El pan ha sido
siempre símbolo de abundancia, con pan había comida. El pan nos ha permitido sobrevivir en épocas
de carencia y escasez y ha estado presente como alimento en la cultura occidental, desde hace mucho
tiempo. En la literatura hay numerosas citas alusivas a él: el Hidalgo del Lazarillo de Tormes,
salía a la calle con migas de pan en la ropa para aparentar que comía bien, Azorín,
desde su exilio en París, enumera con añoranza todos los panes españoles de la
época: hogaza, mollete, rosca, libreta, tetera, morena, oblada, bodigo,
zatico, cantero, corrusco, pan leudado, …., Lope de Vega alude al pan
gandul y a las roscas de Utrera, diciendo “¡Pan gandul de mi vida! o
¡Roscas de Utrera del cielo!, a ellas también alude Cervantes en “El
Rufián dichoso” o Góngora en los versos: Entre dos roscas de
Utrera, Que por estos ojos vi, Unas lonjas de tocino Como corcho de chapín. Muchas
alusiones al pan, nuestro pan.
Los griegos atribuían el origen del pan a los dioses y le otorgaban
carácter sagrado. Durante muchos años en la antigua Grecia su consumo estuvo limitado a las clases pudientes
que ingerían pan fermentado, una
golosina que hasta el siglo VI a.C.
fue privilegio de los poderosos. Elaboraban panes blanquísimos partiendo de harinas refinadas; agregaban a la masa especias, frutas, aceite, leche y
hierbas y conseguían piezas de formas caprichosas, con cenefas y dibujos en
su superficie, cosa que muestra la importancia y el refinamiento que este
alimento adquirió entre el pueblo
griego. Autores tan representativos como Platón, Homero y Aristófanes hicieron reiteradas alusiones al pan. Se cuenta que el filósofo Demócrito de Abdera venció a la
muerte durante dos días, sólo con aspirar el olor que desprendían unos lienzos
utilizados, para retirar unas piezas recién cocidas. A los griegos debemos también la institución de las panaderías como
establecimientos de venta al público, y de ellos aprendió el pueblo romano la cultura del pan.
Los romanos, impresionados por el sabor y el olor del pan, lo llevaron
a Roma y desde Roma, su uso se extendió por todo el imperio. Aprendimos a comerlo
con ellos y quedó establecido como un alimento
necesario. Los romanos conocían
los opiáceos presentes en
la planta del trigo, para defenderse
de sus depredadores y la adicción
que producía el consumo de pan. Creían, incluso, que dando a la plebe pan y circo, ésta se mantenía
controlada, por eso les proporcionaban este alimento y... diversión.
No obstante, aquel pan
era pan de verdad.
Para su elaboración, se preparaba un “fermento
madre” de pasta ácida, muy lentamente. Esto generaba gran cantidad de bacterias vivas y enzimas. La cocción era lenta y prolongada,
además, se hacía en hornos de
leña, donde el pan era cocinado
a temperatura lenta y decreciente.
La forma de las piezas era de sección abultada, ya que antes del leudado, el pan es muy rico en sacaromicetos
y enzimas, elementos muy valiosos para nuestra salud, pero también muy sensibles a las temperaturas altas. La
sección abultada permitía que el calor excesivo no llegara a la miga, que
quedaba protegida por la corteza. Gracias a ello en la miga se mantenían vivos
los sacaromicetos, que en
un par de días más podían volver a colonizar toda la forma. En este punto el pan se convertía en un alimento vital y riquísimo en flora bacteriana y enzimas.
Pero es muy difícil encontrar estos panes en el mercado. Los artesanos panaderos o bien usan hornos de leña pero se olvidan de la
utilización de ingredientes de calidad o se ocupan de elaborar el fermento y utilizar ingredientes muy
buenos, harinas, sal y aceite ecológicos, agua buena…pero usan moldes de materiales cuya composición
puede no estar exenta de tóxicos y
cuecen el pan en hornos industriales. Tanto el uso de moldes como este tipo de cocción, a temperatura constante, deterioran la calidad del fermento y del pan.
Aun así, este
pan es nutritivo y no tiene nada que ver con el que se vende en las panaderías, procedente de las panificadoras. En este último caso, el pan carece de personalidad, los ingredientes usados en su elaboración
son de procedencia industrial y el pan está lleno de químicos y aditivos.
En 1911, se creía
que el pan, que constituía más del 40% de la alimentación de la gente pobre de Gran Bretaña, era la
causa de su mala salud. Los victorianos hablaban de enfermedades
debilitantes cuando se referían a los problemas físicos existentes y los
relacionaban con el consumo excesivo de pan
blanco.
La harina que se
usaba entonces era harina refinada,
desprovista como ahora de minerales y
vitaminas y con una sustancia
química tóxica como aditivo, llamada alumbre,
que daba a esta harina una
apariencia más blanca. Por aquella
época ya se lanzaron campañas para volver al pan integral, pero éste era símbolo de pobreza, lo que hacía que todo el mundo quisiera comer pan blanco.
De hecho y tras estas campañas, el pan blanco fue prohibido en Inglaterra durante la Segunda
Guerra Mundial y como resultado, a pesar de las carencias de la época de guerra, en 1947, se dijo que los ingleses tenían mejor salud. No obstante, cuando terminó la guerra el pan blanco se volvió a legalizar y
hasta hoy, que consumimos un pan, aún de
peor calidad.
En 1911, la sal, las
grasas baratas, el alumbre, la cal en polvo y el blanqueador eran los ingredientes “malos” del pan. Actualmente, hay
que lidiar con ingredientes nuevos que dañan la salud y que se usan indiscriminadamente: Sal procesada, Jarabe de maíz de alta
fructosa, Grasas trans, Soja, Agentes de tratamiento (Químicos oxidantes),
Agentes reductores, Emulsionantes, Conservantes Y Enzimas, por lo general, de
hongos y bacterias.
Hoy en día, se compra pan blanco elaborado por las panificadoras y sin ningún tipo de etiquetado preciso. Además,
muchos de los ingredientes
anteriores están ocultos, ya que no es obligatorio que aparezcan en las
etiquetas.
El pan se elabora con harina refinada. Una vez que se
quita la parte más nutritiva del grano de cualquier cereal, nos queda la harina
blanca, que es poco más que una forma de azúcar. En el proceso de
refinado se pierden la mitad de los benéficos ácidos grasos insaturados, el 50%
del calcio, el 80% del hierro, del 50 al 80% de la vitamina B,
prácticamente toda la vitamina E, el 70% del fósforo, el 98% de
magnesio, y muchos nutrientes más.
El consumo excesivo de pan
blanco y otras formas de granos refinados está relacionado con
múltiples problemas de salud: obesidad, asma, diabetes, enfermedades de
corazón, alergias, intolerancia al gluten y enfermedad celiaca y deficiencias de
vitaminas…
Se come mucho pan, con todo y para todo, pero si
la harina que se usa carece de
muchos de los nutrientes del grano
original, no comemos más que calorías
vacías. Creemos que estamos nutridos, pero
carecemos de muchos minerales y
vitaminas, debido al consumo de
alimentos que nos sacian, pero no nos aportan nada. Por ejemplo, la
deficiencia de las Vitaminas B,
en particular, contribuye a una amplia gama de enfermedades, y es una
deficiencia que afecta a muchísima gente. De hecho, aunque se ha
relacionado la deficiencia de B12 con
las dietas vegetarianas, muchas
personas con dietas occidentales
muestran este problema, ya que son dietas
llenas de alimentos muy difíciles de procesar por nuestro organismo y que nos
ensucian mucho. En un intestino sucio hay
muchos problemas para la absorción de nutrientes.
También hay algunos problemas
digestivos, que
pueden estar vinculados a la industria
panadera, como la intolerancia
al gluten y la enfermedad celiaca. De igual forma, el incremento del asma y las alergias está
relacionado con el procesamiento de
alimentos y las prácticas de fabricación. Por ejemplo, una de las enzimas más comunes, utilizadas
para la creación del pan moderno, es
la amilasa, relacionada,
precisamente, con el asma.
Otro problema es que la producción de trigo comercial es, a la vez, un
proceso de acumulación de químicos
nocivos, que comienza cuando las semillas son
tratadas con fungicidas. Una
vez que se convierten en trigo, éste
es rociado con hormonas y
pesticidas. Incluso el recipiente en el cual se almacena el grano para ser cosechado es cubierto
con insecticidas. Todas
estas sustancias químicas
contribuyen al incremento de carga
tóxica que añadimos a nuestro cuerpo, lo que, también, contribuye a
prácticamente todas las enfermedades.
Mientras que los viejos
molinos de harina molían lentamente,
los molinos actuales están diseñados
para la producción en masa,
utilizando altas temperaturas y rodillos
de acero de alta velocidad. Después, se
aditiva otro químico a la molienda, se trata de gas de cloro (óxido de cloro), que sirve como blanqueador y
como agente de “maduración”. Antiguamente,
la harina solía madurar con el
tiempo, mejorando así el gluten y
por lo tanto mejorando la calidad de la
cocción. El tratamiento con cloro
produce, de manera instantánea, el envejecimiento
de la harina. Los resultados son
parecidos, pero no la calidad. La harina blanca moderna es casi puro
almidón, con una pequeña fracción de nutrientes del grano original.
Además, los tratamientos químicos en el grano dan como resultado la formación de un subproducto llamado aloxana, un veneno utilizado en la industria de la investigación médica para
producir diabetes en
ratones sanos. La aloxana causa diabetes al hacer girar enormes
cantidades de radicales libres en
la células Beta-pancreáticas y
destruirlas. Las células beta
son las encargadas de producir insulina; así que si éstas son destruidas, se desarrolla diabetes.
Si tenemos en cuenta el incremento de casos de diabetes, comer pan blanco, cuando sabemos que contiene aloxana, no es una buena idea. Además, el incremento continuado de
los niveles de insulina hace
que no podamos utilizar nuestra grasa
corporal para producir energía, ya
que se suprime la producción de dos hormonas
importantes: el glucagón y la hormona del crecimiento. El glucagón promueve la quema de
grasa y azúcar. La hormona del crecimiento se utiliza para el
desarrollo muscular y la construcción de masa muscular nueva.
Además, comiendo pan,
nuestra hambre aumenta. Como el azúcar en sangre sube después de
una comida alta en carbohidratos, la insulina también sube, lo que da
como resultado una hipoglucemia
secundaria. Esto se traduce en hambre, poco después de comer.
En resumen, el exceso
de carbohidratos, en forma de panificados,
nos hace engordar y nos conduce a una dieta
nociva, con abuso de los dulces,
los bocadillos y los tentempié. Además la necesidad constante de comer nos
puede hacer sentir ansiosos y de mal humor y gradualmente conducirnos a la resistencia a la insulina.
La mejor sugerencia
para cualquier persona que quiera eliminar el exceso de grasa y al mismo
tiempo mejorar la salud, es moderar y normalizar los niveles de insulina, limitando
el consumo de azúcares refinados, fructosa y de otros carbohidratos.
Comer
pan de todo tipo o productos elaborados con harina refinada no es beneficioso
para nuestra salud.
FUENTES:
Daily Mail. 15 de Junio
de 2011.
La harina Blanca. Dr.
Joseph Mercola.
Lácteos y trigo. Néstor
Palmetti. Ed. Kier, 2013.
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