¡Ay Corazón!


“Hagamos lo que hagamos, dondequiera que estemos en el planeta, no hacemos sino manifestar el estado de nuestra conciencia, con las consecuencias que de ello se derivan”.

Annie Marquier

“Los problemas importantes a los que nos enfrentamos, no pueden ser resueltos desde el mismo nivel de conciencia en el que nos encontrábamos cuando los creamos”.

Albert Einstein


Somos amor. La conciencia nos permite actuar desde el amor o desde el miedo, pero el miedo nos puede. Todos nos engañamos creyendo que amamos; sin embargo, vamos a la caza del amor que las cosas materiales u otras personas nos pueden proporcionar, en piloto automático e inmersos en un caos profundo, un caos que nos resulta tan familiar que hemos acabado por acostumbrarnos a él, por verlo natural. Este circuito de negatividad y caos hace que percibamos la realidad a través del filtro de las experiencias humanas vividas a lo largo de miles de años, lo que deforma constantemente nuestra percepción de las cosas. Desde esa perspectiva de confusión, la felicidad se aleja de nuestro horizonte.

De manera inconsciente, nos encontramos dominados por el pánico, el ansia de poder y de placer, aunque creamos que no. Nos hemos hecho a vivir en un modo de alerta, siempre vigilado por la amígdala instintiva, que continúa queriéndonos proteger como sabe. En sus manos, todo es defensa, huida y expresión de las emociones más densas. Ante esto la razón no siempre está de acuerdo y el corazón permanece impotente, ya que habitualmente no es ni consultado ni escuchado. Entonces automáticamente surge ante nosotros el arsenal mental emocional, generado por la supervivencia y las memorias traumáticas, que están unidos a todas esas emociones negativas.

Los estudios han demostrado que en este estado de negatividad, los diversos sistemas del organismo, nervioso, hormonal, inmunitario…y los órganos, en general, trabajan con menor eficacia. De ahí se derivan problemas de salud tales como la fatiga, el insomnio, la depresión inmunológica o los problemas cardiovasculares. Ante el desorden, todo el organismo se debilita. Cómo funcionamos con los circuitos primarios de percepción, no escuchamos los mensajes enviados por el cerebro del corazón. Surge un caos biológico que debilita al cuerpo y se abre la puerta a las enfermedades.


El desajuste entre cerebro y corazón mantiene vigentes emociones como la insatisfacción, la frustración, la ira, la depresión, la pérdida de alegría de vivir, la tristeza, la desconfianza, la agresividad…lo que da lugar al deterioro de nuestras relaciones y al sabotaje de nuestro bienestar. El caos interno reduce igualmente la capacidad mental al disminuir la capacidad de atención, concentración, abstracción, razonamiento, creatividad y aprendizaje y al provocar que el cerebro reaccione con lentitud.

La situación permanente de tensión y de estrés, en general inconsciente, es la causa de nuestra mala salud, del deterioro en las relaciones, de nuestra falta de claridad mental y de los vaivenes en nuestro estado de ánimo. Vivimos en un malestar permanente que a veces nos lleva a pensar que la vida es así, a tomar medicamentos para anestesiarnos o a acorazarnos hasta convertirnos en seres rígidos e insensibles, programados para satisfacer nuestros propios deseos y ambiciones personales. En este punto, nos sentimos con éxito aparente, pero nuestra energía es baja y estamos lejos de alcanzar nuestro pleno potencial de bienestar y de felicidad.

Llegados aquí, el cuerpo no tarda en recordarnos que  estamos en una tensión permanente y prisioneros de un caos que acabará desembocando en una enfermedad o en un proceso de envejecimiento sin calidad de vida. Nuestro caos reduce la posibilidad de afrontar la vida con garantías, nos bloqueamos y no sabemos responder con inteligencia, ni con amor a nosotros y a la vida.

Todos los seres humanos nos sentimos limitados y nos gustaría liberarnos, pero hace tanto tiempo que tratamos de mejorar nuestras condiciones de vida, sin salir de los conocidos circuitos de conciencia que nos vemos siempre en la misma rueda.  Con el tiempo nos hemos ido haciendo más inteligentes desde el punto de vista de la racionalidad, más hábiles, más fuertes, hemos ido acumulando historia, pero sin salir de los circuitos de placer, separación, poder, combate o huida. Seguimos en el caos. Un caos que podemos ver fuera de nosotros en todas las situaciones que nos acompañan y que acompañan a la globalidad.


La interacción entre el cerebro y el corazón se puede ver al observar cómo nuestras perspectivas emocionales y mentales influyen en la salud. Esta nueva línea de investigación indica que el corazón posee una forma de inteligencia diferente a la atribuida al cerebro, con mucha más influencia en nuestras vidas de lo que podemos imaginar. Vivir en el caos, nos aleja de la coherencia y de la dirección del corazón. El desorden y el caos nos enferman.

De acuerdo con un estudio de la Universidad de Pittsburgh, la forma en cómo una persona responde a las emociones negativas se relaciona con el riesgo de tener un infarto o un derrame cerebrovascular. Según el Dr. Peter Gianaros, profesor del Departamento de Psicología de la Universidad de Pittsburgh y autor de esta investigación, las emociones negativas persistentes elevan el riesgo de aterosclerosis, al aumentar los niveles de los productos químicos que causan inflamación en el cuerpo.

En otra investigación publicada en el Journal Biological Psychiatry se detalla que las emociones afectan directamente a los circuitos cerebrales y al corazón. La ira, por ejemplo, es una emoción negativa muy potente que incluye emociones como rabia, cólera, rencor, odio, furia, indignación o resentimiento. También son manifestaciones de ira, la aversión, la exasperación, la tensión, la excitación, la agitación o la acritud. La lista se alarga con otras reacciones como irritabilidad, hostilidad, violencia, enojo, celos, envidia, impotencia, desprecio, antipatía, resentimiento, rechazo o recelo.

Se sabe que la ira y la hostilidad son factores de riesgo significativos en las enfermedades coronarias y para los trastornos cardiovasculares, la hipertensión, el cáncer y el dolor crónico. Por ello es muy importante cambiar nuestra conciencia, “no solamente como prevención de la violencia, sino también como forma de evitar algunas enfermedades”, anuncia el Dr. Rafael Bisquerra, especialista en educación emocional. “Ver, aceptar y abrazar la ira que está dentro de nosotros, sin juicio, sin crítica, nos aleja  del riesgo de infarto, y de otros tantos problemas de salud”.


Igualmente el estrés es una respuesta física y específica del organismo ante cualquier demanda o agresión. Los síntomas más comunes de estrés son irritabilidad, dolor estomacal, humor inestable, intranquilidad, malestar general, obsesión compulsiva por el trabajo, tensión, facilidad para llorar, tics nerviosos, aspecto poco saludable, insomnio, llagas bucales, cansancio, pérdida de apetito sexual, ataques de pánico…También puede producir depresión, está asociado a la hipertensión arterial, a las enfermedades cardiovasculares, a los problemas gastrointestinales, a las afecciones respiratorias o a trastornos musculo-esqueléticos.

Entre ansiedad y estrés hay una relación tan directa que a veces se hace difícil encontrar las diferencias. La ansiedad es una emoción negativa que equivale a una forma de estrés potencialmente dañino, que activa un conjunto de respuestas fisiológicas como la taquicardia, el incremento de frecuencia respiratoria o la sudoración y en la que participan respuestas operantes de escape o evitación.

“Es una respuesta emocional desproporcionada que se vive ante un peligro posible, pero poco probable. La ansiedad es la anticipación del peligro, que tal vez no llegue”.  “Es el resultado de un sentimiento persistente de fracaso o frustración que genera diversos tipos de sentimientos de infortunio y, en sus formas agudas y crónicas, enfermedades orgánicas” explica el Dr. Bisquerra. “El pentágono de la ansiedad incluye depresión, desorganización (dificultad para tomar decisiones), dependencia, defensa y desafío (ansias de autoridad)”.

Cuando sentimos miedo o nos asustamos mucho, nuestro cerebro activa una reacción de alarma produciendo cambios en el organismo. Al estar ante una emoción formada por la aversión y la sorpresa, nuestro sistema neurológico se queda paralizado por el estímulo que interpreta como peligro. El cuerpo posee un mecanismo de protección natural llamado respuesta de lucha o huida. Lo primero que ocurre dentro de nuestro organismo es que se produce una descarga de adrenalina que activa nuestro corazón. Este neurotransmisor envía señales a diferentes partes del cuerpo para activar la respuesta de lucha o huida.

Como en el caso del estrés, el sistema nervioso autónomo responde al estímulo acelerando nuestros  latidos, aumentando el flujo de sangre a nuestros músculos  y se prepara para salir corriendo. Además, se dilatan nuestras pupilas y se ralentiza la digestión. Nuestro metabolismo cesa el almacenamiento de energía y la moviliza para hacer frente al factor estresante. El cerebro hace que se eleve la temperatura de nuestro organismo por lo que la piel de nuestras manos se muestra sudorosa, aumenta la presión arterial, se nos seca la boca y la respiración se vuelve más rápida.

También, como en una situación estresante el sistema nervioso libera más cortisol, que eleva la presión arterial lo que puede dañar la capa interior de las arterias, volviéndose duras o aumentando su grosor, y facilitando el desarrollo de la arteriosclerosis. Además el estrés causa otros cambios fisiológicos como el aumento de leucocitos, hematíes y plaquetas por lo que se espesa la sangre y se produce un aumento de la glucosa. Todas estas respuestas tienen un objetivo: luchar por la supervivencia o huir.

La adrenalina es un producto químico que en grandes cantidades es tóxico, y puede dañar algunos órganos como el corazón, el hígado, los pulmones o los riñones. Los expertos creen que casi todas las muertes repentinas son producidas por el daño al corazón. Es el único órgano que falla tan rápido como para causar la muerte súbita, ya que ni la insuficiencia renal o la insuficiencia hepática producen una muerte súbita.

Cuando la adrenalina llega procedente del sistema nervioso autónomo a los receptores de las células del músculo cardiaco hace que se abran los canales de calcio de las membranas de las células. Los iones de calcio se precipitan en las células del corazón lo que provoca que el músculo del corazón se contraiga. Si se trata de un flujo masivo de adrenalina, el calcio se sigue vertiendo en las células y el músculo no puede relajarse.

Así que cuando el sistema está abrumado con la adrenalina, el corazón puede entrar en ritmos cardiacos anormales. Esta taquicardia, que hace que el corazón lata de forma desorganizada con una frecuencia cardíaca muy rápida, pero siendo ineficaz para suministrar el oxígeno necesario a las células, es capaz de causar muertes repentinas por miedo. De la misma manera, que el miedo, el estrés o un susto pueden producir una respuesta corporal dañina para nuestro corazón,  cualquier emoción fuerte puede ser la causa de arritmias.


La tristeza aparece ante una pérdida de objetos de valor o de seres queridos. Es una emoción que predispone a disminuir al máximo la acción y a sentirse desmotivado, sin ganas de hacer nada y con necesidad de aislarse. A veces, la tristeza se manifiesta cuando hacemos una valoración negativa exagerada de las pérdidas. Llevada al exceso, la tristeza puede conducirnos a la depresión.

Lo mejor para combatir la tristeza es verla con el filtro del corazón y aceptarla con profundo amor a ti mismo, sin crítica, sin juicio, sin rechazo. Como dice Matt Licata: “Tu tristeza, tu soledad, tu ira y tu ansiedad, no son errores. No son obstáculos en tu camino. Son el camino. La libertad que tanto anhelas no está en erradicar eso, sino en la información que te revela. No necesitas trascender nada aquí, sino simplemente estar dispuesto a intimar profundamente con tu experiencia. Tu intimidad es tu camino a casa”.


El sufrimiento, por su parte, es un estado afectivo y cognitivo, complejo y negativo, que se caracteriza por una sensación de amenaza e impotencia para hacerle frente a algo. El sufrimiento nos hace responder emocionalmente en función de cómo evaluamos una situación. Es una respuesta subjetiva. Una persona sufre cuando experimenta un daño físico o psicosocial importante y cree que carece de recursos para afrontar la situación. Mientras que el sufrimiento es una emoción centrada en un futuro incierto, el dolor se experimenta en el presente.

El dolor intenso tras la pérdida de un ser querido, aumenta el riesgo de tener un ataque cardiaco. En el día siguiente a su pérdida, aumenta 21 veces el riesgo de tener un infarto, y continúa siendo seis veces mayor de lo normal durante varias semanas. La investigación también muestra que las personas expuestas a experiencias traumáticas tienen tasas más altas de problemas cardiacos que la población en general. Pero no es la experiencia en sí la que nos enferma, sino la percepción que tenemos del dolor, el rechazo a cualquier tipo de expresión del sufrimiento, la no aceptación de la vida. Hemos hecho una drástica valoración de lo que consideramos “malo” o “bueno” y lo “malo” es inaceptable, evadido o escondido.

Es muy importante saber que el estado emocional afecta a la percepción del dolor y el dolor al estado emocional. Esta interacción entre dolor y emoción hace que cuando nuestro estado es de aceptación y positividad (alegría, optimismo, humor) percibamos el dolor con menos intensidad. Si las emociones negativas tienen el potencial de dañar el corazón, sería razonable pensar que las emociones positivas pueden curarlo y mantenerlo en un estado saludable.


No obstante, y parafraseando al Dr. Bisquerra, “las emociones negativas no son emociones malas “Todas las emociones son legítimas y hay que aceptarlas. La maldad solo es atribuible al comportamiento que provoca la emoción, a lo que hacemos con las emociones, pero no a la emoción en sí”.

Algunos estudios muestran, igualmente, que la vitalidad emocional puede proteger tanto a los hombres como a las mujeres contra el riesgo de enfermedades coronarias. En un estudio realizado sobre aproximadamente 1500 personas, con mayor riesgo de enfermedad arterial coronaria de temprano inicio, aquellos que reportaron estar alegres, relajados, satisfechos con la vida, y llenos de energía, redujeron su propensión a los problemas cardiacos.

Cuando estamos estresados nuestro cuerpo no está sincronizado debido a las emociones negativas. Esto provoca un desorden en el ritmo cardiaco y en el sistema nervioso, que conduce al bloqueo e inhibición del neurocórtex o cerebro racional. En contraste, cuando nuestras emociones son positivas  o superiores, se crea armonía en el sistema nervioso y en el ritmo cardiaco, lo que provoca desbloqueos a nivel cerebral. De la misma forma, el resto de sistemas del cuerpo se sincronizan en este estado al que llamamos coherencia. Debido a que la coherencia nos propicia una claridad mental y una capacidad para tomar mejores decisiones, esto nos facilita la posibilidad de afrontar cualquier situación de estrés.

Cuando el cerebro del corazón puede imponer su ritmo, el ser humano tiene la posibilidad de crear este estado de coherencia, gracias al cual el sistema inmunitario funciona de manera óptima, el sueño es reparador, la tensión arterial es normal y la vitalidad crece, puesto que todos los órganos funcionan a la perfección. Se generan emociones como la gratitud, el amor y las demás cualidades del corazón, la bondad, la generosidad, la compasión, la paz interior…Estas emociones nos hacen fuertes, inteligentes, sólidos, estables, sabios, generosos, compasivos, eficaces, creativos…En esta dinámica nos sentimos satisfechos y alegres cualquiera que sea la circunstancia que nos sugiera la vida y vivimos el momento con intensidad.


La coherencia implica armonía. Actitud despierta. En la medida en que nuestra conciencia continúa despertando, descubrimos nuestra aptitud natural de funcionar en estados de conexión coherente. Actuar en coherencia nos conduce a la Unidad, genera un campo magnético de manifestación a nuestro alrededor,  nos sitúa en la realidad de nuestra preferencia y acelera nuestro avance evolutivo.

Cuando te sientas inmerso en el caos, lleva tus manos al corazón y respira profundamente, entrarás en coherencia y verás con claridad. El caos se disipará y serás capaz de sentir el amor que está dentro de ti.

“Las ondas cerebrales se sincronizan con las variaciones del ritmo cardiaco; es decir, que el corazón arrastra a la cabeza. La conclusión es que el amor del corazón no es una emoción, es un estado de conciencia inteligente.El cerebro del corazón activa en el cerebro de la cabeza centros superiores de percepción completamente nuevos que interpretan la realidad sin apoyarse en experiencias pasadas. Este nuevo circuito no pasa por las viejas memorias, su conocimiento es inmediato, instantáneo, y por ello, tiene una percepción exacta de la realidad. Está demostrado que cuando el ser humano utiliza el cerebro del corazón crea un estado de coherencia biológico, todo se armoniza y funciona correctamente, es una inteligencia superior que se activa a través de las emociones positivas”.

Annie Marquier

“Eres el gran espacio en el que todo va y viene. Hay tanto espacio en ti para que la tristeza dance, para que la desesperación juguetee, para que la ira se dé vueltas y para que la soledad explore.

Hazte disponible a ver que, incluso durante los tiempos difíciles, cuando la luz no se presencia por ninguna parte y la oscuridad es abrumadora, estás siendo acogido”.

Matt Licata



FUENTES:

Psicopedagogía de las emociones. Rafael Bisquerra. Ed. Síntesis, 2009.

El maestro del corazón. Annie Marquier. Luciérnaga, 2010.

La matriz Divina. Gregg Braden. Ed. Sirio, 2006.



Lucía Madrigal