Philippe Grandjean,
profesor de salud ambiental de la Escuela de Salud Pública de Harvard, afirma
que la industria y la agricultura utilizan productos químicos que pueden ser
tóxicos para el desarrollo del cerebro humano. Según él, estamos ante una
epidemia silenciosa que merma las capacidades intelectuales de la sociedad. El
investigador estuvo en Barcelona participando en B•Debate, una iniciativa de
Biocat y Obra Social “La Caixa” que reunió a expertos en epidemiología y
neurociencia.
¿Por qué usted habla de
epidemia ‘silenciosa’ cuando se refiere a los efectos neurotóxicos?
Porque no la diagnosticamos y tendemos a ignorarla.
¿Y por qué no la
diagnosticamos?
Porque sólo se diagnostican problemas muy definidos, como el
autismo o la discapacidad intelectual, que son únicamente la punta del iceberg.
Pero hay otras alteraciones más sutiles que suceden durante el desarrollo
neuronal y que hacen que los niños pierdan atención, no vayan tan bien como
deberían en el colegio, se distraigan, no se acuerden de cosas, sean más torpes
coordinando movimientos… Cuando esto les sucede a miles o millones de niños, se
convierte en un problema de salud pública y en una pérdida terrible para la
humanidad entera.
¿Cuándo suceden estas
alteraciones?
Cuando el cerebro en desarrollo se expone a tóxicos. Durante
la edad prenatal y la infancia el cerebro es muy vulnerable, mucho más que en el
adulto. Si la exposición al tóxico se produce muy temprano, por ejemplo, en el
segundo o el tercer trimestre de gestación, el daño puede ser mayor; mientras
que si sucede después del nacimiento, solo se verá afectada aquella parte del
cerebro que se esté desarrollando en ese momento.
“La única manera de proteger a los niños del mercurio es que
las mujeres embarazadas escojan bien qué comer”.
¿Qué tóxicos son los responsables
de esta epidemia silenciosa?
En la industria y la agricultura, y, por lo tanto, en
todos los productos que consumimos, se utilizan miles de productos químicos que
pueden dañar el cerebro. El problema es que nadie ha comprobado su
neurotoxicidad porque las empresas no están obligadas a hacerlo. En el mejor de
los casos, cuando sí se chequea el posible efecto de un producto sobre el
cerebro, se utilizan modelos animales y se mide el cambio de peso de este
órgano, pero eso no tiene ningún sentido. ¡Einstein tenía el cerebro más
pequeño que la media!
Entonces, ¿desconocemos
qué productos químicos de consumo habitual son neurotóxicos?
Hemos revisado la literatura médica y podemos asegurar
que existen al menos doce que dañan el desarrollo del cerebro en
niños y en edad prenatal; como el mercurio, el arsénico, el tolueno y otros que
conocemos bien y que, más o menos, están bajo algún tipo de control. Pero hay
otro grupo de más de 200 productos químicos de los que sabemos que pueden
penetrar en el sistema nervioso central de un humano adulto y dañarlo, y otros
1.000 con efectos neurotóxicos comprobados en ratas y ratones. Yo creo que, al
menos de esos 200, se debería chequear su neurotoxicidad durante el desarrollo.
¿Puede poner un ejemplo
concreto de estas alteraciones neuronales de las que habla?
Llevamos años estudiando a los niños de las Islas Feroe porque
pertenecen a una sociedad con una dieta basada en la pesca y, por lo tanto, muy
expuesta a mercurio. Uno de los test que llevamos a cabo en niños de 7 y 14
años consistió en hacerles pulsar una tecla de telégrafo durante 30 segundos.
Comprobamos que los niños que habían estado expuestos a una mayor concentración
de mercurio durante el período de gestación lograban teclear menos veces que
los que habían estado menos expuestos. Después, mediante resonancia magnética
funcional, vimos qué partes del cerebro se activaban durante el tecleo. En el
cerebro de los niños con baja exposición todo funcionaba de manera correcta: se
activaba el córtex motor izquierdo cuando tecleaban con la mano derecha, y al
revés. En cambio, los niños con una alta exposición al mercurio utilizaban
ambos hemisferios para controlar una sola mano.
“España contribuye casi con el 50% a la pérdida europea de
coeficiente intelectual asociada al mercurio”
¿Y eso qué implica?
El retraso en el tecleo se debe a que el cerebro tiene que
usar los dos hemisferios a la vez y estos deben comunicarse antes de hacer
nada, por lo que la ejecución es deficiente. Podrías pensar que, como ya no
usamos el telégrafo, no supone ningún problema, pero es un indicador de que el
mercurio causa desorganización en el cerebro.
¿Este daño es
reversible?
A todos estos niños les medimos los niveles de mercurio que
tenían en sangre en el momento de nacer y evaluamos sus efectos a los 7 años, a
los 14 y, justo ahora, hemos terminado el estudio a los 22 años. Los resultados
son los mismos. El cerebro no se cura, no es capaz de compensar los efectos
dañinos que el mercurio ha tenido durante su desarrollo.
Pero los estudios en
humanos no demuestran una relación causal, solo correlaciones, y los trabajos
en animales no son extrapolables a las personas. Incluso así, ¿la evidencia del
efecto neurotóxico del mercurio y los otros once productos químicos es
irrefutable?
Sí, las evidencias experimentales, epidemiológicas y, en el
caso del mercurio, históricas, son abrumadoras. Puede haber dudas sobre qué
nivel de exposición es seguro para el desarrollo del cerebro, pero mientras no
lo sepamos, yo creo que es mejor prevenir que curar. Los estados miembros de
las Naciones Unidas firmaron la Convención de Minamata que busca disminuir
los niveles de mercurio en el ambiente a lo largo de las siguientes décadas,
pero eso es demasiado tiempo. La única manera de proteger a los niños del mercurio
es que las mujeres embarazadas escojan bien qué comer.
Es decir, que si estás embarazada, mejor no vayas de comensal
a las Islas Feroe.
Desafortunadamente, en Europa en general y España en
particular el nivel de mercurio es muy alto, ya que se come mucho pescado
de los niveles superiores de la cadena alimentaria. Deberían comer poco atún y
pez espada y muchas más sardinas.
¿Cuán importante es el
problema de mercurio en España?
Mediante test neuropsicológicos hemos demostrado que la
exposición al mercurio está asociada a una menor atención, memoria y
capacidades visuales, y a partir de estos datos se puede calcular la pérdida de
coeficiente intelectual. España contribuye casi con el 50% a la pérdida europea
de coeficiente intelectual asociada al mercurio, porque vuestra exposición es
la máxima de la Unión Europea.
“La pérdida de capacidad intelectual de la población
repercute en la economía de todo un país”
¿Pero los niveles de
mercurio y el resto de productos neurotóxicos no están regulados?
El mercurio puede estarlo, pero es un tema de dosis. Si te
tomas un buen filete de atún a la semana tienes un problema. Cuando digo que
debemos proteger los cerebros de la siguiente generación y seguir el principio
de precaución, todo el sector industrial se queja de que testar estos productos
implica una gran cantidad de dinero. Pero la pérdida de capacidad intelectual
de la población repercute en la economía de todo un país. La exposición al
mercurio le cuesta a la sociedad española casi cinco mil millones de euros al
año. Y estoy seguro de que la exposición a plomo causa como mínimo la misma
pérdida, y la de pesticidas incluso más.
¿Cómo calcula este
valor?
A partir de la disminución de los ingresos de las siguientes
generaciones y que, teniendo en cuenta las tasas de descuento, los economistas
han traducido en el valor del dinero presente. Así que, aunque para el sector
privado en efecto sería costoso, un desarrollo seguro de los cerebros del
futuro sería una muy buena inversión.
En su opinión, ¿cuál es
el siguiente producto químico que se incorporará en el decimotercer puesto de
su lista?
El perclorato, un contaminante del agua que tiene varios
orígenes, como los fertilizantes o los fuegos artificiales. Un estudio muy
reciente inglés e italiano ha demostrado que cuando mujeres embarazadas y con
problemas de tiroides son expuestas a percloratos, el bebé puede perder un
número muy importante de puntos de coeficiente intelectual.
Así que las mujeres
embarazadas no deben comer atún, ¿y qué más?
Lo más adecuado es consumir comida orgánica, pero incluso así
es imposible controlar completamente la exposición a pesticidas. También
recomiendo minimizar el uso de cosméticos, ya que contienen sustancias que
quizás son absorbidas por el cuerpo y puedan llegar al feto. Pero lamento decir
que cuando hemos medido los niveles de productos químicos en muestras de sangre
de mujeres que eran muy cuidadosas con su estilo de vida y otras que no se
preocupaban demasiado, hay diferencias, pero no son grandes.
¿Entonces qué nos
queda?
La decisión de investigar y regular estos productos
debería ser tomada a nivel nacional o europeo por agencias reguladoras cuya
función es protegernos. De esta manera, podríamos continuar usando los
productos químicos que nos sean útiles, pero en condiciones seguras. Los niños
tienen que desarrollar sus mejores capacidades y talentos para sacarle el
máximo partido posible a la vida. Mientras que nuestra sociedad acepte que no
puede comprobar la neurotoxicidad de los productos químicos o regular su uso,
estaremos demostrando que no nos importan los cerebros de la siguiente
generación y, personalmente, no creo que nos vayan a perdonar. Al menos no
deberían.
FUENTES:
Internet
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