¿Cómo alcalinizarnos?


“Ámate a ti mismo lo suficiente como para llevar un estilo de vida saludable”.

El equilibrio del pH de nuestro cuerpo es clave para gozar de una buena salud. Hay alimentos que alcalinizan y otros que acidifican, pero nuestro pH no sólo está basado en lo que comemos o bebemos sino en nuestros hábitos saludables. Si queremos vivir una vida alcalina, empezaremos por elegir los alimentos que comemos.

Nuestro cuerpo siempre tiende a la acidez, por eso es tan importante conocer bien los alimentos e independientemente de sus aportes nutricionales, saber equilibrar la ingesta de alimentos acidificantes, neutros o alcalinizantes. Un alimento acidificante baja nuestro potencial de hidrógeno y un alimento alcalinizante lo sube y hace que nuestros fluidos corporales se alcalinicen.  En general el aporte debe estar en un 20% de alimentos acidificantes y un 80% de alimentos alcalinizantes, aunque como veremos, hay otros factores a tener en cuenta cuando hablamos de un cuerpo en estado ácido o alcalino.


Son alcalinizantes, básicamente, las verduras de hojas verdes, como las espinacas, la rúcula, el brócoli, la lechuga, los canónigos, etc., también las patatas, boniatos, tomates, pepinos etc., las legumbres como los garbanzos y lentejas, las semillas y las nueces, las almendras y las avellanas. La sal marina evaporada o la sal del Himalaya y el agua de mar son muy alcalinizantes, ya que nos proporcionan todos los elementos de la tabla periódica, en las proporciones que determina la naturaleza. Los minerales que más alcalinizan son el sodio, el potasio, el magnesio y el calcio. El limón y la lima, a pesar de ser ácidos, tienen un efecto muy alcalinizante en el organismo. Los aceites como el de oliva, linaza, uva, aguacate también tienen un efecto alcalinizante. Asimismo, las grasas Omega3 alcalinizan.

Los cereales como la quínoa, el mijo, el trigo sarraceno, la espelta y el arroz integral son ligeramente acidificantes, el resto de los cereales acidifican mucho. También acidifican las proteínas de origen animal, las carnes de todo tipo, los huevos y los lácteos, el azúcar en todas sus formas y los hidratos de carbono refinados como el arroz blanco, el pan y la pasta (trigo).

El consumo de alimentos ecológicos favorece la alcalinidad porque dichos alimentos no contienen pesticidas ni otros elementos químicos tan perjudiciales para nosotros y tan acidificantes. Además, los alimentos ecológicos tienen muchos más nutrientes ya que la tierra dónde crecen está menos empobrecida y menos explotada que las tierras dónde las plantas se cultivan masivamente.


Como ya hemos dicho, todos los vegetales son alcalinizantes, pero para especificar un poco, podemos decir que los siguientes encajan a la perfección con las características de esos alimentos tan beneficiosos para nosotros. Son alcalinizantes:  la acelga, la alfalfa ( es excelente germinada), el apio, el brócoli, la chlorella, la berenjena, las hojas de remolacha, los vegetales fermentados, la lechuga, las judías verdes, los pimientos, la hierba de cebada, las zanahorias, las coles (lisa o rizada), la coliflor, el ajo, la calabaza, el pepino, el diente de león, los guisantes, las hojas de mostaza, la cebolla, las batatas, la hierba de trigo, la chirivía, el nabo, el rábano, el tomate, la espinaca, la espirulina, las semillas germinadas y el berro.

En cuanto a las frutas, hay más discrepancias, porque, aunque todas ellas son beneficiosas, hay algunas que también acidifican. Son especialmente alcalinizantes el limón, la lima, el pomelo y el aguacate, la granada es también una fruta muy beneficiosa. A continuación, podríamos añadir el resto de las frutas que conocemos, aunque es interesante tener en cuenta el índice glucémico de las mismas.


Otros alimentos alcalinizantes son: las almendras, el aceite de oliva virgen extra, las castañas, el chile, el jengibre, la canela, el curry, la mostaza, el vinagre de manzana, Los zumos y batidos verdes, las hierbas aromáticas y las especias o el polen. Todo ello a ser posible ecológico.

Por otro lado son alimentos acidificantes: el azúcar, los edulcorantes artificiales, la mantequilla, el queso, los helados, la crema de leche y los lácteos en general, los anacardos, los cacahuetes, todas las carnes y productos cárnicos, los pescados y mariscos, los moluscos,  los chocolates y el cacao comerciales, la harina blanca, la pasta, la bollería, el pan blanco,  las conservas, los encurtidos, la sal de mesa, el jarabe de maíz, la pimienta, el café, el vinagre de vino, los productos químicos, los medicamentos, el tabaco y las drogas en general.


Igualmente, nuestros pensamientos pueden ser acidificantes. Cuando hablamos de pensamientos deberíamos añadir los procesos de pensamiento, los sistemas de creencias, la salud psicológica, el bienestar emocional, el nivel de conciencia personal, las actitudes, sentimientos y comportamientos. Los pensamientos negativos acidifican muchísimo y agotan el cuerpo porque consumen mucha energía corporal, pero no por eso hay que rechazarlos. Si abrimos nuestro corazón para permitirlos estar, los acogemos, aceptamos y amamos, ellos solos se pierden fuerza.

Las emociones negativas pueden provocar aún más acidez que lo que comemos o bebemos. Estas emociones incluyen pensamientos, sentimientos, experiencias, memorias conscientes e inconscientes o sueños, pero por ser parte de nosotros, tampoco deben ser rechazadas sino experimentadas sin juicio y con amor a nosotros mismos.

Todas las situaciones de la vida que consideramos problemáticas también nos causan estrés y el estrés nos acidifica igualmente.  Lo que ingerimos, bebemos y nuestras emociones, son importantes para recuperar nuestro equilibrio interior. Evidentemente, si no cuidamos el aspecto mental, emocional y espiritual, solucionando conflictos como la falta de autoestima, el dolor, el sufrimiento, la ira, los miedos, … difícilmente alcanzaremos ese estado alcalino y también nos costará mantenerlo.


El ejercicio hace que sudemos y nos hace forzar la respiración y oxigenarnos. Además, moviliza el sistema linfático, por lo que nos ayuda a drenar, eliminar toxinas y la acidez acumulada en el tejido graso y nos ayuda a estar alcalinos y a mantenernos así. Practicándolo ganamos fuerza y flexibilidad, fortalecemos el sistema cardiovascular, los huesos y las articulaciones. Así mismo, se mejora el metabolismo, la presión sanguínea y se equilibra el nivel de triglicéridos y los niveles de insulina.

Nuestras necesidades para la vida son agua, sol, sal y clorofila, todo lo cual puede ser obtenido en contacto con la naturaleza. En un entorno con oxígeno el ambiente está cargado de iones negativos. Además, la naturaleza favorece la tranquilidad y no hay ruidos estresantes. En las ciudades hay mucha contaminación y mucho menos oxígeno, no solo por los coches, sino por las ondas electromagnéticas de telefonía móvil, wifis, entramado eléctrico, calefacciones, etc., todo ello contribuye a mantener un entorno cargado de iones positivos; sin embargo, la lluvia, de la que muchas veces nos quejamos, carga la atmósfera de iones negativos. El entorno de las ciudades favorece la acidificación. En las ciudades hay tanto ruido y tanta agitación que es difícil no estresarse, respiramos suciedad y el propio entorno altera hasta la última célula de nuestro cuerpo.


“Cuando la alimentación es mala, la medicina no funciona; cuando la alimentación es buena, la medicina no es necesaria”.

Proverbio Ayurveda

“Cuida tus pensamientos, porque se convertirán en tus palabras. Cuida tus palabras, porque se convertirán en tus actos. Cuida tus actos, porque se convertirán en tus hábitos. Cuida tus hábitos, porque se convertirán en tu destino”.

 Mahatma Gandhi




Lucía Madrigal                



Ácido-Básico. Una Cuestión de pH


“Sin lugar a dudas, el más perjudicial de los estados de los humores, es el ácido”.

Hipócrates

“En nuestro actual modo de vida, en el que somos demasiado sedentarios, estamos mal oxigenados y nuestra alimentación está muy empobrecida de diversos catalizadores, es corriente ver trastornos de salud debidos a una acumulación de ácidos”.

Dra. C. Kousmine


El termino PH lo definió el bioquímico danés Soren Peter Lauritz Sorensen en 1909PH significa “potencial de hidrógeno”, es decir, el concepto define la concentración de iones de hidrógeno en un fluido. Los iones de hidrógeno son simplemente partículas o moléculas cargadas positivamente, o lo que es lo mismo, protones. Una sustancia ácida desprende o libera iones de hidrógeno y una sustancia alcalina absorbe iones de hidrógeno. A más iones de hidrógeno en una solución, más ácida será la misma, por tanto, el pH nos indicará sí un fluido o componente es ácido, alcalino, o neutro.

El pH se mide con una escala que va de 0 a 14. El punto central, 7, es neutro; es decir, ni ácido ni alcalino. Cualquier medida bajo 7 se considera con pH ácido y por encima con pH alcalino. También es importante recalcar que la variación de un punto en un valor representa 10 veces más, o 10 veces menos, es decir, un pH 7, es diez veces más alcalino que un pH 6, por ejemplo. Así que, los cambios no representan un punto, sino que las diferencias son exponenciales.

Somos organismos con un pH ligeramente alcalino. El grado de acidez del organismo repercute sobre la calidad de las moléculas de proteína, los componentes de las células y la permeabilidad de las membranas de las células corporales. Además, determina la eficiencia de las enzimas y las hormonas, la distribución de los electrolitos, las partículas con carga eléctrica de nuestro organismo, y la producción y función de los tejidos intracelulares. El grado de acidez también influye sobre la fluidez de la sangre.


En el año 1931 el científico Otto Heinrich Warburg (1883-1970) recibió el premio Nobel en Medicina y Fisiología por descubrir el proceso de fermentación celular al entrar en procesos anaeróbicos (de falta de oxígeno). La falta de oxígeno en los tejidos, es el preámbulo del desarrollo del cáncer, dado que un entorno sin oxígeno se vuelve ácido, y es en este entorno donde surgen las células cancerosas.

En nuestro organismo se producen continuamente procesos químicos que configuran nuestros procesos metabólicos, la actividad de nuestros músculos, nervios y los procesos de creación y degradación de todas las células corporales. Estos procesos sólo pueden producirse de manera adecuada si en los líquidos corporales y en el interior de las células de nuestro cuerpo existe una relación de equilibrio ácido-base. Pero a su vez todos los procesos anteriormente citados producen enormes cantidades de ácido, minuto a minuto. Albert Sent.-Gyögyi, premio Nobel en 1937 por descubrir la vitamina C, fue el primero en afirmar  que “el cuerpo es alcalino por diseño, pero sus funciones son acidificantes”.

La sangre cumple dos funciones vitales para el correcto funcionamiento celular: llevar nutrientes (sobre todo oxígeno) y retirar los residuos tóxicos que se generan en la transformación de dichos nutrientes. La combustión interna que se produce en estos procesos libera calor corporal, y origina residuos. Estos residuos son de naturaleza ácida y deben ser evacuados del organismo mediante la sangre, el hígado, los riñones, los pulmones o la piel.

Cuando la acidez es tal que el cuerpo no puede eliminar los ácidos a través de la orina, las heces, la respiración o el sudor, lo que hace es almacenarlos en los tejidos. Entonces el sistema linfático hace lo que puede para neutralizarlos o eliminarlos. Todo esto significa, volver a lanzarlos de nuevo a la sangre, generando un círculo vicioso, un robo continuado de los minerales básicos del propio cuerpo y un aumento del estrés para el hígado y los riñones. Aún más, si el sistema linfático se ve saturado, o sus conductos no funcionan correctamente, muchas veces por falta de ejercicio, los ácidos se acumulan en el tejido conectivo.


Para permitir una eficaz combustión celular, y por otra gran cantidad de razones, marcadas por nuestra fisiología, el plasma sanguíneo debe mantener a ultranza un ligero nivel de alcalinidad. Según el Dr. Robert O. Young, el pH de la sangre se debe mantener en un valor de 7,365. Cuando este valor es mínimamente alterado, el cuerpo utiliza sus recursos para recuperarlo.

Cada zona de nuestro cuerpo tiene unas necesidades de pH diferentes, no obstante, el mejor indicador de las condiciones internas es el pH de la sangre. Al transgredir el valor de 7,365, la sangre pierde capacidad de almacenamiento de oxígeno en los glóbulos rojos y también pierde eficiencia en la tarea de eliminación de los residuos celulares. En pocas palabras, la sangre no nutre y no limpia las células, lo que es el preámbulo de cualquier enfermedad. Para dar una idea del estrecho margen de maniobra del pH sanguíneo, digamos que al descender de 7 se produce el coma diabético y la muerte.

Básicamente se distinguen dos tipos de acidosis: la aguda y la progresiva o latente. La forma aguda ocurre cuando hay enfermedades graves, envenenamiento o colapsos respiratorios. La forma progresiva puede perjudicar la salud durante años de forma inadvertida hasta hacerse crónica. Esta segunda es la responsable de la mayoría de las enfermedades de nuestra civilización.


Nuestro cuerpo no puede tolerar los desequilibrios ácidos prolongados, así que trata de evitarlos. Un metabolismo celular eficiente exige un constante flujo de sustancias alcalinas para poder neutralizar los ácidos provenientes del alimento y del metabolismo celular. Con este fin, la sangre debe obtener suficientes bases de los alimentos. En caso de que eso no sea posible, la sangre echa mano de dos mecanismos de emergencia para preservar su equilibrio. Uno consiste en derivar ácidos, depositándolos en los tejidos a la espera de un mayor aporte alcalino. Esto genera reuma, problemas circulatorios, afecciones de piel, etc. El otro es recurrir a su reserva alcalina: las bases minerales (calcio, magnesio, potasio) depositadas en huesos, dientes, articulaciones, uñas y cabellos.

Esto es lo que se denomina homeostasis orgánica, que significa “mantener la vida generando el menor daño posible”. Para el organismo, una menor densidad ósea no significa peligro para la vida, pero sí un pH ácido en la sangre. A esto, que no es otra cosa que un síntoma de acidificación del organismo, es a lo que llamamos desmineralización o descalcificación. Los huesos ceden calcio en forma de sales alcalinas, se hacen frágiles y se llega a la osteoporosis; las piezas dentales se fisuran con facilidad y surgen las caries; las uñas muestran manchas blancas y se tornan quebradizas; las articulaciones degeneran y hay artrosis; el cabello se debilita y se cae; se advierten lesiones en las mucosas, piel seca, anemia, debilidad, problemas digestivos, afecciones de vías respiratorias, infecciones, sensación de frío, etc.

En general, no asociamos esto a una acidosis metabólica y tratamos de combatir todos estos síntomas con medicamentos que normalmente nos acidifican aún más o con alimentos acidificantes, cuando la mejor solución sería alcalinizar el organismo para neutralizar su acidez. Esto se consigue, por un lado, evitando la ingestión de alimentos que nos acidifican y por otro, incrementando el consumo de alimentos con potencial alcalino. Los pensamientos y el estrés o un estado emocional negativo también acidifican. Lo mismo ocurre con el estilo de vida y la vida sedentaria. También nos acidifican los medicamentos, las ondas electromagnéticas y cualquier elemento químico que se halle en el aire, el agua o los alimentos.


El cuerpo pone de manifiesto su acidosis metabólica a través de la pérdida de energía, la sensibilidad e irritación, la mucosidad y congestión, la inflamación, el endurecimiento de los tejidos blandos, las úlceras y por último la degeneración, que da lugar a todas las enfermedades degenerativas, incluido el cáncer. Estas son las siete etapas de la enfermedad de las que ya hemos hablado en otras ocasiones.

Queda claro que los desequilibrios del pH de la sangre y de los tejidos producen irritación e inflamación y preparan el terreno para las enfermedades. Pero, antes de nada, el sistema circulatorio intenta eliminar los ácidos en forma de gas o de líquido, a través de los pulmones o los riñones. Si hay demasiados desechos, los deposita en el corazón, páncreas, hígado y colón, o en el tejido graso, incluyendo pechos, caderas, muslos y abdomen o cerebro. Conocemos estos depósitos como; pólipos, fluidos, quistes, cristales ácidos, tumores, verrugas, protuberancias, masas, manchas, lunares, ampollas, etc.

En las primeras fases del desequilibrio, los síntomas pueden ser poco intensos e incluso pasarnos desapercibidos, pero a medida que la situación va empeorando, surgen problemas más graves y nuestros órganos y sistemas corporales empiezan a ceder dando lugar a disfunciones. Si el pH tisular se desvía en exceso hacia la acidez, los niveles de oxígeno descienden y el metabolismo celular se detiene. Esto provocará la muerte de nuestras células y por supuesto, nuestra propia muerte.

Ragnar Berg, médico sueco fallecido en 1956 y pionero en la investigación de la alimentación alcalinizante, sostenía que la mejor terapia para conseguir un pH alcalino era la ingestión de zumos frescos de frutas y verduras. El aporte de enzimas y sales alcalinas, procedentes de estos alimentos recuperaba al organismo. El Dr. Berg determinó, igualmente, que las verduras silvestres poseían mayor cantidad de sales alcalinas que las de cultivo, lo que ha sido confirmado por estudios franceses y alemanes, que demuestran una disminución de la alcalinidad si los vegetales han sido cultivados con el uso de químicos o madurados en cámaras.

William Howard Hay y Arnold Ehret afinaban aún más y daban prioridad a una dieta cruda. Por su lado, Paavo Airola, naturópata europeo, sostenía que necesitabamos crudos y cocinados, en sintonía con el concepto de balance yin-yang de los orientales. Por último, el Dr. Samuel Sack desarrolló una técnica de remojo de alimentos ácidos en soluciones alcalinas (caldo de repollo blanco o agua bicarbonatada). Su sistema se basa en las propiedades alcalinizantes y neutralizantes de los ácidos del repollo blanco. Estas virtudes se encuentran mayormente en el repollo crudo y en el agua de su cocción. El Dr. Sack recomendaba agregar siempre una hoja de repollo crudo a las ensaladas (en exceso puede producir gases), desaconsejando en cambio el consumo del repollo hervido.


Pero para alcalinizar, en primer lugar, deberíamos evitar las carnes, los lácteos y los refinados. Las proteínas necesitan un medio ácido para la correcta acción enzimática de las proteasas, que las degradan en aminoácidos. Por tanto, alcalinizar carnes y lácteos puede dificultar su asimilación o exigir esfuerzos extras al organismo para ser asimilados.

Los alimentos tienen distintos grados de acidez o alcalinidad. El agua destilada es neutra y tiene un pH 7, pero es un agua desmineralizada. El agua alcalina ayuda a mantener el Ph corporal y es más saludable, si queremos alcalinizar. Básicamente todas las frutas y verduras resultan alcalinizantes. Si bien la fruta tiene un pH ácido fuera del cuerpo, debemos evitar una generalizada confusión: no es lo mismo la reacción química de un alimento fuera que dentro del organismo. El limón, por ejemplo, es un alimento muy ácido que al ser metabolizado dentro del organismo provoca una reacción alcalina. Sin embargo, tanto la desintegración de nuestras propias células como la metabolización de productos de origen animal, dejan siempre un residuo tóxico y ácido que debe ser neutralizado por la sangre.

Existen varias tablas para la diferenciación entre un alimento de reacción ácida, que obliga a robar bases del organismo para ser neutralizado y un alimento de reacción alcalina, que aporta bases para neutralizar excesos de acidez provocados por otros alimentos o por los propios desechos orgánicos del cuerpo. Esta sería una muestra:


Igualmente, los minerales juegan un rol importante en el comportamiento acidificante o alcalinizante de los alimentos. Por lo general resultan acidificantes aquellos alimentos que poseen un alto contenido de azufre, fósforo y cloro. En cambio, son alcalinizantes aquellos que contienen buena dosis de calcio, magnesio, sodio y potasio.

Los cereales generalmente dan lugar a desechos ácidos al ser metabolizados: ácido sulfúrico, fosfórico y clorhídrico. Esto es más significativo con la ingestión de trigo y maíz, por eso los indígenas americanos remojaban el maíz en agua de cal. Por ejemplo, el mijo, la cebada, la quínoa o el trigo sarraceno tienen un mayor contenido en minerales alcalinos, por lo que resultan más alcalinizantes. El arroz integral es considerado como neutro en la dietética oriental.

Las legumbres y las semillas son ligeramente acidificantes por su contenido proteico, a excepción de las almendras, las judías blancas, el azuki y las judías negras. Los lácteos son elementos acidificantes, aunque la leche fresca sin pasteurizar sea ligeramente alcalina. La pasteurización acidifica la leche y por tanto a todos sus derivados.


Por otro lado, se ha demostrado que un 40-60% de los elementos minerales y un 95% de las vitaminas y bases se pierden en el agua de cocción de las verduras. Incluso las verduras llegan a presentar naturaleza ácida cuando se tira el agua de su cocción. La cocción al vapor es menos agresiva y por la misma razón los caldos tienen un alto valor terapéutico puesto que conservan todo el contenido alcalino de las verduras.

Los productos industriales, bebidas carbonatadas basadas en azúcares refinados y compuestos acidulantes, las bebidas alcohólicas, los alimentos elaborados con cereales, las grasas y azúcares refinados, los lácteos industrializados y especialmente los quesos, los aditivos alimentarios, los conservantes… son altamente acidificantes.

La alimentación es un acto consciente. Nuestra forma de vida, las obligaciones, el estrés y las tensiones, han provocado la transformación de nuestra nutrición en algo mecánico de lo que apenas disfrutamos. Nuestros problemas de salud son la consecuencia de nuestros hábitos nocivos y nos deben servir como incentivo para comenzar a modificar los errores, cambiando dichos hábitos y prestando atención a qué y cómo comemos. El alimento limpio, en estado natural debe prevalecer en nuestra dieta.

De igual manera, es interesante cambiar nuestros hábitos de vida. Dormir poco, vivir estresados, la vida sedentaria, la lucha constante, la crítica, la queja…nos acidifican. Una vida consciente requiere tener en cuenta todos los parámetros. Un organismo ácidificado, no sólo genera enfermedad y muerte, sino también negatividad, malos estados emocionales, malos pensamientos, dolor y sufrimiento.

“La falta de oxígeno y la acidosis son las dos caras de una misma moneda: cuando usted tiene uno, usted tiene el otro”.

“Las substancias ácidas rechazan el oxígeno; en cambio, las substancias alcalinas atraen el oxígeno”.

“Privar a una célula de oxígeno durante 48 horas puede convertirla en cancerosa”.

“Todas las células normales tienen un requisito absoluto para el oxígeno, pero las células cancerosas pueden vivir sin oxígeno (esta es una regla sin excepción)”.

“Los tejidos cancerosos son tejidos ácidos”.

Otto Heinrich Warburg



FUENTES:

Equilibrio ácido-base, Un factor esencial para una salud óptima. Dra.  Eva Mª Kraske. Ed, Hispano Europea S.A. 2005.

Nutrición vitalizante. Néstor Palmetti. Espacio depurativo. 2012.

La dieta del método Kousmine. Sergio Chiesa. Terapias Verdes. 2007.

La milagrosa dieta del pH. Robert O. Young y Shelley Redford Young. Ediciones Obelisco. 2012.



Lucía Madrigal