cuerpo pueda asimilarlo y usarlo. El Dr. Shelton llama a los minerales “Los constructores de bloques del cuerpo”. Son básicos para la regeneración de cada parte del organismo. Además son necesarios para sostener cada función biológica. Sin ellos no podríamos movernos ni pensar.

El cuerpo debe obtener los minerales en la forma de sales orgánicas, tal como están presentes en los alimentos. Es él quien reorganiza estas sales minerales para que se conviertan en su propia sustancia orgánica. Él digiere, absorbe, transporta y asimila los nutrientes para su propio beneficio. Estos procesos terminan con el drenaje, por medio del cual los subproductos de desecho metabólico son eliminados y devueltos al suelo, para que el ciclo comience de nuevo.

Los minerales inorgánicos, tal como se encuentran en el suelo, son metabolizados por los vegetales. Ellos sintetizan las sales “inorgánicas” y las asimilan. Estas sales ya convertidas en “orgánicas” llegan a nosotros a través de ellos, en composiciones exactas y en sinergia perfecta con otros nutrientes. El cuerpo humano no está preparado para la síntesis de sales inorgánicas, éstas son rechazadas por él y si no pueden ser eliminadas, se quedan en los fluidos o son depositadas  como un precipitado, lo que da como resultado un impedimento para el funcionamiento eficaz del organismo.

Por ejemplo la sal de mesa es una sal inorgánica, ya que está separada del resto de los componentes de la sal naturalno es reconocida por el organismo. El potasio que se proporciona a los pacientes cardiacos es otra sal inorgánica, que parece tener efecto, pero que no soluciona el problema para el que se suplementa, ya que  individuo nunca puede dejar de tomarla y cuando lo hace, los niveles de potasio descienden otra vez, cosa que no ocurre con el potasio que se absorbe desde los alimentos.


Decimos que nos falta hierro y suplementamos o comemos carne, sin tener en cuenta que el organismo disminuye la cantidad de hemoglobina, frente a virus y parásitos que se alimentan de él. Su inteligencia dice al cuerpo que los mate de inanición  y camufla el hierro en forma de ferritina, dentro del bazo. Por otro lado, la asimilación de hierro depende del estado de nuestro microbioma. Si éste está bien y se produce una buena asimilación de nutrientes, el hierro es absorbido sin dificultad, pero los excesos de calcio, fósforo y mercurio y la putrefacción intestinal inhiben su absorción. Así que suplementar sin más no conduce a la solución del problema. Por otro lado el hierro que preparan las farmacéuticas sienta mal y tampoco mejora la situación de deficiencia. La depuración, el restablecimiento de la buena química corporal y la alimentación adecuada facilitan la mejora de este problema, no los suplementos.

Algo parecido ocurre con el calcio. Con las dietas acidificantes, el cuerpo recurre al calcio de los huesos para alcalinizarse, luego los suplementos no son una solución. Es más, suplementar con calcio puede resultar contraproducente, ya que esto inhibe la absorción de fosfato, necesario para acumular calcio en los huesos. Tanto el fosfato como la vitamina D son imprescindibles para la absorción de calcio.

En relación con el calcio tenemos la deficiencia de magnesio. Es muy importante contar con un equilibrio adecuado entre estos dos minerales. El magnesio es un mineral de vital importancia para la salud óptima, ya que realiza una amplia gama de funciones biológicas como: la activación de los músculos y los nervios, la creación de energía en el cuerpo mediante la activación de trifosfato de adenosina (ATP), la digestión de las proteínas, los carbohidratos y las grasas, sirve como bloque de construcción para la síntesis de ARN y ADN y actúa como precursor de neurotransmisores como la serotonina.


Si se tiene exceso de calcio y se es deficiente en magnesio, los músculos tienden a sufrir espasmos, y esto afecta a la salud del corazón. La insuficiente cantidad de magnesio puede ocasionar muerte súbita o infarto de miocardio.

Algas y verduras de hoja verde como la espinaca y la acelga pueden ser excelentes fuentes de magnesio, al igual que algunos tipos de judías secas, las nueces y las semillas de calabaza, de girasol, y de sésamo. Los aguacates también contienen magnesio. Los zumos de vegetales son también una excelente opción para aprovisionarse de magnesio, pero si consumimos alimentos altos en glucosa constantemente y en cantidad, perturbamos su buena asimilación.

A más cantidad de sales inorgánicas presentes en el cuerpo, más viscosidad en los fluidos, lo que obliga al organismo a depositar estos residuos donde sea posible, arterias, articulaciones o alrededor de las sinapsis nerviosas. Esto causa un gran desequilibrio que se traduce en un entumecimiento gradual, rigidez muscular y fragilidad ósea.

Ningún elemento inorgánico puede ser asimilado por el ser humano y cuando se suplementan sales en esta forma, ya sea por elaboración artificial o por utilización de nutrientes separados de los alimentos de los que forman parte, el cuerpo no sabe lo que hacer con ellas. Cuando las ingerimos, aumentamos el desequilibrio que tratamos de corregir, porque son percibidas por el organismo como sustancias tóxicas que hay que neutralizar o eliminar.

La depuración y una alimentación saludable es la mejor opción para nuestra salud y bienestar.

La clave no está en suplementar, sino en saber lo que hay detrás de una carencia para actuar en consecuencia.



FUENTES:

El mito de las carencias. Néstor Palmetti. Cuadernos depurativos, Espacio Depurativo, 2011.

La combinación de los alimentos. Herbert Shelton. Ed. Obelisco, 2007.

Carencias nutricionales. Dr. Joseph Mercola.



Lucía Madrigal                  



Transgénicos


“Cuando los futuros historiadores escriban sobre nuestra era no escribirán sobre las toneladas de sustancias químicas que utilizábamos y no utilizábamos. Cuando se trata del glifosato ellos escribirán sobre nuestra voluntad para sacrificar a nuestros hijos y para poner en juego nuestra existencia, arriesgando la sostenibilidad de nuestra agricultura, todo a base de falsas promesas y ciencia errónea. El único beneficio es el económico, que afecta la línea de fondo de algunas compañías. No hay ningún valor nutricional añadido en los alimentos transgénicos”.

Dr. Don Huber


La ingeniería genética ha creado un sistema de alimentos basado en el monocultivo y el uso excesivo de agroquímicos, es decir fertilizantes sintéticos, pesticidas y herbicidas. Se ha registrado el uso de diez mil productos químicos. Más de 1.1 billones de libras de pesticidas tóxicos, incluyendo el glifosato y la atrazina, son utilizadas cada año, con un costo de 25 billones de dólares.

Mientras que casi un billón de libras de glifosato son fumigadas tanto en cultivos convencionales comoTRANSGÉNICOS, a nivel mundial cada año, los cultivos TRANSGÉNICOS reciben las mayores cantidades. La mayor parte de esta sustancia química termina en nuestro suelo, destruyendo los organismos benéficos y en nuestra agua, mientras que al mismo tiempo su uso permite que los patógenos florezcan. Estas sustancias químicas agrícolas tóxicas también están matando a las abejas y a las mariposas.

Además de dañar los suelos, la agricultura industrializada desperdicia energía, agua y otros de los preciados recursos naturales que la tierra nos ofrece, y atrapa a los agricultores en un círculo vicioso de uso continuado de más y más sustancias químicas.

Por ejemplo, los agricultores de maíz BT de Monsanto sufren graves daños en sus cosechas, a causa del gusano del maíz, resistente a los pesticidas, por lo que se ven forzados a aplicar más y más cantidades de pesticidas para tratar de rescatar sus cultivos. Además, los cultivos TRANSGÉNICOS y los monocultivos causan “erosión a la diversidad”.


Cuando se inserta un solo genotipo que pasa preferentemente sus genes a su descendencia, esto provoca una multitud de diversidad genética, lo que a largo plazo presenta una amenaza seria al suministro alimentario. La uniformidad genética aumenta la vulnerabilidad a los pesticidas y esta es la razón por la que docenas de países han prohibido los cultivos TRANSGÉNICOS. El 97% de las variedades de vegetales cultivadas a principios del siglo 20, ahora ya no existen.

Los alimentos TRANSGÉNICOS son uno de los peores peligros al que nos enfrentamos actualmente como especie. Compramos los productos que se nos ofrecen como saludables, sabrosos y de calidad, pero la mayoría de los alimentos preparados son una estafa para el consumidor. Casi todos están elaborados, con algún producto TRANSGÉNICO y todos llevan muchos aditivos. Son alimentos artificiales, sumamente nocivos, de los que en muchos casos se desconocen sus efectos, porque los conejillos de indias somos nosotros.

Además, la introducción de cultivos TRANSGÉNICOS ha afectado dramáticamente a la tierra y ha cambiado todos los componentes agrícolas: las plantas, el medio físico, la dinámica del entorno biológico y las plagas y enfermedades, en plantas, animales y seres humanos, ya que la agricultura es un “sistema” en el que todos estos factores están interrelacionados. Cada vez que se cambia una parte de ese sistema, se cambia la interacción entre todos los demás componentes, ya que trabajan en conjunto. Cada vez que cambiamos algo rompemos el equilibrio.

Una de las principales modificaciones hechas a los cultivos alimentarios TRANSGÉNICOS es la introducción de la resistencia a los herbicidas. La idea detrás de esto es que al hacer a las plantas resistentes al herbicida, los agricultores puedan aumentar el rendimiento, reduciendo el crecimiento de la maleza. Sin embargo, se ha demostrado que esto no sirve de mucho, ya que los agricultores de todo el mundo están perdiendo hectáreas de campo a un ritmo alarmante, debido a las malas hierbas resistentes al glifosato.


En España, análisis realizados por Amigos de la Tierra demuestran la presencia de trazas de glifosato en la población. Este estudio es el primero que se hace en toda Europa para comprobar la presencia del herbicida glifosato en personas. Los análisis realizados por el laboratorio revelaron que el 45% de las muestras de orina contenían trazas del herbicida. Los resultados obtenidos en España se corresponden con la realidad europea. Todas las personas voluntarias, que ofrecieron sus muestras, viven en ciudades y ninguna había estado en contacto directo con el producto. 

Pese a sus impactos ambientales y sobre la salud humana, el glifosato es el herbicida más vendido en todo el mundo. Además de ser utilizado por agricultores, los ayuntamientos lo usan en parques y jardines. A su vez es conocido por aplicarse abundantemente en un tipo de cultivos TRANSGÉNICOS, presentes principalmente en América del Sur e importados por Europa en grandes cantidades, para ser usado como pienso animal. En Europa se usa el glifosato para eliminar las malas hierbas antes de la plantación o antes de la germinación de las semillas. También se rocían los cereales, la colza, el maíz y el girasol antes de la cosecha. Se sabe que en Reino Unido es el herbicida más usado y que se aplica al 39% de la tierra cultivada en Alemania.

Monsanto es el mayor productor de glifosato en el mundo y lo comercializa bajo la marca Round Up. En Europa empresas biotecnológicas han solicitado autorización para cultivar TRANSGÉNICOS resistentes a este herbicida, lo que incrementaría todavía más su uso. 

Existen estudios que demuestran que la exposición al glifosato en bajas dosis resulta tóxica para las células humanas, incluidas las células de embriones y la placenta. Por otra parte también existen pruebas de que puede actuar como disruptor endocrino, afectando por consiguiente, al propio Sistema Endocrino, a la Función tiroidea y a la Función de la hipófisis.


En las áreas de Sudamérica donde se cultiva soja transgénica se ha visto un aumento de enfermedades en los recién nacidos. En concreto un estudio, realizado en Paraguay demostró que los bebés, que nacían en un área de un kilómetro de la fumigación del glifosato, tenían el doble de malformaciones de nacimiento. Otro estudio demuestra que en el chaco argentino, donde se cultiva soja, las tasas de cáncer se han multiplicado por cuatro en la última década.

Aunque el vínculo entre un herbicida (que es creado para las plantas) y los microbios del suelo podría no ser tan aparente, este efecto ocurre por la interrelación en el sistema. En pocas palabras, los herbicidas y los quelantes que forman una barrera alrededor de nutrientes específicos, evitan que cualquier forma de vida pueda utilizar ese elemento de forma apropiada, es decir, inmovilizan nutrientes específicos. Eso se aplica tanto a las plantas como a los microbios del suelo, así como a los animales y los seres humanos.

Esta podría ser una de las razones principales, del por qué los alimentos TRANSGÉNICOS parecen ser capaces de causar graves problemas de salud en las personas que los consumen. Cualquier organismo, que tiene las mismas vías fisiológicas para estos nutrientes, se verá afectado de la misma manera. Esos nutrientes no son necesarios para la mala hierba, pero si para los microorganismos y para nosotros.

Nosotros también necesitamos esos nutrientes para las funciones fisiológicas y aunque en pruebas comunes aparezcan y parezca que están, no están fisiológicamente disponibles, ni tienen la misma eficiencia que tendrían, si no hubieran sido quelados con glifosato. Según el Dr. Huberla eficacia nutricional de las plantas TRANSGÉNICAS se ve profundamente comprometida, porque micronutrientes como hierro, manganeso y zinc pueden reducirse hasta un 80-90% en estas plantas.


Además, cerca del 20% del glifosato migra fuera de las raíces de la planta y se va al suelo. Una vez que llega al suelo, el glifosato afecta a los microorganismos benéficos del suelo de la misma forma que afecta a las malas hierbas, porque ambos tienen la misma vía metabólica. Con cada nuevo cultivo con Roundup Ready aprobado, se aumentan los residuos de glifosato en el suelo, así como los niveles de tolerancia de los cultivos.

La calidad de los alimentos casi siempre está relacionada con la calidad del suelo. Los componentes más fundamentales y críticos del suelo son los microorganismos que viven allí, aún más que los nutrientes, porque estos microorganismos son los que permiten que las plantas utilicen esos nutrientes. Como el uso continuado de glifosato mata muchos de los organismos del suelo y el  el equilibrio se rompe, se ha producido un aumento de más 40 nuevas enfermedades en las plantas y enfermedades que se solían tener bajo control, de repente se han convertido en un problema grave.

El tremendo aumento en las enfermedades humanas que pueden tener un vínculo directo a las sustancias químicas o a los procesos de ingeniería genética, hace sumamente importante que se realicen investigaciones lo antes posible. Lo que se sabe es que aparecen nuevas especies de patógenos que nos eran desconocidos. Ahora se conoce la existencia de un patógeno completamente nuevo, previamente desconocido por la ciencia, que se encuentra en la soja y el maíz TRANSGÉNICOS. Se ha establecido que causa infertilidad y abortos en el ganado vacuno, caballos, cerdos, ovejas y aves de corral. También se ha visto una creciente frecuencia de abortos involuntarios y un dramático aumento de infertilidad en las poblaciones humanas en los últimos años.


Otro efecto sorprendente de este nuevo organismo misterioso relacionado con los cultivos TRANSGÉNICOS es el envejecimiento prematuro. Las investigaciones realizadas en Iowa, hace tres años, mostraron que la carne de primera calidad proveniente de una vaca de dos años de edad parecía de una vaca de 10.

¿Qué efecto tendrá en nosotros comer esta carne TRANSGÉNICA? Nadie lo sabe, pero si los animales son una indicación de lo que nos podría ocurrir a nosotros, esto podría significar un desastre para la salud y la fertilidad en general.

Otro lugar donde pueden encontrarse el pesticida es en los lugares donde se ha utilizado el estiércol procedente de los animales alimentados con piensos tratados o pasto industrial.

En estos momentos, existen catorce cultivos modificados genéticamente resistentes al glifosato que están a la espera de aprobación para su cultivo en la Unión Europea. Hay estimaciones de que su aprobación podría provocar grandes incrementos en el uso de este tóxico.

Si consideramos que España es el único país de la Unión Europea que cultiva TRANSGÉNICOS a gran escala, en el caso de su aprobación, seríamos los primeros en acoger estos cultivos y, por tanto, nos veríamos afectados por el uso indiscriminado del glifosato.

Los gobiernos deberían tomar medidas para reducir urgentemente nuestra exposición a este tóxico y proteger la salud humana y el medio ambiente.


En este “blog”, en la sección de “DOCUMENTALES”, podéis encontrar algunos documentales alusivos a este tema. Dos de ellos son:

2-07-2010. Soberanía Transgénica: ¿Un Riesgo Planetario?

Comida transgénica - el fin de la salud


FUENTES:

Kauai - Dr. Don Huber - GMO Crop Pathogen and Infertility – Glyphosate Pesticide Dangers. (El Dr. Don Huber es un experto en el área de la ciencia relacionada con la toxicidad de los alimentos transgénicos o genéticamente modificados (GM). Sus áreas de entrenamiento específicas incluyen las enfermedades transmitidas por el suelo, la ecología microbiana y la relación entre el parasito y el huésped).



Lucía Madrigal           



Hoy Comemos “Fast Food”


Las patatas fritas, la pizza, las hamburguesas, los dulces industriales, el chocolate, las gaseosas, los helados, los snacks y otros tantos menús que nos encantan, pertenecen al grupo de la “FAST FOOD”.

La expresión “FAST FOOD” fue creada por Michael Jacobson, cofundador y director ejecutivo del “Center for Science in the Public Interest (CSPI)”, una organización sin ánimo de lucro, de ayuda al ciudadano. Esta expresión designa a todos aquellos alimentos que no poseen valor nutricional, es decir, que no nos aportan nutrientes, pero añaden muchas calorías a nuestra dieta, sal, azúcar y grasas no saludables.


Comer este tipo de comida trae consigo consecuencias graves para nuestra salud: Se produce un Aumento del Peso Corporal, nos sube el Colesterol, se aumenta el Riesgo de Enfermedades Cardiovasculares e Infartos y la Resistencia a la Insulina es inevitable. Además, la ingesta de este tipo de alimentos nos Acelera el Envejecimiento.

Otro aspecto curioso es que la “FAST FOOD” parece indestructible e imperturbable ante el paso del tiempo. La artista de Manhattan Sally Davies muestra en su libro “The Happy Meal”, las fotografías de la misma hamburguesa de McDonald´s durante un periodo de 145 días y el “Happy Meal” no se descompone, ni cambia de aspecto en todo este tiempo.

La fase fotográfica demuestra que al moho no le gusta vivir en los productos de la cadena internacional, ya que seis meses después del inicio del experimento, las hamburguesas parecían tan frescas como el primer día en que fueron adquiridas. Solamente parecían un poco sintéticas al tacto y adquirieron un brillo acrílico. "El único cambio que veo es que se han vuelto duras como una roca", comenta la fotógrafa.

Len Foley realizó un experimento parecido, pero durante más tiempo. Él coleccionó hamburguesas de McDonald’s con queso y Big Macs durante más de 19 años. Esto le sirvió, primero, para crear un video exitoso: “LA HAMBURGUESA BIÓNICA” y también para entender que esta “FAST FOOD” no cambia su aspecto físico en años.

La consultora en nutrición Karen Hanrahan ha comprobado, igualmente, que las hamburguesas de McDonald’s, conservadas en un ambiente cotidiano, es decir, en casa durante 12 años, no se pudren, pero sí se secan un poco y empiezan a tener un "olor muy extraño".


¿Pero por qué los productos de McDonald’s no se comportan como los de otras cadenas de comida rápida? Según Foley, la culpa la tienen los pesticidas descubiertos por los expertos de la Agencia de Alimentos y Medicamentos de EE.UU. Entre ellos figuran cloroformo, xyleno, sterene, riboflavina, sodio estearoil lactilato, clorotolueno e incluso el insecticida DDT. No obstante, las hamburguesas de otras cadenas alimentarias son aún de peor calidad, aunque se descompongan antes. A fin de cuentas todas ellas son pienso de engorde, carente de vitalidad.

La pregunta que surge ahora es: ¿La comida procesada, que llamamos “FAST FOOD”, es verdaderamente un ALIMENTO? 

Depende de lo que queramos creer, pero “ALIMENTO” equivale a “NUTRIENTES VIVOS”, por eso se descompone en contacto con el oxígeno del aire, pierde su vitalidad y se pudre casi de inmediato. Es una ley natural. Así que ¿Qué comemos cuando elegimos un burguer y otros lugares de “FAST FOOD”  para “alimentarnos”?

Hace seis años, el cineasta Morgan Spurlock demostró las consecuencias de alimentarse a base de “FAST FOOD”. Decidió comer sólo eso en tres de sus comidas y después de sólo cuatro semanas, su salud se había deteriorado tanto, que el médico le sugirió que dejara el experimento. Entre otras cosas, el colesterol se le había disparado y comenzó a sufrir de depresión, falta de atención y disfunción sexual


Su documental SUPER SIZE ME, terminó ganándose el premio Writers Guild of America por el Mejor Guión Documental en 2005, y sigue siendo uno de los más poderosos ejemplos de los peligros de una alimentación a base de “FAST FOOD” que jamás se haya visto.

A pesar de que sabemos todo esto, la “COMIDA BASURA” nos atrae muchísimo, tanto que se la proporcionamos a los niños como capricho. ¿Por qué? En primer lugar, porque se trata de alimentos sabrosos  y adictivos, debido a las materias y sustancias adicionales que se utilizan en su elaboración. En segundo lugar, porque son muy fáciles de adquirir o preparar (Sólo hay que comerlos). Eso nos facilita la vida.

Desde la década de 1950, el concepto de "ALIMENTO" se unió al de ADITIVO. Así que en la carne, vegetales, productos lácteos crudos, frutas y otros artículos “naturales”, se incluyeron grandes cantidades de conservantes, colorantes, saborizantes y todo tipo de químicos. Pero el hombre no está diseñado para sobrevivir con productos químicos artificiales.

Parte de la conservación de la carne de hamburguesa se puede explicar por el hecho de que contiene cantidades excesivas de cloruro sódico (sal), que es un conservante natural, pero además, la composición de la carne de la que están hechas las hamburguesas no es verdadera carne. O no del todo. Un reciente estudio publicado en “Annals of Diagnostic Pathology” se dedicó a investigar la composición típica de una hamburguesa comercial.

El propósito de este estudio fue evaluar el contenido de ocho marcas de comida rápida utilizando métodos de histología. Encontraron que la cantidad de agua en la composición abarcaba del 37% al 62% y el contenido de carne iba de 2.1% al 14.8%. Los estudios microscópicos también revelaron músculo esquelético, tejido conectivo, vasos sanguíneos, nervio periférico, tejido adiposo, material vegetal, cartílago y hueso. Esto es: las hamburguesas típicas de la comida basura están compuestas de muy poca carne. Aproximadamente la mitad de su peso está formado por agua, y tipos inesperados de tejidos, incluyendo el hueso y el cartílago, aparte de muchos aditivos


Y ¿qué pasa con el pan? ¿Qué tipo de pan puede permanecerse durante años sin desarrollar ni siquiera un rastro de moho? Según el sitio web de McDonald´s, el pan de hamburguesa consisten en:

"Harina enriquecida (harina de trigo blanqueada, harina de cebada malteada, niacina, hierro reducido, mononitrato de tiamina, riboflavina, ácido fólico, enzimas), agua, jarabe de maíz de alta fructosa, azúcar, levadura, aceite de soja y/o aceite de soja parcialmente hidrogenado, contiene 2% o menos de los siguientes: sal, sulfato de calcio, carbonato de calcio, gluten de trigo, sulfato de amonio, cloruro de amonio, acondicionadores de masa (estearoil lactilato de sodio, DATEM, ácido ascórbico, azodicarbonamida, mono y diglicéridos, monoglicéridos etoxilados, fosfato monocálcico, enzimas, goma guar, peróxido de calcio, harina de soja), propionato de calcio y propionato de sodio (conservadores), lecitina de soja".

Esta lista de ingredientes ofrece pistas sobre la manera en que estos panes siguen perdurando durante muchos años. McDonald´s se ha defendido afirmando que sus hamburguesas se descomponen, si se les da el “tiempo suficiente”. Pero la cantidad de tiempo aún no se ha determinado. La “COMIDA SANA” es un alimento “VIVO”, y una característica de “LOS ALIMENTOS VIVOS” es que se marchitan y se descomponen, así que todos estos “alimentos eternos” no son alimentos reales y no proporcionan beneficios a nuestro cuerpo, ni nos aportan vitalidad.

A esto hay que añadir que todos los alimentos procesados contienen muchos ingredientes potencialmente peligrosos. Por ejemplo los Chicken McNuggets acumulan aditivos de este tipo y las Patatas Fritas contienen aceites omega 6 altamente refinados y transgénicos, como el de maíz, canola y soja. Muchos de ellos también ​​contienen Glutamato Monosódico para proporcionarle a la mezcla un buen sabor.


Los “PRODUCTOS ALIMENTICIOS PROCESADOS” están preparados en fábricas, son perfectos a la vista y llaman la atención, están empaquetados antes de su preparación, tienen sabores parecidos, se mantienen “frescos” durante años, son insípidos y blandos, contienen muchos aditivos y conservantes, contienen saborizantes artificiales y son alimentos desconectados de la tierra y todo lo natural. Son antifisiológicos.

Por su parte, “LOS AUTÉNTICOS ALIMENTOS” son cultivados sin pesticidas y fertilizantes químicos (los alimentos ecológicos se ajustan a esta descripción, pero también lo hacen algunos alimentos sin este aval), no son procedentes de cultivos transgénicos, no contienen hormonas de crecimiento, antibióticos u otros medicamentos, no contienen ingredientes artificiales, incluyendo conservantes químicos, son frescos (si se tiene que elegir entre productos ecológicos marchitos o productos convencionales frescos, es mejor esta segunda opción), no proceden de granjas industriales o fábricas, se cultivan teniendo en cuenta las leyes de la naturaleza (los animales son alimentados de forma natural y no con mezclas de granos o subproductos de origen animal y tienen acceso al aire libre), son cultivados de manera sostenible (utilizando cantidades mínimas de agua, protegiendo al suelo contra el desgaste, y convirtiendo los desechos animales en fertilizantes naturales en lugar de en contaminantes ambientales).

Para saber lo que exactamente comemos,  es también importante invertir tiempo en la cocina. No es necesario cocinar, nuestro cuerpo agradece “EL ALIMENTO SALUDABLE” en estado natural, sólo éste APORTA ENERGÍA PARA LA VIDA, NOS NUTRE Y NOS ALIMENTA. Por tanto, no se trata de comer por comer, eso nos desequilibra y enferma, sino de coger lo que la naturaleza nos ofrece como regalo y nutrirnos de él.

ESE ES EL “AUTÉNTICO ALIMENTO”.  


En la sección de "DOCUMENTALES" de este "BLOG" hay algunos videos relacionados con este tema:

¿Por qué Las Hamburguesas "Happy Meal" de McDonald... No Se Descomponen?

La indestructible "Cajita Feliz".

Documental Mcdonalds. Super Size Me.



Lucía Madrigal                



“Sólo el Cuerpo Sabe”


A principios del siglo XX, nuestros antepasados se alimentaban de lo que la naturaleza les proporcionaba cada temporada, sin medir o descartar y había poca gente con sobrepeso o enfermedades degenerativas. También en esta época el Departamento de Agricultura estadounidense, comenzó a observar que la gente empezaba a ingerir grasas hidrogenadas, como opción barata a las grasas saludables. Dejábamos de lado nuestro cuerpo, para darle prioridad a la economía.

De hecho, la industria nos proponía, en bandeja de bajo coste, dejar de lado lo natural y dijimos “sí”. Aunque la “Hipótesis de los lípidos” existía desde el siglo XIX, ésta no empezó a cobrar fuerza hasta que  a mediados del siglo XX surgieron teorías que la corroboraban: “todas las grasas, inclusive las que hasta entonces se habían considerado saludables, eran malas y causaban enfermedades cardiacas”. Pero el panorama, que se observaba, era parcial y las estadísticas engañosas. 


En el fondo lo sabemos, hay Alimentos y alimentos, hay Grasas y grasas y todas las personas no somos iguales. No obstante, de aquí en adelante, cada vez cobró más fuerza la idea de descartar las grasas, especialmente las saturadas, y  dar prioridad a los carbohidratos. Evidentemente quitar grasas a los alimentos, hacía que estos perdieran sus sabores genuinos, así que no gustaban, por lo que la industria alimentaria decidió añadir aditivos sabrosos y adictivos, entre ellos azúcar, (más carbohidratos a los carbohidratos, pero pocas grasas).  

Esta perspectiva hizo que las farmacéuticas invirtieran grandes cantidades de dinero en busca de fármacos hipolipemiantes y las autoridades sanitarias comenzaran a advertir a la población de que no consumieran grasas, ya que eran malas, y que se decantaran por los carbohidratos y aceites poliinsaturados y procesados como el de soja, maíz, girasolLa industria había descubierto un nuevo filón.

A mediados de los 80, los restaurantes de comida rápida comenzaron a reemplazar las grasas naturales por aceites vegetales parcialmente hidrogenados (grasas trans) y se siguió transmitiendo la idea de que consumir grasas era malo, así que la dieta, que se consideraba ideal, no las incluía en absoluto. Por eso estamos confundidos y no conocemos bien las grasas saludables. Queremos estar bien, nos preocupa el colesterol alto y creemos que hay uno malo y otro bueno, según dice la medicina convencional, pero nada es lo que se dice. El paradigma de la ciencia tiene muchos fallos y creencias antiguas. ¡A las evidencias me remito!


En los últimos 30 años no se ha publicado un estudio en el que se demuestre que el consumo bajo en grasas y colesterol prevenga o disminuya la incidencia de cardiopatías o de muertes. De hecho, a pesar de las dietas bajas en grasa, ambas siguen en aumento. También crecen los problemas relacionados con la nula o muy baja ingesta de ácidos grasos, los índices de obesidad y de enfermedades mentales son más altos ¿No será que nos pueden los protocolos y las hipótesis? ¿No será que en lugar de encontrar la causa de nuestro desequilibrio, invertimos mucha energía en la búsqueda de la sustancia milagrosa, que sea útil para todos? Se nos olvida que nada es igual para todos. Puede que esa sea la razón, de que sigamos sin saber por qué  nos pasa lo que nos pasa.

Nuestras dietas actuales se basan en el consumo masivo de carbohidratos y cereales: comemos mucho pan y tomamos hidratos para desayunar, almorzar y cenar. Tampoco le prestamos atención a lo que necesitamos, simplemente comemos lo que se nos ofrece como saludable y rico y consumimos lo que “hay”, el resto no lo vemos.

Además, aunque se valora la delgadez, se mira con buenos ojos un cuerpo redondito, hasta que nuestro abdomen se muestra prominente y dejamos de gustarnos. Entonces queremos adelgazar. Nos preocupa nuestra imagen, pero del cerebro y sus necesidades no nos ocupamos mucho, simplemente asumimos que con la edad se produce un deterioro cognitivo. Eso es normal ¿normal?


El consumo excesivo de carbohidratos produce disparos de azúcar que tienen un impacto negativo en el cerebro y desencadenan una cascada inflamatoria. También se producen alteraciones en el uso y secreción de neurotransmisores, que son reguladores del cerebro y del estado de ánimo. De hecho, cuando el azúcar entra en el cerebro hay una disminución de serotonina, epinefrina, norepinefrina, GABA y dopamina. Al mismo tiempo se consume la vitamina B que se necesita para producir dichos neurotransmisores y mucho más. También se reducen los niveles de magnesio, lo que deteriora tanto el hígado como el sistema nervioso.

El azúcar alto desencadena una reacción, llamada de glicosilación, que hace que proteínas, glucosa y ciertas grasas se enmarañen lo que da como resultado un endurecimiento de todos los tejidos corporales, que se vuelven rígidos e inflexibles. Nuestro cerebro es muy vulnerable a esta reacción, la cual empeora cuando antígenos, como el gluten, aceleran el daño.

El consumo de cereales cocinados o elaborados de miles de maneras o simplemente cocinados, o las bebidas edulcoradas componen el grueso de calorías de nuestra dieta. A esto se suma el consumo de otros alimentos altos en carbohidratos como las patatas, el trigo, el exceso de fruta y el arroz, lo que nos conduce a la epidemia actual de diabetes y obesidad.

La diabetes duplica el riesgo de alzhéimer, incluso ser prediabético se asocia con una disminución de la función cerebral y con el encogimiento del centro de memoria del cerebro. No hay duda, existe suficiente documentación que demuestra la conexión entre diabetes y demencia.


Cuando consumimos azúcares, el páncreas segrega insulina y estos, convertidos en glucosa, son conducidos por la insulina a las células. Si hay mucha glucosa las células se hacen resistentes a la misma y el cuerpo, que utiliza la grasa corporal como combustible, deja de hacerlo, puesto que tiene constante abastecimiento. Así que, engordamos cada vez más. Además, esto genera niveles muy altos de glucosa e insulina en la sangre, lo que hace que el organismo se vuelva adicto a la glucosa y se haga incapaz de perder peso.

Este proceso también afecta negativamente a nuestro cerebro, porque aunque más del 70% de él es grasa y aumentamos la grasa corporal con el consumo de carbohidratos, el cerebro no se ve beneficiado por dicho consumo, A él le beneficia el consumo de grasas. Las grasas son también buenas para la realización de otras muchas funciones corporales, por ejemplo, ayudan al mantenimiento de nuestro sistema inmune. Pero ¿qué grasas comemos? ¿Cómo las usamos? Debemos tener en cuenta que a pesar de las recomendaciones, muchas grasas poco buenas se incluyen en los alimentos procesados y es muy difícil no consumirlas o contabilizarlas.

Las grasas saludables como el Omega 3 y las grasas monoinsaturadas reducen la inflamación, pero es que lo que consumimos con los alimentos procesados son grasas hidrogenadas y modificadas que aumentan en gran medida la inflamación. Ciertas vitaminas, sobre todo la A, D, E y K, de vital importancia para nosotros, necesitan de las grasas para que el cuerpo las absorba de forma adecuada. Nuestro intestino delgado no las puede sintetizar si no vienen envueltas en grasa, así que de nada sirve suplementar, si llevamos una dieta hipolipídica. 


Por ejemplo, la vitamina K contribuye a la coagulación sanguínea, a la salud del cerebro, de los ojos y ayuda a reducir la demencia senil  y la degeneración macular y la falta de vitamina D se asocia a una mayor susceptibilidad a la esquizofrenia, el alzhéimer, el párkinson, la depresión, los trastornos afectivos estacionales y una serie de enfermedades autoinmunes como la diabetes tipo 1. Serio ¿Verdad?

Ya hemos dicho que las grasas sintéticas son nocivas, sin embargo, las que encontramos en nueces, aguacates, coco o aceitunas son saludables. También es saludable el consumo de Omega 3, a través de los pescados de agua fría (el problema es que están muy contaminados)  o el aceite de lino y chía.

Las grasas saturadas, tan demonizadas, son necesarias para muchos de nuestros procesos biológicos, de hecho la leche materna tiene un 54% de grasas saturadas. El 50% de la membrana celular es grasa saturada, así mismo, éstas contribuyen a la estructuración y funcionamiento de los pulmones, el corazón, los huesos, el hígado y el sistema inmunológico. Por ejemplo, el ácido palmítico, C16:0 produce surfactante pulmonar y reduce la tensión para que los alveolos se puedan expandir, las células del músculo cardiaco prefieren nutrirse de grasa saturada para asimilar el calcio de forma efectiva, con ayuda de grasas saturadas el hígado se desprende de la grasa visceral y nos protege de los efectos adversos de las toxinas, los glóbulos blancos  deben su capacidad para reconocer y destruir gérmenes invasores, así como para combatir tumores a las grasas presentes , por ejemplo, en el aceite de coco. Incluso el sistema endocrino depende de los ácidos grasos saturados para expresar la necesidad de crear ciertas hormonas como la insulina. También son las grasas saturadas las que nos ayudan a reconocer cómo parar de comer.


Por otro lado el supuesto colesterol malo, no es peor o mejor que el bueno, simplemente es grasa incorporada a contenedores diferentes, que tienen, por supuesto, funciones diferentes. Algunos estudios recientes muestran la importancia del colesterol para la salud cerebral, independientemente del tipo que sea. Un cerebro enfermo siempre tiene deficiencia de colesterol, a fin de cuentas a pesar de que nuestro cerebro sólo supone un 2% de la masa corporal, tiene un 25% del colesterol total, lo que sirve como apoyo para su  función y desarrollo.

No hay duda, aunque durante años se nos ha dicho que hay que consumir alimentos bajos en colesterol, la verdad es que el problema no es el colesterol en sí, si no la oxidación del mismo. El colesterol oxidado nos enferma, pero… ¿cómo se oxida el colesterol? Un factor decisivo para que esto se produzca es el excesivo consumo de glucosa. Esto quizás indique, que cambiar nuestra dieta puede ser mejor solución  que tomar estatinas, que por otro lado,  pueden causar o exacerbar los problemas cerebrales. Hay ya muchos estudios que demuestran lo que digo. Podéis consultar el libro del neurólogo americano David Perlmutter, “ Grain Brain”.

Todo esto parece un nuevo movimiento del péndulo para contradecir lo que a fuerza de insistencia hemos asimilado como válido y todos admitimos, pero el problema en sí, no es si comer o no comer grasas o carbohidratos, si no adaptarnos a los ciclos naturales, comer productos de estación, limpios, fisiológicos y de nuestro entorno. Parece difícil, pero se trata de elegir hábitos saludables y de descartar alimentos nocivos, por su mala elaboración, su dudosa procedencia y su toxicidad. También nos intoxica comer en exceso y no permitirnos periodos de descanso digestivo. 


Otra cosa a tener en cuenta es que todos somos personas diferentes con un microbioma diferente. Es cierto que los excesos nos matan, que somos muy poco conscientes de nuestro cuerpo, que nos dejamos guiar por otros, que como nosotros tienen visiones parciales y poco aperturistas. Ellos nos hacen creer que unas cosas son mejores que otras, incluso nos elaboran una pirámide nutricional que nosotros asumimos como válida. Son los respetables científicos de este paradigma gastado. Pero todos tenemos y somos realidades diferentes.

Escucharnos es difícil al principio porque estamos sucios, se nos ha olvidado cómo hacerlo y porque nos hemos hecho adictos a algunos alimentos, pero si lo conseguimos, el cuerpo nos guía hacia nuestras verdaderas necesidades.

Sin duda, sabemos lo que nos hace bien y lo podemos elegir, solo hay que tener en cuenta una cosa: Si algo va mal, hay algo que cambiar. Como dijo Albert Einstein, “Si quieres resultados diferentes, prueba cosas diferentes”.

Cada persona tiene su dieta, pero ésta no debe ser disonante con las leyes de la naturaleza y con la fisiología del organismo.

Prueba a descubrir la tuya, sólo así te sentirás bien. 




Lucía Madrigal