La mayoría de los
vegetales contienen ácidos grasos, así que cuando
estos son triturados se obtiene un zumo graso en estado puro, llamado aceite,
con numerosos nutrientes importantes.
Estos son, especialmente, fosfolípidos, transportadores
seguros de fosfatos para numerosas funciones celulares. También contiene lecitina,
colina, inositol, carotenos, vitamina E, Omegas 3, 6 y 9 y muchos
otros nutrientes; pero es un líquido muy sensible y se amarga y enrancia cuando
es expuesto a la luz solar, al contacto con el oxígeno del aire y
al calor.
Esta es la razón de que a principios del siglo XX se empezara a utilizar el proceso de refinado, con la intención
de quitarle el olor y sabor
desagradable y también con el objetivo de aumentar la producción y sacar
provecho de todas las semillas y frutas
oleaginosas. Empezaba la industrialización del aceite.
La producción a gran escala exige un almacenamiento cuyo
origen está en el procedimiento
tradicional de secado al sol, aireado y ventilación de las semillas para
obtener una humedad inferior al 10%.
Este almacenamiento reduce la infección por mohos y la contaminación con micotoxinas, además, minimiza el
proceso de degradación biológica que
conduce a la aparición de ácidos grasos
libres y cambio de color en el aceite.
Las frutas
oleaginosas como la aceituna,
deben tratarse lo antes posible porque se degradan con facilidad. Antes
de la extracción del aceite tanto
las semillas como las frutas se limpian bien de sustancias extrañas,
las semillas se muelen para reducir
su tamaño y el aceite se extrae
mediante un torno o una prensa
hidráulica. En el caso de las
aceitunas simplemente se realiza una molturación, es decir, se aplasta el fruto, a continuación se bate la masa resultante para
que quede homogénea y se prensa. Después se decanta el aceite para separarlo de los alpechines y se almacena.
Si estos procesos se realizan en frío se obtienen cantidades, que la gran industria no encuentra
rentables. En el caso de las semillas
oleaginosas, como por ejemplo el girasol,
se puede extraer hasta un 20% del aceite contenido, en una primera presión en frío. Así que, se
utiliza la temperatura: se calientan las
semillas antes del prensado hasta los 80 o 100º C.
Después de la primera presión,
el aceite aún contenido en la
semilla se extrae en un segundo paso, con ayuda de un solvente derivado del petróleo de
uso alimentario (el hexano),
haciéndose hervir la mezcla. Lo obtenido se somete luego a
temperaturas de unos 150ºC a
fin de recuperar el solvente
por evaporación, proceso que nunca es eficiente al 100% y que deja, por tanto, residuos tóxicos en el aceite. Según el tipo de semilla, en todos estos procesos se
utilizan sosa cáustica y o ácido
sulfúrico para corregir la acidez y neutralizar el
aceite. Así se llega al llamado crudo,
cuyo estado es impresentable para el consumidor y que exige otros procesos de refinación para poder ser
envasado. En el proceso de neutralizado se
utiliza hidróxido de sodio,
donde la combinación de ácidos
grasos libres permite la separación del jabón producido. Con este
jabón se van minerales y
valiosos fosfolípidos.
El siguiente paso de la refinación
es el desgomado con agua,
para eliminar los fosfolípidos fácilmente
hidratables, como la lecitina,
minerales como hierro, cobre, calcio, magnesio…clorofila y los metales.
A continuación se adicionan pequeñas cantidades de ácido fosfórico o cítrico para
convertir los restantes fosfolípidos
no hidratables (ciertas sales de calcio o magnesio) en fosfolípidos hidratables. Se neutralizan
los ácidos grasos libres con un
ligero exceso de solución de hidróxido
sódico, seguido de la eliminación por lavado de los jabones y de los fosfolípidos hidratados.
Se hace un blanqueo con tierras minerales naturales o activadas con ácido, para absorber
los compuestos coloreados y para descomponer los hidroperóxidos y se desodoriza el producto, para eliminar los compuestos volátiles, principalmente aldehídos y cetonas, con bajos
umbrales de detección por el gusto y el olfato. La desodorización es fundamentalmente un proceso de destilación con vapor, que se lleva a
cabo a bajas presiones y elevadas
temperaturas.
Este proceso de
refinado no es el único y no es el más rentable. En el refinado físico, los ácidos grasos se eliminan mediante un
proceso de destilación al vapor (arrastre)
similar a la desodorización,
aunque con temperaturas más elevadas (240-250º
C). Un requisito previo del refinado
físico es que se eliminen los fosfolípidos.
En el proceso de refinado clásico,
este nivel se consigue fácilmente en la etapa de neutralización, pero se
requiere el desgomado para
el refinado físico de semillas oleaginosas con alto contenido
en fosfolípidos. Estos
procedimientos se basan en una mejor hidratación de los fosfolípidos mediante un contacto
íntimo con el aceite y una solución
acuosa de ácido cítrico, ácido
fosfórico y /o hidróxido sódico, seguida de blanqueo.
Mucha
química, mucho tratamiento a altas temperaturas y poca calidad nutricional, pero ese es el aceite que habitualmente encontramos en los estantes de los supermercados.
Un producto químico tratado y retratado
con la intención de obtener los máximos beneficios.
Además de los procesos anteriores, se deben eliminar los
plaguicidas organoclorados y los
hidrocarburos policíclicos durante la etapa de desodorización/arrastre, mediante un tratamiento de carbón activo. Durante estas etapas
de refinado se suelen perder tocoferoles y esteroles de
gran valor nutricional, también
se pueden producir reacciones secundarias en los procesados a altas
temperaturas que dan lugar a ácidos
grasos trans y compuestos
polimíricos. A 280-300ºC se aprecia un aumento en el contenido de ácidos grasos saturados en la posición 2 de los triglicéridos.
De igual manera, se forman cantidades importantes de ácidos grasos conjugados y se puede producir una isomerización cis/ trans en el ácido
linoleico.
Aunque no lo parezca,
así se hace un aceite refinado, por ejemplo, de girasol.
En cuanto al aceite
de oliva el proceso de refinado
es muy diverso, aunque la práctica habitual es como sigue:
En primer lugar se hace la Neutralización, que tiene por objeto eliminar la acidez excesiva. La neutralización puede ser química
o física.
La primera es mediante la utilización de sosa y calentamiento del
aceite a 80-100º. La separación del aceite
y jabón se efectúa con centrífugado vertical.
La segunda, mediante destilación del aceite sometido a vacío a 239-240º y la
consiguiente eliminación de los ácidos
grasos libres. Esta última se usa más. Después
el aceite se Decolora.
Esto se realiza para eliminar colores no adecuados. La
decoloración de un aceite se
efectúa por tratamiento físico, añadiendo tierras
decolorantes al aceite en
tanques y, mediante un lento batido y elevación de temperatura, facilitando la
acción de las tierras para atrapar
las clorofilas y los carotenos. Con
este proceso se eliminan colores no
deseables, pero también se pierden los mejores
colores que debe tener un buen aceite,
además de carotenos de
importancia vitamínica.
Por último el aceite se desodoriza, con el objetivo de eliminar los malos
olores mediante la aplicación a contracorriente de vapor o nitrógeno. Así se arrastran los compuestos volátiles causantes del mal olor. Pero con ello se pierden aromas, que son uno de los grandes
atributos que diferencian los aceites de
oliva de calidad de aquellos que no lo son.
Como se desprende de lo que acabo de comentar, el resultado
final del proceso de refinado es un “aceite” insípido, incoloro y desprovisto de aromas. Para paliar la ausencia
de cualidades sensoriales, al aceite
refinado se le añade una cantidad variable de aceite de oliva virgen, con lo que
obtendremos el denominado aceite de
oliva.
El último paso de todo este procesado es la adición de conservantes (aceites
minerales derivados del hidrocarburo tolueno), para que no se vuelva a enranciar o cambie
de color mientras está en el supermercado: BHT, BHA o TBHQ o la adición de
antioxidantes. Los conservantes
y todo el tratamiento químico industrial que
reciben los aceites hacen que tengan
una alta concentración de benzopireno y
otros compuestos muy tóxicos. A
partir de los 110ºC los ácidos
grasos comienzan a alterarse químicamente y a 150ºC las grasas insaturadas se convierten en mutagénicas,
es decir, cancerígenas. Por encima
de 160ºC se forman los ácidos trans, que en nuestro cuerpo
actúan peor que la grasa saturada,
son tóxicos, crean radicales libres, son mutagénicos y cancerígenos. Además
están envasados en plásticos.
El refinado del aceite produce un aceite comestible con las características deseadas por los
consumidores, como sabor y olor suave,
aspecto limpio, color claro, estabilidad
frente a la oxidación e idoneidad para freír, pero al mismo tiempo, también
le arrebata todos los nutrientes. Es
más, lo convierte en un aceite tóxico,
que requiere de antioxidantes y conservantes para no enranciarse de
nuevo.
El hecho de que estos productos se comercialicen nos hace
pensar que en absoluto sabemos lo que compramos ni lo que comemos.
Ponemos en juego nuestra salud por desconocimiento y por el
placer de nuestro paladar.
Además el aceite es
un producto con el que hay mucho fraude.
De nuevo la sugerencia
es elegir aceites de calidad, de primera presión en frío y procedentes de
semillas y frutas de producción ecológica.
Saber es Poder Elegir.
FUENTES:
Grasas saludables.
Néstor Palmetti. Argentina, 2011.
Enciclopedia del aceite
de oliva. Jesús Ávila Granados. Ed. Planeta, 2000.
Aceite de oliva y otros
aceites vegetales. María Luengo. Océano Ámbar, 2009.
Los
aceites y grasas. La refinación y otros procesos de transformación industrial.
Antonio Madrid Vicente, Editor, 2012.
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