
“La causa profunda de todas las
enfermedades es la suciedad del terreno producida por la acumulación de
toxinas”.
Tratado de medicina natural

Es otoño. En otoño
la naturaleza ralentiza su ritmo y se prepara para el descanso invernal, los días se hacen más cortos que las noches, los
árboles pierden sus hojas, la temperatura desciende poco a poco y todo el
entorno natural se prepara para relajarse
y descansar.
Tras
todo el ajetreo del verano, nuestro
cuerpo pide también descanso y
relajación. Es tiempo de calma y
recogimiento, pero venimos de la estación en la que más nos dejamos ir con la dieta y los excesos, lo que ocasiona
una acumulación de toxinas en
nuestro cuerpo que, en muchas ocasiones, es enorme y resulta difícil de
procesar. A su vez, toda la acumulación de suciedad
emocional y el restablecimiento de la rutina
diaria, la vuelta al trabajo y la pérdida de horas de luz nos obliga a
gastar mucha energía. Hay que adaptarse de nuevo a las demandas de nuestra vida
loca y exigente, pero se hace evidente que estamos saturados, y cada día, cada año nos cuesta más. No somos
conscientes de todo lo que acumulamos y en lugar de soltar las hojas como los
árboles, nos quedamos en nuestra poco
saludable zona de confort.
En
situaciones normales nuestro cuerpo se gestiona solo y promueve la limpieza y su buen funcionamiento, ya
que tiene maravillosos mecanismos para resolver los problemas a los que está
sometido, pero la acumulación de tóxicos
nos desequilibra y origina disfunciones que se dan en todo el organismo, incluidos nuestra mente y emociones. La pérdida de armonía conduce a determinadas molestias y, en el peor de
los casos, a la pérdida de la salud. Esto nos invita a sentirnos, escucharnos y actuar para
promover en nosotros un encuentro y un
restablecimiento de todas nuestras funciones corporales. Urge limpiar.

El
organismo gasta mucha energía en la limpieza de los fluidos internos. Un cuerpo sano pone en marcha gran
cantidad de mecanismos depurativos
cuando cualquier cuerpo extraño o perjudicial logra introducirse en los tejidos
internos: vómitos, estornudos, tos,
diarreas, inflamaciones, etc. Toda la purificación
interna depende de la capacidad depurativa de intestinos, hígado, riñones, pulmones y piel. Si estos órganos
funcionan bien, nos mantenemos dentro de la normalidad, que conocemos como
estado de salud.
Pero
si el volumen de tóxicos es
excesivo, aparecerán síntomas diversos como hipersecreción salival, vómitos y diarreas a nivel digestivo; hipersecreción biliar a nivel hepático;
orina espesa, ácida y ardiente a nivel renal; sudoración, supuración, granos, acné y eccemas a nivel cutáneo; expulsión de flema por bronquios y fosas
nasales a nivel respiratorio, etc. Otras vías secundarias se utilizan
también para expulsar exceso de toxinas: glándulas
salivares, útero, amígdalas y glándulas lacrimales. Si la situación se
agrava, el organismo recurre a la “creación”
de emuntorios artificiales: hemorroides,
fístulas, úlceras, etc. Son crisis depurativas que no ocurrirían si
antes de llegar a estos extremos, lleváramos a cabo una depuración.
Estas
crisis depurativas a las que
denominamos enfermedad, pueden ser agudas o crónicas. Al
principio son manifestaciones agudas,
donde el trabajo de eliminación es brusco, violento y extenso. Si la causa
de intoxicación no se remueve,
entonces estos esfuerzos se hacen crónicos,
hasta llegar a grados más graves o
terminales. No nos ponemos enfermos de un día para otro. Se requiere de un
proceso largo y del paso por diferentes etapas para llegar a una irremediable crisis de salud.

El
otoño es un buen momento para mirar hacia adentro y
restablecer el equilibrio
físico-mental-emocional, esto liberará a nuestro cuerpo de la carga tóxica a la que está y ha estado
siempre sometido. Es obvio que nuestra alimentación
es antifisiológica, el entorno y todo nuestro ambiente están contaminados y
nos enfrentamos a un ritmo de vida ajetreado, competitivo y por ende, tóxico.
En
un terreno sobrecargado de toxinas,
los microbios proliferan. Justo
antes de morir, Louis Pasteur, que
había siempre acusado de todos nuestros males a los microbios afirmó: “El virus
no es nada, el terreno lo es todo”. Pero su declaración póstuma pasó y pasa
inadvertida y estamos siempre a la caza de virus
y bacterias. Ellos son nuestros huéspedes. Encuentran su lugar en un
terreno fértil: nuestro cuerpo tóxico.
Nuestro
cuerpo depende de aportes externos para su renovación y funcionamiento y está
preparado para convertir todo lo que entra en elementos útiles para su
supervivencia. Todo lo que nos nutre
requiere de procesos de degradación y
asimilación, que implican la producción de desechos metabólicos. Estos desechos no se depositan en un solo
lugar, sino que circulan por todo el cuerpo. Nuestro cuerpo es uno y está
conectado, así que todo el organismo sufre la sobrecarga. Como cada persona tiene su punto débil, es
allí donde aparecerá la crisis visible y
dolorosa. El síntoma se hará
notar y nos enfocaremos en él,
olvidándonos de las causas
primarias que han podido generar el problema. Cualquier diagnóstico que se
nos haga al respecto, tratará la zona en cuestión, pero no nos mejorará
realmente. No existe la pastilla
milagrosa.
Un
medicamento no produce milagros ni pone fin a nuestro problema. Queremos algo
externo: algo que baje la presión, el
colesterol, la glucosa, las hormonas tiroideas o cualquier otro parámetro
fuera de las tablas, pero nada ocurre si no nos comprometemos con nosotros
mismos, si no miramos con atención hacia nuestro
interior y nos sentimos, si no somos capaces de cambiar hábitos.

En un principio parecerá que hemos encontrado la solución,
pero como nos hemos quedado en la superficie del problema, este dará la cara
por otro lado, hasta que nuestro funcionamiento
corporal colapse. En la actualidad, profesionales y pacientes vivimos
pendientes de los valores de glucosa,
presión arterial, colesterol, hormonas tiroideas, triglicéridos o densidad ósea.
Tomamos fármacos con la satisfacción ilusoria de que estamos devolviendo los
parámetros a la normalidad, pero el desequilibrio se mantiene. Son años y años
sin ocuparnos de nuestra limpieza
interior y eso pasa factura.
Acumulamos basura mental
y emocional y asimismo y como parte de nuestra naturaleza, la continua regeneración celular de órganos y tejidos,
provoca gran cantidad de células muertas
que deben ser eliminadas de inmediato. Para eso están los emuntorios. Si las toxinas
son naturales y nuestros órganos funcionan bien, la limpieza de produce y nos sentimos saludables, pero si
sobrepasamos la natural capacidad de eliminación, es decir, generamos más
desechos de lo que podemos evacuar, enfermamos.
La mayor cantidad de las toxinas
acumuladas proviene de la natural degradación de los alimentos ingeridos. Por
ejemplo, las proteínas, al
desdoblarse en aminoácidos, generan urea y ácido úrico; la combustión de la glucosa produce ácido láctico y gas carbónico; las grasas mal transformadas, ácidos
cetónicos. Los procesos corporales generan toxinas perfectamente toleradas por el organismo, si estas no son
excesivas.
Hay un límite que depende de nuestra capacidad de digerir, combustionar y eliminar. Al
superar este umbral, los desechos, aunque naturales, se convierten en una
amenaza para el cuerpo, entorpeciendo su normal funcionamiento.

La alimentación, la mala gestión de
nuestras emociones y los hábitos de vida
generan una acumulación excesiva de toxinas.
Esto permite entender la importancia de una alimentación adecuada, de buena calidad y en las dosis justas a
nuestro desgaste calórico. Si comemos más de la cuenta, creamos un problema
adicional al organismo, que tiene que trabajar en exceso para poder eliminar. La
sobrealimentación y el sedentarismo se han convertido en
grandes problemas de la sociedad moderna. Es muy normal que las personas
ingieran más de tres mil calorías
diarias y gasten mucho menos de dos
mil. A su vez, esto hace que
comprendamos la importancia de una buena gestión de aspectos emocionales y mentales que ayudan a impulsar
la rueda de conflictos internos y malos
hábitos asociados a ellos. Es un círculo cerrado, la mala gestión de nuestra vida y los malos hábitos caminan de la
mano.
Por
otro lado, el sistema de producción
industrial de los alimentos es muy nocivo para nosotros. Las técnicas
actuales de producción y preparación
de los alimentos empobrecen la calidad de los mismos y generan una enorme carga
de sustancias tóxicas, que no
estamos preparados para procesar: Insecticidas,
herbicidas, fungicidas, fertilizantes químicos, antibióticos, vacunas, hormonas
sintéticas, conservantes, saborizantes, emulsionantes, estabilizantes,
antioxidantes, colorantes, edulcorantes, grasas trans,...
Además,
los procesos de refinación quitan
elementos vitales, lo que hace que no nos sintamos saciados y comamos más. Es
nuestro intento de cubrir las necesidades de vitaminas y minerales. Obviamente, cuando superamos nuestra
capacidad para procesar nutrientes, nuestro
aparato digestivo se satura y
generamos una masa de alimentos mal transformados que fermentan y se pudren en nuestro interior, lo cual produce nuevos
venenos, que incrementan a su vez la
toxemia general.
Por
otro lado, el estrés y los ritmos
antinaturales, disminuyen nuestra capacidad
metabólica. Hay estudios que demuestran que nuestros organismos incorporan
anualmente un promedio de 18 kilogramos
de sustancias tóxicas. Por otro lado, nuestra sociedad es ávida consumidora
de analgésicos, antiinflamatorios,
sedantes, estimulantes y una larga lista de fármacos de uso corriente,
alegremente publicitados en TV como
si fueran golosinas. Nada se permite, el síntoma
hay que acallarlo y para eso hay montones de recursos.

Pero
no solo ingresamos tóxicos por vía
digestiva. La piel es otro órgano permeable a elementos tóxicos: cosméticos, tintes, cremas,
desodorantes…son fuente de sustancias
nocivas. Por las vías respiratorias
también introducimos importantes cantidades de venenos: desde el humo del tabaco a los desechos de combustión y procesos industriales o la
contaminación ambiental. ¿Quién puede con todo esto?
En
otoño la propia naturaleza nos
brinda lo que necesitamos para dar a nuestro organismo el respiro que necesita.
Todas las plantas y frutas que
proporciona son muy depurativas y
están repletas de antioxidantes. A
esto debemos sumar los ayunos, las curas, el reposo y la hidratación. Todo ello sin olvidar que no sólo hay que actuar sumando, sino
restando aquellos alimentos y
hábitos que son perjudiciales.
Deberíamos
evitar tomar azúcar y todo tipo de alimentos procesados. Ambos generan
mucha toxicidad. Igualmente, es
aconsejable evitar los lácteos y los
cereales con gluten. Hay muchos estudios que demuestran que el gluten es una molécula que se asimila
mal y que está vinculada a la
permeabilidad de la pared intestinal. Los cocinados tampoco son la mejor
opción para promover la limpieza interna.
La propia preparación de los alimentos genera tóxicos. Si queremos depurar,
es aconsejable aumentar el consumo de crudos
y limitar la cantidad de comida que ingerimos. También deberíamos evitar los transgénicos, los aditivos alimentarios y
los productos químicos procesados que se encuentran en nuestra comida.
El otoño nos trae frutas como ciruelas,
peras y uvas que estimulan el intestino. Estas últimas están repletas de
resveratrol, un potente antioxidante; cítricos, como el pomelo, muy depurativo, naranjas y mandarinas,
todos ellos muy ricos en vitamina C, o manzanas, que eliminan tóxicos del
hígado o la vesícula biliar y ayudan a disolver el colesterol. Las granadas,
alcalinizantes y muy depurativas, también llegan en otoño; arándanos, grosellas
y moras nos ofrecen luteína que nos ayudan a adaptarnos mejor a la pérdida de
luz solar y a depurar, pero el mejor aliado para la limpieza interna es el
limón, que empieza a estar en esta época en
su mejor momento.

En
cuanto a las verduras, ocurre
exactamente lo mismo: apio, puerros y
cebollas estimulan el sistema renal para que se eliminen líquidos, arrastrando
así elementos nocivos a través de la orina. Tenemos todavía berenjenas,
que ayudan al buen funcionamiento del hígado y facilitan el vaciado de la
vesícula biliar. Alcachofas, excelentes para el buen funcionamiento del hígado,
espárragos, setas y champiñones, ricos en proteínas, fibra y agua. Son excelentes
también las endivias y las coles, el jengibre
fresco o el ajo, un aliado indispensable para limpiar y depurar, los rábanos y
rabanitos y las algas, excelentes quelantes…
Además,
si consumimos aceite de coco
ayudamos a curar la inflamación intestinal.
El aceite de coco de origen ecológico virgen cura el
intestino, sella la pared protectora y sirve de cura para el intestino
permeable. La arcilla bentonita
sirve para protegerse de los tóxicos presentes
en el medio ambiente. Los enemas de café
ecológico, ayudan a desintoxicar
el hígado, estimulan la actividad y regeneración celular, mejoran el equilibrio
sodio-potasio en las células, captan radicales libres, incrementan el flujo
biliar, dilatan los vasos sanguíneos y los conductos biliares, eliminan toxinas
cerosas de la sangre y eliminan parásitos (áscaris).
Mastica
mucho los alimentos que consumes, come despacio, saborea, para que tu alimento
entre ya predigerido. Sé consciente de lo que estás comiendo; que tu cerebro se
entere de que te estás alimentando. La
digestión empieza en la boca y la depuración también.
Ninguna enfermedad está confinada a un
solo órgano. El cuerpo enferma todo entero.
Alexis Carrell, Nobel de medicina en
1912
“Cuida el exterior tanto como el
interior, porque todo es uno”
Budismo. Zen

FUENTES:
Intestinos saludables. Néstor
Palmetti. Editorial Kier. 2013
Depuración corporal. Néstor Palmetti.
Edición de autor. Mayo, 2006
La digestión es la cuestión. Giulia Enders.
Editorial Urano, 2015

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