La indigestión es la
encargada de predicar la moral al estómago.
Víctor Hugo
Durante mucho tiempo el cerebro
ha acaparado la atención de los científicos, en busca del origen de nuestras emociones. Nunca hasta ahora, se tuvo
en cuenta que cuerpo, mente y emociones
están conectados en el ser humano y
que el cerebro, a solas, no podía cargar
con todo el procesamiento emocional. Sin embargo… ¿Quién acompaña al cerebro en una labor tan específica?
Cuando vivimos estados
emocionales, todo nuestro cuerpo los experimenta de uno u otro modo, pero
existe una conexión muy especial entre cerebro
e intestino. El intestino y el
cerebro se desarrollan en la misma parte del embrión humano, por lo tanto, no es sorprendente que el tracto gastrointestinal cuente con un
suministro muy rico de terminaciones
nerviosas. Intestino y cerebro comparten
algunas de las mismas terminaciones y
neurotransmisores y ambos se mantienen muy unidos por conexiones
especializadas. El “yo” del cuerpo
es mucho más que cerebro. Sí, el “yo”. Pero… ¿por qué el “yo”?
Aunque la neurociencia
moderna se plantea el origen del “yo”
como algo ilusorio, tal como ya aludía al mismo la filosofía hindú, la verdad es que nuestra fisiología hace uso de
esa creación mental para, como veremos, ajustarse a la
vida física y ese “yo” es más
que cerebro. La afirmación anterior
implica que hay otras partes del cuerpo que están vinculadas a la expresión de nuestro yo autoconsciente, que no
sobra, no estorba, simplemente ha crecido demasiado.
Notamos muchas de nuestras emociones en “la tripa”.
De hecho “tengo mariposas en el estómago”
o “se me revuelven las tripas” son
expresiones que salen automáticamente por nuestra boca en determinados momentos.
A la vez, nos sentimos indispuestos, con
diarrea o dolor intestinal cuando recibimos una mala noticia o tenemos un
disgusto. Nuestras sensaciones de malestar,
bienestar, inseguridad, miedo…también se alojan en nuestro intestino. Pero ¿Cómo se establece esta comunicación entre cerebro e intestino?
Nuestro intestino
está abierto por completo a la vida y a todas nuestras percepciones, así que emite señales hacia el cerebro. Estas señales pueden llegar a diferentes zonas del mismo,
entre otras, a la ínsula, el sistema
límbico, el córtex prefrontal, la amígdala cerebral, el hipocampo o el córtex
del cíngulo anterior. Las competencias de estas áreas son el sentimiento
del “yo”, el procesamiento de sentimientos, la moral, la sensación de
miedo, la memoria y la motivación. Lo anteriormente expuesto no quiere
decir que el intestino controle el
procesamiento de los sentimientos o la
moral; sin embargo, puede influir mucho en ellos.
El nervio vago es la senda más importante y rápida
entre intestino y cerebro. Discurre
por el diafragma, entre el pulmón y el corazón y asciende
paralelo al esófago, a lo largo del cuello, hasta el cerebro. Sin esta senda, el cerebro
no puede formarse una imagen de lo que está llegando al cuerpo, ya que es el órgano más aislado y protegido de todos. El intestino, en cambio, conoce las moléculas de la comida, intercepta las hormonas en el torrente sanguíneo, conoce la situación del sistema inmune, escucha a las bacterias
intestinales…
Al tener una superficie
de ocupación muy grande en el cuerpo y un impresionante sistema nervioso, se convierte en el
mayor órgano sensorial en el
organismo. El intestino percibe
nuestra vida interna y trabaja en el
subconsciente. Si nos ponemos a
mirar, nos damos cuenta de que nuestro primer mundo emocional, como lactantes,
lo constituyen intestino y cerebro.
Es nuestro placer estar saciados, pero también conocemos el desasosiego cuando
tenemos hambre o los gases hacen su
aparición.
Sí, así es. De bebés, nuestro “yo” consta de “intestino y
cerebro”. Poco a poco vamos experimentando con otros sistemas sensoriales y el eje
cerebro-intestino se hace más refinado. De adultos, ya no lloramos por la
comida, sin embargo, un intestino en mal estado podría, sin duda, conducirnos a
una depresión severa. De hecho, el intestino está poblado de bacterias. Estas bacterias amigas hacen de él un lugar adecuado para que la
comunicación de la que antes hablábamos se produzca y para que la digestión sea adecuada. Por eso nos ponemos
malhumorados o tristes ante una mala digestión o ante cualquier problema intestinal.
Hoy se sabe que una de las principales funciones de los microorganismos que componen nuestra flora es alimentar el epitelio o pared intestinal. Si este no se nutre de manera adecuada, se hace cada vez más permeable, lo que permite a las
bacterias, proteínas y endotoxinas pasar al torrente sanguíneo, provocando inflamaciones,
malestar y trastornos nerviosos. Las bacterias intestinales comen y defecan.
Dependiendo del estado de nuestro intestino,
su alimentación y sus productos de desecho nos benefician o perjudican.
Una de las áreas del cerebro
a la que puede llegar información procedente del intestino es la ínsula o
corteza insular. Bud Craig, investigador del funcionamiento cerebral, ha pasado 20 años de su vida tiñendo nervios e investigando sus trazados
hasta el cerebro. A él se le ocurrió
la hipótesis de que la ínsula era el
lugar donde nacía nuestro “Yo”.
Para explicar esta afirmación recurre al argumento de
que la ínsula recibe sentimientos de todo el cuerpo. Cada dato es como un píxel, a partir de muchos píxeles la ínsula elabora una imagen que muestra
un mapa de sentimientos. Por
ejemplo, todas las sensaciones y
sentimientos, vinculados al hecho de estar sentados en una silla escuchando
música, conforman una imagen única que proporciona una visión de conjunto,
única también. Esta imagen configura una experiencia como total. Según Bud Craig,
cada cuarenta segundos se genera una imagen en la ínsula. Una imagen
tras otra dan lugar a la película de nuestra vida.
Otro investigador, Daniel
Wolpert, afirma que la misión de nuestro cerebro es el movimiento. La
finalidad de los movimientos es conseguir algo. Con la ayuda del mapa de la ínsula, el cerebro puede
planificar movimientos adecuados. Si el “yo”
está viviendo una experiencia de incomodidad,
esto motivará al cerebro a buscar una
situación mejor. Se moverá; el
objetivo del movimiento siempre es alcanzar un equilibrio saludable.
El cerebro es sólo un órgano, por lo que cuando la ínsula
crea imágenes también lo incluye. En el cerebro
podemos encontrar las áreas responsables de la empatía social, la moral y la lógica. Es muy probable que la ínsula también integre percepciones
del entorno o experiencias del pasado para dar sentido a la imagen del “yo”. La contextualización de la imagen
nos permite reaccionar ante una sensación primaria con una complejidad mayor
que la de otros animales.
Antonio
Damasio,
neurólogo muy reconocido, ha propuesto que “la
ínsula empareja estados viscerales emocionales que están asociados con la
experiencia emocional, dando cabida a los sentimientos de consciencia”. Es
decir, cada cambio en el cuerpo está asociado a cambios profundos en la
experiencia subjetiva. William James,
psicólogo y filósofo estadounidense, sirve de base para esta afirmación de Damasio. Él fue el primero en proponer
que nuestra experiencia emocional
surgía de la interpretación de los estados
corporales que son provocados por sucesos
emocionales.
La ínsula anterior está más relacionada al olfato, gusto, sistema nervioso autónomo y
función límbica, mientras que la ínsula
posterior tiene una relación mayor con las funciones somáticas motoras. Experimentalmente se ha demostrado que
la ínsula juega un importante papel
en la experiencia del dolor y la
experiencia de un gran número de emociones
básicas, incluyendo odio, miedo, disgusto, felicidad y tristeza. No sentimos
sólo en nuestro cerebro. La ínsula
está conectada directamente a nuestro intestino
a través del nervio vago.
Cuanta más información asociamos más posibilidades tenemos de
movernos en el mundo inteligentemente y con eficiencia, además, aquello que es
especialmente importante para nuestro equilibrio
saludable tiene prioridad en la ínsula.
Esto significa que tanto cerebro
como intestino tienen posiciones
privilegiadas en ella.
Por otro lado, cuando nuestro cerebro percibe un gran problema, intenta solucionarlo
inmediatamente, para lo que toma energía del intestino. A través de las denominadas fibras nerviosas simpáticas, el intestino recibe la notificación de
estrés y responde a la llamada del cerebro ahorrando energía durante la digestión, esto hace que produzca menos mucina y reduzca su propio riego
sanguíneo.
Sin embargo, el intestino
no está preparado para una alerta
constante, ya que eso tiene como consecuencia el debilitamiento
de las paredes intestinales por falta de riego y un adelgazamiento de la capa
de mucina. Así que llegados a un punto
crítico, responde al cerebro con
sensaciones desagradables. En tal caso es posible que nos sintamos rendidos, o que tengamos falta de apetito, malestar, diarrea o
vómitos ocasionales.
Los sentimientos, que proceden del intestino y que se producen ante una
situación, sobre todo, las que nos resultan desagradables, hacen que el cerebro reflexione seriamente cuando se
repite una situación parecida. Las decisiones que llamamos “viscerales”, podrían estar vinculadas a este mecanismo de defensa.
Otra hipótesis interesante es que nuestro intestino pudiera estar vinculado no
sólo a los sentimientos o determinadas
decisiones, sino que es probable que también pudiera tener alguna influencia
en nuestro comportamiento. Según la Dra. Lita Proctor coordinadora del Human Microbiome Project “Existe la idea de
que los microbios producen complejos que pueden alterar el comportamiento (…).
Se ha sugerido que parte del papel de nuestros microbios es modular nuestro
comportamiento”. Parece por tanto, que la comunicación intestino cerebro es inmediata y que este eje tiene
una importancia crucial para la vida
física, mental y emocional.
Esto tiene muchas implicaciones, porque si no cuidamos lo que comemos, comemos despacio y evitamos el estrés,
nuestro intestino se verá afectado y
por ende todo nuestro cuerpo. Igualmente,
si afrontamos la vida desde la
perspectiva del dolor, las
consecuencias serán las mismas. Cuidarnos
es cuidarlo todo. Amarnos es abrazar
todo lo que la vida nos presenta.
Por ejemplo, en los niños el cerebro intestinal se desarrolla en paralelo al cerebro de la cabeza, lo que hace que se vean especialmente afectados por una mala dieta o situaciones estresantes,
pero también los adultos. Cualquier sobresalto
o situación de estrés mientras comemos, obstaculiza
la digestión y la absorción de energía
de los alimentos. Esto ralentiza el proceso digestivo y nos sentimos pesados. Siempre me pregunto qué sentido tienen las comidas de negocios. El trabajo y la
comida son dos actos distintos. No
podemos comer y solucionar a la vez algo que nos preocupa.
Además comemos
en exceso. El alimento está tan
disponible para todos que hacemos varias comidas al día y muy abundantes.
Nuestro aparato digestivo necesita
descanso y un trato adecuado, de forma que toda su actividad debe ir
acompañada de reposo. Es fácil
comprobar que quien deja de reposar por la noche, perjudica su salud. Sin embargo, no nos damos cuenta de que el descanso es muy saludable no sólo
para nuestro cerebro, todo nuestro cuerpo necesita de esos periodos de
recuperación.
El intestino es un
segundo cerebro que,
como vemos, tiene una importancia crucial para nuestra salud física, mental y emocional. Ahora que vivimos en un mundo en
el que los índices de depresión,
enfermedades mentales y problemas de salud se incrementan cada día y el
único recurso que aporta la medicina es la medicación, ¿No valdría la pena dar cabida al cuidado de nuestro intestino? Es
otra posibilidad.
“La mente no domina al
cuerpo, sino que se convierte en cuerpo. Cuerpo y mente son una sola
cosa”.
Candace Pert
“Parece que la acción
va seguida de la emoción, pero en realidad la acción y el sentimiento van
juntos; y al regular la acción, la cual está bajo control de la voluntad,
podemos regular directamente la emoción”.
William James
FUENTES:
La digestión es la
cuestión. Giulia Enders. Urano, 2015.
Craig, A.D. How do you
feel – now. The anterior insula and human awareness. En: Nat Rev Neurosci.
2009.
Principios de la
Psicología. William James. S.L. Fondo de cultura económica de España. 1989.
El segundo cerebro.
Miguel Ángel Almodóvar. Paidós 2014.
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