EL IMPACTO DEL GLUTAMATO MONOSÓDICO
EN LA OBESIDAD
-Doctor, ¿no le parece contradictorio que la ministra de
Sanidad y Consumo hable de epidemia de obesidad y al tiempo permanezca inane
ante el uso de un potenciador del sabor como el glutamato monosódico (E-621)
que lo que realmente hace, según usted, es generar ansia por comer más?
-Es evidente que ambas
cosas están estrechamente relacionadas. Y creo que tanto a nivel oficial como
privado hay una clara falta de concienciación sobre la gravedad implícita de
tal relación. Hasta hace muy poco se nos ha estado diciendo que la “epidemia”
de obesidad se debía a que en los últimos años comemos más y nos movemos menos
estableciéndose así la discusión sólo en torno a ello. Sin embargo los
resultados demuestran que hay otros elementos necesariamente involucrados en el
proceso a los que no se les ha concedido importancia hasta hoy. No es solamente
que los alimentos sean cada vez más accesibles o que a través del marketing
caigamos en consumos compulsivos de determinados alimentos sino que contamos ya
con datos objetivos que muestran la existencia en nuestra alimentación de
productos que inducen a incrementar su consumo. En este sentido nosotros nos
hemos centrado en la investigación sobre el impacto que puede tener en la
epidemia de obesidad un aditivo alimentario utilizado para potenciar los
sabores: el glutamato monosódico, también conocido como E-621. Y nuestros datos
experimentales demuestran que la administración de glutamato monosódico es
capaz de incrementar ¡hasta en un 40%! la cantidad de alimento que comen las
ratas en el laboratorio.
-Pero el glutamato monosódico cuenta con todos las
autorizaciones administrativas necesarias...
-Así es. Y también
podrá argumentarse que las ratas no son iguales que los hombres. Sin embargo,
además del hecho constatado de que es siempre en este tipo de animales donde
los investigadores probamos inicialmente patologías y soluciones el problema
está en que es un aditivo alimentario tan perfectamente blindado por todos los
organismos internacionales que ni siquiera hay establecidos límites a su uso.
No está establecido cuál es el máximo que se puede añadir a las comidas y las
cantidades utilizadas ni siquiera aparecen en los envases. En las patatas
fritas de sabores encontramos hasta cuatro y cinco gramos por kilo. Y en las
salchichas hasta seis gramos por kilo. No es de extrañar pues que en los
últimos años se haya producido una explosión en la producción mundial de
glutamato monosódico. De las 200.000 toneladas de E-621 que se producían en el
mundo en 1970 se ha pasado al millón y medio de toneladas en el 2004. La
cantidad se ha multiplicado por siete. Lo que significa que cada vez se está
utilizando más. Y significativamente, de manera masiva, en el Primer Mundo
que es donde sufrimos el azote de la obesidad.
Yo mismo he sido testigo de cómo en algunos restaurantes en lugar de utilizar
sal se utiliza un bote de glutamato monosódico para sazonar prácticamente todos
los platos. Hablamos pues de un aditivo alimentario cuya producción y uso se
está incrementado sin restricción alguna -ni siquiera en el entorno infantil o
juvenil- a pesar de que según nuestros datos al administrarse a ratas recién
nacidas –bien es cierto que en dosis muy altas– no sólo se constatan cambios en
su comportamiento alimenticio sino que se producen lesiones en el cerebro.
Porque el glutamato monosódico además de ser un saborizante –está considerado
el quinto elemento del sabor junto al salado, el dulce, el agrio y el amargo
habiendo sido bautizado como umami- es un neurotransmisor muy potente. No digo
por tanto que haya que suprimirlo pero sí afirmo que su presencia en exceso
provoca que las neuronas se activen de tal manera que pueden llegar a
destruirse bajo un fenómeno conocido como excitotoxicidad, que causa
destrucciones observables en una zona del cerebro, el núcleo arcuato, donde se
producen una serie de hormonas que entre otras cosas tienen como misión
controlar el apetito -unas lo estimulan y otras lo inhiben- y que a su vez
están influenciadas por otros elementos periféricos como, por ejemplo, señales
procedentes de los depósitos de grasa. Antes se consideraba que la grasa era
sólo un depósito sin apenas actividad pero ahora sabemos que la célula adiposa
segrega numerosas hormonas, como la leptina, de gran importancia en el control
del apetito. Bueno, pues todo ese proceso de regulación del apetito se ve
influenciado de alguna forma por la administración de glutamato monosódico. En
suma, no voy a decir que la cantidad de glutamato monosódico que hoy estamos
consumiendo provoque destrucciones neuronales pero sí afirmo que provoca
cambios en la conducta alimenticia muy evidentes. Y hemos constatado también
que esa voracidad inducida está mediada por cambios en las hormonas que
controlan precisamente el apetito. Y todo eso ocurre a través de una sustancia calificada
como ¡inocua! por todos los organismos oficiales y de la que se afirma que no
causa ningún problema.
-Sin embargo usted sostiene que puede llegar a producir daños
en el cerebro.
-Cuando yo administro
a ratas neonatalmente dosis elevadas de glutamato monosódico el núcleo arcuato
del hipotálamo cerebral queda totalmente destruido. Lógicamente esta sustancia
no se vende para inyectársela a un niño recién nacido pero también cuando se lo
damos por vía oral a la madre en estado de gestación y a las crías cuando
empiezan a comer por su cuenta se producen alteraciones en el núcleo arcuato. E
insisto: no es ésta una situación que podamos extrapolar tal cual a los seres
humanos pero lo que a mi parecer sí es una situación perfectamente extrapolable
es lo que pasa cuando estudio el impacto del glutamato monosódico en animales
adultos. Si les doy pienso normal consumen 5’8 gramos por día; sin embargo, si
añado glutamato monosódico pasan a consumir 8 gramos al día. Es decir, cerca de
un 40% más. Luego con independencia de que genere o no lesiones a nivel
cerebral hay un incremento de la conducta alimenticia en todos los grupos
utilizados. Siempre que se da glutamato monosódico a los animales éstos comen
más. Y, por tanto, tienen tendencia a engordar también más.
-En este momento, con los resultados de sus investigaciones y
de otras en la misma línea a nivel internacional, ¿no sería necesario realizar
estudios más amplios, ya con seres humanos?
-Claro que sí. Me
gustaría hacer ese tipo de estudios pero los ensayos clínicos son muy caros. No
se puede hacer un ensayo si no hay un patrocinador del nivel de un laboratorio
farmacéutico. Y no creo que la industria alimentaria vaya a apoyar un estudio
de estas características. De ninguna manera. La industria alimentaria es de las
más potentes pero al haber tenido que reducir costes y beneficios se ve
obligada a vender cada vez más para ganar dinero y eso significa que alguien
tiene que comer cada vez más.
EL PELIGRO DE LAS DIETAS RICAS EN PROTEÍNAS Y GLUTAMATO MONOSÓDICO
-Y, sin embargo, los chinos han sido tradicionalmente un
pueblo sin problemas de obesidad a pesar de que su consumo de glutamato
monosódico fue siempre alto. Es más, cuando empezaron hace poco a cambiar sus
hábitos alimenticios fue cuando empezaron también a tener problemas de
sobrepeso. ¿No parece contradictorio?
-Déjeme explicar a sus
lectores cuál es la razón de que ambas cosas seas ciertas: que el glutamato
monosódico aumente el ansia por comer alterando una determinada zona cerebral y
que los chinos no engorden al mismo ritmo que en Occidente a pesar de su
consumo. Una de las cosas que le ha ocurrido a la dieta del Primer Mundo es que
además de ser hipercalórica se ha vuelto hiperproteica. Cada vez consumimos más
proteínas animales y el glutamato monosódico está hoy presente en muchos
derivados lácteos. En porcentajes de hasta un 20%. En consecuencia, a la dieta
hiperproteica -que ya de por sí nos induce a incrementar nuestro consumo de
comida a través del glutamato presente en la misma- le estamos añadiendo el
glutamato monosódico como aditivo. Bueno, pues la clave está en que los chinos
han consumido tradicionalmente una comida con muy pocas proteínas animales con
lo cual el consumo de glutamato les afecta mucho menos al no producirse el
efecto acumulativo con el glutamato monosódico constituyente natural de las
proteínas ingeridas que se consumen masivamente en nuestra civilización
occidental.
-Es muy significativo cómo al mismo tiempo que aumenta
nuestra tendencia a la obesidad los focos de la ciencia se centren más en el
exceso de proteínas animales como factor responsable no sólo de la obesidad y
diversas patologías sino también del envejecimiento.
-Pienso que estamos en
un momento importantísimo desde el punto de vista de la alimentación. Desde
hace 50 años o más se sabe que lo único que sobre todo mejora espectacularmente
las expectativas de supervivencia en los animales es la restricción alimenticia.
Es decir, si yo a las ratas en vez de alimentarlas ad libitum lo que ellas
quieran comer les restrinjo un 30 o un 40% su cantidad de alimentos a diario
manteniendo un aporte de nutrientes suficiente para que no exista un problema
de vitaminas o minerales viven mucho más. Y los mismos resultados se están
obteniendo desde hace 15 o 20 años con monos; también se ha observado que los
que comen menos tienen mucha más vitalidad, están más jóvenes y es mejor su
presencia física que los que comen más. Debo decir que en los últimos años un
grupo de investigación de la Facultad de Biológicas de esta misma universidad
ha estado trabajando sobre el tema preguntándose sobre el elemento responsable
de que una restricción del 30 o el 40% permita a los animales vivir más y
mejor. También han investigado lo que ocurre cuando en lugar de restringir las
calorías se restringen los hidratos de carbono y las grasas. Y ninguna de estas
dos restricciones tiene efecto alguno sobre la vitalidad o la supervivencia.
Sin embargo la restricción de proteínas sí tiene ese efecto. Es decir, lo mismo
que se consigue reduciendo la cantidad global de alimentos se consigue
reduciendo sólo la cantidad de proteínas. Y aún han llegado más lejos. No han
investigado todos los aminoácidos pero sí algunos y han encontrado que uno,
concretamente la metionina, es fundamental. Cuando se disminuye la cantidad de
metionina ingerida por los animales éstos viven mejor y más tiempo. No sólo el
animal está más delgado sino que se mantiene más joven durante mayor tiempo. Si
restringimos pues la metionina -y alimentos pobres en metionina son los
garbanzos, las judías y toda esa serie de alimentos que antes se ingerían con
mayor abundancia que ahora- conseguimos el mismo efecto que con una restricción
del 30 o el 40% de calorías. Ni la restricción de hidratos de carbono, ni la de
grasas – en lo que se nos insiste permanentemente- es tan importante como la
restricción proteica. Estamos teniendo una alimentación excesivamente rica en
proteínas que además sobrecargamos con aditivos como el E-621.
-Sin embargo dietas como la del doctor Robert Atkins ponen el
énfasis en el consumo preferente de proteínas y la eliminación de los hidratos
de carbono refinados como fórmula para adelgazar.
-Cierto, pero yo estoy
hablando de una dieta completa con exceso de proteínas, no de una restringida.
No es lo mismo una dieta completa que una sin hidratos de carbono donde todas
las calorías se obtienen de las proteínas y grasas. Este último es el caso de
los esquimales. Tradicionalmente no ingerían hidratos de carbono alimentándose
sólo de la carne y grasa de focas y ballenas... y estaban sanos. ¿Por qué? Pues
porque el organismo puede transformar las grasas y proteínas en los azúcares
simples que necesitamos, especialmente en la glucosa que alimenta al cerebro.
Pero claro, si a esos esquimales se les proporciona pan –o cualquier otro
hidrato de carbono refinado- engordan a enorme velocidad. De hecho en este
momento todos los pueblos esquimales que tienen estrecho contacto con el Primer
Mundo sufren un problema de obesidad mucho más grave del que hay en España. Y
ello se debe a que a su alimentación tradicional se le añadieron los hidratos
de carbono. Mire, los problemas de alimentación son bastante difíciles de
manejar.
No es algo tan obvio
como afirmar que para estar menos gordo hay que comer menos. Eso vale y
funciona a veces pero no se trata sólo de eso. Es muy importante la proporción
de los principios inmediatos. Y la proporción de proteínas en nuestra
alimentación en estos momentos es excesiva. Creo que en la dieta diaria de cada
persona hemos más que duplicado nuestro aporte proteico en los últimos 50 años.
Piense que hace 40 o 50 años se tomaba carne un día a la semana y ahora se
consume a diario en muchos casos y en cantidades significativas, en la comida y
en la cena. La variación con el tiempo de una serie de hábitos alimenticios y
la disponibilidad de una serie de alimentos que hace sólo 40 ó 50 años eran
escasos para la gran mayoría de la población ha hecho cambiar el fenotipo de
las personas. Piense en lo que pasa con la sal.
Hay que recordar que la palabra salario viene de “pagar en sal” precisamente
por el valor que por su escasez tenía en la antigüedad y, aún todavía, en
algunos lugares de África. Allí han sobrevivido sólo aquellos capaces de
"ahorrar sal". Pues bien, cuando la sal deja de ser un elemento
escaso y todo el mundo tiene acceso a ella es cuando aparece una nueva
patología generalizada por el excesivo consumo: la hipertensión.
Cuando los ahorradores de sal acceden de repente sin restricciones a ella
tienen graves problemas. Y en casos graves, les produce la muerte. Bueno, pues
con los aditivos alimentarios estamos dando un paso más en la misma dirección.
Estamos modificando con según qué aditivos la proporción de elementos que
entran a formar parte de nuestra alimentación diaria. Sobre todo con el
glutamato monosódico que es probablemente, junto con la metionina de la que
hablamos antes, uno de los elementos que juegan un papel más importante en el
control de la alimentación además de ser un potentísimo neurotransmisor. Parte
de lo que ingerimos llega al cerebro para actuar como neurotransmisores pero
debemos entender que un exceso de los mismos puede generar también cambios en
nuestro comportamiento. Hay que tomar conciencia clara de que la alimentación
actual no es adecuada. Añadir aditivos que van en la misma mala dirección que
el exceso proteico está contribuyendo de forma evidente a la epidemia de
obesidad que nos invade.
LOS NIÑOS, LOS MÁS AFECTADOS
-En 1968 un médico chino, el Dr. Robert Ho Man Kwok, escribió
una carta al editor de The New England Journal of Medicine para pedir ayuda y
poder determinar porqué él y sus amigos sufrieron entumecimiento, debilidad y
palpitaciones después de cenar en restaurantes chinos en los Estados Unidos. La
carta se publicó bajo el título El Síndrome del Restaurante Chino. Las
contestaciones publicadas indicaron que el problema de Man Kwok fue una
reacción al glutamato monosódico. ¿Existen estudios que lo relacionan no ya con
la obesidad sino con trastornos neurológicos?
-Sí, el glutamato
monosódico se ha asociado con “el síndrome del restaurante chino”. Al parecer
personas con una especial sensibilidad al glutamato monosódico pueden
desarrollar diversos síntomas como dolores de cabeza, enrojecimiento,
sudoración, inflamación facial, dolor torácico y algún otro pero por razones
que desconozco todo esto está pendiente de estudiar. Yo no he podido hacerlo
porque carezco de los medios pero sí he podido constatar que utilizando una
sustancia que interfiere con el proceso de neurotransmisión del glutamato
monosódico a nivel cerebral inmediatamente disminuye el apetito. He trabajado
durante un año con un equipo de investigadores dirigido en Alemania por Michael
Hermanussen -profesor de Pediatría de la Universidad de Kiel- y allí se me
permitió emplear un producto como la memantina –un medicamento que bloquea los
receptores NMDA (N-metil-D-aspartato) para el glutamato, regulando así la
entrada de calcio en las neuronas y protegiéndolas de la degeneración- en una
prueba terapéutica con un número limitado de pacientes. Administramos el
producto -en forma de gotas o pastillas- a 14 personas obesas y ya a partir de
las primeras dosis los propios pacientes confesaban que no sentían esa terrible
hambre ansiosa que tanto temen. En menos de dos meses todos perdieron alrededor
de un 10% de su peso ¡sin modificar la dieta! Simplemente comieron menos porque
tuvieron menos hambre. No sólo hemos demostrado pues que en animales la ingesta
de glutamato monosódico incrementa el apetito sino que, en la misma línea de
investigación, estamos comprobando que la memantina pone en marcha una cascada
de procesos que acaban por producir una reducción de la ingesta alimentaria.
Ciertamente el estudio no cumple con la totalidad de los requisitos exigidos
para ser considerado un ensayo clínico pero apuntan a la importancia del
mecanismo del glutamato monosódico en la obesidad.
-Desde luego no deja de ser incomprensible que al mismo
tiempo que desde el Ministerio de Sanidad y Consumo se expresa preocupación por
el aumento de obesidad infantil se esté obviando que casi todos los productos
que con más ansiedad o placer consumen nuestros niños y adolescentes incluyan
glutamato monosódico (E-621). ¿Hasta qué punto es una irresponsabilidad por
parte de la administración seguir sin hacer nada?
-Comparto su reflexión
y preocupación. Tal es, de hecho, mi intención al plantear públicamente este
asunto. Y he esperado además para hacerlo a tener los datos experimentales que
demuestran los efectos que estamos comentando. Sin embargo los he presentado a
diversas autoridades sanitarias españolas y no me han hecho ni caso. Les ha
entrado por un oído y les ha salido por otro. Los políticos reaccionan ante
determinadas cosas sólo si hay una reacción continuada de los medios de comunicación
o se produce un número importante de muertos como ocurre con determinados
cruces donde no se instala el semáforo a pesar de que los vecinos de la zona lo
lleven exigiendo mucho tiempo. Hasta que no se acumulan las víctimas o se
produce una tragedia que atrae vivamente a los medios no mueven un dedo. En
esta cuestión yo no me planteo que se vayan a producir desgracias en sentido
estricto, es decir, que mucha gente vaya a morir de forma inmediata pero con la
pasividad mostrada ante los resultados obtenidos por la Ciencia se está
contribuyendo de forma obvia a la actual epidemia de obesidad, sobre todo entre
los niños. Los padres deberían saber que una simple bolsita de quicos o de
snacks puede llegar a contener ¡hasta seis gramos de glutamato monosódico por
kilo! La verdad es que la mayor parte de los aperitivos de ese tipo llevan
cantidades ingentes de glutamato monosódico. Y, por tanto, están contribuyendo
a que los chavales coman mucho más de lo que necesitan y engorden.
-En Estados Unidos los representantes de la corriente más
crítica sobre el glutamato monosódico lo definen como “la nicotina de los
alimentos”. ¿Comparte esa definición?
- No es sólo la
nicotina de los alimentos. En el tabaco la nicotina genera dependencia pero
también otros aditivos que los fabricantes añaden impunemente para reforzar la
adicción. Pues el glutamato monosódico por sí mismo no sólo genera una cierta
dependencia al generar un sabor agradable que invita a comer más sino que
además conduce a una ingesta mayor por la afectación de mecanismos
neurológicos.
-¿Son conscientes los médicos de la importancia del
glutamatomonosódico?
-No. Cada vez que se
desarrolla una nueva teoría para explicar algo habitual hay que romper la
inercia en la que normalmente se instalan los médicos. Incluso aunque los datos
sean evidentes las nuevas evidencias tardan tiempo en establecerse. No es que se
nieguen abiertamente a las nuevas conclusiones sino que les cuesta ir
admitiendo datos adicionales. Debemos pues seguir trabajando para que lo asuman
ya que estamos ante un problema de salud pública. Porque no es que el exceso de
peso modifique mi fenotipo y me haga menos atractivo y menos ágil, es que
además voy a vivir menos y voy a padecer una serie de problemas de salud
adicionales que podría evitar. Es un problema médico real. Hoy ya se sabe que
la obesidad es la antesala de la diabetes tipo 2, del incremento de riesgo
cardiovascular y de otras muchas dolencias además de acelerar nuestro
envejecimiento. ¿No merece por tanto la pena trabajar en ello si sirve para
atajar el problema de la obesidad, sobre todo entre los jóvenes?
Con la pregunta dirigida en voz alta a quien corresponda
abandonamos el despacho del doctor Fernández Tresguerres. Por nuestra parte
sólo cabe recordar que otros investigadores, como el doctor Russell L.
Blaylock, neurocirujano en el Jackson Hospital (Mississippi, EEUU) y miembro del
Consejo Editorial del Medical Sentinel, consideran que los daños del E-621
pueden llegar aún más lejos.
En un artículo suyo titulado
Excitotoxinas aditivas en la comida y desórdenes degenerativos cerebrales éste comienza
el texto afirmando:
“Hay un número creciente de médicos y científicos de base que están
convencidos de que un grupo de compuestos llamados excitotoxinas juegan un
papel crítico en el desarrollo de varios desórdenes neurológicos, incluidas
migrañas, infecciones, desarrollo neural anormal, ciertos desórdenes
endocrinos, desórdenes neuropsiquiátricos, desorden en el aprendizaje infantil,
demencia por SIDA, violencia episódica, encefalopatía hepática, algunos tipos
específicos de obesidad y, sobre todo, enfermedades neurodegenerativas como la
Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA), la enfermedad de Parkinson, la enfermedad
de Alzheimer, la enfermedad de Huntington, y degeneración olivopontocerebral.
Durante la última década ha aparecido una gran cantidad de evidencia clínica y
experimental que apoya esta premisa básica. Todavía hoy la FDA se niega a dar a
conocer al público el peligro a corto y largo plazo causado por la práctica de
permitir agregar aditivos excitotóxicos a la comida como el glutamato
monosódico, la proteína vegetal hidrolizaday el aspartamo”.
Extraído de "Discovery
Salud".
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