Una alimentación alta
en carbohidratos, en especial de granos procesados y azúcar, conduce
directamente a la resistencia a la insulina y la leptina.
En 1980, el escéptico presidente de la Academia Nacional de Ciencias Philip
Handler, comunicó que se estaba realizando en EEUU “un experimento
nutricional a gran escala”. Pero no se consolidó el experimento sólo
en América, sino que poco a poco
todos los países occidentales comenzaron a adoptar los hábitos alimenticios de Estados Unidos, en parte, condicionados por
una industria alimentaria que comenzó a hacer caja con la venta multitudinaria
de productos bajos en grasas,
presentados como la solución a todos nuestros males.
El tiempo ha pasado y los resultados de dicha investigación
muestran que el experimento sólo ha servido para empeorar la situación.
Se dijo entonces, que la grasa
era la causante de los problemas
metabólicos y el uso y abuso de azúcar
fue ignorado por completo. Cuando la moda de las dietas bajas en grasa se expandió, surgió después la moda de
consumir dietas altas en carbohidratos.
Pero a la vez apareció un nuevo un problema y es que cuando la grasa es eliminada de los
alimentos, algo tiene que ser agregado con el fin de hacerlos más
apetecibles y ese algo es azúcar,
particularmente, en forma de fructosa
altamente concentrada, como el jarabe de maíz de alta fructosa, lo que implica un desastre metabólico
para el Cuerpo.
Los azúcares están
detrás de la inflamación, la disfunción metabólica, la diabetes y enfermedades
del corazón. La adicción a los azúcares ha sido
fomentada por la industria de los alimentos procesados que añade fructosa a prácticamente a todo,
incluso a alimentos que no son dulces. Nos
preocupa la obesidad pero no la identificamos con el exceso de carbohidratos en
nuestra dieta.
Una dieta alta en
carbohidratos
interrumpe la señalización de insulina y
leptina presente en nuestro organismo y está relacionada con el desarrollo
de diabetes tipo 2. Por el
contrario, una alimentación más alta en
grasas benéficas corrige estos
problemas metabólicos.
Hace poco tiempo la revista Time publicó un artículo en el que se habla de un cambio de
paradigma en la alimentación y que puede resumirse en que es el consumo
de carbohidratos, y no de grasas, lo que realmente influye en la
obesidad.
Bryan
Walsh,
autor del artículo de Time afirma
con rotundidad que puesto que los índices
de obesidad en Estados Unidos se
han incrementado y las estadísticas de enfermedades
cardiacas señalan un aumento de las mismas, el experimento realizado
desde los años 80 ha fallado. Cada
vez más investigaciones ponen de manifiesto que es la dieta baja en carbohidratos la que permite la pérdida de peso, y no necesariamente la baja en grasas. Tanto Gary Taubes, autor del libro
“Cómo engordamos y qué hacer al respecto”, como David S. Ludwig, director del Centro
para la Prevención de la Obesidad de la Fundación New Balance o Eric Westman,
director de la Clínica de medicina Duke
Lifestyle, confirman que estos nuevos estudios podrían significar un gran
cambio de paradigma.
El doctor David
Katz, fundador del Centro para la
Investigación de la Prevención de la Universidad de Yale, recuerda que las grasas fueron sustituidas por “basura baja en grasas” y excesivo consumo de carbohidratos. En
las tres décadas que siguieron a 1970, el
porcentaje de calorías procedentes de las grasas
disminuyó, pero aumentó hasta un 15%
la de los carbohidratos, lo que
provocó que los americanos ingiriesen más calorías que nunca: 2.568 de media por día en el año 2000,
casi 500 más que las 2.109 de 1970.
No se trata del único artículo que se ha hecho eco
recientemente de este cambio de tendencia. El New
York Times permitió que David
S. Ludwig explicase de qué manera las células
grasas de nuestro cuerpo se han acostumbrado a almacenar más calorías de
las que deberían por factores ambientales y, del mismo modo, a reducir el
gasto energético, lo que en última instancia provoca el aumento continuado de
la obesidad en la población.
Si
no se ha hablado antes de esta posibilidad, aseguran todos los expertos, es
porque durante décadas, la posibilidad de error fue un tema vetado por la
comunidad científica, que cerró filas en torno a la idea de que las grasas eran malas y había que eliminarlas de
nuestra dieta por todos los medios. Todo aquel que no se adaptase a dicha
visión era silenciado, como ocurrió con el doctor Walter Willett, director del Departamento
de Nutrición de la Escuela de Harvard de Salud Pública, que recuerda que a
mediados de los años noventa le fue imposible publicar la gran cantidad de
datos que demostraban que las tesis comúnmente aceptadas, respecto al consumo de grasas y carbohidratos, estaban
equivocadas. Él había realizado una investigación sobre dieta y salud cardiaca en una población
de 40.000 hombres, lo que le
reafirmó en la conclusión de que la
sustitución de grasas saturadas por carbohidratos no tenía ningún efecto
positivo sobre la salud.
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