“Sin lugar a dudas, el más perjudicial de los estados de los
humores, es el ácido”.
Hipócrates
“En nuestro actual modo de vida, en el que somos demasiado
sedentarios, estamos mal oxigenados y nuestra alimentación está muy empobrecida
de diversos catalizadores, es corriente ver trastornos de salud debidos a una
acumulación de ácidos”.
Dra. C.
Kousmine
El termino PH lo definió el bioquímico danés Soren Peter Lauritz Sorensen en 1909. PH significa
“potencial de hidrógeno”, es decir,
el concepto define la concentración de iones
de hidrógeno en un fluido. Los iones
de hidrógeno son simplemente partículas
o moléculas cargadas positivamente, o lo que es lo mismo, protones. Una sustancia ácida desprende o libera iones de hidrógeno y una sustancia alcalina absorbe iones de hidrógeno. A más iones
de hidrógeno en una solución, más ácida
será la misma, por tanto, el pH nos
indicará sí un fluido o componente es ácido,
alcalino, o neutro.
El pH se mide con una escala que va de 0 a 14. El punto
central, 7, es neutro; es decir, ni ácido ni alcalino. Cualquier medida bajo 7 se considera con pH ácido y por encima con pH alcalino. También es importante
recalcar que la variación de un punto en un valor representa 10 veces más, o 10 veces menos, es
decir, un pH 7, es diez veces más alcalino que un pH 6, por ejemplo. Así que, los cambios no representan un punto,
sino que las diferencias son exponenciales.
Somos
organismos con un pH ligeramente alcalino. El grado de acidez del organismo repercute sobre la
calidad de las moléculas de proteína,
los componentes de las células y la permeabilidad de las membranas de las
células corporales. Además, determina la
eficiencia de las enzimas y las hormonas, la distribución de los electrolitos,
las partículas con carga eléctrica de nuestro organismo, y la producción y
función de los tejidos intracelulares. El grado de acidez también influye sobre la fluidez de la sangre.
En el año 1931 el científico Otto Heinrich Warburg (1883-1970) recibió el premio Nobel en Medicina y Fisiología por
descubrir el proceso de fermentación celular al entrar en procesos anaeróbicos (de falta de oxígeno). La falta de oxígeno en los tejidos, es el preámbulo
del desarrollo del cáncer, dado que
un entorno sin oxígeno se vuelve ácido, y es en este entorno donde
surgen las células cancerosas.
En nuestro organismo se
producen continuamente procesos químicos que configuran nuestros procesos
metabólicos, la actividad de nuestros músculos, nervios y los procesos de
creación y degradación de todas las células corporales. Estos procesos sólo
pueden producirse de manera adecuada si en los líquidos corporales y en el
interior de las células de nuestro cuerpo existe una relación de equilibrio ácido-base. Pero a su vez
todos los procesos anteriormente citados producen enormes cantidades de ácido, minuto a minuto. Albert Sent.-Gyögyi, premio Nobel en 1937 por
descubrir la vitamina C, fue el
primero en afirmar que “el cuerpo es alcalino por diseño,
pero sus funciones son acidificantes”.
La sangre cumple dos
funciones vitales para el correcto funcionamiento celular: llevar nutrientes (sobre todo oxígeno)
y retirar los residuos tóxicos que se generan en la transformación de
dichos nutrientes. La combustión interna que se produce en estos procesos
libera calor corporal, y origina residuos. Estos residuos son de
naturaleza ácida y deben
ser evacuados del organismo mediante la
sangre, el hígado, los riñones, los pulmones o la piel.
Cuando
la acidez es tal que el cuerpo no
puede eliminar los ácidos a través
de la orina, las heces, la respiración o
el sudor, lo que hace es almacenarlos en los tejidos. Entonces el sistema linfático hace lo que puede
para neutralizarlos o eliminarlos. Todo
esto significa, volver a lanzarlos de nuevo a la sangre, generando un círculo
vicioso, un robo continuado de los minerales
básicos del propio cuerpo y un aumento del estrés para el hígado y los riñones. Aún más, si el sistema linfático se ve saturado, o sus
conductos no funcionan correctamente, muchas veces por falta de ejercicio, los ácidos se acumulan en el tejido conectivo.
Para permitir una eficaz
combustión celular, y por otra gran cantidad de razones, marcadas por nuestra
fisiología, el plasma sanguíneo debe
mantener a ultranza un ligero nivel
de alcalinidad. Según el Dr.
Robert O. Young, el pH de la sangre se debe mantener en un valor de 7,365. Cuando este valor es mínimamente
alterado, el cuerpo utiliza sus recursos para recuperarlo.
Cada zona de nuestro
cuerpo tiene unas necesidades de pH
diferentes, no obstante, el mejor indicador de las condiciones internas es el pH de la sangre. Al transgredir el
valor de 7,365, la sangre pierde
capacidad de almacenamiento de oxígeno
en los glóbulos rojos y también
pierde eficiencia en la tarea de eliminación
de los residuos celulares. En pocas palabras, la sangre no nutre y no limpia las células, lo
que es el preámbulo de cualquier enfermedad.
Para dar una idea del estrecho margen de maniobra del pH sanguíneo, digamos que al descender de 7 se produce el coma
diabético y la muerte.
Básicamente
se distinguen dos tipos de acidosis:
la aguda y la progresiva o latente.
La forma aguda ocurre cuando hay enfermedades graves, envenenamiento o
colapsos respiratorios. La forma
progresiva puede perjudicar la salud
durante años de forma inadvertida hasta hacerse crónica. Esta segunda es la responsable de la mayoría de las
enfermedades de nuestra civilización.
Nuestro cuerpo no puede
tolerar los desequilibrios ácidos
prolongados, así que trata de evitarlos. Un metabolismo celular eficiente exige un constante flujo de
sustancias alcalinas para poder neutralizar
los ácidos provenientes del alimento y del metabolismo celular. Con este fin, la sangre debe obtener
suficientes bases de los alimentos. En caso de que eso no sea
posible, la sangre echa mano de dos mecanismos de emergencia para
preservar su equilibrio. Uno consiste en derivar ácidos, depositándolos en los tejidos a la espera de un
mayor aporte alcalino. Esto genera reuma, problemas circulatorios, afecciones
de piel, etc. El otro es recurrir a su reserva alcalina: las bases minerales (calcio, magnesio, potasio) depositadas en huesos, dientes, articulaciones, uñas y cabellos.
Esto es lo que se
denomina homeostasis orgánica, que
significa “mantener la vida generando el
menor daño posible”. Para el organismo, una menor densidad ósea no significa peligro para la vida, pero sí un pH ácido en la sangre. A esto, que no
es otra cosa que un síntoma de acidificación
del organismo, es a lo que llamamos desmineralización
o descalcificación. Los huesos
ceden calcio en forma de sales alcalinas, se hacen frágiles y se
llega a la osteoporosis; las piezas dentales se fisuran con
facilidad y surgen las caries; las uñas muestran manchas blancas y se
tornan quebradizas; las articulaciones
degeneran y hay artrosis; el cabello se debilita y se cae; se
advierten lesiones en las mucosas, piel
seca, anemia, debilidad, problemas digestivos, afecciones de vías
respiratorias, infecciones, sensación de frío, etc.
En
general, no asociamos esto a una acidosis
metabólica y tratamos de combatir todos estos síntomas con medicamentos que normalmente nos
acidifican aún más o con alimentos
acidificantes, cuando la mejor solución sería alcalinizar el organismo
para neutralizar su acidez. Esto se
consigue, por un lado, evitando la ingestión
de alimentos que nos acidifican y por otro, incrementando el
consumo de alimentos con potencial
alcalino. Los pensamientos y el
estrés o un estado emocional negativo también acidifican. Lo mismo ocurre con el estilo de vida y la vida sedentaria. También nos acidifican
los medicamentos, las ondas
electromagnéticas y cualquier elemento químico que se halle en el aire, el agua
o los alimentos.
El cuerpo pone de manifiesto
su acidosis metabólica a través de
la pérdida de energía, la sensibilidad e
irritación, la mucosidad y congestión, la inflamación, el endurecimiento de los
tejidos blandos, las úlceras y por último la degeneración, que da lugar a
todas las enfermedades degenerativas,
incluido el cáncer. Estas son las
siete etapas de la enfermedad de las que ya hemos hablado en otras ocasiones.
Queda claro que los
desequilibrios del pH de la sangre y
de los tejidos producen irritación e
inflamación y preparan el terreno para las enfermedades. Pero, antes de nada, el sistema circulatorio intenta eliminar los ácidos en forma de gas o de
líquido, a través de los pulmones o
los riñones. Si hay demasiados desechos, los deposita en el corazón, páncreas, hígado y colón, o en
el tejido graso, incluyendo pechos, caderas, muslos y abdomen o
cerebro. Conocemos estos depósitos como; pólipos, fluidos, quistes, cristales ácidos, tumores, verrugas,
protuberancias, masas, manchas, lunares, ampollas, etc.
En las primeras fases
del desequilibrio, los síntomas pueden ser poco intensos e incluso pasarnos
desapercibidos, pero a medida que la situación va empeorando, surgen problemas
más graves y nuestros órganos y sistemas
corporales empiezan a ceder dando lugar a disfunciones. Si el pH tisular se desvía en exceso hacia la
acidez, los niveles de oxígeno descienden y el metabolismo celular se detiene. Esto provocará la muerte de nuestras células y por supuesto, nuestra
propia muerte.
Ragnar Berg, médico sueco fallecido en 1956 y pionero en la investigación de la alimentación alcalinizante, sostenía que la mejor terapia para
conseguir un pH alcalino era la ingestión
de zumos frescos de frutas y verduras.
El aporte de enzimas y sales alcalinas,
procedentes de estos alimentos recuperaba al organismo. El Dr. Berg determinó, igualmente, que las verduras silvestres poseían mayor cantidad de sales alcalinas que las de cultivo, lo que ha sido confirmado por
estudios franceses y alemanes, que demuestran una disminución de la alcalinidad
si los vegetales han sido cultivados con el
uso de químicos o madurados en cámaras.
William Howard Hay y Arnold Ehret afinaban aún más y
daban prioridad a una dieta cruda. Por
su lado, Paavo Airola, naturópata
europeo, sostenía que necesitabamos crudos
y cocinados, en sintonía con el concepto de balance yin-yang de los orientales. Por último, el Dr. Samuel Sack desarrolló una técnica de remojo de alimentos
ácidos en soluciones alcalinas (caldo de
repollo blanco o agua bicarbonatada). Su sistema se basa en las propiedades alcalinizantes y neutralizantes
de los ácidos del repollo blanco. Estas virtudes se encuentran mayormente en el
repollo crudo y en el agua de su cocción.
El Dr. Sack recomendaba agregar
siempre una hoja de repollo crudo a las ensaladas (en exceso puede producir gases), desaconsejando en cambio el
consumo del repollo hervido.
Pero para alcalinizar, en primer lugar,
deberíamos evitar las carnes, los
lácteos y los refinados. Las proteínas
necesitan un medio ácido para la
correcta acción enzimática de las proteasas, que las degradan en aminoácidos. Por tanto, alcalinizar carnes y lácteos puede dificultar
su asimilación o exigir esfuerzos extras al organismo para ser
asimilados.
Los alimentos tienen
distintos grados de acidez o alcalinidad.
El agua destilada es neutra y tiene
un pH 7, pero es un agua desmineralizada. El agua alcalina ayuda a mantener el Ph corporal y es más saludable, si
queremos alcalinizar. Básicamente todas las frutas y verduras resultan alcalinizantes. Si bien la fruta tiene
un pH ácido fuera del cuerpo,
debemos evitar una generalizada confusión: no es lo mismo la reacción química de un alimento fuera que dentro del organismo. El limón, por ejemplo, es un alimento muy ácido que al ser metabolizado dentro del organismo provoca una reacción alcalina. Sin embargo, tanto
la desintegración de nuestras propias células como la metabolización de
productos de origen animal, dejan siempre un residuo tóxico y ácido que debe ser neutralizado por la sangre.
Existen
varias tablas para la diferenciación entre un alimento de reacción ácida, que obliga a robar bases del organismo
para ser neutralizado y un alimento
de reacción alcalina, que aporta bases para neutralizar excesos de acidez provocados por otros alimentos o por
los propios desechos orgánicos del cuerpo. Esta sería una muestra:
Igualmente, los minerales juegan un rol importante en
el comportamiento acidificante o
alcalinizante de los alimentos. Por lo general resultan acidificantes aquellos alimentos que
poseen un alto contenido de azufre,
fósforo y cloro. En cambio, son alcalinizantes aquellos
que contienen buena dosis de calcio,
magnesio, sodio y potasio.
Los cereales generalmente dan lugar a desechos ácidos al ser metabolizados: ácido sulfúrico, fosfórico y clorhídrico.
Esto es más significativo con la ingestión de trigo y maíz, por eso los indígenas americanos remojaban el maíz en
agua de cal. Por ejemplo, el mijo, la
cebada, la quínoa o el trigo sarraceno tienen un mayor contenido en minerales alcalinos, por lo que
resultan más alcalinizantes. El arroz integral es considerado como
neutro en la dietética oriental.
Las legumbres y las semillas son
ligeramente acidificantes por su contenido proteico, a excepción de las almendras, las judías blancas, el azuki y las
judías negras. Los lácteos son
elementos acidificantes, aunque la leche
fresca sin pasteurizar sea ligeramente alcalina. La pasteurización acidifica la leche y por tanto a todos
sus derivados.
Por otro lado, se ha
demostrado que un 40-60% de los
elementos minerales y un 95% de las
vitaminas y bases se pierden en el agua de cocción de las verduras.
Incluso las verduras llegan a presentar naturaleza ácida cuando se tira el agua de su cocción. La cocción al vapor es menos agresiva y por la misma razón los caldos
tienen un alto valor terapéutico puesto que conservan todo el contenido alcalino de las verduras.
Los productos industriales, bebidas carbonatadas basadas
en azúcares refinados y compuestos acidulantes, las bebidas alcohólicas, los alimentos
elaborados con cereales, las grasas y azúcares refinados, los lácteos
industrializados y especialmente los quesos, los aditivos alimentarios, los conservantes… son altamente acidificantes.
La alimentación es un acto consciente. Nuestra forma de vida,
las obligaciones, el estrés y las tensiones, han provocado la transformación de
nuestra nutrición en algo mecánico de lo que apenas disfrutamos. Nuestros
problemas de salud son la consecuencia de nuestros hábitos nocivos y nos deben servir como incentivo para comenzar
a modificar los errores, cambiando dichos hábitos y prestando atención a
qué y cómo comemos. El alimento limpio,
en estado natural debe prevalecer en nuestra dieta.
De igual manera, es
interesante cambiar nuestros hábitos de vida. Dormir poco, vivir estresados, la vida sedentaria, la lucha constante,
la crítica, la queja…nos acidifican. Una vida consciente requiere tener en cuenta todos los parámetros. Un organismo ácidificado, no sólo genera
enfermedad y muerte, sino también negatividad, malos estados emocionales, malos
pensamientos, dolor y sufrimiento.
“La falta de oxígeno y la acidosis son las dos caras de una
misma moneda: cuando usted tiene uno, usted tiene el otro”.
“Las substancias ácidas rechazan el oxígeno; en cambio, las
substancias alcalinas atraen el oxígeno”.
“Privar a una célula de oxígeno durante 48 horas puede
convertirla en cancerosa”.
“Todas las células normales tienen un requisito absoluto para
el oxígeno, pero las células cancerosas pueden vivir sin oxígeno (esta es una
regla sin excepción)”.
“Los tejidos cancerosos son tejidos ácidos”.
Otto
Heinrich Warburg
FUENTES:
Equilibrio ácido-base, Un factor esencial para una salud
óptima. Dra. Eva Mª Kraske. Ed, Hispano
Europea S.A. 2005.
Nutrición vitalizante. Néstor Palmetti. Espacio depurativo.
2012.
La dieta del método Kousmine. Sergio Chiesa. Terapias Verdes.
2007.
La milagrosa dieta del pH. Robert O. Young y
Shelley Redford Young. Ediciones Obelisco. 2012.
No hay comentarios :
Publicar un comentario