La leche y los
lácteos son muy recomendados desde la dietética oficial, la medicina y los
medios de comunicación. Es tanto el empeño e insistencia con que son recomendados, que hemos
llegado a creer que son imprescindibles en nuestra dieta por su “excelente composición nutricional”. Sin
embargo, la verdad es que, ambos leche
y lácteos están relacionados con muchos problemas de salud, que desconocemos en su mayoría. Hoy vamos a
ocuparnos de las grasas de la
leche.
La leche es
un alimento muy denso por diversas razones, una de las cuales es precisamente
su grasa. Contiene un 35% de materia grasa por
litro. Si tenemos en cuenta que de 1
litro de leche la mayor parte es agua,
35 gr de grasas son en proporción una cantidad muy grande. Además, de estas
grasas un 54% son grasas saturadas. Las grasas
saturadas son aterogénicas
por su tendencia a agregarse y coagularse y el exceso está relacionado con
daños en el sistema circulatorio,
sobre todo en arterias coronarias
y cerebrales, pudiendo conducir a infarto, daños cerebrales, daños renales,
intestinales… Estas grasas son
incluso más aterógenicas que
las procedentes de otros productos
animales como la carne.
Además, la leche contiene
mucho colesterol: una sola taza de leche contiene 34 mg de colesterol mientras que una
loncha de bacon tiene 3mg. Si tomamos 1
litro de leche, tomamos el equivalente a ¡53 lonchas de bacon!
A esto se suman los procesos
industriales, que son utilizados para conservar la leche en épocas de producción superior a la demanda, y que
implican la deshidratación de la leche
para conservarla y después rehidratarla cuando se necesita, pero que oxidan este colesterol abundante. Mientras que el colesterol no daña las arterias,
el oxicolesterol o colesterol
oxidado, presente en las leches en
polvo, inicia los daños arteriales
que conducen a la arteriosesclerosis y
al infarto. Hay muchas evidencias de que el oxicolesterol pasa inalterado a la sangre y llega a todas las células
del organismo. Otros procesos como el rallado de queso también producen oxicolesterol y la mayoría de los productos industriales como flanes en polvo, comida para microondas, mayonesas, pastas, galletitas,
golosinas, chocolates, fórmulas para bebés o helados lo contienen.
Uno de los ácidos
grasos predominantes en la leche de
vaca es el araquidónico,
precursor de ciertos eicosanoides
llamados prostaglandinas 2 que
tienen un efecto coagulante, inflamatorio,
hipertensor, inmunosupresor y vasoconstrictor y que estimulan la transmisión del dolor, la proliferación
tumoral y la retención de líquidos.
Otro detalle poco conocido de la grasa láctea es que es la única fuente natural de grasas trans. En el sistema digestivo de los rumiantes y
como consecuencia de la transformación
bacteriana de ácidos grasos insaturados, se produce un proceso natural de hidrogenación natural que da como
resultado más o menos un 3% de
grasas trans en la leche.
En todas las leches de
mamíferos podemos encontrar péptidos
opiáceos similares a la morfina,
que de manera natural relajan al bebé, para que duerma las horas que necesita.
Cuando dejamos de ser bebés, estos péptidos
opiáceos combinados con las grasas
lácteas ralentizan nuestro tránsito
intestinal, causando estreñimiento y otros
inconvenientes. Al ser vehículo de toxinas
liposolubles, muchas de ellas de efecto cancerígeno, la grasa
saturada permite que estas sustancias tengan tiempo de actuar en el intestino, reabsorberse y actuar en
otras zonas del cuerpo. Esto se relaciona con el cáncer de colon y con patologías hepáticas. Un inconveniente más es su capacidad de almacenar, concentrar y distribuir toxinas
ambientales presentes en los procesos de cría vacuna: pesticidas,
herbicidas, fertilizantes…
A todos estos problemas propios de las grasas saturadas, debemos sumar el
problema generado por la homogenización, un
proceso de conservación de la leche que
consiste en centrifugarla para que
la grasa se subdivida en pequeñas
partículas, evitando la separación de la crema
y el suero. Las moléculas grasas
quedan encerradas en diminutas partículas
(liposomas) que encapsulan una enzima
presente en la leche, la Xantino Oxidasa, protegiendo a
esta de la digestión gástrica. Esta enzima que se hace biológicamente
activa con la homogenización, es más
importante y decisiva en la generación de arterioesclerosis que el colesterol, los triglicéridos o el tabaco. Incluso en los niños pequeños se
observa una incipiente aparición de arteriosclerosis e
incluso podemos observar índices de colesterol
y triglicéridos equivalentes a los de las personas mayores, en
aquellos que consumen gran cantidad de lácteos.
La vitamina D componente natural
y añadido a la leche también genera
estimulación de este factor XO.
Nos atiborramos a leche
y productos lácteos que como veis no son tan saludables como parece.
En concreto las grasas lácteas son aterogénicas y nada
saludables, pero los problemas causados por el consumo de grasa no se resuelven optando por productos descremados, que en
muchos casos apenas disminuyen un 25%
su contenido graso. Los términos “bajo en grasa” o “0% de grasa”
pertenecen al lenguaje del
marketing.
Cuando leemos que un producto tiene un 2% de grasa esto indica que por cada 100 gr de leche hay 2 de materia grasa, pero si el 87% de la leche es agua y la leche entera
tiene un 3.5%, esto no implica una disminución real y considerable de la grasa que ingerimos. Para comprenderlo
mejor debemos saber que en un vaso de
leche desnatada hay más grasa que en tres lonchas de bacon, pero con toda
la caseína intacta. Además en los
productos 0% grasa, como no se
detecta ninguna materia grasa en la
boca, no se produce la activación del flujo
biliar necesario para la digestión
de grasas y proteínas, por lo que
digerimos peor las proteínas y se genera putrefacción intestinal.
La leche de vaca está destinada a la cría del ternero y está dotada por la naturaleza
con lo necesario para este menester. Ni su equilibrio nutricional ni sus
principios activos tienen que ver con nuestra fisiología y nuestras necesidades
biológicas, además, se consumen en mucha cantidad y son alimentos procesados y
manipulados.
¿De verdad necesitamos
leche?
FUENTES:
Lácteos y trigo. Néstor
Palmetti. Argentina, 2013.
Grasas saludables.
Néstor Palmetti. Argentina, 2011.
Las grasas esenciales y
mortales. Andrés Morón Moreno. Díaz de santos, 2008.
Leche y queso. Claudio
Corvino. Macro edizioni, 2007.
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