Una Carta a la Tristeza


Estimada Tristeza:

Hoy quiero hablar contigo y acompañarte. Qué poco te entendemos los humanos, y cuánto esfuerzo loco por escapar de tu dolor sanador. Por eso, hoy quiero reconocerte en la necesidad tan humana de acompañarme en mi propia tristeza, y en este deseo de mostrar tu realidad más profunda, para poder así desde mí, sentirte y aprender a acompañar en la tristeza de tantos seres sufrientes.

Te he sentido en sucesos traumáticos que me desbordaron. También te siento en otros momentos sin previo aviso, ni aparente causa. Sé que existes porque te vivo. Y siento que una parte de mí quiere zafarme de tu abrazo. Y te percibo en dos aspectos muy diferentes, por un lado la auténtica tristeza y por otro este drama confuso que en realidad oculta otra emoción más real. Intentaré acompañarte en ambas facetas, con cariño hacia la primera para descansar contigo y hacia la segunda para ayudarte a mostrar con amor tu auténtico sentir escondido. Tú me has mostrado que los dos caminos acaban en una liberación emocional y una reconciliación con uno mismo y con la vida.


Las mil caras de mi tristeza

Me cuesta reconocerte tristeza, entre otras cosas porque a veces te idealizo en mi mente. Me invento como tú deberías ser, y como yo debería sentirte en cada momento. Pero necesito simplemente acompañarte tristeza cuando te siento, abriéndome a la sorpresa de que no sé cómo eres en cada instante.

Ahora te dejo hablar a ti querida tristeza. Es tu turno de señalarnos como te muestras en nosotros. Quiero que hables como emoción integrada. Como tristeza en unidad con todo mi cuerpo-mente-intuición. Como emoción conectada a la esencia humana. Y si te parece empieza por tus caras más claras e intensas, y sigue por tus caras que pasan más desapercibidas:

Soy tu tristeza. En ti estoy, y te agradezco que me escuches. Necesitas escucharme para sanarte de tus heridas. Soy tu emoción. Soy tu sentir ante esto que te duele y te abruma. Descansa en mí. Siénteme en tu cuerpo, en tu pecho, en la garganta. Suelta tu vientre. Respírame. No tienes que hacer nada, solo hundirte en mis brazos amorosos. Sí querido, sé que buscas el amor, y yo en el fondo soy este amor auténtico que te une, te acoge y que tanto anhelas. Llora en mí. Gime en mí. Descansa en mí.

Soy tu dolor y tu sufrimiento. Te acompaño con frecuencia. Estoy en tu cuerpo y en tu sentir. También duelo en tu mente y en todo tu existir. Soy crisis y duelo. Te guío despacio cuando pierdes a alguien querido. Te llevo hacia adentro. Y te conecto con lo más importante, que es tu propio corazón. Respira y sostenme con valor, y así nacerá en ti este corazón resiliente que acoge y sana todas tus heridas. Sostenme desde tu corazón compasivo y humano, al servicio de la Vida.


Soy tu pena y tu aflicción. Soy tu llanto. Soy esta inmensa sensación de pérdida y falta. Te ayudo a llorar y soltar todo el dolor inmenso que sientes. Permítete sentirme y deja que te desborde. Yo te lavo tus entrañas. Hasta que un nuevo día renazca desde tu pecho húmedo.

Soy tu pesar y tu abatimiento. Soy este peso inmenso que parece hundirte sin remedio. Soy el reconocimiento de tanto esfuerzo por vivir. Estoy en tus hombros y en todo tu cuerpo. Déjame estar en ti, en este rato. Siénteme en todas tus células. Solo así podrás conocerme y notar todo aquello que necesitas soltar y liberar de tu vida. Soy amor en forma de pesadumbre. Soy liberación en medio de la desolación creativa.

Soy tu disgusto y tu desdicha. Soy todo lo que no te gusta y te hace sentir herido y acabado. Soy tu sentimiento de falta de dicha y gusto. De ser un desgraciado. Y desde mí, parece que la vida ha perdido su ilusión, y que nunca más podrás confiar en nadie. Aunque en realidad no es así, ya que yo soy un viajero temporal. Siénteme despacio. No huyas de mí y atiéndeme. Soy solo una emoción que si me escuchas te remuevo y te renuevo. Y luego me marcho clarificándote y dejándote un poso de paz y amor.

Soy tu frustración. Soy esta sensación de que la vida te puede siempre. De que hagas lo que hagas, todo va a salir mal. De que no lograrás lo que deseas. Soy tu desesperación. Muchas personas dicen que no hay que sentir tristeza, ni mucho menos sentirme a mí. La sociedad reniega su frustración y su crisis. Ya sé que no os gusto. Con cariño, gira tu mirada hacia mí, siénteme en profundidad, y podrás abrir la llave del alma humana. Con amor a mí, despertaras a la realidad de la vulnerabilidad y sensibilidad que habita en ti y en todo los humanos. Y ya no esperarás aquello que la vida no puede darte. Ya que en realidad, como frustración, soy un regalo imprevisto para ti. Y toda crisis, pérdida, fracaso, conflicto y error, te aportan nuevos y sorprendentes presentes para descubrir quién realmente eres.


Soy tu depresión. Soy tanta tristeza no reconocida que al final me hundo contigo en una muerte en vida. Soy la anestesia emocional. Soy la negación de tu sentir, de tu enfado, de tu rabia de tu miedo… y también de tu alegría. Vengo a ti para que me escuches. Vengo a ti para que te des cuenta de que no es sano que sigas negando tus emociones. No pasa nada porque te visite. Permite que te visite. No me niegues a mí también. Soy tu depresión, y juntos podremos encontrar una vía para sanar y para gestionar mejor tu vida emocional.

Soy tu amargura y tu desaliento. Soy la pérdida del sentido de tu vida. Soy un síntoma que te señala tu propio agotamiento existencial si me miras de frente. Siénteme en todo mi sabor amargo y en toda mi falta de aire. Sé que cuesta, más así podrás conectar con lo que realmente necesitas. Tal vez hayas perseguido ideales en tu vida, más yo te ayudo a apartar lo que ya no te sirve. También te obligo a parar y entrar dentro de ti, para que puedas conectar con tu propia esencia.

Soy tu decepción, tu desilusión y tu resignación. Soy tu forma de seguir limpiando lo que ya no te sirve. Te ayudo a cambiar y adaptarte a lo nuevo. Conmigo puedes soltar lo caduco. Y si te resignas, te mostraré el dolor del estancamiento. Soy tristeza pasajera. Soy el dolor de perder ideales. Escúchame en profundidad. Soy energía para soltar y seguir adelante.


Soy tu soledad. Soy esta sensación de estar separado y apartado de los demás. Soy un ego que me resisto a unirme a los demás. Soy la arrogancia de cuidar sólo de lo mío. Y soy la culpa por no ser suficientemente digno y adecuado frente a los demás. Me muestro como vergüenza y estoy en la creencia de que soy tan raro que nadie podrá quererme. Sé que tratas de negarme y te fuerzas a unirte a otros, creando una pareja e incluso teniendo hijos, pero sigues sintiéndote solo aún en compañía de todos tus amigos. Y sé que culpas a los demás de dejarte solo, cuando en realidad es la propia tristeza solitaria que sientes profundamente en todo tu ser. Habítate en tu soledad. Y así, desde tu reconocerme en ti, yo te mostraré el camino del auténtico amor.

Soy tu nostalgia y tu melancolía. Soy estas sensaciones que surgen de sentir tu fría soledad y el calor del deseo ardiente de este amor perdido. Yo te recuerdo todos estos momentos en que te amaste a ti y amaste a otros. Soy el que saco fotos del álbum de tu vida y anhelo el calor del abrazo. Soy el impulso de tu tristeza. Déjate llevar por mi fuego. Soy la fuerza de tu nueva vida compasiva que nace a mi abrigo.

Soy tu aburrimiento y tu desgana. Soy esta sensación de que nada ni nadie te llena. Soy esta tristeza profunda que te sumerge en la huida de ti mismo y en la procrastinación compulsiva. Yo te ayudo a descubrir que en el fondo estás triste y necesitado de amor a ti mismo. Aparta un instante tus placeres efímeros y siénteme en todo mi hastío, así despertaré en ti la semilla del deseo generoso y transformador. Te ayudaré a librarte de lo que no quieres en tu vida. Y de la desesperación de tus días, despertarás a la estima hacia ti y al servicio comprometido y centrado a los demás.

Soy tu pesimismo. Y soy en el fondo toda tu sensación de infelicidad. Soy este sentimiento indefinido de que todo está mal y que nada podrá ayudarme. Te muestro día a día tu tristeza más enquistada. Y si me escuchas bien, notarás que no soy contrario al optimismo, sino una forma de huir de la realidad que creo que me ha dañado. Entra en mí. Abrázame. Permite que tu infelicidad te cale hasta tus queridos huesos humanos. Siente como tu aparente negatividad es en realidad una forma de protegerte y cuidarte. Descansa en tu paz que da la bienvenida a tu infelicidad. Y si surge la risa o la emoción que sea, abrázala con cariño.


Acompañar en el dolor y mi tristeza real

Muchas gracias tristeza por mostrarte tan desnuda. Te siento más cercana y dentro de mí. Lo he notado; cuando te escucho y te dejas ser emoción y tristeza, tú me llevas a una resolución sanadora. Por tanto, aprendo que acompañar en la tristeza y el dolor es tan sencillo como estar en lo que siento, permitirte y darte la bienvenida en todo lo que está ocurriendo dentro de mí. Ser tristeza. Dejar que hables y seas sentida. Dejar de huir y permanecer con cariño en tu campo emocional.

Sé que a veces nos costará acompañarnos solos. Y tal vez al principio nos ayude dejarnos acompañar por algún amigo que sepa estar presente. Aunque también necesito aprender a confiar en ti, mi querida tristeza, y permitirme autoacogerme. En realidad no eres sólo una simple emoción, sino mi presencia plena de amor que acoge la emoción y todo mi ser. No hay recetas, solo estar ahí contigo. Solo dejar que hables, como hiciste en cada una de tus caras. Y siento que no es necesario el lograr etiquetarte en cada forma de tristeza, pues no siempre es posible o apareces entremezclada en infinidad de matices emocionales. Basta con estar presente y habitarte en lo que estamos sintiendo.


Acompañar en la tristeza que se oculta tras mis máscaras dramáticas y escapistas

Querida tristeza, veo que con frecuencia vienes contaminada de pensamientos, emociones e instintos de huida. No me es fácil escucharte claramente. Hay mucha complejidad en mí. Y en todo este caos fragmentado me pierdo constantemente. Sé por el apartado de las mil caras de la tristeza que puedes mostrarte de forma más integrada y auténtica, pero cuando no es así ¿Qué hago?

Siento que si me abro a esta parte de mí que ama y acoge todo lo que soy, si me apoyo en este sencillo gesto de empezar a amarme y autoestimarme en mis propios errores y confusiones, poco a poco irás emergiendo como tristeza auténtica. Por tanto, quiero ensayar día tras día este arte de autoestima profunda. De abrazar con firmeza mis máscaras y mis escapes, aunque sea sacando la espada de la compasión, esa espada que hiere con amor y me ayuda a parar y cambiar realmente.

Por tanto, cuando te muestras como pseudo-tristeza dramática, intentare ver que detrás estás tú, mi querida tristeza auténtica. Y veré como se disipa este humo que no es real, hasta sentirte y poder acompañar en la tristeza genuina.



FUENTES:

Interser Ediciones



Lucía Madrigal                



Los Mecanismos de la Conciencia y el Desarrollo del Ego


“Nuestra percepción de la realidad no es necesariamente la realidad. Nuestra percepción depende directamente del circuito que la conciencia utilice para percibir la realidad”.

Annie Marquier

“El auténtico problema que plantea la conciencia es el problema de la experiencia. Cuando pensamos y percibimos, existe por una parte el ronroneo que produce el procesamiento de la información, pero hay además un aspecto subjetivo. El aspecto subjetivo es la conciencia”.

David  Chalmers


No hay nada más íntimo que la experiencia consciente, ni nada más difícil de explicar. La palabra conciencia tiene su origen en el vocablo latino conscientia “con conocimiento”. Se podría definir la conciencia como el acto psíquico mediante el cual una persona se percibe a sí misma en el mundo. A través de ella, el individuo tiene conocimiento de sí mismo y de su entorno.

Existen determinadas regiones del cerebro que entran en actividad neurológica cuando la persona se percibe conscientemente a sí misma o a lo que le rodea. Esto  ha permitido al mundo de la neuroquímica, la neurología y la neurobiología describir con cierta precisión algunos circuitos escritos en el cerebro físico, que se corresponden con diversas actividades de la conciencia.

El cerebro no genera la conciencia, sino que el nivel de conciencia del individuo determina qué partes del cerebro se van a activar en cada momento y con cada información. Por otro lado, los mecanismos de la conciencia  determinan la calidad de todas las experiencias humanas. Estos mecanismos se han ido modificando a lo largo de toda la historia de la humanidad, en aras de un proceso evolutivo constante, pero nunca ninguno de ellos ha dejado de estar activo para dar paso al siguiente.


Existen tres circuitos que describen los mecanismos de la conciencia:

Cuando aún no teníamos desarrollado el córtex cerebral, la supervivencia llevó a la naturaleza a desarrollar un sistema de reacción rápido y seguro para el ser humano, que se constituyó como el circuito primario. Este sistema permitía que la información llegara con rapidez al sistema límbico, en concreto a la amígdala cerebral que analizaba la información útil para la supervivencia física. La información registrada en esta primitiva parte del cerebro, está grabada de manera precisa y completa desde entonces, e incluye todas las percepciones sensoriales, las reacciones del cuerpo físico, las de la conciencia y las acciones que se llevaron a cabo para asegurar la supervivencia.

El miedo y la alerta, el instinto de reproducción para que la especie continuara y la protección del territorio fueron los mecanismos de este primer circuito. Todas las antiguas percepciones, reacciones y acciones están depositadas en el cerebro desde entonces, siempre han estado presentes en la vida y evolución de todo ser humano y se han transmitido de generación en generación.

Además estas memorias proceden tanto del inconsciente colectivo como de experiencias concretas asociadas al linaje de la especie o de las vivencias y experiencias del propio individuo. Ahora, ante una situación nueva, la amígdala no se entretiene en analizarla, sino que se limita a ver si existe “alguna similitud”  entre ésta y alguna otra de las vivencias o experiencias pasadas y si eso ocurre, envía al cerebro una serie de reacciones idénticas a las del pasado, que sirvieron para asegurar la supervivencia del individuo.

La percepción imprecisa de la realidad asociada a este primer circuito, hacía que los seres humanos primitivos tuvieran reacciones rápidas, pero muy primarias, que les servían para mantenerse vivos. Lo interesante es que aunque ya no seamos seres primitivos y la conciencia haya evolucionado, la amígdala no ha dejado de hacer su función. Utiliza el mismo principio de similitud, con la intención de asegurarnos no tanto la supervivencia en una jungla física, sino la supervivencia en la jungla emocional en la que andamos inmersos.


El segundo circuito es la respuesta inteligente y el nacimiento del ego. Este segundo circuito abrió la puerta a una nueva forma de interpretar la realidad, ya que toda la información, tras haber pasado por el cerebro límbico, comenzó a ser transferida a la corteza cerebral, para que ésta se hiciera cargo de la situación.

La función del córtex o corteza cerebral es analizar las situaciones con más claridad, con más precisión y con más inteligencia, es decir, con más objetividad y a partir de ahí modular, adaptar e incluso inhibir las reacciones primarias, pero no ocurre así, ya que aunque desde entonces, la corteza cerebral es la que debía decidir qué acciones llevar a cabo y así evitar la respuesta irracional, emocional e instintiva, esta parte de nuestro cerebro es muy lenta en el procesamiento de la información, mucho más  que el cerebro instintivo, que siempre le toma la delantera.

El córtex está formado por una capa bien organizada de neuronas y registra los hechos tal como son, sin carga emocional alguna, pero comparado con el cerebro primitivo es muy lento, sólo es capaz de procesar 2.000 bits de información por segundo. Por su parte el cerebro límbico, una amalgama con una estructura muy primitiva, graba las memorias activas, es decir, el acontecimiento en sí y la carga emocional que llevan consigo a una velocidad mucho mayor, 40.000 millones de bits por segundo, lo que sólo permite una percepción aproximada de la realidad.

La amígdala es muy rápida en sus ejecuciones. No deja ni ha dejado nunca de hacer su trabajo. El nacimiento del ego surgió porque a pesar de haber conquistado nuestro medio ambiente y no necesitar ya los mecanismos primarios de supervivencia, el cerebro límbico pasó a hacerse cargo de nuestras emociones. Así que, el tercer circuito es el circuito híbrido mental-emocional, procedente del desarrollo del segundo circuito, en el que el córtex ya está activado y no ha podido dejar de lado al cerebro primitivo.


Como hemos indicado, de la actividad del cerebro límbico procede lo que llamamos ego, ya que aunque, la corteza cerebral se haya desarrollado, la amígdala y el cerebro límbico nunca han dejado de funcionar, han ampliado sus funciones  y se han adaptado a las nuevas situaciones de la vida del ser humano.

Nuestra vida física ya no es la misma, pero nuestra vida psicológica es muy frágil. La amígdala nos “protege” porque con el desarrollo de los cuerpos mental y emocional ha aparecido el sufrimiento. Al ser humano no le gusta sufrir, así que todo lo que puede ser motivo de sufrimiento es controlado por el cerebro límbico. Ya no es sólo el miedo a la muerte física sino a nuestra muerte psicológica, manifestada hasta en los más pequeños detalles. El ego siente que muere hasta cuando pierde la razón.

El sufrimiento es una constante en nuestras vidas. Sufrimos porque tenemos penas en el corazón, porque nos sentimos juzgados,  rechazados o abandonados, porque nos sentimos víctimas de la injusticia, del abuso, porque creemos que hemos fracasado, porque nuestra valía personal no es reconocida, porque no hemos obtenido lo que deseamos, porque nos sentimos solos, impotentes, perjudicados o culpables, tristes,… porque siempre encontramos fuera de nosotros el perfecto agente culpable de nuestro malestar y entonces sufrimos porque el otro nos hace sufrir.

Así que la amígdala se ha ido adaptando y guardando no sólo las situaciones de supervivencia sino  las que nos causan estrés psicológico, es decir sufrimiento mental y emocional. Protege no sólo al cuerpo físico sino a la pseudoidentidad que el ser humano ha ido construyendo con el tiempo, a partir de experiencias mentales emocionales grabadas en su memoria y lo hace de la misma forma que lo hacía cuando sólo el cerebro primitivo estaba activo. La amígdala protege al ego ante cualquier cosa que amenace su identidad, las opiniones, las creencias, las emociones, los pensamientos, los deseos… todo.


Esto significa que cualquier sufrimiento es grabado en el recuerdo por la amígdala, después ella aplica, como siempre, el principio de similitud y aunque ésta sea muy vaga, desencadena una serie de reacciones, pensamientos, sentimientos y acciones que dependen de lo que está grabado en la memoria original. Si la corteza cerebral, a pesar de estar más evolucionada, no es fuerte o no está muy desarrollada o si la carga emocional es muy grande, entonces la amígdala junto con el sistema límbico toman la delantera  y accionan una serie de reacciones, emocionales, físicas y mentales, que no dependen de la realidad en sí, sino de la memoria que se haya activado.

Esto quiere decir que cuando la carga emocional es muy intensa, la amígdala ordena al cerebro su manera de pensar, de sentir y de reaccionar, y lo hace en función de una situación pasada que le sirve de referencia, pero que probablemente no tiene que ver con la situación presente. A su vez, esto provoca que la parte racional, el córtex, pueda ser invadida por una percepción errónea, referida al pasado, lo que ocasiona que ambas partes funcionen de común acuerdo sin que nos demos cuenta de nada. Así pues, las memorias activas  no sólo dan lugar a ciertas reacciones emocionales, sino también a ciertas maneras de pensar y también, a las creencias. Por eso se habla de mente automática, una mente  que funciona como un ordenador preprogramado por el pasado.

Por eso, también, muchas de nuestras reacciones son inadecuadas, excesivas, incongruentes, automáticas, inexplicables, tan primarias como las del hombre en su estado más primitivo. Reaccionamos con el sistema de defensa activado, protegiéndonos de nuestro dolor emocional. Ante situaciones de defensa psicológica, podemos sentirnos  mal, con un nudo en el estómago, con ansiedad, ira y malestar general. El córtex justifica la respuesta y apoya al cerebro límbico en su reacción excesiva. En la actualidad todas las reacciones del ser humano responden a este tipo de mecanismo. Los peligros de nuestra selva son las emociones.


Estamos muy lejos de dominar la corteza cerebral, ni siquiera en las pequeñas contingencias de la vida cotidiana. A lo largo de los siglos, hemos construido unos sistemas de defensa, que junto a la carga emocional de la amígdala, se han grabado en una parte de la corteza cerebral y son lo suficientemente sofisticados como para darnos la impresión de constituir una personalidad. Esto es lo que llamamos ego. Tenemos un superordenador interior formado por materia emocional y mental que extendiendo su actividad más allá de lo que le corresponde, aplica de manera indebida el mecanismo primario de grabación-similitud. En el principio de la evolución, este ordenador tenía su razón de ser, pero ahora se excede en sus funciones y mantiene al ser humano en un estado ilusorio, limitado e ineficaz, fuente de grandes sufrimientos.

Por otro lado, la menor velocidad de la corteza queda compensada por su capacidad para crear de manera libre y original, esto implica que con un desarrollo superior del córtex, podríamos acceder a una nueva percepción de la realidad y a una nueva forma de ver, entender y actuar en la vida. Pero la utilización del cerebro límbico es automática y la del córtex opcional, así que la mayoría de los seres humanos funcionamos reaccionando inconscientemente en un 95% de las ocasiones, como poco, y sólo somos conscientes ante un 5% de lo que percibimos. El término inconsciente se aplica para calificar el conjunto de comportamientos automáticos que un sujeto desarrolla inadvertidamente, es decir, sin darse cuenta, y que, en general, no dependen de su voluntad.

Hay personas más polarizadas por la mente, otras por las emociones, pero en general todos funcionamos con este circuito híbrido, que es un paso intermedio necesario para la evolución. El hipocampo en el neocortex y la amígdala en el cerebro límbico ven todas las situaciones  de la vida, pero cada uno a su manera, así que fluctuamos entre el consciente y el inconsciente, entre dos tipos de percepción y dos formas de reaccionar. Es el iceberg que flota en el mar de la conciencia.


Sin duda, el ser humano es más inteligente cada día, pero una gran parte de la humanidad está al servicio del pánico, el placer y el poder, mecanismos primarios de supervivencia que se han adaptado al mundo psicológico. Por eso, las personas pueden haber desarrollado algunas facetas de su mente y encontrar en su vida una falta total de dominio sobre sus instintos primarios. Son personas que triunfan gracias a sus grandes talentos o una personalidad fuera de lo común, pero que son incapaces de vivir en armonía, de estar alegres, de compartir, de ser realmente felices…La razón es obvia, sus vidas están dominadas por la insatisfacción, el miedo y la carencia. El pánico, el ansia de poder o el deseo de placer manejan su existencia.

El proceso evolutivo de todos los seres humanos no es el mismo, pero cuando en un individuo el córtex cerebral se hace más fuerte, la inteligencia se desarrolla y éste comienza a resistirse a las demandas emocionales inmediatas o angustiadas del cerebro límbico. Al mismo tiempo que la amígdala se inquieta, el individuo comienza a tener  una percepción más objetiva de las situaciones  y un concepto distinto de sí mismo. A la vez, se distancia un poco de los mecanismos automáticos y se hace más consciente de la vida y de lo que ocurre en su interior. Pero esto da lugar a otro problema.

Al ser más conscientes de nuestras emociones, las negativas se nos presentan con claridad y como hemos aprendido a polarizar y discriminar, éstas no nos gustan nada, así que las reprimimos y guardamos, hasta que un día se escapan, cuando menos lo esperamos, o se muestran ante nosotros como en un escaparate. En realidad, es que nunca hemos aprendido a gestionar lo que sentimos y no somos capaces de hacerlo. Además, nos engañamos y creemos que eso que nos disgusta no está en nosotros, porque es malo y propio de malas personas. Sin embargo todo lo feo que vemos en el mundo o que sentimos está en nosotros, hundido, quizás, en las cavernas más profundas del subconsciente, pero siempre activo, esperando la posibilidad de mostrase de una manera o de otra.


A nuestro cerebro consciente le es fácil olvidar, pero la amígdala no olvida nunca, ella tiene guardado todo, hará su trabajo y también hará lo posible por apartarnos de lo que considera peligroso, así que utilizará cualquier estrategia a su alcance, por ejemplo el miedo, el cansancio, el agotamiento, incluso podemos sentirnos enfermos, confundir los horarios, mirar mal el reloj, distraernos o cometer cualquier error que nos aleje de la “situación conflictiva”. En este punto muchas personas recurren a los medicamentos para calmar el dolor, sentirse más fuertes, contrarrestar el cansancio, la tristeza…

El malestar, la fatiga, el cansancio habitual, el hastío, el dolor, el sufrimiento… de muchas personas hoy en día, e incluso la violencia, los enfrentamientos, las luchas y las guerras proceden de este mecanismo del cerebro límbico que cargado de sus propios temores y deseos, resiste y quiere que las cosas pasen en función de sus memorias. No lo hace a propósito, es su forma de cumplir lo que considera su función: la protección permanente de la vida, la del cuerpo, la de las ideas, la de las creencias, la de los conceptos…Además, el pensamiento apoya estos mecanismos e incluso agranda las percepciones erróneas provenientes del cerebro límbico.

Todo esto pone en evidencia que la voluntad consciente objetiva no puede por sí sola neutralizar la carga del inconsciente. Por eso, trabajar con ese mundo oculto y desconocido se hace tan cuesta arriba y los consejos verbales caen en saco roto. Ante cualquier intento de “sanación”, la pseudoidentidad llamada ego se reforzará y estará más presente, porque hemos puesto en marcha recursos mentales para acabar con ella; defenderá su supervivencia y nos engañará, nos hará creer que lo inútil está siendo útil y todo seguirá igual.


A medida que aprendemos, nos damos cuenta de que no se trata de reprimir las emociones, aunque no nos gusten, trabajarlas o pensarlas, sino de aprender a conocerlas, acogerlas, aceptarlas, amarlas y, en definitiva, abrazar sin condiciones lo que somos en su totalidad, ego incluido. Sólo así podemos poner en marcha nuestra liberación y abrir otros circuitos de la consciencia. Todas las emociones tienen muchas cosas que decirnos, escucharlas nos abre las puertas a ese mundo oculto en el que está también lo mejor de nosotros. Somos todo, rechazar una parte de nosotros es rechazarnos e impedir que el amor se manifieste plenamente en nuestra vida.

“Si tratas de rechazar al ego, éste volverá a ti con más fuerza aún. Cuanto más rechaces algo, más va a luchar contra ti ese algo en aras de su supervivencia. Pero cuando puedes amar a tu ego completa e incondicionalmente, y aceptas que forma parte de tu manera de expresarte en esta vida, deja de ser un problema. Ya no impide tu crecimiento; al contrario, es un recurso y un don.

Todos hemos nacido con un ego; es parte natural de quienes somos en este mundo. El ego sólo desaparece por completo después de la muerte. Luchar contra él durante la vida sólo crea más autocrítica. Además, sólo somos capaces de aceptar el ego de los demás cuando amamos incondicionalmente a nuestro ego. Sólo entonces deja de ser un problema, y tu humildad y magnificencia brillan realmente en toda su plenitud”.

Anita Moorjani



FUENTES:

Annie Marquier. El maestro del corazón. Luciérnaga, 2009.

Anita Moorjani. Morir para ser yo. Gaia Ediciones, 2014.

David Iñaki López Mejía; Azucena Valdovinos de Yahya; Mónica Méndez-Díaz; Víctor Mendoza-Fernández. El Sistema Límbico y las Emociones: Empatía en Humanos y Primates Psicología Iberoamericana, vol. 17, núm. 2, julio-diciembre, 2009, pp. 60-69 Universidad Iberoamericana, Ciudad de México.



Lucía Madrigal