“Perder el tiempo
soñando con la persona que uno quisiera ser es desperdiciar la persona que uno
es”.
Henry David Thoreau
“La falta de conciencia
hace nacer el sufrimiento.
El sufrimiento hace
nacer la conciencia.
La conciencia hace desaparecer
el sufrimiento”.
Annie marquier
“Antes que el amor, que
el dinero, que la gloria, dadme la Verdad”.
Henry David Thoreau
Solemos funcionar en piloto
automático. Nos movemos como robots
que han sido programados para funcionar de una manera específica, porque no
hace falta vivir una situación extrema para que el cerebro límbico tome el mando de nuestra vida y la dirija. Aunque
seamos personas brillantes y este funcionamiento sea poco aparente, de una
forma directa y concreta el inconsciente
nos dirige. Es más, cuanto más desarrollada está la mente, más peligrosas
pueden ser las consecuencias de los mecanismos emocionales en nuestras vidas,
pues éstos están camuflados, protegidos
y alimentados por una mente
poderosa.
Sí, no lo dudes. Nuestro comportamiento depende de cargas emocionales primarias, que nos
mantienen en modo reactivo, lo que se
hace bastante evidente en el caótico mundo en que vivimos. Para ello, sólo
tenemos que observar cómo nos movemos y cómo se mueve nuestro entorno, lo que
nos ocurre, lo que ocurre a nuestro alrededor, las guerras, las luchas…todo nos lleva a la conclusión de que somos autómatas. Si me pisas, te piso. No respondo, reacciono.
Los mecanismos primitivos nos aseguran la supervivencia
individual, hacen que nos sintamos seguros, pero también se sirven del
desarrollo del ser humano para ponerlo a su servicio. El conocimiento y la inteligencia tienen una doble puerta de salida,
hacia la conciencia o hacia la
destrucción. Todos sabemos que si el conocimiento estuviera bien utilizado,
las injusticias, los abusos, el
sufrimiento, la manipulación de masas… no existirían. Tampoco estaríamos
tan controlados por las creencias y los
credos. ¡Son tantas las trampas!
Es evidente que el hombre es cada día más inteligente, pero
se ha convertido en el voraz destructor de la fuente natural de su propia vida
y en su afán por superarse, ha llegado a sentirse creador, inventor, transformador, dueño de la vida, patrón del
universo…sin embargo, hasta ahora, ha permanecido en la cima de la pirámide
depredadora, porque aún vive en una jungla, para la que ha de mantener todos
sus mecanismos de defensa y ataque
activados. Aun se siente constantemente amenazado, aun la vida es una lucha
para él, aun la búsqueda de un lugar seguro es absolutamente necesario.
Por eso pagamos seguros de todo tipo, vigilamos nuestras
viviendas y miramos siempre hacia un futuro protegido. Por eso tenemos tanto
miedo y nos surgen razones para tener más miedo todavía. Es paradójico que nos
encaminemos hacia la puerta de la conciencia y hacia la de la destrucción
paralelamente y que la búsqueda, que no el encuentro, de la felicidad sea una
constante en nuestras vidas. El ego
anda desbocado y a la vez, nos llegan ecos de esa necesidad profunda de
sentirnos en plenitud.
El ego es una
máquina poderosa, dirigida por la mente
primitiva. De modo que cuando nos identificamos con él y vivimos apegados a
las experiencias del pasado, nos hacemos reactivos,
vivimos hacia fuera y nos alejamos cada vez más de nuestro ser profundo, porque
desde ese ego, nadie puede
experimentar la libertad, la belleza, el
amor, la creatividad, la fraternidad o la vida misma.
Por eso es gracioso pensar que amamos, cuando nuestros
comportamientos suelen ser inhumanos y no sabemos sino vivir en la carencia de lo que sea, en la limitación y en el
sufrimiento, ya que hemos aprendido a maltratarnos
y a maltratar, porque para amar, solemos enamorar, conquistar, seducir, atrapar, coaccionar, manipular…y eso
no es amar. Nos cuesta verlo, porque así hemos vivido siempre y porque es muy
duro enfrentarse a ese lado oscuro
en un mundo de apariencias. Cuesta mucho darse cuenta de que detrás de cada acción, detrás de cada
palabra suele haber algo más y de que
todos seguimos esquemas similares enseñados y aprendidos en nuestro entorno, en
nuestra vida y a lo largo de toda la
historia de la humanidad. Somos tan
inconscientes que en lugar de sentir, de sentirnos, creemos.
Las experiencias han sido las mismas para todos y tanto el inconsciente colectivo como nuestro
propio inconsciente nos determinan.
El mundo es un mundo de máquinas
dirigido por otras máquinas. Por eso
lo que sentimos es tan confuso, por
eso no somos felices y por eso nos
aferramos al sufrimiento como única
forma de seguir adelante. Desde luego, nadie quiere sufrir, pero lo hacemos. Todo nos conduce hacia el dolor o la euforia, que en realidad son
lo mismo. Dos polos opuestos en la misma línea que, por supuesto, no nos
conducen hacia la felicidad.
¡Cómo añoramos la
felicidad! Y ¡cómo añoramos ser libres! Desde el
estado de consciencia-máquina, la
libertad no existe, ya que las decisiones que tomamos a lo largo de nuestra
vida están determinadas por un mecanismo
de supervivencia programado en el pasado, que nos ciega y sumerge en un caos emocional profundo. Las memorias
del pasado controlan nuestra vida
afectiva, social, familiar, profesional…creemos que elegimos libremente a
nuestra pareja, nuestra profesión,
nuestro entorno, pero eso es falso. El
inconsciente nos dirige.
Si nos preguntamos por qué hay cosas que nos disgustan o
gustan mucho, no vemos la respuesta. Sin embargo, estas tendencias forman parte
de nuestro comportamiento reactivo,
el robot elige y satisface sus
demandas. Por eso, cuando algo que queremos “de verdad”, llega a nosotros, no nos sentimos satisfechos y
siempre queremos algo nuevo y diferente. No disfrutamos de nada, nada nos
gusta, nada nos satisface y perdemos constantemente el tren de la vida. En esta
realidad ficticia e inventada, el mundo tiene la culpa de nuestra
insatisfacción, todo es por el otro, por
el gobierno, por el contexto social, por el entorno, por este día gris…pero
la respuesta no está fuera sino dentro
de nosotros. El ser humano
inteligente se cree libre, pero no lo es.
Por otro lado, también perdemos la libertad, porque dirigidos por la mente y las emociones,
somos altamente manipulables. Como robots, actuamos siempre siguiendo un
esquema repetitivo que es muy previsible. Nuestras reacciones se repiten en
nosotros y en los otros, lo que hace que nos pasemos constantemente el cuadro
de mandos. Por supuesto, no sabemos que tenemos el cuadro de mandos en la mano,
todo es inconsciente, pero esto hace
que choquemos y que nuestras relaciones sean casi siempre difíciles e insatisfactorias. Creemos
amar, pero no nos amamos y sólo
aceptamos el amor que creemos merecer.
Los poderes establecidos utilizan también esta facilidad para
ser manipulados y se valen de todos los medios a su alcance para que esto sea
posible. Tanto en aspectos económicos
como políticos o sociales y
reforzados por los medios de
comunicación de masas, nos manipulan. Por ejemplo creemos que las noticias, las películas, las series que
vemos o escuchamos son sólo eso, pero están elaboradas como recetas
culinarias, con los ingredientes específicos para que nos gusten y programen.
Esto no es nada nuevo, el teatro ha
sido utilizado a lo largo de la historia con los mismos objetivos.
Debido a esta previsibilidad, somos mantenidos en la inseguridad, el miedo o el estrés,
hemos entrado de lleno en un deseo de placer
que nos genera permanente insatisfacción y nos encontramos atrapados en
la necesidad de tener poder, de controlar,
de ganar. Además, los que tienen el poder nos hacen ver dicho poder como
necesario, nos hacen creer que lo tenemos y de eso, ellos obtienen grandes
beneficios, porque consiguen más poder a costa nuestra. Pero si no fuéramos tan
fácilmente manipulables a través de estos mecanismos, ¿qué sería de estos círculos tan poderosos? Tendrían que
desaparecer, porque nuestro mundo sería otro.
No somos lo que creemos ser, ni las cosas son como creemos.
No somos nuestro ego, el robot no sabe quién es. Nuestra esencia
no se encuentra en este mundo aparente porque no puede sentirse. Buscarnos
desde el ego es absurdo, un gran
esfuerzo condenado al fracaso. Por eso gastamos tanta energía en mostrar lo
mejor de nosotros mismos. Sabiduría o
belleza, depende de lo que se necesite. Es la danza de las apariencias en
las que el ser no aparece nunca, la paz se desconoce y el amor no es amor.
Es cierto que el amor
lo impregna todo y está en boca de todos, pero desde nuestro estado actual de conciencia, sólo creemos amar cuando los otros cumplen con nuestras expectativas,
cuando alguien encaja en el molde de nuestro amor ideal, cuando vemos en el otro al portador de nuestra efímera
felicidad y por supuesto, no nos amamos, porque nos sentimos separados, vemos
en el otro nuestro contrario, porque no somos capaces de amarnos a través de
los demás, que son maravillosos espejos para
nosotros, porque la vida nos
desborda a fuerza de no aceptarla, porque vivimos en la queja constante, porque la alegría se
nos escapa como agua entre los dedos y porque no cesamos de buscar intensamente
la unidad perdida.
Además, a pesar de buscar incansablemente el placer, el que
encontramos desde el ego es efímero,
ya que la amígdala no descansa nunca
y nos mantiene siempre en modo de estrés
y alerta. Por si eso fuera poco, la máquina sólo se siente contenta cuando
ha satisfecho sus necesidades y cuando considera que las circunstancias le son
favorables, lo que nos hace dependientes de todo lo externo. Eso nos lleva a alejarnos
de la esencia de la vida y de la
plenitud.
A todo esto se suma un sufrimiento
constante que forma parte de este mundo ilusorio en el que lo que no es bueno
es malo y en el que todo está separado. Incluso, hemos llegado a identificar el
sufrimiento como parte de la vida y
hay mucha gente que afirma, totalmente convencida, que no hay felicidad completa. Realmente, los mecanismos del ego no nos pueden aportar felicidad, pero han afianzado la
construcción de esa parte de nosotros, que nos ha mantenido vivos como especie.
Ya no es necesario ese constante estado de alerta para sobrevivir, pero aún no
nos sentimos seguros ante la vida.
Es normal, el ego
siempre busca estrategias para mantenerse vivo, le aterra la idea de morir y se
mueve entre la crítica, el querer tener
razón, el dominio, la protección de lo que considera suyo y aparece en todas
las situaciones de la vida, al mando de cada una de nuestras creencias. Esa
es la razón por la que creemos y nos
cuesta tanto sentir, por la que creemos
y no tenemos certeza de nada y por eso en nuestra creencia está nuestra verdad,
pero no la Verdad.
Además, para el ego,
el momento presente no existe, ya
tiene el pasado, de lo contrario, ¿en que se apoyaría el modo reactivo?
Por otro lado, tiene el futuro por
el que está muy preocupado. El futuro
es para el ego una amenaza
permanente. Por eso tenemos tanto afán de predecir,
controlar u organizar nuestro porvenir. Vivir el momento presente será algo
natural cuando los mecanismos del ego
dejen de estar tan presentes en nuestras vidas, cuando aceptemos nuestro dolor y sufrimiento, cuando nuestras
memorias activas dejen de estarlo.
Aun así, ese ego
que no es nadie, simplemente forma parte del ser humano que ha llegado a este
punto, no es inútil, ayuda a que la conciencia pueda anclar en el mundo de la
forma. Igual que hemos grabado el movimiento y muchísimas otras actividades
rutinarias a gran velocidad, nuestro rápido cerebro inconsciente puede
aprenderlo todo, abrirse a nuevas redes y actualizar nuestro banco de datos.
Es cierto que el ego
parece y es el origen de muchos de nuestros problemas actuales. Sin embargo su
desarrollo, al igual que el desarrollo del córtex,
han llevado al ser humano a la autoconciencia.
El problema no es el ego, sino
nuestra identificación con él, el creernos que somos eso y cargar con el peso
de nuestras emociones sin
liberarlas. Aprender a usar el ego
con sabiduría y desarrollar su aspecto superior, el neocórtex, nos abre la puerta al conocimiento, a la inteligencia y a la propia experiencia espiritual.
El desarrollo de la mente forma parte de nuestro proceso evolutivo, porque esta mente de
la que hablamos, es ambas, la mente
inferior, la de las cargas, el
sufrimiento y el dolor y también la mente
que sirve de puente entre la personalidad
y el alma. El conductor y el coche del que tanto habla Emilio Carrillo. Necesitamos un cochero abierto y sensato que pueda
conducir el coche de manera sensata y correcta. Necesitamos un conductor fuerte y coherente.
Con el desarrollo de la mente, obtuvimos el poder de
elegir el ritmo en nuestro proceso
evolutivo y eso es un privilegio. El intelecto es un privilegio de todo ser
humano, de toda la humanidad, no podemos olvidar que la mente crea la realidad.
Cuando el poder de la mente transforma la creencia
y nos impregnamos de Certeza, de fe, de Verdad,
todo se hace posible, porque la Mente está
en el principio de todo. Todo es mente.
“Al hablar de
evolución, es preciso entender, desde el principio, que no es posible ninguna
evolución mecánica. La evolución del hombre es la evolución de su conciencia. Y
la conciencia no puede evolucionar de manera inconsciente. La evolución del
hombre es la evolución de su voluntad, y la voluntad no puede evolucionar de
manera involuntaria. La evolución del hombre es la evolución de su facultad de
hacer, y hacer no puede ser el resultado de cosas que suceden”.
Annie
Marquier
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