Hay estudios que demuestran que nuestra tendencia, cada vez
más marcada, a alimentarnos a solas afecta a nuestra salud psicológica. Comemos
solos y perdemos gradualmente el hábito de compartir nuestros alimentos;
comemos deprisa y no saboreamos lo que entra en nuestra boca, no masticamos, no
degustamos, ni agradecemos. En lugar de vivir la vida, la vida nos vive y
pasamos por ella sin saber dónde estamos.
Hace ya tiempo que los tradicionales momentos de encuentro
han pasado a un segundo plano y han desaparecido de nuestra agenda. Nosotros
comemos en cualquier lugar y nuestros hijos se habitúan, desde muy pequeños, a
las poco saludables comidas de los comedores escolares. No nos encontramos con
quienes comparten la vida con nosotros ni, por supuesto, con nosotros mismos.
Sin embargo, los niños que comen con sus familias no sólo
tienen menos problemas de obesidad, sino también menos problemas psicosociales
y conductuales. Los beneficios para su salud física y emocional son incontables
y, desde luego, esos mismos beneficios son también inestimables para nosotros.
Las relaciones familiares mejoran, los problemas de interacción son menores y
nuestro nivel de satisfacción, mucho más alto, se extiende a todos los aspectos
de nuestra vida.
Por ejemplo, los adolescentes que comen con sus familias, por
lo menos cinco veces a la semana, suelen obtener buenas notas en la escuela.
También son menos propensos a beber alcohol, a fumar o a probar la
marihuana, y no suelen tener problemas de depresión. Además, tienen mayor
autoestima y satisfacción con la vida, son más serviciales y confiados,
muestran una mejor relación con los padres, tienen mejor vocabulario, mejor
resistencia al estrés, e incluso, menores tasas de embarazos no deseados y
absentismo escolar.
Comer en familia, nos aporta beneficios adicionales, porque
no sólo se trata de reunirnos, sino también de hacer juntos la compra de
los alimentos necesarios y la selección de los mismos o la preparación de las
comidas. Al involucrar a los niños en estas tareas les estamos enseñando a
alimentarse y a la vez a compartir y disfrutar en compañía.
Compartir la comida, nos aporta el factor añadido de la
elaboración casera de los alimentos y el aprendizaje de métodos tradicionales
de preparación muy saludables, como la
fermentación; el aprendizaje a disfrutar de los sabores de los vegetales, ya
sea en licuados, sopas o ensaladas; la germinación; la activación de los
frutos y semillas y la preparación de comidas crudas. Estas lecciones son inolvidables
y dan a nuestros hijos las herramientas necesarias para cuidarse con
amor y tener vidas largas y saludables.
Comer fuera, que es lo habitual, nos conduce al abuso de
alimentos precocinados o preparados, a
comer leyendo, viendo la tele en el bar o pendientes de los problemas en el
trabajo. A masticar mal y deprisa, a comer comidas de mala calidad, demasiado
elaboradas y sin nutrientes. A elegir cantidad y satisfacción a través de los
sabores, proporcionados por los aditivos,
y a descartar la calidad.
Otro factor importante es, que como comemos tan pocas veces
juntos, cuando lo hacemos nos excedemos y comemos y bebemos sin control. Es
más, en muchos casos, volvemos a comer fuera para festejar el fin de semana o
para cualquier pequeña celebración. La familia al completo comparte esos
hábitos y esos excesos. Es más, aprende de ellos. Son reuniones ocasionales,
pero muy poco saludables para nosotros y para los niños. De fin de semana en
fin de semana, nos alejamos más y no nos reconocemos ni nos encontramos, aunque
el otro sea nuestro hijo o nuestro padre.
Las profesoras Ann Meier y Kelly Musick han publicado un
estudio en Journal of Marriage and Family. Ellas llegaron a la conclusión
de que lo que importa no es en sí la comida o el encuentro sino las
conexiones familiares que se crean con estos hábitos. En otras palabras,
lo importante es la convivencia: "Los efectos de las cenas familiares en
los niños dependen en gran medida del tiempo que utilizan los padres para participar
con sus hijos y aprender sobre sus vidas día a día."
Además de los beneficios psicológicos, comer en familia es
muy bueno para la salud física y para fomentar nuestro reconocimiento y
educación acerca de la comida. El alimento cuenta, cómo lo comemos también y,
no sólo eso, compartir beneficia nuestra salud física, mental y emocional.
Se trata de recuperar un hábito muy saludable. ¿Te animas a tenerlo en cuenta?
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