Hanneman, padre de la homeopatía,
dice en “Organon”, una obra que fue
el resultado de 30 años de investigación:
“La salud
es la harmonía, el perfecto equilibrio de todas las funciones, de la actividad
y del sentimiento”.
“Células,
órganos, aparatos, tienen un único objetivo en el individuo: concurrir al mantenimiento de su unidad”.
“Cada tejido posee en sí ese principio impalpable y
superior de la naturaleza animada: La
Fuerza Vital”.
“Gracias a ella, el ser percibe, se mueve, obra y
piensa. Gracias a ella el ser se defiende. La
Fuerza Vital es la guardia natural y vigilante de todo ser animado, es la
que vela espontáneamente por el mantenimiento de su integridad: El organismo
material privado de su fuerza vital no puede ni sentir ni obrar, ni hacer nada
por su propia conservación".
La Fuerza Vital es algo, por tanto, que
todos poseemos y que se puede medir, sentir, fotografiar e incluso, cada ser
puede hacer que se incremente en su interior. Si esta Fuerza Vital está tan relacionada con la salud, está conectada con
los cuerpos inferiores. No hay vida física sin ella, y si es energía que
alienta nuestro equilibrio y armonía, es pura energía de transmutación.
Esto significa que el cuerpo es muy importante en
nuestro proceso de cambio y evolución. Nos elevamos con él, no desde él. Está
ahí siempre presente y lo sabemos, aunque
reparemos muy poco en su presencia. Miramos fuera y pretendemos amar a la Tierra,
creyendo que a través de este amor pretencioso podemos llegar a la afamada Luz,
pero nada se puede hacer por la tierra si nuestros fluidos son ríos
contaminados, si nuestra propia tierra, la de nuestro cuerpo, no puede dar
cabida a la energía, porque estamos sucios por dentro.
Nuestro
cuerpo es una maravilla perfecta a través de la que experimentamos. Desde él,
sentimos nuestra Fuerza Vital y
guiados por él, podemos elegir lo que de este mundo material nos es más
beneficioso. No sólo nosotros tenemos esa Fuerza
Vital, todo lo que la naturaleza nos ofrece en estado puro es energía
vibrante. El alimento que tomamos nos transfiere su propia energía. Si la
energía es de baja vibración, eso nos afecta negativamente, porque la
enfermedad y el malestar no tienen cabida con una vibración alta y sólo hay
vibración alta cuando depuramos. Creemos que podemos trabajar
la positividad, nuestras emociones y nuestra mente y que con eso es suficiente,
pero sin un cuerpo en equilibrio, nada de eso es posible. Los tres cuerpos,
físico, mental y emocional caminan juntos y juntos sanan y se curan. No
obstante nuestro cuerpo físico es materia y por tanto podemos percibirlo con
más claridad. Con él y a través de él podemos limpiarnos por dentro y por
fuera. Su cuidado y el alimento que le proporcionamos
son importantes.
Sabíamos que los alimentos son la materia que sustenta
nuestra materia y ahora también sabemos que nos aportan energía, esa misma
energía que Hanneman llamaba Fuerza Vital. Ésta es transferida a
nosotros en forma de nutrientes, que el cuerpo transforma en electrones. Si
elegimos alimentos con gran Fuerza Vital,
nuestra nutrición nos pondrá en armonía con la tierra y recuperaremos la
salud a la vez que vibraremos en frecuencias más altas.
¿Pero qué valor tienen estas afirmaciones? ¿Existe la
manera de medir la energía que los alimentos nos aportan? SI. En este artículo vamos a profundizar
en las investigaciones de Bovis y
Simoneton.
El científico Bovis
investigó el nivel vibracional del cuerpo humano en distintas fases y la
radiación que mana de la tierra en lugares alterados, creando así una escala (Biómetro de Bovis, con la que se medía
la radiación en angstroms) y que luego fue perfeccionada por Simoneton. Éste fue quien se atrevió a
decir que los alimentos debían ser considerados, no sólo por su
contenido químico sino también por su cualidad energética y vibratoria.
Simoneton llegó a estas conclusiones,
cuando tras haber sido tratado para recuperarse de una tuberculosis, no sólo
enfermó más, sino que se convirtió para los médicos en un enfermo terminal. Sin
embargo, él no se dio por vencido, retomó las investigaciones de Bovis y empezó a trabajar con el Biómetro. Con esto logró recuperarse de
la tuberculosis y los múltiples efectos
colaterales de los tratamientos, sólo nutriéndose de alimentos frescos y vitalizantes.
En su investigación
descubrió que:
La pasteurización
mataba la longitud de onda.
Si las frutas y las verduras
frescas se congelaban se prolongaba su vida; y al ser descongeladas volvían a
adquirir la radiación que tenían antes de helarse, casi totalmente.
Los alimentos guardados
en el refrigerador se deterioraban, pero mucho más despacio.
Las frutas y verduras
sin madurar podían aumentar su radiación en el refrigerador porque maduraban
poco a poco.
Las frutas y verduras
deshidratadas conservaban su vitalidad si se las metía 24 horas en agua
vitalizada e incluso después de varios meses de secado, recuperaban su valor
original.
Las frutas enlatadas
seguían completamente muertas.
El agua podía ser
vitalizada si se la asociaba con minerales, seres humanos o plantas.
Además, Simoneton dividió
los alimentos en cuatro categorías:
Alimentos con longitud
de onda superior a la básica humana ( entre 6000 y 10.000 angstroms):
Entre ellos están la mayoría de las frutas y las verduras, cuya radiación fluctúa, cuando están en plena madurez o recién recolectadas, entre 8.000 y 10.000 angstroms. Si pasa tiempo entre la recolección y la ingestión se puede perder un tercio de esta energía y si las cocinamos un tercio más. Según este investigador las frutas están llenas de radiación solar en el espectro de la luz y su radiación aumenta con la maduración, hasta el momento en el que ésta empieza a decaer de manera natural, hasta llegar a cero, punto que marca su putrefacción. Las hortalizas son más radiantes cuando están crudas. Las legumbres irradian entre 7.000 y 8.000 angstroms cuando están frescas, secas pierden la mayor parte de su radiación y se hacen pesadas, indigeribles y duras para el hígado. El aceite de oliva tiene una radiación de 8.500, y puede conservarse durante mucho tiempo. Seis años después de la obtención del aceite, éste conserva una radiación de 7.500. El pescado y los mariscos irradian entre 8.500 y 9.000, si se comen crudos y están frescos. Los pescados de agua dulce son mucho menos radiantes.
Entre ellos están la mayoría de las frutas y las verduras, cuya radiación fluctúa, cuando están en plena madurez o recién recolectadas, entre 8.000 y 10.000 angstroms. Si pasa tiempo entre la recolección y la ingestión se puede perder un tercio de esta energía y si las cocinamos un tercio más. Según este investigador las frutas están llenas de radiación solar en el espectro de la luz y su radiación aumenta con la maduración, hasta el momento en el que ésta empieza a decaer de manera natural, hasta llegar a cero, punto que marca su putrefacción. Las hortalizas son más radiantes cuando están crudas. Las legumbres irradian entre 7.000 y 8.000 angstroms cuando están frescas, secas pierden la mayor parte de su radiación y se hacen pesadas, indigeribles y duras para el hígado. El aceite de oliva tiene una radiación de 8.500, y puede conservarse durante mucho tiempo. Seis años después de la obtención del aceite, éste conserva una radiación de 7.500. El pescado y los mariscos irradian entre 8.500 y 9.000, si se comen crudos y están frescos. Los pescados de agua dulce son mucho menos radiantes.
Alimentos con una
longitud de onda de un máximo de 6.500 angstroms y un mínimo de 3.000.
Entre ellos están los huevos, el aceite de cacahuete, el vino, las hortalizas cocidas, el azúcar de caña y el pescado guisado. El vino es considerado por Simoneton como mejor bebida que el agua de las ciudades y es considerablemente mejor que el café, el chocolate, el licor, los jugos y la fruta pasteurizada, que no tienen radiación alguna. Simoneton asegura que mientras el jugo de remolacha fresco irradia unos 8.500 angstroms, el azúcar refinado de remolacha puede bajar a 1.000 y los terrones de azúcar envueltos en papel quedan reducidos a cero.
Entre ellos están los huevos, el aceite de cacahuete, el vino, las hortalizas cocidas, el azúcar de caña y el pescado guisado. El vino es considerado por Simoneton como mejor bebida que el agua de las ciudades y es considerablemente mejor que el café, el chocolate, el licor, los jugos y la fruta pasteurizada, que no tienen radiación alguna. Simoneton asegura que mientras el jugo de remolacha fresco irradia unos 8.500 angstroms, el azúcar refinado de remolacha puede bajar a 1.000 y los terrones de azúcar envueltos en papel quedan reducidos a cero.
Respecto a las carnes dice que la carne de cerdo fresca y de animales bien tratados irradia unos
6.500 angstroms y sube a 9.500 y 10.000 angstroms cuando está curada con sal y
colgada sobre una hoguera de leña. Las otras carnes no vale la pena comerlas,
son de digestión difícil, y fatigan y gastan las energías de los que las
consumen.
En la tercera categoría
están las carnes cocinadas, los embutidos y las salchichas, junto con el café, el té, el chocolate, las compotas, los quesos fermentados y el
pan blanco que por su baja vibración son muy poco beneficiosos.
A la cuarta categoría
pertenecerían las margarinas, las conservas, los licores, el azúcar blanco
refinado y la harina blanca. Todos son alimentos muertos en lo que respecta a la radiación.
Al aplicar la técnica a los seres humanos, él descubrió que una
persona sana normal emite una radiación de unos 6.500 angstroms, o algo más,
mientras que las radiaciones de fumadores,
bebedores y devoradores de carnes muertas son siempre más bajas. Bovis decía que los pacientes con
cáncer emiten una longitud de onda de 4.875 angstroms y ambos Bovis y Simoneton sostenían que los seres humanos debían comer alimentos con
una radiación superior a 6.500 angstroms, si deseaban energizarse y sentirse
sanos. Los dos estában convencidos de que los alimentos de baja radiación,
bajan la energía de quienes los consumen. Simoneton,
asi como otro nuevo investigador, Lakhovsky,
afirmaron que la mayor parte de los microbios quedaban por debajo de los 6.500
angstroms, por tanto, un cuerpo sano es inmune a los microbios porque no
resuena en su misma longitud de onda. Por la misma razón, las plantas tratadas
con fertilizantes químicos, son más vulnerables a las plagas, porque su radiación es baja.
Por último Simoneton
afirmaba que era muy posible que las propiedades asignadas a las plantas medicinales podían tener que
ver con su alta vibración, y creía que el zumo de las plantas era altamente
sanador.
Hasta aquí la explicación de lo que, por no ser perceptible,
cuesta más trabajo creer. Sin embargo, Bovis,
Simoneton y de alguna manera Lakhovsky
nos acercaron a un nuevo paradigma en el que nada es lo que parece. El alimento es una fuente directa de transferencia energética. A
través de él nos abastecemos de la energía vital de la naturaleza y eso nos
permite sanar. Hablar de vitaminas,
minerales, proteínas, grasas o hidratos de carbono es demasiado trivial.
Bien es cierto, que es posible que optemos por comer aquello
que está alineado con nuestra propia vibración y que, por nuestro estilo de vida, vibremos más bajo de lo esperado.
Por eso se produce el desorden y la entropía en nuestro interior y enfermamos,
pero siempre podemos cambiar, y elegir alimentos de vibración alta.
Para concluir, podemos decir que la ingestión de alimentos vivos
es muy beneficiosa para nosotros, ya que todos ellos superan la longitud de
onda recomendada por Bovis y Simoneton.
Aprovechar su alta vibración, nos proporciona salud. La salud del cuerpo mejora la mente, somos más capaces de
pensar en positivo y nuestros sentimientos no se tiñen de dolor y malestar. De esta forma,
nuestras emociones no nos procuran distorsión, lo que nos permite ser más
conscientes de la experiencia maravillosa que es vivir.
FUENTES:
Nutrición Consciente.
Olivia González Alonso. Ediciones i, 2011.
Alimentación
Consciente. Gabriel Cousens. Epidauro, 2011.
Nutrición vitalizante.
Néstor Palmetti. Argentina, 2012.
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