Entrevista a Elisabet Silvestre

Elisabet Silvestre es bióloga y experta en
Bioconstrucción. Estaba investigando en Genética cuando empezó a
interesarse por las enfermedades cuya causa podía ser ambiental. “Cuando
veíamos que una enfermedad no era genética, pensábamos que tendría una parte
ambiental importante, pero no sabíamos más, así que, una vez que acabé la tesis
doctoral, comencé a investigar en ese campo”. Su inquietud científica la llevó
a plantearse qué pasaba con el medio ambiente y cómo afectaba a la salud de las
personas. Lo que inició como una afición se ha convertido en una nueva vía
profesional, y hoy en día es una de las grandes especialistas en
biohabitabilidad y salud ambiental del país. Fruto de esa dedicación es el
libro, VIVIR SIN TÓXICOS, un
excelente manual de consulta donde hace un repaso exhaustivo por todos los
ámbitos de la vida cotidiana en los que nos exponemos a compuestos tóxicos que
pueden enfermarnos sin saberlo. Con esta obra, aprendemos a detectarlos y
a conocer su potencial dañino para la biología humana, y también las soluciones
y alternativas para minimizarlos en el día a día y mantener la salud.

¿Por qué hay tanta
contaminación en el hogar? Hay que ver cómo pintas la casa, qué muebles o
alfombras pones, qué detergentes o ambientadores utilizas...
Aseguras que el progreso no nos está saliendo gratis, ¿cuál
es la cara oculta?
No somos conscientes de la factura real que pagamos y, sobre todo, la que pagarán nuestros hijos por todo este “bienestar” que hemos generado. Los científicos hablan de una pandemia silenciosa. Hay toda una serie de factores ambientales que decimos que son tóxicos porque la ciencia nos lo está indicando. No son visibles, la gente no tiene esta percepción de que está viviendo rodeada de compuestos perjudiciales para la salud y, por eso, está sobreexpuesta, no se hace nada para evitarla. Sin embargo, son muchas dosis cada día.
¿Con cuántas sustancias
químicas sintéticas convivimos?
Hay quien las cifra en 120.000, otros en 150.000. Es un
“pool” enorme. De algunas conocemos los efectos en la salud porque se han
estudiado a nivel individual y se ha visto cómo actúan en el organismo. Pero de
lo que no se sabe absolutamente nada es del “efecto cóctel”, el efecto de
sinergia entre ellas, porque nosotros no estamos expuestos a una sola
sustancia; vivimos en un ambiente en el que hay muchas. La problemática real
que se nos escapa es cómo actúan entre ellas y en combinación con otros
factores, porque el cuerpo está expuesto también a radiaciones, etc.
Una información que aportas es que el aire que respiramos dentro de casa
puede estar entre 2 y 10 veces más contaminado que el aire de la calle en la
ciudad. ¿Cómo es posible?
Estos son unos estudios que ha hecho
la EPA, la agencia americana que vela por la salud ambiental. Analizaron el
aire de domicilios de personas normales y dieron estos valores. De alguna
manera, tenemos claro que la contaminación es externa, que la polución se debe
al tráfico rodado, a las industrias, etc. La OMS (Organización Mundial de la
Salud) ha clasificado el aire del exterior como posible cancerígeno. Pero, en
cambio, tenemos la noción de que, de puertas para adentro, estamos seguros.
Pues esos estudios de la EPA pusieron de manifiesto que el aire interior puede
estar más contaminado que el exterior. Y piensas: ¿y cómo entra esa
contaminación en casa?, ¿de dónde viene si fuera está menos contaminado? Pero
hay que ver cómo pintas la casa, qué muebles o alfombras pones, qué detergentes
usas, si utilizas o no ambientadores y de qué tipo… Porque cada día limpias la
casa y vas poniendo toda una serie de sustancias químicas en el interior.
Nuestros hábitos de vida conducen a que introduzcamos sustancias que acaban
siendo un enemigo invisible, porque no se ven, no se tocan y a veces ni se
huelen.
¿Por dónde empezamos para mejorar la calidad del aire en
casa?
Primero, ventilar. La ventilación es muy importante. Deberíamos volver a los
hábitos más sanos de ventilar las casas 15 o 20 minutos al día, dependiendo de
si es verano o invierno, pero debe haber una buena renovación del aire y de
forma habitual. En segundo lugar, intentar no introducir sustancias que sabemos
que pueden bajar esa calidad ambiental.
“Limpiamos nuestras
casas ensuciándolas con productos químicos”, dices en tu libro. ¿Qué deberíamos
evitar y qué alternativas tenemos?
Esta es una paradoja muy interesante. Hemos aprendido a hacer
una asepsia de prácticamente todo: el cuarto de baño, la cocina... pero no
vemos que con esta limpieza acabamos con las bacterias al tiempo que ensuciamos
el hogar con sustancias químicas. Ponemos pocas dosis, pero cada día volvemos a
usar los mismos productos y eso representa una exposición continuada aunque sea
a dosis bajas, porque limpiamos diariamente o varias veces a la semana. El
salfumán, el amoniaco, la lejía… están omnipresentes en muchos hogares; y toda
una serie de productos: los que quitan la cal, para abrillantar muebles o los
cristales… Se ha mejorado en las formulaciones, sobre todo a nivel
medioambiental, pues tienen menos fosfatos para dañar menos las aguas, pero
llevan toda una serie de sustancias que, cuando vaporizamos, las inhalamos y
pasan al interior del organismo, o incluso cuando las aplicamos al suelo,
acaban pasando al aire.
Si leemos las etiquetas
tampoco sabemos qué estamos usando. ¿Algún truco para saber qué usar y qué no?
En el libro digo que conocer muchas sustancias es muy
complicado. No hay por qué aprender todos los nombres químicos. Lo más sencillo
y práctico, y lo menos costoso para el bolsillo, es usar los productos que
tenemos en la despensa para limpiar la casa: vinagre blanco, bicarbonato, limón
y jabón neutro. Podemos hacer nuestros limpiadores de manera fácil. Y a quien
le gusten los detergentes, actualmente hay muchas líneas con sellos ecológicos.
Hay que buscar productos que realmente nos certifiquen que no incorporan
ninguna de estas sustancias que pueden hacer que el cuerpo se sensibilice. De
hecho, hay empresas especializadas. Jabones Beltrán, por ejemplo, además de los
limpiadores ecológicos, tienen un jabón especial para personas con sensibilidad
química múltiple. Son más fáciles de encontrar que antes.
Recomiéndanos dos o tres plantas que limpien el aire. Los
potos, las diffenbachias, los ficus… son plantas muy buenas filtradoras,
limpiadoras y purificadoras del aire. Dos o tres plantas en un ambiente de 10 o
15 metros cuadrados es suficiente. Además, cada planta está especializada en
una sustancia química. La NASA analizó cómo cada especie capta más unos tóxicos
que otros. Con un poco de variedad, tendríamos más efectos.
Sobre la cosmética y
los productos de higiene convencionales, das un dato escalofriante: la mujer
que se maquille habitualmente da entrada en su organismo a 2 kilos de productos
sintéticos al año.
Ese estudio a mí me sorprendió muchísimo. Y también los que
se han hecho sobre los metales pesados que puede ingerir una mujer que se pinta
los labios, porque durante todo el día se van haciendo aplicaciones. Los
miligramos de ingesta de tóxicos pueden ser de mercurio o de plomo, que no
deberían estar en un pintalabios. Si a una mujer le gusta ir pintada, no
hay problema. Actualmente tenemos la suerte de disponer de una gran gama de
productos cosméticos ecológicos certificados, y puedes estar muy tranquila de
usar todo lo que necesitas y con la garantía de que no te pondrás tóxicos. Y
deberíamos ser muy cuidadosos con los productos que usamos con los niños. Si
bien el sistema de reparación de los adultos puede enfrentar mejor toda esta
agresión ambiental, a los niños les afecta mucho más.
¿Ftalatos y parabenes
son dos bestias negras en el mundo de la cosmética convencional? ¿Por qué se
usan?
Los ftatalatos actúan como plastificantes, para todos los
envases de plásticos, y los parabenes son conservantes, para que una crema que
abres hoy continúe estando bien de aquí a dos meses. Son sustancias que, cuando
entran dentro del cuerpo, actúan mimetizando nuestras hormonas y desregulan
nuestro sistema hormonal; pueden amplificar o reducir la acción de las
hormonas. Es lo que conocemos como disruptores hormonales y, en dosis muy
pequeñas, los estudios científicos muestran una relación con problemas
metabólicos; por ejemplo, el aumento de la obesidad, de la diabetes, en problemas
de baja infertilidad, malformaciones en los niños a nivel genital, la
criptorquidia –el descenso incompleto de los testículos–, cambios en la edad de
la aparición de la primera regla en las niñas, que cada vez es más baja, y
también se asocia mucho con la incidencia más alta de cáncer en
hormonodependientes, cáncer de próstata, de mama, de vejiga. Hay un incremento
asociado una vez más a esta exposición tóxica silenciosa.
Actualmente disponemos de una gran gama de productos
cosméticos ecológicos certificados, sin ftatalatos ni parabenes
que desregulan nuestro sistema hormonal.
Con las cremas solares también debemos tener muchas
precauciones, pero hay un debate en ese sentido.
Primero nos dicen: “Tomad el sol porque es muy bueno y no
pasa nada”. Después, “cuidado, que incrementa el melanoma”, y entonces nos
embadurnamos de crema porque eso nos protege. Pero, a la vez, incrementamos el
tiempo de exposición porque no tenemos la sensación de quemarnos. A más tiempo
al sol, nos ponemos más crema en el cuerpo. Muchos de estos protectores llevan
una sustancia, la oxibenzona, que actúa como disruptora hormonal. Y,
por otro lado, estas cremas filtran los rayos ultravioleta de onda más corta,
que son los que nos ayudan a producir vitamina D. Se ha comprobado que han
bajado mucho los niveles de vitamina D en la población. Y eso es un problema
porque es necesaria y está en relación con muchos de nuestros sistemas. Con una
buena dosis de vitamina D estamos más contentos, porque incide en el sistema
anímico, el inmunológico, y actúa en todo el sistema del calcio, contra la
osteoporosis. También se ha demostrado que la deficiencia de vitamina D hace
que pierdan efectividad los tratamientos contra el cáncer. Por lo tanto, el sol
es muy importante y, con una exposición de 20 minutos al día, no te quemarás.
Entre el gran repaso que haces por el hogar, el de la ropa es
un apartado importante. ¿Ni siquiera la ropa de fibras naturales como el
algodón o el lino es inocua?
Lo que sí que
notamos, entre la ropa sintética y el algodón, lino o seda, es que el confort
es muy diferente. No tienes electricidad estática, el cuerpo transpira y eso te
hace sentir más cómodo. Solo con esto, mejor comprar ropa de tejidos naturales.
Pero si se analizan más en profundidad, si un algodón está tratado con
pesticidas en el cultivo, o durante su proceso ha incorporado procesos de
teñido, que llevan sustancias que son nocivas, por ejemplo, una persona que
tenga sensibilidad química multiple lo notará. Que sea de algodón no garantiza
que durante su proceso de tratamiento no haya incorporado en algún momento
sustancias que puedan ser tóxicas. Sin embargo, en un algodón orgánico no se
usan pesticidas ni productos que incorporan esa carga tóxica. En la ropa
interior habría que ser más cuidadoso, y con la que está más en contacto con la
piel, como, por ejemplo, la ropa de cama.
En la alimentación, sí que conocemos las bondades de los
alimentos ecológicos en comparación con los de la agricultura convencional.
¿Qué otros aspectos solemos ignorar?
Aquí se ha difundido
mucho la dieta mediterránea, se nos ha educado mucho en comer mucha fruta y
verdura. Pero nos falta un segundo paso, porque la alimentación ecológica está
muy difundida en un determinado sector, pero todavía le falta que sea más
popular. Sabemos por los estudios del problema de los pesticidas y otros
sintéticos en la agricultura convencional, así que si comemos más fruta y
verdura estamos seguramente añadiendo al cuerpo más dosis de esas sustancias
tan nocivas. Una dieta de tendencia más vegetariana tiene toda una serie de
propiedades favorables para el organismo, pero además debe ser de calidad y eso
pasa por las garantías de que sea ecológica. O bien, como yo digo, haz tu
propio huerto y cultiva tus propios alimentos. Pero también podemos destruir
estas propiedades con los sistemas de cocción que usemos, con temperaturas muy
altas, los fritos deberíamos evitarlos, porque con esos procesos de cocción
estamos generando componentes perjudiciales.
Clasificas los
alimentos en regeneradores, generadores y degeneradores. ¿Nos explicas cada uno
de estos tipos?
La gente habla mucho de dieta: soy vegetariano, vegano,
macrobiótico… Pero, por ejemplo, el arroz, es buenísimo, es muy
regenerador si es integral, y si es ecológico, aún mejor, pero un arroz cuando
ya no es integral, ha perdido todas las propiedades más regeneradoras. Lo mismo
con un cereal o una legumbre, dependiendo de en qué proceso está, puede ser más
regenerador o puede haber perdido estas propiedades.
Hay un lugar en la casa en el que tú personalmente focalizas
tus esfuerzos para que esté libre de contaminación tóxica y es el dormitorio.
¿Qué recomiendas para un buen descanso?
Deberíamos mirarlo
como la idea que tenemos de un balneario, el lugar donde vamos a recuperarnos,
a regenerarnos, a equilibrar todo el organismo. Es un espacio donde pasamos 8
horas al día. Es el momento de toda la jornada donde el organismo pone en
marcha todos los mecanismos de equilibrio, de reparación celular, el sistema de
la glándula pineal, de la melatonina. Hemos de cuidar que no haya ningún factor
ambiental que pueda interferir en todos estos procesos. Sabemos que la glándula
pineal funciona bien cuando no hay luz, por tanto, uno de los aspectos más
importantes es dormir sin que haya contaminación lumínica, sin luz que nos
entre de la calle ni la de casa encendida.
¿Mejor dormir en total
oscuridad?
Sí. A los niños que tienen miedo se les pone una lucecita por
la noche y eso hace que la información que les damos al cerebro es como si
fuera de día y cuesta más tener un sueño reparador. Deberíamos poner luces en
el dormitorio que den información al cerebro de que el espectro
electromagnético emitido es el mismo que el del sol al anochecer, cuando
dominan las frecuencias del rojo. Por tanto, si pones una lucecita, que sea de
una intensidad muy baja y que la frecuencia sea la del rojo. Por la noche
encendemos luces artificiales, con dominancia de los azules, y eso hace que
nuestros biorritmos se desregulen. La temperatura también es otro tema
importante. Es mejor una temperatura más baja y dormir con un buen
edredón.
¿Y la posición de la
cama?
Más que la posición, hay que controlar los campos electromagnéticos. Sería lo
que llamamos la higiene energética. Eso quiere decir que, los cables de las
instalaciones eléctricas, los que están cerca cabecera de la cama, deben ir en
tubos apantallados o bien se ponen desconectares eléctricos automáticos. Con
eso tu organismo ya no está afectado. Y equipos como radiodespertadores
electrónicos, el móvil enchufado… Todo lo que es tecnología que emite campos
electromagnéticos, lo más alejados del organismo. Y apagaremos el wifi por la
noche. Estas son las radiaciones artificiales y luego están las naturales, y en
ese sentido sí que hay que poner la cama en una zona en que no haya una
incidencia alta de este tipo de radiaciones, que es lo que llamamos zonas
estables a nivel de la radiación de la tierra.
La bioconstrucción va ganando terreno poco a poco gracias a
trabajos de divulgación como el tuyo o el de Mariano Bueno. ¿Crees que dentro
de poco será impensable construir una casa sin seguir criterios de una
construcción saludable para las personas?
No sé cuánto tiempo
tardaremos en hacer casas con características de una salud más integral, pero
es la única vía. La bioconstrucción coge el patrón del ser vivo en relación al
de la naturaleza: qué valores tenemos en la naturaleza e intentar aplicarlos al
interior de los espacios, y minimizar al máximo todos los tóxicos, tanto
físicos como químicos y biológicos. La palabra alemana es “baubiologie,” que
significa “biología de la construcción”. Ha habido un avance muy importante.
Esos pioneros empezaron hace 25 años a divulgar todos estos temas aquí, pero
ahora están más extendidos. En la Universidad de Lleida se está haciendo el
primer máster en bioconstruccion del Estado, se ha creado el IBE, Instituto
Español de Baubiologie, que lo lidera Petra Jebens, una arquitecta alemana que
lleva afincada aquí muchos años y que está haciendo una gran labor. Otra cosa
que veo como muy importante es que la bioconstrucción, o rehabilitar o reformar
casa con criterios ecológicos, comienza a ser como la receta que te hace el
médico en determinadas patologías: cuando tienes una sensibilidad química, más
que darte un medicamento, la receta es control ambiental. Es la única vía para
remitir esa exposición habitual, hacer casas más saludables.

FUENTES:
Extraído de Internet

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