Nos gusta el sabor
dulce. Durante
millares de años el ser humano disfrutó de este sabor alimentándose de frutas y miel y aprovechando, a la
vez, las vitaminas, minerales,
enzimas, ácidos orgánicos, proteínas, agua… contenidos en ambos.
Tomábamos azúcar en forma natural,
tal como lo ofrecía la naturaleza. A la vez, consumíamos y degustábamos otros
sabores y aprovechábamos la multitud de ofertas de las que disponíamos. Nos nutríamos mejor.
Ahora seguimos con una amplia oferta, pero nos hemos desvinculado
del alimento natural y optamos
por los procesados que,
desde luego, no están en armonía con lo que somos, ya que, nuestro organismo no los reconoce. Son alimentos antifisiológicos.
El azúcar es
sacarosa, hoy la sacarosa de la fruta y de la miel cruda
ha sido, en gran medida, desplazada por la contenida en el jugo de la caña de azúcar, refinada y cristalizada, y es utilizada
en cantidades enormes, en infinidad de procesos
industriales. Tomamos azúcar en
todo, hasta en los procesados
salados para resaltar su sabor. Pero… ¿Cuál
es el problema, si se trata de un cultivo originario de la India, cuyo consumo
fue extendido por los españoles, en la época colonial? Era natural.
La respuesta es que la sustancia que hoy
conocemos como azúcar, no se
parece en nada a la que antes se obtenía de la planta original. Se trata de un refinado “purísimo”, desprovisto de fibra (a nuestro cerebro no le
gustan los azúcares sin fibra) y carente de nutrientes, que genera gran
cantidad de problemas al organismo. Una sustancia química artificial, que una vez ingerida, se transforma
inmediatamente en energía explosiva,
sin dejar ninguna traza de proteínas,
grasas, almidones, vitaminas o minerales, que excita al organismo, lo enerva y lo debilita, haciendo trabajar
en vacío a todo el metabolismo, para lo cual debe emplear reservas orgánicas de vitaminas, aminoácidos y minerales, es decir,
roba nutrientes para ser metabolizado,
además de crear adicción.
Hay estudios detallados que demuestran que cuando ingerimos azúcar agotamos nuestras reservas orgánicas de aminoácidos
(triptófano y metionina), vitamina B (sobre todo, B5, B6 y B12), vitamina PP y
minerales (sobre todo calcio y cromo), para metabolizarla. Los carbohidratos
se incorporan al organismo cuando van acompañados de vitaminas y minerales, los azúcares refinados no tienen
nada y por tanto, nuestro cuerpo no los aprovecha para nutrirse. En el mundo occidental hay personas que llegan a consumir
del orden de 30 cucharaditas
de azúcar con su dieta. Se
desmineralizan, pero no se alimentan.
El azúcar refinado es el que podemos encontrar en
los estantes de los supermercados, como hemos dicho no tiene valor nutricional y
está relacionado con múltiples problemas
de salud. Puede ocasionar enfermedades
de corazón, úlceras, diabetes, caries, obesidad, hipertensión, a parte de la
desmineralización, de la que ya hemos hablado. Fatiga las vísceras, es mal
retenida por el hígado y produce afecciones de la piel. Se recomienda no
tomar leche con azúcar, porque
además de ser incompatible, se fermenta
en el estómago. El azúcar refinado
excita las mucosas y es una de las
causas de gastritis. Su consumo
fomenta la hipoglucemia, las jaquecas y
las migrañas y los desórdenes emocionales.
No existe gran
diferencia entre el consumo de azúcar blanco o moreno. El Dr. Jaime Scolnik en su libro: “La
Mesa del Vegetariano” nos dice que el azúcar moreno no merece el nombre de integral o natural, ya que sigue siendo el resultado de un proceso
muy largo y tampoco contiene vitaminas o
minerales. Paradójicamente, no sólo no es un producto integral sino que se trata de un producto residual de la
fabricación del azúcar blanco,
cargado de impurezas y residuos industriales que contiene sulfito de calcio, sales resultantes de la combinación de cal y azufre,
hidrosulfito de sodio, ácido fosfórico, carbonato de sodio… ningún nutriente, por lo visto. Además,
también puede generar desequilibrios
metabólicos. El azúcar es
un veneno, un producto altamente acidificante,
que consumimos muchísimo y que contribuye, como vemos, a la pérdida de nuestra
salud.
La insulina fue la primera hormona sintetizada por los organismos vivos y es la que permitió
la supervivencia en las épocas en las que la alternancia entre carencia y
abundancia era constante, por su capacidad de convertir en reserva los excedentes nutricionales, entre
ellos el azúcar. Cuando
consumimos azúcar o hidratos
de carbono simples, nuestro nivel
de insulina sube muy deprisa. Una pequeña parte de este azúcar se convierte en glicógeno y la mayoría en grasa saturada. Como comemos mucho azúcar, la cantidad de insulina que circula por la sangre es muy alta y las células registran esta concentración
como algo tóxico generando una
respuesta defensiva e impermeabilizando
la membrana celular. En ese momento aparece la resistencia a la insulina, que es uno de los grandes problemas de comer tanto azúcar.
La
resistencia a la insulina surge,
en primer lugar, en el hígado, por
lo que es un factor clave para el colapso
hepático, pero además, genera otros múltiples problemas: hiperglucemia, hipoglucemia, baja el nivel
de magnesio, hay vasoconstricción, es decir, hipertensión, retención de
líquidos, se disparan los niveles de triglicéridos y colesterol, aumenta la
formación de placa arterial y la coagulación sanguínea, se estimula la
proliferación celular (tumores), hay desorden tiroideo, se descontrola el
metabolismo hormonal, se altera el metabolismo del calcio, y como colofón,
envejecemos prematuramente. Otro problema importante es que la resistencia a la insulina se transfiere al feto, naciendo muchos
niños condicionados por este desorden (especialmente
las niñas), lo que explica el crecimiento de los índices de diabetes infantil.
Cuando hace unos años, me interesé por el tema de la
alimentación, relacionada con la enfermedad, leí el libro del Dr. David servan-schreiber, “anticáncer”.
En él se afirma que los tumores se
alimentan de azúcar. Me impactó mucho esta idea y como dice Odile Fernández en su libro “mis recetas anticáncer”, la grabé en
mi mente.
Las células cancerosas requieren combustible para crecer y
este combustible es el azúcar, como
descubriera el Premio Nobel Otto
Warburg, hace unos setenta años. Hasta los oncólogos saben que el cáncer se alimenta de azúcar, aunque no
presten la debida atención a este dato. La prueba que hacen para detectar células cancerosas, llamada PET, consiste en introducir, vía intravenosa, glucosa marcada con flúor
radioactivo, dejan a los enfermos reposar durante un rato y a continuación
los introducen en la máquina llamada TAC,
que busca las zonas en las que hay hiperglucemia.
Donde hay acumulación de azúcar,
allí hay metástasis. Cuanto más azúcar hay concentrado en una zona, más agresivo será el tumor.
Cuando el páncreas,
para contrarrestar el exceso
de azúcar, produce insulina,
secreta IGF-1, la cual estimula
el crecimiento y la proliferación
celular. Ambos IGF-1 e
insulina fomentan la inflamación y
ayudan al cáncer a invadir los
tejidos vecinos. Además de estimular la producción
de insulina, el azúcar aumenta la producción de una proteína, llamada B-catenina que promueve la proliferación celular (tumoral) en células del
intestino delgado, mama, ovario, páncreas, colon…
El consumo
de azúcar acidifica el organismo, lo que implica, también, pérdida de salud.
Investigadores australianos han descubierto que una dieta acidificante, en especial con mucho azúcar puede dañar nuestro ADN. Incluso una única dosis
de azúcar puede afectar a las células durante dos semanas o más, modificando la respuesta metabólica del organismo ante
el alimento, desconectando mecanismos de control genéticos diseñados,
para proteger al cuerpo contra los ácidos
de la dieta y los metabolitos y dejando la puerta abierta a enfermedades
graves como la diabetes, las
enfermedades cardiacas y el cáncer. La situación empeora cuando la
ingestión de azúcar es
continuada.
Todo esto, que ya es muy serio, se agrava con los consejos
dictados por los nutricionistas y
médicos de la vieja escuela que sugieren comer carbohidratos, entre los que se encuentra el azúcar y los refinados. La pirámide nutricional ortodoxa, a la
que se alude constantemente, pone a los carbohidratos en su base, con la publicidad engañosa y
constante, que alaba los beneficios de comerlos, llegando, incluso, a
decir que el cerebro necesita azúcar para su funcionamiento
y, también, con la sugerencia de utilizar edulcorantes, que disparan, aún más, el nivel de insulina en sangre.
Y ahora…después de conocer algo más sobre los azúcares ¿Crees que realmente los
necesitamos en nuestra dieta?, en principio, casi todo el mundo diría que
sí, pero…tenemos otras opiniones:
Según afirma Néstor
Palmetti en su libro “Nutrición
Vitalizante”, la falta de azúcar nunca
supuso un problema para el cuerpo, y esto lo confirma el hecho de que tenemos
una única hormona para su control: la insulina. En contrapartida tenemos
cantidad de hormonas para
elevar el nivel de azúcar, en
caso de necesidad: cortisona, hormona de
crecimiento, epinefrina y glucagón.
El Dr. Robert O. Young dice, con rotundidad, que el cuerpo no necesita azúcar, precisa
la energía procedente de los alimentos y bebidas alcalinos.
El Dr. Rosedale señala que nuestro cuerpo es
más eficiente generando azúcar a
partir de proteínas y lípidos, que
desde carbohidratos, lo que
mostraría la dificultad que tiene el organismo
para gestionar la excesiva cantidad de azúcar
que le proporcionamos, especialmente la que procede de alimentos refinados.
Creemos que
necesitamos azúcares porque así lo hemos aprendido, esa es una razón de fuerza para
añadirlos a la dieta de manera exagerada y porque cuando nos dicen que algo es
bueno, lo comemos, lo comemos y lo comemos. No cuestionamos nada. No investigamos. Esgrimimos razones basadas
en la creencia y en la adicción.
Otra
razón por la que tomamos tanto azúcar es la necesidad de
generar opiáceos cerebrales internos (endorfinas). Si estamos tristes no nos comemos un tomate,
sino un bollo, una barra de chocolate o
un helado.
Si ya te lo planteas y quieres evitar el azúcar, empieza por prescindir de los refrescos, galletas, dulces y helados.
El alto contenido de grasa y azúcar de
estos alimentos dan vía libre
a la dopamina del cerebro, como
lo hacen las drogas y el alcohol.
El azúcar es un ingrediente común en
miles de alimentos procesados,
algunos de los cuales ni son dulces,
por lo que hay que fijarse en las etiquetas. Muchas salsas para espagueti y ensalada, el kétchup, la mantequilla de
cacahuete y los crackers tienen azúcar y mucho más. Si en las etiquetas de
estos productos, pudiéramos leer “azúcar”,
sería fácil eliminarlo de nuestra dieta, pero los componentes nunca están
claros.
Los nombres que se suelen utilizar en su lugar son:
Azúcar, Azúcar
invertido, Lactosa, Maltodextrina, Miel, Maltosa, Glucosa, Sirope de Malta,
Galactosa, Melaza, Zumo concentrado de frutas, Sorbitol, Zumo de frutas, Azúcar
turbinado, Fructosa, Ágave, Dextrosa, Zumo deshidratado de caña, Sirope de maíz
o Sirope de maíz con fructosa, Cristales de zumo de caña, Azúcar de caña,
Sucanat (azúcar de caña natural) y malta de cebada.
Si empiezas a fijarte en las etiquetas te darás cuenta
de la cantidad de alimentos que, aunque no lo parezca, llevan azúcar. En ocasiones, hasta ¡catorce veces, catorce tipos!
Como ejemplo pongamos la lista de ingredientes
de una sola BARRITA DIETÉTICA:
GRANOLA
- Copos de avena integrales
- Azúcar (¡AZÚCAR!)
- Harina de arroz
- Copos de trigo integral
- Harina de trigo integral
- Melaza (¡AZÚCAR!)
- Bicarbonato sódico
- Lecitina de soja
- Soja parcialmente hidrogenada
- Color de Carmelo (¡AZÚCAR!)
- Malta de Cebada (¡AZÚCAR!)
- Sal
- Leche en polvo sin grasa
- Aceites de semillas de algodón con TBQH (Butilhidroquino terciario)
- Aceite cítrico ácido de girasol con tocoferol (Grasa trans) natural
- SIROPE DE MAÍZ (¡AZÚCAR!)
- ARROZ CRUJIENTE
- Copos de cereales integrales
- Arroz
- Azúcar (¡AZÚCAR!)
- Sal
- Malta de cebada (¡AZÚCAR!)
- AZÚCAR (¡AZÚCAR!)
- SÓLIDOS DE SIROPE DE MAÍZ (¡AZÚCAR!)
- GLICERINA
- SIROPE DE MAÍZ ALTO EN FRUCTOSA
- CACAHUETES
- SOJA PARCIALMENTE HIDROGENADA Y /O ACEITE DE SEMILLAS DE ALGODÓN
- SORBITOL (¡AZÚCAR!)
- CARBONATO CÁLCICO
- FRUCTOSA (¡AZÚCAR!)
- MIEL (¡AZÚCAR!)
- SABORES NATURALES Y ARTIFICIALES
- SAL
- MELAZA (¡AZÚCAR!)
- LECITINA DE SOJA
- AGUA
- BHT (Butilhidroxitolueno)
- ÁCIDO CÍTRICO
¡No parece tan
dietética esta barrita! Pero los datos se dan en el libro, “Cambia tu Cerebro, Cambia tu Cuerpo” del Dr. Daniel G. Amen. Se trata de una
barrita que él pretendía comprar en un supermercado. Si no hubiera leído la
etiqueta, habría comprado justo lo que no quería.
Así que es una buena costumbre leer detenidamente y si
te parece bien, descartar los productos
con etiquetas interminables y con nombres innombrables.
Está en juego tu salud.
FUENTES:
La milagrosa dieta del
PH. Robert O. Young. Ediciones Obelisco, 2012.
Mis recetas anticáncer.
Ed. Urano. 2013.
Frutoterapia. Nutrición
y salud. Albert Ronald Morales. Edaf, 2002.
Nutrición vitalizante.
Néstor Palmetti. Argentina, 2012.
Comer y no morir en el
intento. Adepogol. 2009.
Cambia tu cerebro,
cambia tu cuerpo. Dr. Daniel G. Amen. Sirio, 2012.
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