El Microbioma. La Importancia de un Intestino Saludable


Nuestro MICROBIOMA está constituido por más de 100 billones de individuos que pueblan y vivifican nuestras mucosas, 1,5 kg de microorganismos de 500 especies diferentes. Digerimos y nos nutrimos gracias a ellos, gran parte de lo que comemos es para su sustento y además, compiten en nutrientes con la mucosa intestinal. Esta benéfica población se regenera periódicamente, excretándose los individuos muertos  a través de las heces. Un tercio del peso seco de las mismas representa a esta población que está en constante cambio y regeneración.

Nuestro MICROBIOMA genera un equilibrio ecológico y dinámico, gracias al cual se evitan enfermedades. Si prevalecen los microorganismos benéficos, estos impiden que otros pobladores peligrosos les roben su sustento. Además, el MICROBIOMA protege la mucosa digestiva, cubriendo ciertas porosidades en las que podrían depositarse microorganismos patógenos. Sin ellos la vida es imposible, así que cuando esta población de bacterias se encuentra en un medio tóxico o es insuficiente o inexistente, nosotros no estamos bien.

Nuestros hábitos alimenticios afectan a su composición y calidad, lo que significa que disponemos de los individuos adaptados al proceso metabólico  de nuestro alimento habitual. De esta forma, los nutrientes que ingerimos son aprovechados al máximo. Nuestra relación con estos inquilinos benéficos es de colaboración recíproca. Ellos cumplen funciones, especialmente enzimáticas, que posibilitan la digestión y la síntesis de nutrientes y nosotros garantizamos su supervivencia. Se conoce poco que, muchas veces, la degradación inicial de los alimentos, por ejemplo las fibras vegetales, la realizan estas bacterias buenas y no los jugos intestinales. 


Una función muy importante del MICROBIOMA es la capacidad de desdoblar cuerpos grasos, como los ácidos biliares y el colesterol, para que estos no sean asimilables. Si esta población de bacterias es escasa o no existe, el colesterol permanece intacto y es reabsorbido por la mucosa intestinal y conducido al torrente sanguíneo. Esto nos permite entender porqué hay vegetarianos con el colesterol elevado. Su MICROBIOMA no está bien.

La capacidad adaptativa de nuestras bacterias intestinales ha conseguido que no perezcamos en épocas de hambruna. Este es nuestro recurso rápido para sobrevivir, porque para que se produzcan mutaciones hacen falta de 50.000 a 500.000 años. En estos largos periodos de tiempo pasamos de la abundancia a la escasez en múltiples ocasiones, lo que nos obliga a cambiar de dieta muchas veces. Dependemos de los recursos naturales y estos no son siempre los mismos.

Comiendo vegetales se desarrolla flora fermentativa, mientras que con las proteínas animales se genera flora putrefactiva. Esta dualidad ha permitido al ser humano sobrevivir ante  condiciones extremas y cambiantes, porque hemos podido pasar de un punto a otro y adaptarnos, simplemente con el cambio de la población que habita en nuestro intestino, pero nunca como ahora, nos hemos alimentado de forma tan desequilibrada. Nuestras bacterias benéficas viven en simbiosis con nosotros y además nos protegen y colaboran con la supervivencia de la especie, pero son sensibles a nuestros desequilibrios y ante estos o no se regeneran o mueren.


Los microorganismos fermentativos son mecanismos biológicos que la naturaleza desarrolló para degradar vegetales y sintetizar, a partir de ellos, los nutrientes que el  cuerpo necesita. Por nuestra fisiología nos adaptamos muy bien a este tipo de MICROBIOMA, que produce ácido láctico. El ácido láctico inhibe la proliferación de microbios putrefactivos. Las bacterias fermentativas más importantes son las bífidobacterias y los lactobacilos acidófilus.

La alimentación a base de vegetales, semillas, bayas y frutas es muy saludable para nosotros. No obstante, el consumo excesivo de frutas, sobre todo las de índice glucémico alto genera una acumulación de fructosa y como residuo, ácido úrico. Hace 200.000 años que los primates perdimos la uricasa y no podemos degradar, ni aprovechar las grandes cantidades de ácido úrico que se generan con estos y otros abusos. No estamos preparados para comer de todo a todas horas y en todas las épocas del año.


Por otro lado, los productos cárnicos contienen microorganismos putrefactivos (clostridios, proteus, estafilococus, escherichia colli…) mecanismos biológicos normales para la descomposición de cadáveres y que son abundantes en los intestinos de carnívoros y carroñeros. Estos animales tienen mecanismos protectores contra las sustancias que genera el metabolismo putrefactivo, pero las mismas son mucho menos eficientes en el organismo humano.

Este es el gran problema del consumo excesivo de proteína animal. En el proceso metabólico de la proteína animal se generan sustancias de manejo difícil para nosotros, por ejemplo ácido úrico y amoniaco, relacionados con el reuma y la artritis; histamina, relacionada con las alergias, compuestos como los fosfatos, los uratos y los oxalatos que causan osteoporosis o la cadaverina y la putrescina,  que intoxican y desnutren. Otras  bacterias propias de la flora putrefactiva (clostridios y bacteroides) generan sustancias que favorecen la creación de cálculos biliares. Además, el metabolismo putrefactivo inhibe la síntesis y absorción de vitaminas, minerales y otros nutrientes, al tiempo que estimula el estreñimiento.

Esta dualidad bacteriana influye también en el equilibrio ácido-básico. La flora fermentativa genera residuos ácidos y retiene sustancias alcalinas y la flora putrefactiva genera la absorción sanguínea de sustancias ácidas y desecha sustancias alcalinas. Así que la flora fermentativa ayuda a alcalinizar y la putrefactiva a acidificar.

Si conseguimos equilibrar la ingesta de alimentos, podemos conseguir que nuestro MICROBIOMA se mantenga sano y que nuestro PH se estabilice en sus valores biológicos saludables, pero la dieta que hemos asumido como normal no colabora mucho para la consecución de este objetivo. Vivimos en la época de los excesos y los tóxicos. Sin embargo, a pesar de ser adictos a la comida, no necesitamos grandes cantidades de alimentos, sino calidad eficiente. A nuestro intestino no le sientan bien los azúcares, los alimentos procesados, los refrescos, los excesos proteicos, los refinados…


Actualmente, el ser humano convive con la realidad de comer de todo, a todas horas y durante todo el año. No rota los alimentos, lo que significa que no respeta los ritmos y los ciclos naturales y es carnívoro y vegetariano a la vez. Esto exige una gran capacidad adaptativa, y por si eso fuera poco, tiene para adaptarse también a los tóxicos, todo lo cual genera desequilibrio y desorden. Nuestra dieta muy artificial y poco fisiológica afecta negativamente a nuestro microbioma. A veces, también nuestro intestino delgado se ve invadido por gérmenes del colon, lo que genera mala absorción de nutrientes (vitamina B12), flatulencias y deposiciones sin consistencia.

Cuando nace un bebé entra en contacto, en el mismo canal del parto con montones de lactobacilus y bífidobacterias maternas que comienzan a colonizar su intestino. Actualmente este proceso es obstaculizado por las cesáreas programadas o los pobres microbiomas de las madres, relacionados con la candidiasis  y la insuficiente proliferación de estas bacterias benéficas. La lactancia materna es básica para el desarrollo inicial de un MICROBIOMA sano, por eso los niños que son amamantados son menos susceptibles a infecciones y absorben mejor los nutrientes. Con el destete su flora cambia y se produce la adaptación necesaria a nuestra desequilibrada alimentación.

El exceso de proteínas, la falta de fibra soluble, los azúcares refinados, los aditivos, los antibióticos, la candidiasis, los parásitos intestinales,  la mala masticación, el uso de antiácidos, el exceso de higiene o el mal funcionamiento del hígado, afectan al equilibrio de nuestro MICROBIOMA, lo que provoca, flatulencias, divertículos, colon irritable, celiaquía o apendicitis. La disbiosis o mal funcionamiento del MICROBIOMA es un problema serio que impide la buena absorción de nutrientes y el buen funcionamiento de las funciones biológicas de nuestro organismo, incluidas las del cerebro. 


Un MICROBIOMA en buen estado es imprescindible para nuestra vida saludable. Es aconsejable cambiar de hábitos, para que nuestro medio interno sea lugar adecuado para su regeneración. El consumo de alimentos fermentados colabora a la recuperación y buen estado del mismo, pero es importante saber, que los alimentos fermentados pierden su valor biológico cuando son cocinados, ya que las bacterias mueren con el calor. Tampoco tienen bacterias vivas los que podemos comprar envasados. Incluso los yogures comerciales, al ser elaboraciones, pierden este valor biológico a los pocos días de refrigeración.

Los fermentados caseros son los que nos pueden aportar una buena cantidad de bacterias benéficas, que contribuyan a la regeneración de nuestro MICROBIOMA.




Lucía Madrigal                



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