Vivimos en un momento de ignorancia y reduccionismo. Creemos que lo sabemos todo y el
conocimiento que tenemos de las cosas está tan fragmentado que no sabemos de
nada. Nos hemos especializado tanto que, tras las mesas de nuestros despachos,
nos hemos olvidado de la maravilla
funcional que es el cuerpo, lo que conduce a que cada vez sepamos menos de
él y de nosotros. Somos ajenos a nuestro
cuerpo y su funcionamiento.
Sirva como ejemplo, el hecho de que en 2005, se otorgara el Premio Nobel por el descubrimiento de la Helicobacter Pylori, como causa de la úlcera estomacal y la misma ciencia descubriera después, que esta bacteria había estado con nosotros
desde hacía 60.000 años. Es tan
grande nuestra ignorancia que el Instituto
Nacional de Salud de EEUU aprobó
en 2007 un plan de cinco años para
investigar el microbioma humano,
porque no se conoce, porque no se entiende y porque lo que antes era un dogma, ya no sirve, puesto que el
cuerpo es una entidad única y particular conocida por cada individuo, mejor que
por nadie.
Tampoco se conoce bien
cómo funciona el sistema hormonal o
para qué exactamente sirven el apéndice
o las anginas… o si el colesterol
es una causa o una consecuencia... Con esta visión fragmentada y errónea no
entendemos los esfuerzos que hace el organismo para recuperar el equilibrio, para mantener estable la vida a través de la homeostasis, reprimimos la fiebre,
el sudor, las diarreas, las gripes, los
eccemas… extirpamos órganos, todo ello, sin llegar nunca a las causas que
generan los problemas.
Miramos
al cuerpo como algo que se estropea,
porque es lo normal y nos ponemos en manos de superespecialistas que, como están tan especializados, no entienden el funcionamiento del cuerpo y por
tanto, tampoco entienden el órgano en
el que están especializados y seguimos dando palos de ciego. Mientras tanto,
nuestro supermedicado organismo está
cada vez más sucio y menos capacitado para promover su sanación. Lo ensuciamos y nos convertimos en enfermos crónicos o, peor aún, enfermos y medicados acabamos perdiendo la ilusión por la vida.
En 1971, el Departamento de Agricultura de EEUU publicó
un estudio, para evaluar la relación entre las enfermedades y las dietas.
Según este estudio:
La mayoría de los problemas de salud están relacionados con la
dieta.
El potencial real de una mejora en nuestra dieta es la
prevención de enfermedades.
Las recomendaciones deberían llegar a todos, especialmente a
las poblaciones con menos ingresos.
Los mayores beneficios son a mediano y largo plazo. Los cambios
tempranos en las dietas pueden evitar el desarrollo de efectos nocivos a largo
plazo.
Todas las copias de este estudio se confiscaron, hasta que en
1993, la asociación “Citizens for Health” recibió una, de forma misteriosa, e hizo públicos los
datos arriba expuestos.
También en los años 70, Jean Seignalet, médico francés,
investigador en química y bilogía, inmunólogo y catedrático de la Universidad
de Montpellier,
comenzó a investigar la relación entre las enfermedades
y la alimentación. Trató durante 30
años a un montón de pacientes a través de pautas nutricionales. Antes de su muerte, concluyó que la
acumulación de residuos alimenticios,
bacterianos y metabólicos conforma
una situación que él llamó “ensuciamiento”
y que basta para explicar y curar la gran mayoría de las enfermedades modernas.
Este médico afirmó que la alimentación moderna es la causa
principal de las enfermedades contemporáneas. No tenemos un aparato
digestivo o una mucosa intestinal
adaptada a los alimentos modernos. Esto hace que la digestión de la comida sea
insuficiente, la flora se
desequilibre, se genere putrefacción,
enlentecimiento del bolo alimenticio
y sobre todo, permeabilidad de la mucosa
intestinal. Esta mayor permeabilidad hace que se facilite la entrada a un
montón de macromoléculas en el flujo sanguíneo, lo que trae consigo
muchos otros problemas y parásitos.
La mayoría de las personas cree que los parásitos son cosa
de animales,
por eso desparasitamos al perro o al
gato, pero eso no es así. Con la permeabilidad
de la mucosa intestinal se deja
la puerta abierta a bacterias, huevos,
larvas, quistes y organismos que parasitan la estructura corporal y añaden más
suciedad al sistema. Escuchamos esto y pensamos que no es posible que sea
así, puesto que identificamos al parásito
con su significado literal, pero el problema real es que todos estos bichitos comen y defecan sustancias, como la histamina,
que tienen innumerables efectos negativos sobre el organismo. Como la intrusión suele ser muy grande, nuestro sistema inmune se ve desbordado e
incluso, en muchos casos elude la acción al localizarse la parasitosis en sitios en los que las defensas corporales están
inhibidas, como el cerebro. El tema
aún se conoce poco porque aún hay poca investigación al respecto, pero lo que
sí se sabe es que tenemos parásitos,
aunque los médicos no aborden el problema, y que son un factor de ensuciamiento importantísimo.
Seignalet concluyó:
“Es el equilibrio entre aportes y salidas de desechos lo que
determina la evolución de la enfermedad:
Cuando los aportes superan las salidas, más o menos tarde
podemos esperar una enfermedad.
Cuando las salidas superan los aportes, el retorno a la
normalidad es factible.
La eliminación parcial de los desechos se traduce en una
mejora parcial.
La eliminación total de los desechos se traduce en una
remisión completa”.
Abordar la enfermedad desde las dietas y la depuración es
algo demasiado fácil y la industria farmacéutica y alimentaria dos negocios muy
rentables. Además,
esto pone la solución en nuestras manos. Todas las enfermedades crónicas o degenerativas
desaparecerían, si quisiéramos optar por un cambio de hábitos y dejáramos de buscar la pastilla milagrosa. Sin embargo, en nuestra sociedad, es difícil
aceptar que somos los únicos responsables de nuestras vidas y de lo que nos
ocurre. Hemos aprendido a comer con nuestros padres y estamos muy limitados por
las creencias y los condicionamientos así que,
creemos que lo que nos pasa o es
genético, o son los virus o es por estrés. Nada más lejos de la realidad.
Si realmente existiera una causa genética, las generaciones
pasadas deberían haber manifestado las mismas patologías que hoy nos invaden. Hay quien cree que existían las
mismas cosas, pero como la medicina no había evolucionado, nada se sabía y
quien se moría, lo hacía de lo mismo. Sin embargo, es fácil aceptar que nunca
ha habido un nivel de contaminación tan alto en el planeta y por tanto, en
nuestros cuerpos y que los genes no
se expresan si nosotros no creamos el medio adecuado para que eso ocurra. Los genes se programan con hábitos nocivos, los programamos con
nuestro estilo de vida.
En cuanto a los virus, ellos nunca son una causa sino una
consecuencia. Sólo
pueden alimentarse y hacerse fuertes en un hotel que les asegure un entorno
favorable o, sobre todo, que no los desaloje con un sistema inmunológico eficiente.
Lo paradójico es que vivimos gracias a los microbios, que tenemos billones en los intestinos, en los conductos nasales, en el pelo, nadando en la superficie de los
ojos… Sin los microbios, las
funciones corporales no serían posibles. Son ellos quienes digieren nuestros alimentos, quienes nos defienden de gérmenes más peligrosos, quienes
reaccionan a los cambios del entorno y nos protegen. George Weinstock, investigador de la Universidad de Washington, en St. Louis (EEUU), afirma que “son partes de nuestros cuerpos de las que
no sabemos nada”. Nuestros microbios
amigos son muy sensibles y se ven afectados por nuestro modo de vida, por
ejemplo, cuando tomamos antibióticos,
estimulamos el crecimiento de la cándida.
Los virus también dependen de un
contexto favorable para poderse expresar.
El estrés es otra de nuestras justificaciones, pero el estrés es otra consecuencia
de nuestro desorden interno, de nuestra intoxicación, no es la causa de nada y
también depende de un medio adecuado. Si
estamos limpios no hay estrés.
¿A qué conclusión podemos llegar tras esto? Los descubrimientos no abordan la dieta porque siempre hemos comido, no
es nuevo. Tampoco abordan la depuración
porque nos duchamos y nuestro aspecto es limpio. Sin embargo, el aumento de los
índices de enfermedad, la baja calidad de vida a medida que envejecemos denotan
que el paradigma en el que vivimos
es erróneo. No tiene lógica dejar en manos de otros lo que sólo a nosotros nos
pertenece. Nos hemos olvidado del cuerpo,
no lo sentimos y permitimos que otro, dirigido por los protocolos o las farmacéuticas nos recete la pastilla mágica, que nos calma momentáneamente, pero que nos ensucia cada día más. No se puede
conocer el funcionamiento del cuerpo desde la mesa de un despacho, ni recetar
sin cuestionar nada. El médico se compromete a no dañar cuando hace su Juramento Hipocrático y obviamente, en
su papel está cuestionar lo que nos daña.
Mientras tanto,
nosotros podemos empezar a cambiar nuestros
hábitos de vida, limpiar y no
ensuciar. Promover la sanación
desde esa maravilla funcional que es nuestro cuerpo. Empezar un trabajo intenso
de depuración y derivar nuestra dieta hacia el alimento fisiológico. Poco a poco, sin prisa, permitiendo al cuerpo
que marque su ritmo.
No cuesta nada probar lo que es tan fácil. ¿Te animas a
empezar?
FUENTES:
Depuración corporal. Néstor Palmetti. Kier, 2013.
Cuerpo Saludable, Néstor Palmetti. Argentina, 2010.
Los Secretos Eternos de la Salud. Andreas Moritz. Ediciones
Obelisco, 2010.
El Libro de la desintoxicación y la salud. Ruediger Dahlke y
Doris Ehrenberger. Ediciones Robinbook, 1999.
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