El momento presente
es el campo en el cual transcurre el juego de la vida. No puede jugarse en
ningún otro lugar.
Eckhart Tolle
El sueño que vivimos
no tiene absolutamente ningún otro propósito que nuestro despertar de él.
Este despertarnos lleva a emerger fuera del sueño, fuera del tiempo, y está
mucho más allá del radio de acción de cualquier esfuerzo, camino, proceso o
creencia individual.
Tony Parsons
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Asociamos la verdad de nuestro mundo a las sombras porque estamos soñando. Soñar es la función principal de la mente; se sueña
las veinticuatro horas del día. Soñamos cuando
dormimos y cuando estamos despiertos, porque aunque nos ciñamos a un marco material, que nos hace
percibir las cosas de forma lineal, en realidad estamos soñando.
Todos
soñamos lo que creemos que es la vida, sin darnos cuenta de que estamos inmersos en
nuestro propio sueño y en el sueño de la globalidad. Soñamos lo que
creemos ser, lo que percibimos y lo
que pensamos. Soñamos que somos el
personaje perfecto con el que nos hemos aprendido a identificar. Soñamos lo que somos, soñamos.
Percibimos y pensamos millones
de cosas simultáneamente, pero utilizamos nuestra atención para retener en el primer plano de la mente lo que hemos aprendido como interesante. Aprendimos cómo
comportarnos en sociedad: qué creer y
qué no creer; qué es aceptable y qué no lo es; qué es bueno y qué es malo; qué
es bonito y qué no; qué es correcto y qué es incorrecto.
Nos anotamos de forma clara y ordenada todos los conceptos y las reglas sobre la manera de expresarnos en el mundo. Adquirimos una personalidad para ser personas queridas, aceptadas, consideradas, amadas…“Tú
sé bueno que así es como yo (no) te
quiero, porque no me quiero, ya que he aprendido las mismas reglas”.
Curiosamente lo que nos interesa siempre está relacionado con
nuestra propia historia, una historia en torno a las historias con las que nos educamos;
ella es nuestra referencia. Del mismo modo nos interesan nuestras expectativas, las que hacen que nuestra
vida se muestre interesante, los retos, los anhelos, los deseos. Vamos de un lado al otro, del pasado al futuro, pero… ¿qué
ocurre con el momento presente?
Nos
lo saltamos, lo evitamos, lo ignoramos.
Sin darnos cuenta, nos resistimos a él porque necesitamos estar aferrados a nuestra historia personal para
sentirnos vivos, y porque, en
realidad, creemos que estaremos completos cuando encajemos entre los que nos rodean, entre nuestros compañeros de
trabajo, en la sociedad, cuando la gente nos entienda y apruebe lo que hacemos,
cuando las cosas a nuestro alrededor cambien y sean como queremos, cuando
seamos perfectos con respecto a lo bueno, lo malo, lo correcto, lo incorrecto,
nuestro cuerpo físico, nuestra apariencia, nuestras posesiones, cuando se
cumplan nuestros deseos y expectativas, sintamos amor, paz…
A veces creemos haber llegado al final porque nuestros “supuestos deseos” se cumplen, pero es
momentáneo, porque esa supuesta plenitud
no hace que desaparezcan la tristeza, la
soledad, el miedo, ni tampoco el deseo. Es más, el miedo a perder el objeto
deseado nos aborda y nos apegamos a dicho objeto y a todo lo que creemos que
nos da integridad, ya sea un coche, una novia o unos zapatos.
Realmente, no nos damos cuenta de que seguimos buscando hasta
que experimentamos la pérdida, entonces, el vacío es aún mayor y un sufrimiento
más hondo nos embarga. Este sufrimiento
es, sin duda alguna, una magnífica oportunidad para darnos cuenta de que estábamos
equivocados, de que no necesitábamos lo que creíamos necesitar, de que el deseo y los apegos no nos dejan ser
libres.
Somos libres cuando no
necesitamos nada externo a nosotros, cuando no tratamos de marcarle el paso a la vida, cuando
aceptamos lo que Es y Somos, porque que el ser
humano que Es, ya ha dicho sí a
lo que Es:
“Aceptar nuestros
pensamientos y sentimientos, es darse cuenta simple y llanamente, sin hacer el
menor esfuerzo, de que esos sentimientos y pensamientos ya han sido aceptados,
de que ya se les ha permitido entrar. Ya están aquí. Aceptar no es un logro
sujeto al tiempo, sino la realidad del eterno momento presente.
Tú no puedes aceptar,
pues lo que eres es aceptación en sí. No eres en realidad una persona separada;
eres un espontáneo sí a este momento”.
Jeff
Foster
Quizás te parezca… que
no estás triste, ni solo, ni sientes miedo, celos, envidia o avaricia o que
hay algunos que ¡Tienen una suerte!
No sienten nada de esto porque lo tienen todo, pero es una percepción, un pensamiento
y es falso. Todos formamos parte de
la totalidad e independientemente de
la circunstancia, que es externa a nosotros, somos y sentimos lo mismo.
Que lo queramos ver o no, es otra cosa, que lo queramos ocultar y lo tapemos
con donaciones, ONGs, maquillaje,
peluquería y sucedáneos, es otra
cosa. En realidad, cuando permanecemos en el sueño, no tenemos el momento
y no somos conscientes de la explosión
de vida que tiene lugar en él. Lo que en ese momento surge sin
calificativos, Es y es un regalo para nosotros.
El amor, la alegría, la
paz… son inherentes
a nosotros aunque hayamos decidido sufrir
porque creamos que no tenemos nada, que no nos hemos ajustado a lo
aprendido, que somos un desastre, que los
sueños se quedaron atrás. Nuestros sueños
son el mismo sueño del que hablábamos
al principio y son sombras. Sin
embargo, tenemos el momento y no lo
queremos porque lo percibimos como una
amenaza. Nos da miedo vernos y
lo que es peor, nos da miedo la vida.
Si vivimos el momento
fluimos con la vida,
si experimentamos realmente, nos vivimos y nos experimentamos. Eso nos lleva al encuentro con muchas partes de nosotros que
no queremos ver, que nos duele afrontar, pero que aún es más doloroso esconder.
Somos
seres humanos en una experiencia de vida. Cada emoción,
supuestamente negativa, es una
alerta para reconducirnos hacia el amor.
Tratando de eludir el sufrimiento
nos condenamos a sufrir, ahogamos
nuestras emociones, las ocultamos,
porque las consideramos malas, pero
la paradoja consiste en experimentar nuestros sentimientos con integridad
para curar nuestras emociones y aprender a apreciar las emociones que detestamos. Sólo así
podemos dar cabida a la alegría y a la
paz.
Hemos aprendido a creer
que el miedo es malo y no paramos de sentirlo porque no lo afrontamos,
detestamos el odio, la tristeza, la pena,
los celos, la avaricia… porque consideramos que son malos, pero lo desagradable que percibimos de todos ellos, no es otra cosa que una llamada a la conciencia de lo que somos y al
descubrimiento de lo que se esconde dentro de nosotros. La vida lo es todo. Detrás de cualquier emoción negativa hay miedo a perder: perder amor, perder dinero, perder prestigio, perder salud…o una
mezcla de todos. Como nuestras emociones
están llenas de juicios, nuestro
afán por controlarlas consume gran parte de nuestra atención. Además, la desconexión
con otros seres humanos aumenta su intensidad.
Cuando no nos damos cuenta de que somos una conciencia global, de que somos uno, tampoco nos damos cuenta de
que dar prioridad a nuestros intereses personales tiene siempre un efecto negativo en nosotros y en todos,
ya que muestra una total desconfianza en
el universo y una sensación básica de indignidad.
Y no es lo indigno que “soy”, es
como yo me siento ante este juicio,
porque si nunca me siento suficientemente bueno, nunca lo soy. La abundancia consiste en estar en el momento presente, donde no hay juicio,
donde todo es como es. Desear un
estado de abundancia para todos y
todo, forma parte de la naturaleza
humana, que fluye fácilmente cuando el
amor está presente.
En medio del dolor surge la vuelta a lo que somos. Intentamos cultivar en nosotros
emociones como el amor, la paz, la aceptación y el desapego, nos agotamos
intentando hacer tal cosa, pero no hace falta, porque son expresiones del ser y ya las tenemos, están presentes en nosotros de manera natural
y se ocultan cuando caminamos como identidades
separadas.
No somos identidades
separadas, con historias, estrategias, conocimientos aprendizajes y todas
esas cosas, somos una conciencia de
unidad que aún no comprendemos, una parte ínfima de un océano tormentoso en
la superficie, pero plácido y calmado en las profundidades.
No somos mentes
separadas, eso sólo es un pensamiento.
Formamos parte del fluir de la vida
y somos eso, la vida, no una identidad con nombre, apellidos y una historia que
contar. La vida no se para en eso.
Estamos tan anhelantes, que desde la separación buscamos, buscamos y nunca
encontramos. Ya sabemos que al ego
le encanta buscar aunque no tenga ni idea de dónde hacerlo y disfrute
enormemente de su experiencia dual.
Tampoco tiene ni idea de lo que es la paz
o el amor, aunque crea que lo sabe y
lo conoce todo.
Por el contrario, desde el momento presente, reconocemos la grandeza de la paz o el amor sin opuestos, desde esa experiencia
presente la explosión de vida es
tal que no da cabida a un yo separado.
En ese ser la vida, no hay sufrimiento, porque desde el amor todo es y se acepta como es. Esta profunda aceptación es paz, una paz que está
más allá de las palabras y que eres tú y yo y todo y nada, la inseparabilidad
de todos los opuestos, que
simplemente Es.
“La sabiduría dice que
no soy nada. El amor dice que lo soy todo. Entre ambos fluye mi vida”.
“Sólo cuando la mente
se niega a fluir con la vida y se estanca en las orillas, se convierte en un
problema.
Fluir con la vida
quiere decir: Aceptación de lo que llega. Dejar ir lo que se va”.
Nisargadatta
Maharaj
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