
¿Qué hace felices a nuestros hijos? Esa es una pregunta tópica y
típica que prácticamente todos los padres
se hacen alguna vez. Pero la respuesta es una y única. Lo que hace felices a nuestros hijos es lo mismo que nos
hace felices a nosotros. La felicidad
es un aprendizaje que sólo podemos enseñar cuando conocemos
la materia. Es curioso que los especialistas e incluso los periódicos y
revistas hablen de estrategias simples para lograr esa meta, porque esa meta no
es otra cosa que el proceso en el que nosotros estamos inmersos: la búsqueda constante de la felicidad.
No obstante, la felicidad no
es una búsqueda, es un estado que sólo podemos transmitir cuando somos felices.

Desde luego hay pautas
externas que ineludiblemente ayudan a nuestro bienestar, pero no nos
confundamos, eso no es ser feliz,
esa meta sólo se alcanza, cuando el niño que vive dentro de nosotros madura y crece como ser humano completo, que experimenta
y acepta la vida. Mientras tanto, somos niños criando niños, amando a nuestros hijos tal como
nos amamos a nosotros mismos, es decir poco, y tratando de disfrutar
a través de ellos de lo que nunca hemos disfrutado, de lograr a través de
ellos lo que nunca hemos logrado. En realidad, proyectamos en ellos
nuestro propio dolor y nuestras propias frustraciones y nos aferramos a juguetes
nuevos para ocultar lo que sentimos. Eso no deja de ser una puesta de
atención casi exclusivamente en lo externo, justo en lo que no nos lleva a la
felicidad duradera, sino momentánea.
Así que ¿Qué puede hacer feliz a un niño? En primer lugar el amor. No hablaré de amor incondicional porque los
términos, a fuerza de ser usados sin conocimiento y experiencia, se gastan y
nosotros no tenemos ni idea de lo que es el amor incondicional (véase el
mundo que hemos creado). Si conociéramos el amor, nos amaríamos y sólo podemos, por ahora, forzar la
máquina para hacer que nuestros hijos se sientan medio bien, con el mismo amor condicionado que todos
recibimos en nuestra infancia. En principio, menos es nada, pero eso hace que
se orienten hacia una búsqueda ficticia de la felicidad, que identifican desde muy pronto con los logros materiales, a la vez que
aprenden a sentirse tan insatisfechos como nosotros. Así que, son felices hasta donde conocen y con
lo que conocen. Son felices hasta
donde aprenden a serlo.
Nuestro mundo es
un mundo repleto de condiciones y así educamos y amamos, de modo que hacemos lo que hemos aprendido.
Sin embargo, exigimos lo que nos exigimos y se nos olvida muchas
veces, que nuestro pequeño amor puede
hacer que el niño se sienta bien cuando se siente mal, porque cree que ha
actuado erróneamente. De esta forma les daremos apoyo y seguridad y
permitiremos que crezcan en su vida con la perspectiva de hacerlo. A
la vez creceremos nosotros, porque el mismo apoyo y seguridad que
les ofrecemos, se nos brinda a nosotros como un regalo.

Nunca deberíamos olvidar que nuestro malestar es su
malestar desde
que son engendrados y que por mucho que cuidemos las circunstancias
externas a su nacimiento, nuestro hijo
no se sentirá bien si nosotros no lo hacemos. Inevitablemente nuestra tristeza es su tristeza, nuestra preocupación es la suya y nuestros
miedos y negatividad es la misma que ellos sienten a lo largo de su vida.
Permitir que nuestros hijos se expresen es otra de
las cosas maravillosas que podemos hacer por ellos. Todos necesitamos expresar nuestras emociones, los niños lo hacen con libertad hasta que
aprenden de nosotros a no gritar,
llorar o correr emocionados. Sin embargo la expresión libre de lo que sienten es saludable
para su desarrollo emocional y para prevenir la internalización de emociones negativas de toda una vida. Expresar las emociones de forma
saludable es un aprendizaje para todos. Padres e hijos podemos
aprender juntos.
Otro
aspecto importante de la educación es evitar constantemente decirles lo
que tienen que hacer,
a veces basta con que insinuemos las cosas, nosotros creemos que las decisiones
son suyas (nos estamos engañando), pero
ellos han captado el mensaje que con sutileza les hemos enviado. Ellos pueden
decidir por sí mismos sobre muchas cosas. Dirigir, encauzar, controlar no les deja ser. Sin embargo,
otorgarles un papel en el núcleo familiar, escucharles, hacerles
sentir importantes y tenidos en cuenta, les llena y nos llena de comprensión y
hace que nos sintamos y se sientan conectados y seguros.

La Academia Americana de Pediatría afirma que el juego no
estructurado y libre es esencial para que los niños puedan
controlar su estrés, se hagan
fuertes y que logren desarrollar aptitudes sociales, emocionales y cognitivas. El
juego es esencial para el desarrollo
de su imaginación, para aliviar
el estrés, en definitiva, para ser niños. Sin embargo, hoy en día,
muchos pequeños tienen tantas actividades programadas que apenas les
queda tiempo para cenar y hacer sus tareas.
A la vez de reducir
el ritmo de vida y evitar meter a nuestros hijos en muchas actividades
extraescolares, que a veces no les gustan, hemos de ofrecerles la posibilidad
de jugar con juguetes simples como construcciones y muñecas, que les
permitan el juego creativo. El tiempo libre también es un momento ideal
para los juegos activos al aire
libre, lo que mejora el estado de ánimo de forma natural. El aire y el sol nos llenan de vida.
Otro aspecto
importante es el alimento que
les proporcionamos. Los cambios de ánimo e incluso la depresión
en los niños, muchas veces es el resultado de una alimentación rica en alimentos procesados. De hecho, un 90% de la serotonina, neurotransmisor
relacionado con el control del estado de
ánimo, la depresión y la agresividad, se encuentra en los intestinos y
no en el cerebro.
Su intestino y su cerebro trabajan en conjunto y
uno tiene influencia sobre el otro. Esta es la razón por la que la salud intestinal de nuestros hijos puede tener una gran
influencia en su salud mental y
viceversa y explica el por qué comer
alimentos procesados, que pueden dañar su flora intestinal, tiene un impacto negativo tan profundo en su
estado de ánimo, su salud psicológica y
en su comportamiento.

Los alimentos naturales, que han sido cultivados sin el uso de aditivos
químicos, pesticidas o fertilizantes, son
los más saludables para todos, niños y adultos. La buena alimentación se aprende en el hogar. Es aconsejable
realizar las compras y la preparación de los alimentos con su participación, de esa forma aprenden a conocer
lo que comen, su procedencia y su procesado, a hacer compras saludables y a evitar los métodos nocivos de elaboración.
Es interesante enseñarles a educar
su paladar hacia los alimentos
en estado natural. El alimento
crudo es un aporte inigualable a su salud, puesto que mantiene todas sus propiedades nutricionales íntegras. Con esto inculcamos hábitos alimenticios saludables.
Además, ellos deben comer a sus horas. Si un niño pasa mucho tiempo sin comer,
puede mostrar irritabilidad,
debida a fluctuaciones en los niveles
de azúcar en sangre. Los niños necesitan
abastecer su cuerpo de combustible de forma regular, ya que éste crece y
cambia con rapidez. De igual modo, es importante respetar el que no quieran comer. Su cuerpo les habla y
ellos todavía le pueden escuchar.
Por último, debemos hablar del sueño. Dormir poco no sólo hace a los niños
propensos a estar irritables y a
tener muchos cambios de humor, sino
que también impacta negativamente en su comportamiento y atención. De hecho, se ha demostrado que tan sólo 27 minutos de sueños extra, durante las noches tiene un impacto positivo en su comportamiento y estado de ánimo.

Los niños de 5 a 12 años de edad necesitan cerca de 10-11
horas de sueño cada noche para lograr tener una salud y estado de
ánimo óptimos. Para
ayudar a nuestros hijos a dormir bien, es recomendable que en su dormitorio no exista televisión,
ordenador, video- juegos o móviles. Su
cuarto debe mantenerse a oscuras, ya que tan sólo un poco de luz puede
alterar su reloj biológico y la producción de la glándula pineal de
melatonina y serotonina.
Todos tenemos al niño en nuestro interior, ambos
nuestros hijos y nosotros podemos aprender a ser felices juntos. Un niño feliz
ríe, sonríe, juega, exhibe curiosidad, muestra interés en otros niños y no
necesita estimulación constante.
Aunque nuestros hijos han aprendido del mundo que el
entretenimiento permanente y comer helado de postre es lo mejor y nosotros
creemos que si les proporcionamos alimento, ropa y refugio cumplimos bastante
con nuestro papel de padres, lo que realmente hace más feliz a los niños es
algo más factible y sencillo: NOSOTROS.
“Relaciónate con tu hijo, juega con él”.
“Si tú te estás divirtiendo, él se está divirtiendo”. Si creamos una “niñez conectada”, con la suficiente “madurez emocional”, daremos el mejor
paso para garantizar que nuestros hijos se acerquen poco a poco al “aprendizaje de la felicidad”.
No se trata de predicar con el ejemplo sino de amarnos y
dedicarnos momentos felices, porque sólo si nosotros nos sentimos bien, ellos
se sienten bien.

FUENTES:
The childhood roots of adult happiness. Edward Hallowell. Ballantaine
Books. New York.
Los años mágicos. Selma Fraiberg. S.A. Editorial Marfil.

No hay comentarios :
Publicar un comentario