
La conexión entre el intestino y el cerebro es reconocida como un principio básico de
la fisiología y la medicina, aunque a menudo haya pasado desapercibida. También
hay una gran cantidad de pruebas que demuestran la afectación gastrointestinal en una variedad de enfermedades
neurológicas. Esto es prueba inequívoca de que tenemos dos cerebros, uno dentro del cráneo y
el otro dentro del intestino, ambos en contacto, cada uno de los cuales
necesita su propio alimento vital.
Para las culturas
orientales, esto no es algo nuevo, ya que el vientre era y es el
centro de la energía vital del organismo, el lugar donde se integran mente
y cuerpo. Del mismo modo, hace 4000 años, los egipcios estaban convencidos de que los sentimientos estaban localizados en el sistema digestivo, la sabiduría intuitiva de estas culturas no
deja lugar a dudas. Ellos lo sabían.

En 1907 Elias
Metchnikoff sacó a la luz su trabajo “The
Prolongation of Life”, en el que ponía en evidencia los beneficios de
algunos tipos de bacterias intestinales y ese mismo año, Frederick Byron Robinson planteaba la existencia de un cerebro abdominal en los mamíferos.
Según sus palabras:
“…En el cerebro
craneal reside la conciencia del bien y del mal, y este es el asiento de todo
progreso mental y moral. Sin embargo en el abdomen existe un cerebro de
maravilloso poder que se ocupa del mantenimiento de forma constante, que vigila
de forma silente las vísceras. Este cerebro del abdomen preside la vida
orgánica, y domina la función rítmica de las vísceras. El cerebro abdominal es
un receptor, un reorganizador, un emisor de fuerzas nerviosas. Tiene el poder
de un auténtico cerebro y es un centro nervioso clave en la salud y en la
enfermedad…” “…El cerebro abdominal puede vivir sin el cerebro del cráneo, lo
que se demuestra de manera inequívoca en los niños que nacen sin eje
cerebroespinal, por el contrario, el cerebro craneal no puede vivir sin el
cerebro abdominal”.
Por si fuera poco, a la vez que Robinson estaba descubriendo
el cerebro abdominal, Johannes Langley,
fisiólogo de la Universidad de Cambridge, lo etiquetaba para la ciencia como “sistema nervioso entérico” y admitía que era capaz de llevar a
cabo funciones de integración independientes del sistema nervioso central.
El aparato
digestivo está
tapizado por una red de neuronas
(células nerviosas) de tan amplio alcance que algunos investigadores, por fin, la
han denominado “SEGUNDO CEREBRO”. 90
años tardó esta idea en cuajar en el mundo científico y lo hizo de la mano de Michael Gherson en su libro “The Second Brain”. Ese cerebro, según
estudios científicos recientes, influye en nuestro estado de ánimo, nuestro carácter
y hasta en los ritmos de sueño.

“El sistema nervioso
entérico”, nuestro “SEGUNDO CEREBRO” está formado por unas 100 millones de neuronas, y es responsable de que sintamos ciertas emociones en la tripa y de que el
organismo pueda hacer la digestión
sin contar con el cerebro principal. Además de las tareas digestivas influye en las emociones. Su estructura neuronal posee la capacidad de producir y liberar los mismos neurotransmisores, hormonas y moléculas químicas que produce el cerebro superior.
Ambos cerebros
están en realidad creados por el mismo
tipo de tejido. Durante el desarrollo
fetal, una parte se convierte en el
sistema nervioso central mientras que el otro se convierte en el sistema nervioso entérico. Estos dos sistemas están conectados a través del nervio
vago o neumogástrico, nervio craneal décimo, que va desde el
tronco cerebral hasta el abdomen. Esta conexión explica las mariposas en el estómago, cuando estamos nerviosos, por
ejemplo, o el uso de la expresión “tengo
el estómago en un puño” en una situación estresante. De hecho, la estimulación
del nervio vago puede ayudar a aliviar la depresión, y es usada para tratar la
epilepsia.
Nuestro intestino y
nuestro cerebro funcionan en conjunto, se influyen recíprocamente. “El sistema nervioso entérico le habla al
cerebro y este le responde”. Esta es la razón por la cual la salud intestinal podría tener una
influencia tan profunda en la salud
mental, y viceversa.
El pequeño cerebro que tenemos en las entrañas, en parte determina nuestro estado mental y tiene un papel decisivo en algunas enfermedades que afectan otras partes
del organismo. Por ejemplo, el
estreñimiento en la tercera edad es un problema del segundo cerebro. Incluso, un estreñimiento
crónico puede suponer una falta de serotonina, presente también en el cerebro abdominal, que nos convierte en personas pesimistas
y nos hace bajar la libido. Como
resultado de ello, debería ser obvio admitir que nuestra dieta está estrechamente relacionada con nuestra salud mental.

Además de las neuronas,
en el aparato digestivo están
presentes todos los tipos de neurotransmisores
que existen en el cerebro. De
hecho, el 95 % de la serotonina antes mencionada, uno
de los neurotransmisores más
importantes del cuerpo, también denominado “la
hormona de la felicidad”, se encuentra en el intestino. En este sentido, Gershon
afirma que el bienestar emocional cotidiano quizá también dependa de
mensajes que el cerebro intestinal
envía al cerebro craneano.
La función de la
serotonina es esencial: regula el
apetito, equilibra el deseo sexual, controla la temperatura corporal, la
actividad motora y las funciones perceptivas y cognitivas. También es
absolutamente necesaria para la elaboración de melatonina, que se encarga de de la regulación del sueño, coordina la temperatura corporal, la hormona
del estrés y los ciclos de sueño. De igual forma, interactúa con otros neurotransmisores relacionados con la angustia, la ansiedad, el miedo, la
agresividad y los problemas
alimenticios. Es la misma serotonina
que en un 10% se crea en nuestro cerebro superior y de la que depende nuestro bienestar.
Ahora sabemos que esta famosa “hormona de la felicidad” la tenemos en el estómago, por eso debemos escuchar más al sistema digestivo. De hecho, el
síndrome de colon irritable en parte deriva de un exceso de serotonina en el intestino, y quizá podría ser
considerado una “enfermedad mental”
del “segundo cerebro”. Según el
científico Michael Gershon ahora se
sabe también, que en el intestino
hay células madre adultas que pueden
reemplazar a las neuronas que mueren
o son destruidas.
También están presentes en nuestro intestino, la dopamina, relacionada
con las funciones motrices y los sentimientos de placer, junto con diferentes opiáceos que modulan el
dolor, al tiempo que se sintetizan sustancias
químicas como las benzodiacepinas,
con las que suelen fabricarse psicotrópicos con efectos sedantes, hipnóticos,
ansiolíticos, anticonvulsivos, amnésicos y miorrelajantes. Si mimamos y
relajamos el abdomen nuestras neuronas estomacales producen estas sustancias en las cantidades adecuadas y vivimos más relajados. Hay muchas sustancias químicas que el ser humano produce, que si no somos
capaces de liberar, esto se manifiesta en depresión,
ansiedad o cansancio crónico.

Para liberarlas podemos comenzar con pequeños cambios:
- Comer saludablemente y tranquilos.
- Ir al baño sin prisa, unos 15 minutos. Nuestro intestino se mueve un centímetro al minuto, es una ola de movimiento muscular lenta, tranquila y equilibrada, que hay que respetar.
- Es muy beneficioso hacer un automasaje en la tripa, con movimientos muy suaves desde el lado derecho y avanzar en el sentido de las agujas del reloj, eso relaja el sistema digestivo.
- Hacer diariamente diez minutos de estiramientos.
- A media tarde, cuando aparece el cansancio, respirar con la barriga durante diez minutos.
- Un vaso de agua caliente en ayunas con unas gotitas de limón o menta activa la función muscular del estómago, vesícula e intestino.
- Hacer ejercicio regular.
- Hacer un día de descanso digestivo.
- Usar la lavativa para limpiar nuestro colon y depurar.
- Hacer una hidroterapia de colon una vez al año.
Del sistema digestivo
también depende nuestra piel. Nuestro
sistema digestivo representa el 70% de las defensas. Si uno come mal, es estreñido, tiene gastroenteritis,
infecciones, o toma muchos antibióticos,
se trastorna la función de filtrar,
defender, eliminar y absorber. Cuando este sistema depurativo, el más grande del cuerpo, funciona mal, otro
órgano, como la piel, coge su
función. Las consecuencias son problemas como dermatitis, psoriasis, acné, piel atópica, manchas… síntomas cuyo
origen en un 80% indican intoxicación
interna.
Hay una conexión directa entre el envejecimiento precoz y procesos
degenerativos tanto de piel como
articulaciones, con la salud del estómago. Esto ya lo
estudió Elias Metchnikov, premio
Nobel de Fisiología y Medicina en 1908, “la
fermentación pútrida en el intestino es la razón principal del envejecimiento
precoz”. El estreñimiento y la
putrefacción proteica están vinculados al desarrollo del cáncer y a los procesos degenerativos
sistémicos prematuros. Si la célula está bien nutrida e hidratada y mantiene adecuadamente el proceso de eliminación y desactivación
de las toxinas y de los radicales
libres, se puede mantener joven y
activa durante mucho tiempo.

Nuestra vida sedentaria,
estresada, nuestra alimentación desequilibrada, nuestros hábitos insanos,
en general, hacen que no eliminemos todo lo que nos entra y que
por tanto acumulemos toxinas, suframos
putrefacción, inflamación, intoxicación
y bajada de defensas. Nuestro SEGUNDO
CEREBRO no piensa, pero siente.
Actualmente, existen abundantes pruebas científicas de que en
el eje intestino-sistema central-
cerebro, en el que la comunicación es bidireccional,
los microbios que forman la microflora
intestinal ejercen un protagonismo
decisivo. A mediados de 2011, un equipo investigador de la Universidad Mac-master de Canadá consiguió recopilar evidencias
de que las bacterias intestinales
influyen directamente en la química del cerebro y la conducta, asociándose
con la ansiedad, la depresión o el
autismo de inicio tardío.
Otra investigación posterior, llevada a cabo por el Instituto Karolinska de Estocolmo, en colaboración con el Instituto del genoma de Singapur, puso
de manifiesto que la colonización
microbiana del intestino en la
primera infancia resulta decisiva para el saludable desarrollo del cerebro y fundamental en las áreas de la memoria, el aprendizaje y el control
motor.
El sentir que procede de nuestras entrañas es un aviso que viene desde muy dentro y aparece
en situaciones intensas y extremas. La diarrea, los espasmos o las nauseas,
son gritos de nuestro intestino. “El miedo se nota en el estómago”.

Todo parece indicar que nuestros dos cerebros evolucionaron casi a la par, aumentando ambos en volumen y diversificando las sustancias químicas y los neurotransmisores. Así
hasta nuestros días, en que lo que era un cerebro
elemental y primitivo, es capaz de realizar complejísimas funciones sin
ayuda del cerebro craneano. Este sistema se extiende desde el esófago al ano y es sensible
a las hormonas. Está encargado de la
coordinación de reflejos y movimientos del tubo digestivo y los uréteres, la
regulación de las secreciones, biliar y pancreática o las contracciones, tanto
las que se traducen en vómitos y diarreas como las peristálticas.
No se puede vivir sin el
sistema nervioso entérico, parece ser que nuestros ancestros ya disponían
de este sistema, que les habría permitido sobrevivir,
adaptarse y evolucionar, cuando
daban los primeros pasos en el proceso
de desarrollo de un cerebro craneal. Este cerebro primigenio y primitivo se ocupaba de todas las funciones viscerales vitales de manera independiente, precisa y bien
ordenada, de manera que esos seres podían permitirse el lujo de dedicarse a actividades más lúdicas que la
supervivencia, e ir acumulando experiencias.
En este tiempo la actividad del cerebro craneal era bastante elemental y estaba guiada por el instinto y las intuiciones. Nuestros
ancestros escuchaban bastante a su cerebro
entérico y actuaban según los mensajes
de éste, sin embargo, nosotros hemos silenciado
nuestras entrañas ahogándolas con la voz de la mente y la conciencia.
Recuperar esta escucha
es recuperar una parte de nuestra
actividad intuitiva e instintiva y de nuestra
sabiduría. Si liberamos nuestro intestino
de tóxicos, promovemos una depuración profunda y adoptamos hábitos saludables comenzamos a oír esa
voz profunda y primigenia que nos
mantuvo con vida en épocas en las
que la supervivencia era muy
costosa.
Ahora que cada vez estamos más enfermos esa sería una experiencia maravillosa. ¿Te animas a ello?


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