Durante
los primeros siete años de nuestra vida, el cuerpo emocional está completamente
abierto a experimentar. Lo que nos ocurre, lo que vemos, lo que olemos, lo que saboreamos... "Todo" se marca en nosotros como si
de un sello se tratara y condiciona nuestros ciclos posteriores.
La
mente lógica dirá que cada etapa tiene sus experiencias y que nada tiene que
ver lo que ocurre en nuestra infancia con lo que pasa posteriormente, o quizás
se crea, por el contrario, que algo duro y terrible nos ocurrió y por eso tenemos un gran trabajo
con la aceptación y nuestro niño interior; pero no hace falta vivir un drama o
una experiencia traumática de cualquier índole, para que nuestras experiencias
tengan que ser sanadas. Somos nosotros quienes experimentamos la vida y lo hacemos cada uno a su manera.
No,
no son las circunstancias las que necesitan ser liberadas del lugar oculto del
subconsciente en el que se escondieron, son las experiencias. Utilizamos el
calificativo de “pobrecitos” para los niños que, según nosotros, sufren, pero todos
sufrimos a través de las circunstancias que vivimos. Todos, en general,
vivimos desde lo que percibimos y el sufrimiento queda en nosotros como experiencia. Es así como funciona el mundo, eso se nos enseña y eso aprendemos. Todas
nuestras experiencias pueden haber dejado un poso de dolor y todas por tanto,
condicionan la vida que vivimos en el
ahora.
Cómo
siento mi experiencia, tiene la clave de lo que soy física, mental y
emocionalmente. Todo queda escrito, de uno a siete años, en nuestro cuerpo
emocional. Así que… ¿Por qué engordamos y, sobre todo, por qué no podemos
adelgazar?
Engordamos
porque comemos mucho, porque tenemos hambre constantemente, engordamos porque
no podemos dejar de comer… Tenemos sobrepeso porque toda nuestra familia tiene
sobrepeso, acumulamos líquidos, es nuestra constitución, es la edad…hay miles
de respuestas válidas para nuestra mente consciente.
Sin
embargo, no reparamos en que nuestro dolor, nuestros pensamientos negativos, en
muchos casos transmitidos por línea familiar, nos convirtieron, día tras día,
en adictos a la comida y en ella hemos encontrado el medicamento perfecto para
calmar nuestro malestar. Sin duda, la adicción a comer es una sedación y una
forma de controlar lo que está ocurriendo en nuestro cuerpo emocional. Esto es lo que. ineludiblemente, se transfiere al cuerpo físico y al cuerpo mental. Engordamos
porque comemos, comemos y comemos cualquier cosa, porque cualquier cosa nos
vale para sentirnos mejor; y lo hacemos, promoviendo en el espejo y sin darnos
cuenta, una imagen cada vez más deteriorada de nosotros mismos, porque cada vez nos sentimos peor.
No
nos gustamos, porque nuestra imagen ideal no coincide con lo que somos, eso es
evidente. A eso se suma que en nuestro mundo, si no estamos satisfechos con la
calidad de nuestra experiencia, es muy fácil e inmediato intentar cambiar las
circunstancias externas. Si estamos gordos, tenemos que adelgazar como sea. Así
lo marcan los cánones.
Sin
embargo, aunque optemos por un cambio drástico en nuestro aspecto físico, el
cambio no perdurará, estamos en el efecto, no en la causa. Podemos hacer montones de dietas, ejercicio a lo bruto,
liposucciones, usar fórmulas dietéticas para eliminar grasas u optar por
cosas más drásticas, como reducir el estómago. Estos cambios, aunque nos cuestan mucho, nos dejan una motita de satisfacción, pero momentánea, porque si no tocamos la causa inconsciente
de nuestra tendencia a engordar, el malestar emocional, que no sabemos digerir,
seguirá ahí.
De
forma que, cuando finalmente regresa el dolor interno, no existe un sitio al que huir, porque no se pueden acallar todos
los pensamientos negativos que tenemos de nuestra propia imagen, ni silenciar
todos los brotes emocionales que se manifiestan en la necesidad extrema de
comer por comer, de comer hasta hartarnos o de comer cualquier cosa a todas
horas.
Durante
un tiempo, nos podemos haber sentido bien, pero los pensamientos recaerán en la
negatividad, porque el dolor emocional, que es la causa y origen del problema,
sigue ahí. Por muchos intentos que hagamos para eliminar la “grasa”, ésta sigue intacta en nuestro
interior y volveremos a engordar.
Como
consecuencia de esta situación interna, el cuerpo mental y emocional se verán afectados. Nos sentiremos
decepcionados, porque nuestra apariencia ha dejado de ser la admiración de
nuestro entorno. Nuestro malestar y desesperación se verán exagerados y se
expresarán con virulencia. Con el tiempo, la ilusión de un cuerpo hermoso, que
es nuestro ideal, estallará en un caos.
Si
mínimamente comprendemos lo que nos pasa, probablemente intentaremos trabajar
el problema desde la mente. Intentaremos, por ejemplo, cambiar la manera de ver
la comida, puede que incluso, identifiquemos nuestros pensamientos
autoderrotistas. Quizás, empecemos a utilizar nuestro poder mental, pero
seguimos sin llegar a la causa y aunque puede que perdamos peso, sin duda,
habremos encubierto nuestra adicción a comer o la habremos cambiado por otra.
Nuestro
sentimiento de satisfacción seguirá siendo ficticio. Los cambios desde la mente
al cuerpo son lentos y temporales, no llegan como queremos. La ansiedad
volverá. No estamos protegidos del impacto negativo de los pensamientos, que
nuestro subconsciente nos manda, de nuevo sentiremos que nuestras expectativas
no han sido resueltas y nos veremos saboteados.
La
integración de patrones de pensamientos negativos inconscientes sólo es posible
cuando ajustamos el estado del cuerpo emocional, ahí está el origen de todo
nuestro sufrimiento. La mente subconsciente dirige nuestra vida y nos conduce a
descarrilar, cada vez que llegan a nosotros pensamientos de dolor emocional. Por
tanto, volveremos a comer en exceso y nos martirizaremos por nuestra débil
voluntad. Puede que se haya producido una mejoría en el cuerpo físico o que nos
valoremos más mentalmente, pero por debajo seguiremos sintiéndonos mal. Ante esta situación, estamos siempre en peligro de recurrir a la comida o a cualquier
actividad que catalice el exceso de peso como consuelo.
Las
soluciones sobre el físico no habrán servido para nada y el control mental
tampoco. Además, estamos acostumbrados a la precipitación, a querer las cosas
ya, a obtener beneficios inmediatos y eso, desde el cuerpo o la mente, se
produce en apariencia y por un lapso corto de tiempo. Es cierto, deseamos
perder peso y queremos también, la retribución y el reconocimiento de todo lo
que estamos haciendo y consiguiendo, pero eso tampoco dura. Sólo dura lo que se
trabaja desde el cuerpo emocional y eso exige comprensión, dedicación y
constancia, pero vivimos en el mundo del tiempo y nunca tenemos tiempo, ni nos
damos tiempo.
Tanto
es así, que si no podemos tener lo que queremos en el momento, lo buscamos en otra
parte, porque esa es nuestra primera adicción, la de la satisfacción inmediata.
Por eso cuando conseguimos algo que deseábamos mucho, deseamos otra cosa y otra
y otra, constantemente insatisfechos. Así, si no adelgazamos con un método,
probamos otro y otro más, hasta que nos hartamos y damos por hecho que somos gordos.
Hemos
creado un mundo que se siente bien en esta precipitación con todos los deseos
cumplidos, con dinero prestado, tiempo prestado y satisfacción momentánea.
Vivimos dependiendo del que nos presta, de quien nos reconoce, de quien nos
reconforta, de quien creemos que nos ama y reconoce, de quien nos dice “¡qué
bien lo haces!”, pero en un mundo de constante insatisfacción. Así, si
adelgazamos y se nos nota, nos sentimos fenomenal, a pesar de que nuestra emoción
sea momentánea y ficticia. Tenemos basada nuestra satisfacción en el entorno y
si el entorno nos falla, volvemos a caer.
Hay
una única vía de solución permanente y es abordar nuestro problema desde el
cuerpo emocional, llegar a la causa que está detrás de nuestra tendencia a
engordar y que provoca en nosotros montones de pensamientos negativos. Llegar
al origen de nuestro malestar y realizar el proceso inverso hasta el cuerpo
físico.
Pero
no creamos que la única forma de experimentar auténticos cambios es la
comprensión de nuestras emociones. El trabajo hay que hacerlo de
manera integradora, porque cuerpo físico, mental y emocional se reflejan
mutuamente. Las experiencias que tienen lugar en cada uno de ellos están
íntimamente relacionadas. De hecho, la sanación se produce en los tres a la vez
y ésta es la única forma de que se produzca de manera gradual y duradera, es
decir, si queremos adelgazar, sólo funciona el trabajo conjunto. Cuando los
tres cuerpos caminan a la par y en la misma dirección, los procesos emocionales
se sanan, nuestro cuerpo deja de mostrar malestar y nuestra mente se relaja. En
definitiva, nuestra vida cambia.
De
nuevo vemos, que dedicarnos tan sólo al
trabajo con uno de nuestros cuerpos, en este caso el cuerpo emocional, no es
del todo esperanzador, porque, aunque eficaz, ya que en él encontramos la raíz
del problema, también puede ser traumático. Cuando tocamos nuestro interior,
todo se remueve, por eso los procesos curativos resultan muy duros. Como
consecuencia, podemos desistir y encontrarnos en la misma rueda, porque ante el
esfuerzo, la mente siempre busca excusas.
No
obstante, trabajar con los tres cuerpos a la vez, da como resultado cambios
suaves y paulatinos, que nos gustan más. Es muy beneficioso hacer un proceso
conjunto e integrador, porque prestamos atención a todo y los cambios se
expresan a través del cuerpo, la mente y las emociones a la vez. Sanar es
sanarlo todo. Los cambios que nos ocurran se notarán en lo que pensamos, en lo
que sentimos y en lo que somos físicamente.
Si
una persona con sobrepeso resuelve su conflicto, se siente mejor consigo misma
y ese sentimiento revierte en cada uno de sus procesos de pensamiento y en su
interacción física con el mundo, por lo que no hace falta que haga dietas o
practique afirmaciones o control mental, eso es externo. El proceso es mucho más simple, ya que
al comenzar a sanar las causas, los hábitos alimenticios cambian y comenzamos automáticamente a alimentarnos de manera saludable. Ya no se necesita la comida
para reprimir emociones no resueltas, de modo que comemos menos. Ya no se tiene que
llevar un programa de ejercicios, porque se participa del mundo y se disfruta con
ello. Además, nos sentimos tan bien, que dejamos de vivir con la ansiedad de un nuevo
y súbito aumento de peso.
No
hay resultados sin llegar a las causas de lo que experimentamos como negativo y estas causas se
encuentran en lo más profundo de nosotros. En este proceso interior de búsqueda
y encuentro, se sustenta nuestra liberación y crecimiento personal.
Ahora,
la pregunta puede ser ¿Eso cómo se hace? y la respuesta subyace en otras preguntas ¿Hasta qué punto es profundo nuestro deseo de cambiar? ¿De verdad, queremos adelgazar? ¿En qué nos beneficia estar gordos? ¿Cuál es
nuestro compromiso con la vida y con nosotros mismos? Porque sólo cuando
expresamos nuestra intención de sanar con firmeza y claridad, las herramientas llegan a
nosotros. Cuestionarse es el primer paso.
Puedes, si quieres, formularte una pregunta clave: ¿Qué es lo que quiero para mí?
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